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Blades Runner

Fuentes: Rebelión

A mediados de la década del 70, el compositor y cantante panameño Rubén Blades significaba, para algunos expertos, una simbiosis con peso específico entre la llamada salsa (término absurdo en el que se intenta agrupar toda aquella música que llegaba desde el Caribe, y más precisamente desde Cuba), y aquel fenómeno magistral y único que […]

A mediados de la década del 70, el compositor y cantante panameño Rubén Blades significaba, para algunos expertos, una simbiosis con peso específico entre la llamada salsa (término absurdo en el que se intenta agrupar toda aquella música que llegaba desde el Caribe, y más precisamente desde Cuba), y aquel fenómeno magistral y único que se dio en llamar La Nueva Trova, en la que militaban genios como Silvio Rodríguez o Pablo Milanés, tras quienes se ocultaban (¡maldita publicidad y malditas disqueras ¡) otra serie de mosqueteros de la poesía y la guitarra como Sara González, Amaury Pérez, Noel Nicola, Lázaro García (alma mater y el más veterano del grupo), Augusto Blanca, y otros muchos que no alcanzaron la notoriedad, pero sí la calidad, de los dos primeros.

Acerca de todo ello, en 1982, Blades charlaba conmigo en el Hotel Mayflower de Washington, sin olvidar, faltaría más, decenas de preguntas en torno a la música latina «enlatada en USA», amén de otras cuantas sobre la notable influencia de los nuevos trovadores cubanos entre las generaciones de cantantes de medio mundo. En las antípodas políticas y sociales de la Trova, la Fania All Stars, formada por portorriqueños, dominicanos, panameños, y algunos cubanos autoexiliados, como la celebérrima Celia Cruz, acostumbrados a residir en la ciudad de Nueva York, reunía en memorables conciertos a más de 40.000 emigrantes latinos, ávidos de sentirse, al menos por una noche, cerca de los paisajes que abandonaron.

Blades, como algunos saben, es un cantante dotado de una más que envidiable e insólita formación universitaria (en 1985 obtuvo en Harvard su licenciatura como abogado), lo que sin duda sirvió para demostrar en aquellas memorables canciones con aire de cómic, que dominaba el castellano con más soltura que la mayoría de sus colegas, cada vez menos dispuestos a utilizar la lengua de Cervantes, para fomentar esa aberrante e inevitable jerga que hoy conocemos como spanglish. Las historias concedidas por Blades se encerraban en ambientes urbanos, con protagonistas que parecían extraídos de la vida real; obras que no dejaban indiferente a casi nadie porque hablaban de violencia, racismo, justicia, venganza, amor, celos, etc. Discos irrepetibles que tienen un lugar de honor en mi discoteca.

Durante las tres horas que compartimos (y que luego repetí cuatro años más tarde en su estudio neoyorquino), Rubén se distanciaba de la radicalidad y furia anticastrista de Celia Cruz, llegándose a dar el caso, según me aseguró, que en Miami se cortaba la señal a los usuarios de la CBS o la NBC, cuando él era entrevistado en esas cadenas, y surgía el problema Cuba. Rubén, aunque se declaraba antirrevolucionario, mantenía un gramo de honestidad en su ideario particular, abogando por el fin del embargo hacia la isla, por iniciar conversaciones con el gobierno de Castro, suprimir las prohibiciones para viajar y, en fin, suavizar de alguna manera las relaciones entre EEUU y la Perla del Caribe. La Mafia de Florida no le perdonó; el autor de Desapariciones comenzó a recibir decenas de llamadas anónimas bastante desagradables, amenazas, etc. a las que no dio importancia alguna. La verdad es que simpaticé con él a pesar de las diferencias de criterio entre ambos, ya que, ante todo, tuve la sensación de estar ante una persona honesta, dialogante y valiente. Sin embargo, las secuelas que dejó en el panameño toda esa serie de insultos y extorsiones tomaron cuerpo al cabo de veinte años.

A estas alturas del siglo, Rubén Blades, el genial creador de obras maestras de la música latina como Pedro Navaja y Ligia Elena, no muestra ni el diez por ciento de conciencia ciudadana de la que se le suponía cuando, en Miami, cortaban la señal de la televisión federal: «Mi primer disco fue prohibido en quince países, he escrito 179 canciones y en todas he dicho aquello que pensaba, pero no soy el único: Bob Dylan en Estados Unidos, Chico Buarque y Gilberto Gil en Brasil, Mercedes Sosa en la Argentina…Cada una ha tomado posiciones, y alguno ha puesto en peligro su vida«, afirmaba cuando aún se enorgullecía de luchar por un ideal de justicia social.

Hace menos de un año Blades, de 56 años, y con cuatro premios Grammy, más de 20 discos y 26 películas en su haber, fue confirmado por el Presidente Torrijos como responsable del Instituto Panameño de Turismo (IPAT), «con rango de ministro por la importancia del turismo para el desarrollo del país«. El autor de Plástico, inició así un camino similar al del ministro de Cultura de Brasil, Gilberto Gil, pero aclaraba que su carrera no iba a terminar al convertirse en miembro del Gobierno de Torrijos, su amigo personal, pues «no le estoy diciendo que no a la música, le estoy diciendo que sí al país». Aunque Blades no milita en el Partido Revolucionario Democrático (PRD), del que Torrijos es líder, participó ampliamente en el desarrollo de los comicios, e incluso acompañó a éste en su campana electoral, cuyos actos públicos cerraba con su emblemática canción Patria.

En su honor, no obstante, añadiré que el llamado padre de la salsa socia» pagó un precio por su apoyo a aquel, al haber sido excluido por el Gobierno de la anterior mandataria, la terrorista Mireya Moscoso, de los festejos oficiales celebrados el 3 de noviembre de 2003 por el Centenario de la República de Panamá. Blades actuó finalmente en las celebraciones, pero en un concierto al margen del programa oficial. Incluso es notorio, que la siniestra mujerzuela conspiró en la TV pública, para que en el noticiero de máxima audiencia corriera el rumor de que Blades había asesinado a su esposa. La información era absolutamente falsa; Robert Blake (y no Rubén), el actor protagonista de Baretta era quien había matado a su mujer.

Hace unas semanas, Blades regresaba a Panamá tras una «exitosa» gira o prometedor viaje de negocios por varias capitales europeas, entre ellas Madrid, donde promocionó a su patria como «maravilloso destino turístico», «emporio de paz y sosiego»,y «bendita tierra que une los dos océanos«.

Lo malo fue que se al pisar el aeropuerto se enteró de la caída en picado de su popularidad como responsable de turismo. Las encuestas le colocan en el farolillo rojo, a la cola pues de todos los altos cargos del gobierno Torrijos. ¿Razones?. Blades pasa más tiempo fuera de su país que dentro. Rubén se presentó hace años a las elecciones y sufrió un revés espectacular. Blades blasona de su amistad con empresarios estadounidenses que están deseosos de invertir en la tierra del canal, o de sus amigos famosos como Antonio Banderas que le ha prometido crear allá «una nueva Marbella«. Y para colmo, aquel gramo de objetividad política se ha esfumado.

Aún resuena en Latinoamérica el eco de su enfrentamiento público con Pablo Milanés en una televisión mexicana: ante las diatribas inesperadas de Blades sobre el sistema político de Cuba, el autor de joyas como Yolanda defendió su Revolución con tanta radicalidad, como débiles se hacían los insultos del creador de Pedro Navaja hacia Fidel Castro.

Hoy, en pleno verano del 2005, Rubén sigue viajando incansable en tren, avión o limusina, continúa corriendo de acá para allá buscando turismo para su bendito país. Tal vez huyendo de sí mismo, buscando el arca perdida o el sueño que dejó caer de su mochila. Es tanto lo que se mueve (sobre todo hacia abajo) que ya le llaman «Blades Runner».