Decir que los poetas son juglares es afirmar algo que no deja dudas. La tradición tiene mucho de mito y aunque a veces éste se sostiene sobre la ficción, la fuerza de la creencia construye su propia verdad histórica. Para el caso, vale referir lo siguiente: no se sabe si Homero fue un hombre de […]
Decir que los poetas son juglares es afirmar algo que no deja dudas. La tradición tiene mucho de mito y aunque a veces éste se sostiene sobre la ficción, la fuerza de la creencia construye su propia verdad histórica.
Para el caso, vale referir lo siguiente: no se sabe si Homero fue un hombre de carne y hueso; sin embargo, en la retina del pueblo griego quedó la imagen de un trovador que iba de pueblo en pueblo recitando pasajes y episodios de La Ilíada y La Odisea.
La leyenda dice que la gente lo escuchaba con el corazón estrujado y los ojos derramando lágrimas. Así, el primer cantor que se consagró como cronista fue un heraldo del verso y la metáfora.
La Academia Sueca no está cometiendo ningún exabrupto cuando le otorga el premio de Literatura a Bob Dylan, a quien, debo admitirlo, mis oídos jamás repararon, ni en su voz ni en lo que decían sus letras; acaso porque en materia de idiomas estoy perfectamente condicionado para no entender nada, pero, además, porque mis gustos por el rock se quedaron con Los Beatles, cuyas canciones coincidieron con los años de una juventud contestataria y revolucionaria.
Los que somos hinchas de la literatura, como otros lo son del fútbol, esperamos este acontecimiento. En estos predios del señor es posible que, entre los que están en lista de espera y los que salen ganadores, haya gente de izquierda. Algunos de ellos tuvieran el cartel de comunistas confesos y convictos. Lamentablemente, entre muchos buenos escritores comunistas, el premio lo vieron como un cometa celeste: pasó lejos de quienes de manera legítima se lo merecían. La desgracia es mayor pues los activistas comunistas de tiempos ha y los de ahora son los que menos leen literatura.
El año de 1922, tres fueron los grandes libros que se publicaron en el planeta: Tierra Baldía, de Eliot; El Ulises, de Joyce; y, Trilce, de Vallejo. La Academia Sueca no se dio por enterada. Eliot se hizo del Nobel en 1948, cuando Vallejo tenía ya 10 años de muerto. Solo con su Trilce, tenía más méritos que todos los famosos, y merecía el Nobel. Nunca lo obtuvo. Y, pese a que se comió literalmente su hambre, se mantuvo íntegro. Sus poemas serán pan del alma mientras la humanidad viva.
Nazim Hikmet, el poeta turco, en un extraordinario poema confesaba a su hija que lo dejaba al cuidado del Partido, que cuando papá no esté, no se olvidara de seguir construyendo la primavera. Nunca tuvo el Nobel, y tampoco lo obtuvo Vladimir Myakosvski y tampoco el extraordinario Federico García Lorca.
En tiempos más recientes, si de escritores sin camiseta ideológica y política se trata, el gran Jorge Borges no obtuvo el Nobel. El hombre se murió, acaso esperando en la luminosidad de su ceguera, un premio que nunca llegó.
Sartre en 1964 fue nominado a recibir el Nobel, pero tuvo la grandeza de rechazarlo. Los inicios de esa década fueron de oleadas sociales anti sistemas y él ahí en medio de la tormenta con su pasión al tope.
Por esos años, los chinos emprendían su revolución cultural; los guerrilleros cubanos tomaron el monte dispuestos a «incendiar la pradera»; Ho Chi Minh dirigía sus huestes contra los invasores yanquis.
En el Perú, Luis de la Puente abría sus tres frentes guerrilleros y lo mismo hacían Béjar, Heraud, Elías, Tello y algunos más.
El rechazo de Sartre al Nobel fue una muestra de ética y de desprendimiento. Alguna vez, dijo de Luis de la Puente: «Tienen ustedes razón de creer en Luis de la Puente Uceda, porque ese tipo de hombres suelen cambiar la historia». Sartre creía en la revolución, no en los premios.
En nuestro continente, el premio ha sido otorgado a escritores afines a la izquierda: Pablo Neruda, García Márquez, Miguel Ángel Asturias, Saramago, son universales no por el Nobel en sí sino porque sus obras son joyas creadas para hacer más humana a la especie.
Más allá de los juicios ideológicos, las obras de Octavio Paz y de Mario Vargas Llosa, tienen asegurado un lugar entre los que sobrevivirán por sus obras.
¿Bob es un buen poeta? Supongo que debe serlo. Nicanor Parra lo ha reconocido y si lo ha hecho él, no hay motivo para no creerle.
Un Nobel para el cantor no me parece mal. La Academia a veces nos da gusto y a veces no. No nos gusta Bob Dylan. «Un poco de calma, camaradas», nos pedía Vallejo.
¿Y si el premio lo hubiera recibido el poeta y cantante Vinicius de Moraes, pensaríamos lo mismo? De esa Antología Sustancial, que me llegó por los caminos de los sueños, leo esto:
«Y tiene intimidad con el silencio
Para el que oye la música nocturna».
Definitivamente: los grandes poetas no siempre recibieron la gracia de los ángeles.
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