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Bocas del tiempo (II)

Fuentes: La Insignia

El jacarandá En las noches, Norberto Paso acarreaba bolsas en el puerto de Buenos Aires. En los días, lejos del puerto, levantaba esta casa. Blanca le subía los ladrillos y los baldes de mezcla, y las paredes iban creciendo en torno al patio de tierra. Esta casa estaba a medio hacer cuando Blanca trajo un […]

El jacarandá

Bocas del tiempo

En las noches, Norberto Paso acarreaba bolsas en el puerto de Buenos Aires.

En los días, lejos del puerto, levantaba esta casa. Blanca le subía los ladrillos y los baldes de mezcla, y las paredes iban creciendo en torno al patio de tierra.

Esta casa estaba a medio hacer cuando Blanca trajo un jacarandá del mercado. Era un árbol chiquito, ella había pagado un platal. Norberto se agarró la cabeza:

Estás loca -dijo. Y la ayudó a plantarlo.

Cuando terminaron esta casa, Blanca murió.

Ahora han pasado los años, y Norberto sale poco. Una vez por semana, viaja unas horas hasta el centro de la ciudad, y se junta con otros viejos que protestan porque la jubilación es una mierda que no alcanza ni para pagar la soga donde colgarse.

Cuando Norberto regresa, tarde en la noche, el jacarandá lo está esperando.

A contramano

Las ideas del semanario Marcha revelaban cierta inclinación al rojo, pero más rojos estaban los números. Hugo Alfaro, que además de ser periodista hacía las veces de administrador y cumplía la insalubre tarea de pagar las cuentas, saltaba de alegría en raras ocasiones:

¡Tenemos la edición financiada!

Había llegado publicidad. En la historia universal del periodismo independiente, siempre se ha celebrado semejante milagro como una prueba de la existencia de Dios.

Pero al director, Carlos Quijano, se le ponía verde la cara. Horror: no había peor noticia que aquella buena noticia. Si entraba publicidad, se iba a sacrificar alguna página, o varias, y cada pedacito de página era un sagrado espacio imprescindible para cuestionar certezas, arrancar máscaras, alborotar avisperos y ayudar a que mañana no fuera otro nombre de hoy.

Al cabo de treinta y cuatro años, la dictadura militar irrumpió en el Uruguay y acabó con Marcha y otras locuras.

Exorcismo

Ocurrió en 1950. Contra todo pronóstico, contra toda evidencia, Brasil fue derrotado por Uruguay y perdió su campeonato mundial de fútbol.

Después del pitazo final, mientras caía el sol, el público siguió sentado en las gradas del recién inaugurado estadio de Maracaná. Un pueblo tallado en piedra, inmenso monumento a la derrota: la mayor multitud jamás reunida en la historia del fútbol no podía hablar, ni podía moverse. Allí se quedaron los dolientes, hasta bien entrada la niche.

Y allí estaba Isaías Ambrosio. Le habían regalado una entrada, por haber sido uno de los albañiles que habían construido aquel estadio.

Medio siglo después, Isaías seguía estando allí.

Sentado en el mismo lugar, ante las gradas vacías del gigante de cemento, repetía su inútil ceremonia. Cada atardecer, a la hora fatal, Isaías trasmitía la jugada que había sellado la derrota, pegada la boca a un micrófono invisible, para la audiencia de una radio imaginaria. La trasmitía paso a paso, sin olvidar ningún doloroso detalle, y con voz de locutor profesional gritaba el gol, o más bien lo lloraba, y volvía a llorarlo, como en la tarde anterior y en la tarde siguiente y en todas las tardes.

La televisión

A fines del año 1999, el presidente del Uruguay inauguró una escuela en la zona de Pinar del Norte.

Por tratarse de un barrio de gente pobre y trabajadora, el primer mandatario quiso enaltecer con su presencia este acto cívico.

El presidente llegó desde el cielo. Vino en helicóptero, acompañado por las cámaras de televisión.

En su discurso rindió homenaje a los niños de la patria, que constituyen nuestro capital más valioso, y exaltó la importancia de la educación, que es la más rentable inversión en este mundo tan competitivo. A continuación, se entonó el himno nacional y se lanzaron al aire globos de colores.

Entonces, en el momento culminante de la ceremonia, el presidente regaló un juguete a cada uno de los alumnos.

La televisión transmitió todo en directo.

Cuando las cámaras terminaron su trabajo, el presidente regresó al cielo. Y las autoridades de la escuela procedieron a recuperar los juguetes repartidos. No fue fácil arrancarlos de manos de los niños.

La geografía

En Chicago, no hay nadie que no sea negro. En pleno invierno, en New York, el sol fríe las piedras. En Brooklyn, la gente que llega viva a los treinta años merecería una estatua. Las mejores casas de Miami están hechas de basura. Perseguido por las ratas, Mickey huye de Hollywood.

Chicago, New York, Brooklyn, Miami y Hollywood son los nombres de algunos de los barrios de Cité Soleil, el suburbio más miserable de la capital de Haití.

El mercado global

Árboles de color canela, frutos dorados.

Manos de caoba envuelven las semillas blancas en paquetes de grandes hojas verdes.

Las semillas fermentan al sol. Después, ya desenvueltas, el sol las seca, a la intemperie, y lentamente las pinta de cobre.

Entonces el cacao inicia su viaje por la mar azul.

Desde las manos que lo cultivan hasta las bocas que lo comen, el cacao se procesa en las fábricas de Cadbury, Mars, Nestlé o Hershey y se vende en los supermercados del mundo: por cada dólar que entra en la caja, tres centavos y medio van a las aldeas de donde el cacao viene.

Un periodista de Toronto, Richard Swift, estuvo en una de esas aldeas, en las montañas de Ghana.

Recorrió las plantaciones.

Cuando se sentó a descansar, sacó de su mochila unas barras de chocolate. Antes del primer mordisco, se encontró rodeado de niños curiosos.

Ellos nunca habían probado eso. Les encantó.

Prodigiosa ciencia

A los veintiséis años, entró al quirófano por primera vez.

Desde entonces, vivió entre el quirófano y el escenario.

¿De qué color es la cumbre del mundo? Del color de la nieve. Para ser rey de reyes, el más alto entre los más altos, él cambió de piel, de nariz, de labios, de cejas y de pelo. Pintó de blanco su piel negra, afiló su nariz ancha, sus labios gruesos y sus cejas pobladas y se implantó pelo lacio en la cabeza.

Gracias a la industria química y a las artes de la cirugía, de inyección en inyección, de operación en operación, al cabo de veinte años su imagen quedó limpia de la maldición africana. Ya no tenía ni una sola mancha. La Ciencia había derrotado a la naturaleza.

Para entonces, su piel tenía el color de los muertos, su nariz muchas veces mutilada había sido reducida a una cicatriz con dos agujeros, su boca era un tajo teñido de rojo y sus cejas un dibujo de susto, y se cubría la cabeza con pelucas.

Nada quedaba de él. Sólo el nombre. Se seguía llamando Michael Jackson.

La información global

Unos meses después de la caída de las torres, Israel bombardeó Yenín.

Este campo de refugiados palestinos quedó reducido a un inmenso agujero, lleno de muertos bajo las ruinas.

El agujero de Yenín tenía el mismo tamaño que el de las torres de Nueva York.

Pero, ¿cuántos lo vieron, además de los sobrevivientes que revolvían los escombros buscando a los suyos?

Héroes

Desde lejos, los presidentes y los generales mandan matar. Ellos no pelearán más que en las reyertas conyugales. No derramarán más sangre que la de algún tajito al afeitarse. No respirarán más gases venenosos que los que escupe el automóvil. No se hundirán en el barro, por mucho que llueva en el jardín. No vomitarán por el olor de los cadáveres pudriéndose al sol, sino por alguna intoxicación de hamburguesas. No los aturdirán las explosiones que despedazarán gentes y ciudades, sino los cohetes que celebrarán la victoria. No les acosarán el sueño los ojos de sus víctimas.

La fundación de los días

Es el primero. Cuando se acerca el fin de la noche, el desafinado rompe el silencio. El desafinado, que jamás se cansa, despierta a los maestros cantores. Y antes de la primera luz, todos los pájaros del mundo inician su serenata en la ventana, volando sobre las flores que se les parecen.

Algunos cantan por amor al arte. Otros transmiten noticias, o cuentan chismes o chistes, o echan discursos, o proclaman alegrías. Pero todos, los artistas, los periodistas, los chismosos, los chistosos, los latosos y los loquitos se unen en una sola algarabía a plena orquesta.

¿Los pájaros anuncian la mañana? ¿O cantando la hacen?

(*) Textos pertenecientes al libro libro del autor Bocas del tiempo. México, Siglo XXI, 2004. 347 p. Reproducidos con autorización de la editorial.