En la búsqueda de la alternativa al actual e injusto modelo de sociedad, bueno será recordar ideas emancipadoras que han llegado a encarnarse en procesos reales de cambio y por tanto se han transformado en hecho social: la revolución francesa, la lucha por la independencia de América Latina, las revoluciones socialistas del siglo XX y […]
En la búsqueda de la alternativa al actual e injusto modelo de sociedad, bueno será recordar ideas emancipadoras que han llegado a encarnarse en procesos reales de cambio y por tanto se han transformado en hecho social: la revolución francesa, la lucha por la independencia de América Latina, las revoluciones socialistas del siglo XX y la actual revolución bolivariana en Venezuela.
En cada uno de esos procesos podemos detectar una serie de características comunes:
a) Surgen de una crisis económica, social e ideológica(¿???) de la sociedad anterior. La vieja estructura muestra su inviabilidad y la sociedad reclama nuevas formas de organización.
b) Existe previamente una propuesta ideológica nueva, que impide que pueda sostenerse que la crisis tiene una causa accidental (mal rey, mala cosecha, etc.) y empuja a la sociedad a romper con el fatalismo de que no existe nada nuevo bajo el Sol.
c) El proceso de cambio implica un proceso de acción destructiva de lo viejo.
d) En este contexto se consolida una nueva forma de organización social, sobre la base de las concepciones ideológicas previas pero también en función de cómo estas se pueden aplicar en la práctica. Se abre un proceso de experimentación social que consolida una nueva propuesta organizativa, que difiere parcialmente de los planteamientos iniciales
e) Este proceso de creación social está condicionado por la reacción interna y externa a los cambios y por la necesidad de construir una organización coherente en relación a los medios culturales y económicos disponibles.
f) La Revolución se consolida y se reinterpreta teóricamente para justificar su forma final.
La herencia de la Revolución francesa
La Revolución Francesa fue una enorme convulsión social en la que emergieron ideas y propuestas que removieron el viejo orden y abrieron las puertas de la libertad y emancipación humana hacia un horizonte que iba mucho más allá de los resultados que finalmente se obtuvieron.
Fue una revolución burguesa, pero como diversos autores han apuntado, muy particular. Las condiciones históricas no permitieron un cambio negociado entre aristocracia y burguesía como en Inglaterra, porque la crisis del trigo (que movilizó efectivamente por hambre a las clases populares), no permitía a la aristocracia reconvertir sus explotaciones feudales en capitalistas. Frente a esa resistencia, la burguesía tuvo que aceptar la movilización de las clases populares (sans culottes) para desplazar violentamente a la nobleza, que no aceptaba negociar la perdida del diezmo y sus privilegios jurídicos en un contexto de crisis. Sin embargo una vez las capas populares estuvieron movilizadas y percibieron que podían literalmente cortar la cabeza de quien siempre les había mandado, reformularon sus aspiraciones de manera mucho más ambiciosa.
Estos grupos percibieron que no sólo eran explotados por la nobleza, sino que los especuladores, los rentistas, los acaparadores, formaban parte de los explotadores aunque no fueran de sangre noble. Por las razones antes expuestas, durante un tiempo la burguesía se radicalizó, desplazando a los girondinos (partidarios de la negociación con el rey) por los jacobinos, que se apoyaron en las clases populares y aceptaron ciertas medidas socializadoras (impuestos, precios máximos, requisas) de manera coyuntural, para poder imponerse militarmente a una nobleza que se resistía ferozmente a los cambios, porque a diferencia de Inglaterra le era muy difícil convertirse en propietarios capitalistas. En ese periodo aparece por primera vez una corriente socialista autónoma de los jacobinos, con los sectores agrupados bajo Hèbert.
Un aspecto muy relevante de ese periodo es el recurso al Terror. La inseguridad en las fronteras se resuelve recurriendo a una «Dictadura» transitoria para liquidar a la nobleza conspiradora, pero ese Terror anula también las formas democráticas de participación y convierte la lucha política en una lucha de lideres jacobinos contra reaccionarios, prescindiéndose de la iniciativa popular. La burguesía utilizó su poderoso Comité de Seguridad Pública para anular los Tribunales Populares, la lucha abierta de ideas de los clubs políticos y la prensa. De hecho el Terror llevó la revolución al terreno de las nuevas élites, haciéndola pasar de las calles a los comisarios y prefectos.
En ese contexto de desmovilización, una vez la burguesía, que era hegemónica entre los jacobinos, vio que tenía la situación controlada frente a la nobleza y la iglesia, pasó a aplicar el Terror sobre los Herbistas y empezó a ejecutarles. Para mantener las formas a Hèbert se le ejecutó junto a Danton (dirigente girondino), para dar la imagen de aplicar equitativamente el Terror hacia la derecha y la izquierda.
Pero Robespierre, dirigente de los jacobinos, hizo un mal cálculo con la liquidación de los dirigentes populares, porque una vez liquidada la izquierda, la gran burguesía ya no necesitó a los jacobinos. A los pocos meses sobrevino la reacción Termidoriana y fue Robespierre quien a su vez acabó pasando por la guillotina.
Es tras ese periodo donde surge con fuerza la voz de Babeuf, quien recogiendo sistemáticamente la difusa ideología de Hèbert planteará la necesidad de una nueva revolución que complete la obra iniciada en 1789 estableciendo una sociedad comunista. Así planteará la abolición de la herencia y una profunda reforma agraria que convierta en iguales a los ciudadanos y por tanto radicalice la democracia hasta la igualdad. Babeuf ocupa un destacado lugar en los primeros capítulos de las historia del movimiento y pensamiento socialista.
Napoleón1 cerró los clubs políticos que difundían abiertamente las ideas de Babeuf y este pasó a la clandestinidad. En ella surge otra innovación de Babeuf, su táctica conspirativa. Esta se basaba en articular una estructura piramidal dirigida por un Comité de 7 personas, que preparaba una insurrección armada2. Su técnica insurreccional se basa en una preparación muy cuidada de toda la operación como acción militar a cargo de un grupo clandestino de activistas comprometidos, que pretendían tomar la dirección de las masas. Los iguales se organizaron en células independientes entre sí, cuyos miembros desconocían a los de otras células, apelaron directamente a la clase obrera de París utilizando el periódico como mecanismo de propaganda, formaron células en los barrios, pueblos, ejército y policía. Desde entonces los métodos de Babeuf quedarían como modelo para la revolución socialista: Blanc, Blanqui o Lenin se inspiraron en la idea de hacer la revolución por medio un partido firmemente estructurado que crease las condiciones ideológicas y organizativas del cambio.
Una segunda contribución de Babeuf es su plan de acción a aplicar tras el triunfo de la revolución. Frente a los socialistas utópicos posteriores que confían en el automatismo espontáneo social, Babeuf cree que la tarea de transformación de la sociedad sólo puede ser ejecutada por una dictadura revolucionaria, provisional, que tiene como fin asegurar la transición a una auténtica situación de igualdad. Una vez distribuida la riqueza y consolidada la igualdad entre las personas, la Dictadura daría paso a una amplia democracia. Esta idea seria recogida por autores como Marx y Lenin, que formularán en un sentido parecido su concepto de Dictadura del Proletariado como forma de gobierno transitorio para las revoluciones en que se verán implicados (Comuna de París en 1871 y Revolución Rusa en 1917).
Babeuf quiere instaurar la felicidad, es decir, la igualdad en el goce de los bienes. Hay que instaurar la igualdad económica y, sobre ella, la igualdad política. La idea fundamental es la distinción aprendida del feudalismo entre dominio directo y dominio útil. Aquél ha de ser un dominio de la sociedad. Hay que construir, por tanto, la propiedad colectiva de la tierra. Para ello la dictadura provisional comenzará por incautarse de los bienes pertenecientes a los emigrados y los enemigos de la república, y procederá a una redistribución de la riqueza. Esto preparará al pueblo para el segundo y definitivo paso que es la abolición de la propiedad. Paso que se dará paulatinamente mediante la abolición de la herencia, de modo que en el curso de una generación toda la riqueza pase a ser propiedad social. El uso de esta propiedad sería individual o familiar. La familia sería el agente de la producción, la cual permitiría atender a las necesidades de todos, porque el trabajo sería mucho más abundante y eficaz. Además, el trabajo libre se convertiría en realización personal. La producción estaría entregada a agentes individuales; pero no la distribución. Habría graneros colectivos que recogerían la producción, administrados por funcionarios elegidos. El pueblo se habría convertido en una comunidad de iguales, trabajadores sin propiedad privada, sin avaricia, pero llenos de virtud moral. Las grandes ideas morales de la humanidad y la revolución (Libertad-Igualdad-Fraternidad) son las que están empujando el pensamiento comunista de Babeuf. Es un comunismo para una sociedad rural, frugal, que entonces empezaba a desaparecer.
Pero lo que tiene más interés es observar cómo Babeuf define el estado en la sociedad socialista. Para definir la forma ideal de gobierno se inspira en los conceptos enunciados por Rousseau: «Para que el estado social sea perfeccionado, es necesario que cada uno tenga lo suficiente y que nadie tenga en demasía» y por Robespierre: «La finalidad de la sociedad, dice en su Declaración de los Derechos, es la felicidad común, es decir, evidentemente, la felicidad igual de todos los individuos, que nacen iguales en derechos y en necesidades.
Sobre esa base hace la formulación de cual es el objetivo de la organización del gobierno socialista que propone cuando enuncia me he comprometido con el pueblo a mostrarle el camino de la felicidad común; a guiarle hasta el fin, a pesar de todos los esfuerzos del patriciado y del monarquismo; a hacerle conocer el porqué de la revolución; a probarle que ésta puede y debe tener por último resultado el bienestar y la felicidad, la suficiencia de las necesidades de todos.
Bolívar: La lectura latinoamericana de la Revolución Francesa
Bolívar entrará en contacto con la Revolución Francesa en España en 1800 a través del Marqués de Urdariz. Este caraqueño asentado en Madrid le facilitará el acceso a la lectura de textos que llegaban clandestinamente a España. También en su casa tendrá ocasión de participar en animadas tertulias de círculos liberales españoles. Entre septiembre de 1801 y abril de 1802 estará en Francia, cinco años después de la ejecución de Babeuf. Aunque se confiesa admirador de Napoleón en ese momento, es más que probable que tuviese acceso a las publicaciones de Marat, Robespierre y Babeuf que circulaban en esos años. Es cualquier caso parece seguro que debió entrar en contacto al menos con las ideas de estos pensadores, a través de tertulias y conversaciones, puesto sus ideas circulaban oralmente en una Francia aún en efervescencia post-revolucionaria.
Después de la muerte de su primera mujer, entre 1803 y 1806 volvería Europa para visitar Madrid, Londres, París, Viena, Milán, Roma y Nápoles, regresando por Estados Unidos, donde visitó varias de sus ciudades del Atlántico. Bolívar conocerá, acompañado en parte de su viaje de su querido maestro Simón Rodríguez, una Europa convulsa bajo las guerras napoleónicas, que hunden a la monarquía española en una profunda crisis. Aparte de una componente personal para recuperarse de la muerte de su mujer, el viaje tuvo un interés político. Parece claro que le atrae el dominio en el manejo de los bienes del estado y todo aquello que puede ser útil para el bienestar de su patria. Puso especial atención a la relación de influjo y veneración que había logrado Napoleón con el pueblo francés en esos días de gloria. En Roma, rodeado de los recuerdos de la época republicana, se consolidó su convicción plena de que debía lucha por la libertad de los pueblos americanos y de que esa era tarea a ejecutar de ahí en adelante. Ello culmina en el juramento del Monte Sacro. Su último viaje a Europa con Luis López Méndez y su antiguo maestro Andrés Bello será como diplomático a Londres, ya en una delegación de Venezuela en 1810.
Su pensamiento combinó el conocimiento de las ideas más avanzadas de su tiempo con las que había entardo en contacto en la convulsa Europa, junto la vivencia de una realidad hispanoamericana impregnada de opresión y mestizaje. No está de más resaltar que precisamente esa toma de contacto era muy superior a la de muchos intelectuales españoles, y ya no digamos de sus gobernantes, cada vez más cerrados en sus fronteras para hacer frente a la epidemia revolucionaria de Francia, por medio de un cordón sanitario intelectual que bloqueó correspondencia y el tráfico de libros.
Su pensamiento maduró lentamente a partir de ese poso adquirido. Su expresión más sólida quedará definida sólo tras muchos años y mucha práctica política. Bolívar conocerá la victoria y la derrota, se verá aclamado en su gloriosa entrada en Caracas en 1813, pero cercado deberá huir y exiliarse. Verá como el imperio español utiliza a los esclavos contra los criollos para evitar la independencia y observará la sólida fuerza de los pobladores llaneros dirigidos por Páez.
El Segundo Congreso de Venezuela, convocado por Bolívar, se reúne en Angostura el 15 de Febrero de 1819. Es en ese momento en que se expresa la máxima madurez política del Libertador, donde se expresan las ideas que van a permitir iniciar el combate definitivo por la Independencia. Lo que se inicia como una simple lucha por la independencia de una monarquía destruida por su degradación y por la invasión napoleónica, se convierte en una formulación nueva para una sociedad que solo ha conocido la opresión y la subordinación.
Las ideas-fuerza que expresa ese pensamiento son:
1) El carácter igual de los hombres frente el esquema imperial de castas devenidas de la voluntad divina. Los hombres nacen todos con derechos iguales a los bienes de la sociedad. Ello a pesar de que los hombres no son iguales entre si: La naturaleza hace a los hombres desiguales, en genio, temperamento, fuerzas y caracteres. Las Leyes corrigen esta diferencia porque colocan al individuo en la sociedad para que la educación, la industria, las artes, los servicios, las virtudes, le den una igualdad ficticia, propiamente llamada política y social.
2) Una expresión fundamental de esta igualdad es la emancipación de los esclavos que instituye por Decreto en 1816. En Angostura plantea: La esclavitud rompió sus grillos, y Venezuela se ha visto rodeada de nuevos hijos, de hijos agradecidos que han convertido los instrumentos de su cautiverio en armas de Libertad. Si, los que antes eran Esclavos, ya son Libres: los que antes eran enemigos de una Madrastra, ya son defensores de una Patria. Esta emancipación resultaría determinante para dar soporte al programa independentista, pero se veía amenazada por los intereses de la clase criolla que hegemonizó ese proceso. Bolívar insiste en ese aspecto de su programa, porque predetermina el modelo de sociedad a que se aspira: imploro la confirmación de la Libertad absoluta de los Esclavos, como imploraría mi vida, y la vida de la República.
3) El gobierno no es un fin en sí mismo, no tiene una finalidad idealista, ni metafísica fuera de las necesidades de los hombres. El Estado debe servir a fines específicos y en función de cómo los cumple debe ser evaluado. Por tanto no existe un modelo de gobierno ideal a copiar de cualquier otro lugar, sino que se debe improvisar su arquitectura en función de examinar si cumple correctamente sus objetivos. No olvidando jamás que la excelencia de un Gobierno no consiste en su teórica, en su forma, ni en su mecanismo. sino en ser apropiado a la naturaleza y al carácter de la Nación para quien se instituye.
4) Los objetivos supremos de la sociedad organizada deben definirse en función de sus resultados para el conjunto de la sociedad. Para Bolívar: El sistema de Gobierno más perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social, y mayor suma de estabilidad política. Esta formulación radical de la función del Estado enlaza con la que Babeuf plantea desde su perspectiva socialista.
5) Pero este desarrollo debe realizarse armónicamente con las posibilidades que permite en ese momento la sociedad latinoamericana. Bolívar es muy consciente de lo limitado que es el punto de partida y de lo peligroso que puede ser un enfoque ideológicamente dogmático en ese contexto: Las reliquias de la dominación Española permanecerán largo tiempo antes que lleguemos a anonadarlas: el contagio del Despotismo ha impregnado nuestra atmósfera, y ni el fuego de la guerra, ni el específico de nuestras saludables Leyes han purificado el aire que respiramos. Y más adelante expresa: No aspiremos a lo imposible, no sea que por elevarnos sobre la legión de la Libertad, descendamos a la región de la tiranía.
6) La educación debe ser un motor de cambio.
7) El carácter continental de su obra. Si Hispanoamérica no genera un gran espacio político, se vera condenada a la marginalidad y a nuevas formas de dependencia.
Sin duda un indicador de hasta qué punto Bolívar se adelantó a su tiempo reside en el hecho de que la emancipación de los esclavos no fuera reconocida por los gobiernos posteriores hasta 1854 y que la unidad latinoamericana, ni tan siquiera lo que fue la Gran Colombia que presidio, aún hoy no se haya alcanzado.
El concepto de socialismo en el siglo XX
No dispongo aquí del espacio suficiente para elaborar una análisis detallado de cómo evolucionó la idea y la praxis de socialismo a lo largo del siglo XX. Las ideas de Babeuf llegaron a través de Buonarroti, Blanqui, Marx y Lenin depuradas al siglo XX. Estos autores fueron superando el elitismo de Babeuf, articulando un análisis económico más profundo y una articulación conspirativa más efectiva (más política y menos militarista) y participativa (de un partido con un líder en que sólo fluye información de arriba abajo, se pasa a un partido con participación de la base y flujo de información en doble dirección).
La evolución del pensamiento y acción socialista ha sido compleja. Ha generado grandes resultados: crecimiento industrial en países atrasados, generalización de las políticas de bienestar en la sanidad y la educación, terminó con el viejo sistema colonial, y se opuso al recurso a las guerras imperialistas. Pero no ha estado exento de dificultades y errores. En general se observa en el siglo XX una praxis socialista cargada de clichés, esquematismos y uniformidad de un proceso que tiene mucho de eurocentrista.
El frío juez de la Historia nos informa que en último término buena parte de estas formulaciones finalmente fracasaron, a pesar de sus éxitos iniciales. Hoy esos procesos deben ser analizados minuciosamente para extraer de ellos las experiencias positivas y negativas. Pero este estudio no puede ser objetivo. Para unos se trata de estudiar esas revoluciones para evitar que los de abajo vuelvan a rebelarse. Para otros se trata de estudiarlas para ver donde se equivocaron y lograr avanzar allá donde se encallaron. Para los primeros vale cualquier cosa para desprestigiarlas y desanimar a los de abajo de que osen cambiar el mundo. Para los segundos es imprescindible conocer la verdad y los datos para evitar tropezar con el mismo error.
Desde mi punto de vista, algunos de los errores en el siglo XX tienen su raíz en Babeuf. Se trata de conceptos que se han mantenido y están en la base de las crisis del socialismo del siglo XX, en particular me interesa insistir en dos:
1) El concepto de Dictadura del Proletariado. Tal como deviene del jacobinismo y de Babeuf, es un planteamiento incoherente y con alto riesgo político. Es incoherente porque si se aspira a representar a la mayoría, no hay razón para sustituir la democracia. Y es arriesgado porque promueve procesos políticos de sustitución del sujeto revolucionario por una burocracia que acaba teniendo intereses particulares que se apartan de los de la mayoría. De hecho en Francia tenía la posible justificación de que no era fácil pasar de la democracia censitaria (sólo votaban los ciudadanos que pagaban impuestos y tenían domicilio fijo: la burguesía) a la democracia universal en una sociedad sin medios de gestión y con alto analfabetismo. En el caso de Rusia se empleó otra justificación basada en que el proletariado era minoritario respecto del campesinado (pero nótese el absurdo de que se desarrollara un modelo de socialismo opuesto a los intereses de los campesinos). En el mundo de hoy, los trabajadores son tan mayoritarios respecto a sus explotadores que no es posible ni tan siquiera emplear las precarias justificaciones que se dieron en el pasado. Lo que necesita la «transición» no es una Dictadura sino más participación, más democracia. El gran problema de los procesos revolucionarios es cómo mantener el máximo periodo de tiempo posible la movilización social, hasta barrer los fundamentos de los viejo, sabiendo que lo natural en una sociedad no es la «revolución permanente» sino la paz social. La mayoría de las personas solo participa políticamente en situaciones de tensión y prefiere dedicarse a sus asuntos (familia, trabajo, ocio, etc.) si puede delegar la actividad política o cree que su movilización no sirve para nada.
2) La mitificación del Terror como medio de cambio. Aunque Babeuf fue muy crítico con el Terror jacobino, que quitó el protagonismo a la sociedad en beneficio de la élite política y desplazó el control de la revolución de las calles a las comisarías, su conspiración militarista después del Termidor de hecho contiene una fuerte añoranza de los medios violentos de esa fase de la revolución. Además, sus herederos -y especialmente Bouanarroti, que es el único conspirador que se escapa de la muerte y años después dejará el único testimonio escrito-, aún serán más partidarios de medir la revolución por los litros de sangre derramada. El Terror selecciona una elite ejecutora que empieza por silenciar al adversario y acaba por silenciar a toda la sociedad: sin palabra no hay movilización, y sin movilización social no hay revolución.
Pero por otra parte hay aspectos de los planteamientos de Babeuf que fueron olvidados en la tradición marxista y que hoy justamente aparecen reivindicados. Por ejemplo el carácter finalista de los gobiernos. ¿Qué define el carácter socialista de un gobierno? ¿Cómo debemos medir la eficiencia de un gobierno? ¿Cómo podemos evaluar su coherencia con los objetivos socialistas? Para Marx la función del gobierno es la socialización de los medios de producción. En la revolución soviética esto se acabará traduciendo en que se mide el socialismo por el porcentaje de medios de producción estatalizados. Esta percepción se basa en un análisis teórico del proceso de producción, pero puede esconder, al movernos de la teoría a la realidad, una cierta simplificación sobre las alternativas posibles (propiedad privada individual o estatal). Los trabajadores soviéticos y de otros países acabaron advirtiendo que ese modelo se podía convertir en un capitalismo de Estado. Ello también está relacionado con el dilema de cómo se controla este Estado, y es claro que sin democracia es difícil que éste se mantenga largos periodos al servicio de la mayoría. Pero existe una forma alternativa definitoria de medir el grado de socialismo que no está caracterizado por unos parámetros teóricos de las formas de propiedad, sino por los resultados sociales obtenidos. Aquí, la orientación de Babeuf, que reformuló Bolívar, en el sentido de que El sistema de Gobierno más perfecto, es aquel que produce la mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social, y mayor suma de estabilidad política resulta muy superior a aquella que mide el socialismo por el peso de la propiedad estatal de los medios de producción.
Adoptar indicadores de resultado social (esperanza de vida, distribución de la riqueza, consumo, etc.) permite disponer de criterios para evaluar desde una perspectiva socialista nueva si es mejor en un caso concreto una propiedad individual, cooperativa, municipal, regional o estatal. Ello no supone negar el análisis teórico, que puede y que debe contribuir al debate, sino insistir en que al final lo que debe decidirnos son los resultados prácticos y no la teoría.
Así, por mucho que diga la teoría, si un fontanero con su empresa individual me atiende mejor que una empresa del Estado, el socialismo debe preservar la existencia de ese tipo de empresa individual. Ello no sólo redunda en la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos de esa sociedad socialista, sino que permite extender coherentemente esa misma regla a la crítica estructural de las sociedades capitalistas. Obsérvese las virtudes conmutativas de esa regla. Así, bajo condiciones de capitalismo, los mismos partidarios de ese nuevo socialismo frente a un monopolio como el servicio de electricidad si demuestran (y ello es bien fácil) que atiende mejor al ciudadano cuando es público que cuando es privado, pueden sostener que no es oportuna su privatización, no tan sólo desde una perspectiva teórica socialista, sino porque es la opción en la práctica más racional. En este caso son los voceros del capitalismo quienes aparecen como ideólogos a la defensiva, si sostienen que esa producción debe ser privada por principio, aunque funcione peor que bajo un régimen público.
Evidentemente los neoliberales seguirán sosteniendo las privatizaciones porque su problema no es teórico sino práctico: apropiarse de los grandes beneficios del tejido económico. Sin embargo, un enfoque emancipador fundamentado en elementos empíricos racionales y demostrables facilita mucho más la articulación y hegemonía de una conciencia opuesta al neoliberalismo.
En este sentido tiene relevancia considerar, en la definición del socialismo del siglo XXI, el pensamiento de Bolívar. No solo tiene elementos que lo hacen cercano a las tradiciones marxistas (negación de la esclavitud y el racismo o planteamiento internacionalista en la aspiración política continental), sino que además tiene elementos que se inspiran en la tradiciones socialistas de la Revolución Francesa, que aparecen por esa vía de manera oportuna con voz propia en la reflexión abierta sobre el socialismo en el siglo XXI.
El proceso en Venezuela y sus bases teóricas
Este siglo está empezando con un proceso de emancipación social de nuevo tipo en Venezuela, que llama poderosamente la atención en todo el mundo, pero muy especialmente en Latinoamérica. Este proceso tiene elementos particulares derivados de su situación específica y otros vinculados a la globalización. Se trata de un proceso de emancipación nacional, que frente al hegemonismo de EEUU (que expresa políticamente el paradigma del neoliberalismo en el mundo y particularmente en Latinoamérica), sintetiza la tradición europea socialista y la tradición continentalista y popular Bolivariana
El preámbulo de la presente revolución fue el Caracazo, una rebelión popular que surge espontáneamente en febrero de 1989 ante la quiebra de los precarios sistemas de protección social de Venezuela y que acaba en una masacre. Se trata de una represión dirigida por un gobierno formalmente socialdemócrata, que llevó a un total desprestigio de las fachadas partidarias que encubrían políticas neoliberales. La formulación de la alternativa se plasmó primero insurreccionalmente por un núcleo de militares bolivarianos que, tras fracasar en 1992, reaparecen por la vía electoral en forma de un movimiento progresista cívico-militar que reivindica, frente a la destrucción neoliberal del país, la tradición y el pensamiento de Simón Bolívar.
Los adversarios de los cambios y parte de los teóricos de izquierda denuncian la supuesta inconsistencia de ese bagaje teórico que fue formulado por Chávez como un árbol de tres raíces: Bolívar (igualdad, libertad e integración latinoamericana), Ezequiel Zamora (soberanía popular y unidad cívico-militar) y Simón Rodriguez (educación popular).
Hoy resulta que tal bagaje sí ha sido suficiente para crear un bloque de cambio que ha resistido desde 1998 todas las confrontaciones electorales, golpes de estado, presiones del gran hermano (y de algún hermano enano), bloqueos… Y no solo ha resistido, sino que ha ido cohesionando las clases populares con una fuerza inusitada en estos tiempos de reflujo popular. Su éxito político es la mejor prueba de la utilidad de ese bagaje teórico.
Sin embargo, ello no se debe a una casualidad. Por el contrario, en Venezuela se ha desarrollado una nueva propuesta que tiene una sólida base teórica en la perspectiva de emancipación. Se inserta por una parte en las tradiciones progresistas emancipatorias y por otra parte plantea una aproximación novedosa al socialismo que además de crear nuevas formulaciones es capaz de recuperar valiosas tradiciones que habían sido dejadas de lado en el siglo XX.
En el pasado año este proceso se ha reconocido como un proyecto socialista en construcción. Ello significa un salto cualitativo, en la medida que reconoce en qué tradición se inserta y representa una abierta convocatoria a encontrar complicidades entre los trabajadores de todo el mundo. Ese reconocimiento ha venido acompañado de una llamada a redefinir un nuevo socialismo. Se ha iniciado un debate sobre de qué socialismo se trata y cómo se puede implantar en forma concreta. Y aunque todo está abierto, ya en la práctica hay un gran camino recorrido. En cierta forma todo está por construir en la teoría y en la práctica, pero el pueblo de Venezuela ya está definiendo un nuevo modelo que nos orienta sobre cómo puede ser el socialismo del siglo XXI.
En este sentido hay que empezar a reconocer y destacar algunos nuevos elementos, que probablemente son la antesala para nuevos niveles de desarrollo social avanzado, pero que no pueden ser subvalorados, porque ya son construcción social nueva. Destacan entre ellos las siguientes características innovadoras de ese nuevo socialismo emergente:
–Democrático, respondiendo a las presiones externas no con el recurso fácil al Terror sino con más voz, más debate, más participación, implicando a más personas en el conflicto y renunciando a soluciones desde las elites. Consiguiendo que el furibundo ataque de los adversarios catalice la respuesta popular y se convierta en un boomerang para sus propósitos.
–Pacífico, a pesar de dotarse de los medios para defenderse, evita la provocación y el derramamiento de sangre hasta el límite de lo posible.
–Plural, rehuyendo la formación de un único partido que apueste por el cambio y mantiene una plural gestión del poder. Los partidos progresistas cooperan pero a la vez compiten entre sí electoralmente, manteniendo un sistema efectivo de control mutuo dentro del bloque transformador.
–Económicamente diverso, empleando toda la fuerza del Estado en el desarrollo de las infraestructuras y el comercio exterior, pero impulsando formas de gestión económica social, familiar e incluso privada.
-Empleando el mercado como medio de transmisión de información de precios y evitando el riesgo de corrupción y colapso que supone el centralizar en un único lugar la formación de precios. Ello sin renunciar a la gestión macroeconómica, unos presupuestos públicos agresivos y a construir un sector público potente pero no totalizador.
–Estructurando y reformando el Estado a través de un proceso constituyente que establece nuevas formas de participación (como la revocación) por medio de un sistema legal riguroso y transparente que profundiza la democracia en lugar de restringirla. En lugar de negar la voz a las minorías reaccionarias (como se hizo en Francia o Rusia), se le ha dado voz a los millones de excluidos que jamás habían sido censados.
En realidad este proceso no se ha gestado en ningún gran laboratorio ni universidad, sino interrelacionando las ideas de los dirigentes que apostaban por un cambio real con la iniciativa de millones de personas y las complejas circunstancias que envuelven el proceso. No es tan sorprendente porque también fue así en las grandes revoluciones del pasado, al menos en las etapas que fueron plenamente populares y movilizadoras. Hoy puede haber quien desde las torres de marfil siga negando la consistencia del cambio que se está desarrollando, criticando teóricamente la endeblez de la teoría que ha creado las condiciones para impulsar ese cambio. También hubo algunos que frente el trabajo de Galileo siguieron negando que la tierra girase alrededor del sol, rebuscando citas irrefutables en libros sagrados.
Quizás esos supuestos teóricos deberían empezar a pensar dónde se han equivocado, y empezar a buscar dónde está la fuerza de las ideas que están cambiando las cosas en este proceso. Pero no hay prisa, aún sin su concurso Venezuela y el mundo… sin embargo se mueven.