Habrán sido ya casi cinco años desde que leí mis primeros textos sobre economía. Recuerdo que mis primeras lecturas las realicé sobre la economía de mercado. La idea de dos curvas que se cortan y permitían encontrar un equilibrio como representación de una especie de «acuerdo social» en donde todos habían alcanzado sus fines me […]
Habrán sido ya casi cinco años desde que leí mis primeros textos sobre economía. Recuerdo que mis primeras lecturas las realicé sobre la economía de mercado. La idea de dos curvas que se cortan y permitían encontrar un equilibrio como representación de una especie de «acuerdo social» en donde todos habían alcanzado sus fines me pareció interesante. Un mundo donde cada quien era retribuido acorde a lo que aportaba y en donde todo marchaba bien.
La economía ortodoxa no se quedaría en pequeñas lecturas. Empecé a buscar más textos y me encontré con el clásico Samuelson (en mi caso hablo del texto de Microeconomía, ver Samuelson, 2004) que me sirvió de guía en la comprensión del funcionamiento de la economía. Reconozco que incluso la exposición que él realiza es bastante agradable y uno llega a sentirse a gusto leyendo a Samuelson. Y finalmente, luego de varias lecturas, llegué a aquella definición de la economía tan conocida:
«La economía es la ciencia que estudia el comportamiento humano como una relación entre fines y medios escasos que tienen usos alternativos » (Robbins, 1932, p.16)
El planteamiento económico neoclásico sostenido en la teoría microeconómica y la síntesis neoclásica-keynesiana de la macroeconomía pueden ser bastante atractivas para aquellos que han tenido cierta formación, no digamos rigurosa, sino más bien «bastante familiarizada» con la física y la matemática como en mi caso. Es llamativo utilizar funciones y gráficas para ir explicando los fenómenos sociales. Ir descubriendo «leyes científicas» por medio de la matematización e incluso detenerse y realizar «demostraciones» (al puro estilo de la geometría analítica) para al final concluir una serie de ideas referentes a cómo funciona la sociedad.
¿Qué matemático o aspirante a matemático podría dejar de sentirse «tentado» a creer que la matemática es tan poderosa que incluso puede servir como el lenguaje «idóneo» en el que se escriben las leyes que rigen a los seres humanos no como entes materiales, sino como verdaderas individualidades?
Sin embargo, algo en mi camino falló no desde recién sino desde hace tiempo. A veces me pregunto cómo fueran los hechos si simplemente hubiera escogido el camino trazado y no estuviera merodeando en aquellos campos que quizá no me corresponden. Quizá estas líneas ni siquiera existirían. Pero la realidad es una (en el sentido de que el camino que escogemos se vuelve inalterable una vez que ya lo hemos cruzado), así que lo que pudo ser no existe, solo existe lo que es.
Me concreto. Mis lecturas de economía no se centraron solo en el mercado. Por ahí se me ocurrió leer a Marx. Sinceramente ya ni recuerdo bien por qué lo decidí, solo sé que un día mientras recibíamos clases de cálculo y toda el aula se rompía la cabeza con esos líos científicos, yo ya me encontraba divagando y leyendo Trabajo Asalariado y Capital de Marx. En la pizarra se dibujaban derivadas y tomaban vida números que parecían hablar solos y en cambio yo andaba pensando en especial esta frase (que quizá sea una de las formas más claras, de lo que recuerdo, de exponer la naturaleza del capital):
«Un negro es un negro. Sólo en determinadas condiciones se convierte en esclavo. Una máquina de hilar algodón es una máquina para hilar algodón. Sólo en determinadas condiciones se convierte en capital. Arrancada a estas condiciones, no tiene nada de capital, del mismo modo que el oro no es de por sí dinero, ni el azúcar el precio del azúcar.» (Marx, 1849, p.162)
Pero en cambio el libro de micro de Nicholson (al cual accedí en segundo semestre, es decir, después de leer a Marx) decía que:
«Cuando hablamos del stock de capital de una economía, nos referimos a la cantidad total de máquinas, edificios y otros recursos reproducibles que existen en algún momento del tiempo» (Nicholson, 1997, p.495)
Entonces o lo que leí en Marx o lo que leí después en Nicholson (y en Samuelson evidentemente) estaba mal. El capital es o no es una cosa, no puede ser ambos (al menos viéndolo desde una lógica formal). Esto me recuerda al soliloquio: Ser o no ser. Existo o no existo. P o no p. No tengo otra opción dentro de esta realidad, aunque quizá en otra forma de realidad yo pueda poseer varias formas del ser, pero eso mejor se lo dejo a Dios.
El caso es que había una contradicción que es claramente irreconciliable. Claro que Marx dice que una máquina «se convierte en capital», pero luego de varias otras lecturas fui comprendiendo que el capital jamás fue una cosa para él. Del otro lado, continué las lecturas de la ortodoxia y terminé descubriendo que mientras en Marx la cosa se aclaraba, en cambio en ellos no. El capital podía ser una máquina, un edificio, e incluso las personas entraban en el capital como capital humano, los conocimientos, las ideas, las herramientas. Por último parecía que todo podía volverse capital. Sabía que en la actualidad el dinero y la ganancia lo es todo, pero no creía que ese penoso extremo había llegado a afectar a la «noble» e «inocente» visión científica de la sociedad.
¿Quien tenía la razón? Hasta ahora no me atrevo a dar una respuesta final, pero siempre he tenido la gran sospecha de que Marx, sin necesidad de tanta matemática ni formulación rigurosa en el sentido cuantitativo, tenía la razón. Si tantas cosas son a la vez capital, me pregunto ¿Cómo lo medimos? ¿Cómo lo definimos? ¿Es definible? Si todo puede volverse capital ¿Qué tienen en común una llave de tuercas y el conocimiento, una máquina y un edificio, un billete y mi ser?
Había que abandonar una de las dos visiones. Marx no es la ortodoxia en el pensamiento económico actual (aunque como muchos saben, es bastante obvio que ha llegado a existir una ortodoxia marxista, aunque eso ya es otra cosa). El planteamiento definitivo para aceptar a Marx como alguien más acercado a la realidad que los neoclásicos puede encontrarse en el mismo Trabajo Asalariado:
«Para producir los hombres contraen determinados vínculos y relaciones (relaciones sociales de producción), y a través de estos vínculos y relaciones sociales, y sólo a través de ellos, es cómo se relacionan con la naturaleza y cómo se efectúa la producción […] Las relaciones de producción forman en conjunto lo que se llaman las relaciones sociales, la sociedad, y concretamente, una sociedad con un determinado grado de desarrollo histórico, una sociedad de carácter peculiar y distintivo. La sociedad antigua, la sociedad feudal, la sociedad burguesa, son otros tantos conjuntos de relaciones de producción, cada uno de los cuales representa, a la vez, un grado especial de desarrollo en la historia de la humanidad. También el capital es una relación social de producción. Es una relación burguesa de producción, una relación de producción de la sociedad burguesa» (Marx, 1849, p.163)
Completando la idea:
«El capital no es, pues, solamente una suma de productos materiales; es una suma de mercancías, de valores de cambio, de magnitudes sociales. El capital sigue siendo el mismo, aunque sustituyamos la lana por algodón, el trigo por arroz, los ferrocarriles por vapores, a condición de que el algodón, el arroz y los vapores -el cuerpo del capital- tengan el mismo valor de cambio, el mismo precio que la lana, el trigo y los ferrocarriles en que antes se encarnaba. El cuerpo del capital es susceptible de cambiar constantemente, sin que por eso sufra el capital la menor alteración» (Marx, 1849, p.164)
Esto es definitivo. Un escrito de 1849 decía algo que era mucho más real que un escrito de nuestra época. Al menos no se porta indiferente al hecho de que el capital no puede ser tantas cosas a la vez sin una clara idea de lo que tienen en común. Ya años más tarde comprendí que lo que nos enseñan en la universidad, lo que los textos de micro y macro nos presentan, lo que las revistas de economía y gestión, lo que los hombres de negocios y demás personas involucradas en la economía nos venden hoy en día, lo que los «analistas económicos» tradicionales nos dicen, dejan de lado y omiten esta verdad, la verdad de que en realidad el capital no es una cosa, sino una relación social, una relación específica entre personas dentro del modo de producción capitalista, una relación social de explotación oculta por la belleza de las mercancías.
Y esta situación no solo queda ahí, pues todos los paradigmas de las enseñanzas ortodoxas actuales dependen del capital y se ven afectadas por la «imposibilidad» de definirlo como cosa o definir las unidades en que se mide el capital. Es decir, aparte del dinero, ¿en qué unidades se mide el capital?, y recuérdese que deben ser unidades físicas, pues eso plantea la misma ortodoxia (ver p.ej. Solow, 1957, p.312) y eso sostiene su teoría de distribución del ingreso acorde a la productividad física marginal de los supuestos «factores de producción».
De esta forma al momento de decidir entre un planteamiento ortodoxo (el cual proviene mayoritariamente de la educación universitaria actual) y el planteamiento marxista (en mi caso proveniente quizá desde mi familia), el camino a seguir, no solo para un economista, sino para toda persona que desea comprender la realidad social sin ser indiferente ni cómplice de las injusticias presentes en esta, quizá debería en realidad empezar con Marx (repito, empezar, no terminar con Marx como una especie de dogma inamovible). Esta falla, o como dice Friedman en otro contexto, «lo que le hace falta a nuestras escuelas», hace necesario un reencuentro con Marx y con todo el pensamiento no ortodoxo que lleva a cuestionarse las ideas que están conformes y justifican el sistema capitalista, pero que penosamente no son comprendidas a veces ni siquiera por nuestros profesores.
Como bien señala Joan Robinson al hablar de la función de producción (corazón del planteamiento ortodoxo actual): «la función de producción ha sido un poderoso instrumento de mala enseñanza. El estudiante de teoría económica aprende a escribir Q = f(K,L) donde L es la una cantidad de fuerza de trabajo, K una cantidad de capital y Q una tasa de producción de bienes. Él aprende a asumir que todos los trabajadores son iguales y que L se mide en horas de trabajo; se le dice (si es que tiene suerte) algo sobre el problema de números índice que surge al escoger las unidades en que se mide la producción; y luego al alumno se le apura a la siguiente pregunta, con la esperanza de que él olvidará preguntar en qué unidades se mide K. Antes de que él haga la pregunta, él ya se ha vuelto un profesor, y estos hábitos tan descuidados del pensamiento se transmiten de una generación a otra» (Robinson, 1954, p.81; traducción propia).
Ojalá los hechos actuales permitan que los hábitos descuidados del pensamiento de la sociedad occidental queden en el pasado, pero para que ocurra, es necesario dar el primer paso.
Referencias
MARX, Karl (1849): Trabajo asalariado y capital, en Karl Marx y Federico Engels: Obras escogidas, Editorial Progreso, 1966, versión electrónica disponible en: http://www.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/47tac/index.htm
NICOLSON, Walter (1997): Teoría Microeconómica. Principios básicos y aplicaciones, Mc Graw-Hill, Sexta edición, 1997.
ROBINSON, Joan (1954): «La function de producción y la teoría del capital», The Review of Economic Studies, Vol. 21, No. 2. (1953 – 1954), pp. 81-106. Ver: http://crecimientoeconomico-asiain.weebly.com/uploads/1/2/9/0/1290958/the_production_function_and_the_theory_of_capital_robinson.pdf
ROBBINS, Lionel (1932): La naturaleza y el significado de la ciencia económica, MACMILLAN AND CO., Londres, 1945. Ver: http://library.mises.org/books/Lionel%20Robbins/The%20Nature%20and%20Significance%20of%20Economic%20Science.pdf
SAMUELSON, Paul y NORDHAUS, William (2004): «Microeconomía», Mc Graw-Hill, Decimoséptima edición, 2004.
SOLOW, Robert (1957): «Cambio técnico y function agregada de producción«, Review of Economics and Statistics, Vol. 39, No. 3, pp. 312-320, 1957. Ver: http://www9.georgetown.edu/faculty/mh5/class/econ489/Solow-Growth-Accounting.pdf
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