En Europa, en la segunda mitad del siglo XIX la confianza en el progreso era bastante general. Era la idea moderna por excelencia. La visión ascendente de la historia era optimista frente a quienes veían la historia como una repetición cíclica. La fe en la razón abundaba en la convicción de que el futuro sería […]
En Europa, en la segunda mitad del siglo XIX la confianza en el progreso era bastante general. Era la idea moderna por excelencia. La visión ascendente de la historia era optimista frente a quienes veían la historia como una repetición cíclica. La fe en la razón abundaba en la convicción de que el futuro sería necesariamente mejor. Quedaba superada una concepción según la cual el presente es repetición del pasado y todo regresa al punto de origen, el mundo se degrada y se renueva, se degrada y se renueva. No cabe duda que esta nueva visión jubilosa de la historia es hija de la cultura judeo-cristiana pues culmina en el reino feliz.
La cuestión es si tras el tiempo transcurrido, las respuestas dadas a dos guerras mundiales, al genocidio nazi, al gulag, y a los actuales conflictos sangrantes que nos asolan, nos permiten mantener como verdadera la creencia laica en el progreso. El conocimiento permite prever el futuro se decía, pero si así fuera seríamos aún más responsables del fracaso de la razón. Hegel decía que la razón, la conciencia y la cultura van creciendo y perfeccionándose, pero yo no veo que la historia se mueva hacia la racionalidad y la libertad. Tal vez yo no tenga razón y me falta idealismo.
Sí, creo que en la segunda mitad del siglo XIX había motivos para abrazar la modernidad. Entonces había una competencia entre sistemas de creencias en la búsqueda de una fuerza motriz de la historia. Conocer esa fuerza era tener la llave del conocimiento del futuro. Era saber lo que mueve a la historia. Se pugnaba pues en identificar un principio rector que ayuda a construir certezas. Lo que quiero decir es que había gran competencia entre corrientes de pensamiento.
El socialismo encontró su fuerza en el curso de la historia y en el optimismo, al que el himno de Eugène Pottier le puso letra, La Internacional . Claro que hay que decir que los socialistas del siglo XIX y principios del siguiente no imaginaron hasta qué punto el siglo XX se convertiría en un gran matadero. No obstante, esa fe del socialismo de la época en un final victorioso, es lo que hizo posible su extensión por el mundo. A pesar de las penalidades y de luchas desiguales la historia se decantaría del lado de la clase obrera, de los pobres de la Tierra. El problema de este tipo de promesas es ¿qué pasa si los pronósticos no se cumplen? Es exactamente lo que ha ocurrido. Al hacerlo ha ido entrando en crisis su relato, su cosmovisión. Aquel socialismo que dibujaba una sociedad final, incluso al detalle, se ha ido debilitando.
Por eso, frente al liberalismo, alguno de cuyos sectores predica el final de la historia, el socialismo ha ido perdiendo terreno y decayendo su influencia, y en adelante todo es más incierto y dependerá de su renovación, de su propio ajuste de cuentas y, sobre todo, de sus luchas. Ahora el socialismo sabe que la historia es una construcción humana, como bien dice el boliviano García Linera, no un movimiento autónomo con final feliz, no una rueda de luces desplegándose luminosa hacia el futuro.
Pero, ¿qué deber ser el socialismo hoy? Para empezar debe liberarse de una mochila que le viene del siglo XIX y le ha proporcionado durante la mayor parte del siglo pasado un mundo subjetivo seguro, pero ineficaz para el tiempo que vivimos. En adelante deberá negociar con la incertidumbre. Sin embargo, el baño de realidad no debe conducirle a la vía muerta de la desmovilización, del descreimiento, del relativismo como sistema, de la rendición ante el capitalismo. Debe liberarse por consiguiente de los complejos que le han llevado a desentenderse de construir un modelo de vida y de economía alternativo, conformándose con ser un gestor con rostro humano del capitalismo y su corolario el neoliberalismo. En cualquier caso el socialismo no debe renunciar a la utopía en términos éticos, pues constituye una idea-fuerza que reúne a la razón y a las emociones, en torno al horizonte de un mundo mejor.
El socialismo no debe ser un ideal encorsetado y administrado por los partidos políticos que actuarían como guardianes de un libreto. Sólo tendrá vida presente y futura si cala en la gente y la gente lo hace suyo como posibilidad inédita, como nueva forma de vida que aborda todas las dimensiones de la vida humana y de la naturaleza. Pero para que esto ocurra es fundamental librar la batalla de las ideas, en unas sociedades donde los medios de comunicación y los mensajes diarios conforman la hegemonía de valores y proyectos opuestos al socialismo y conducentes a un pensamiento único. Esta batalla da espacio a los partidos políticos para defender ideas y propuestas que se presenten tan alternativas como posibles. Pero para que esto ocurra los partidos que dicen estar por el socialismo han de asumir que sus estrategias han de pasar por la superación del capitalismo no por gestionarlo.
Paso por alto los temas que debieran centrar el socialismo de hoy, desde la redistribución de la riqueza a la economía mixta y al Estado regulador; desde la igualdad de género a la economía del cuidado; desde las libertades individuales y colectivas a la división de poderes; desde los derechos de la naturaleza al buen desarrollo de los territorios; desde el multilateralismo al desarme nuclear… Son muchos los asuntos que debe proponerse el socialismo hoy. Me limito en esta ocasión a centrarme en la democracia que se espera del socialismo.
La democracia sigue en tensión con el Estado y en guerra con los grandes poderes dueños del dinero. Sus peores enemigos son los internos. Y es un hecho que su peso en la sociedad va descendiendo como consecuencia del mal hacer de partidos políticos e instituciones. El socialismo ha de proponerse su regeneración, lo que implica el rescate de la política, de su actividad e instituciones, del secuestro a que está sometida por parte de los grandes poderes globales y estatales que son la suma del Estado formal que se ve y del Estado profundo que permanece detrás de las cortinas del gran escenario. Desgraciadamente no manda la democracia, mandan poderes no votados.
El socialismo debe rebelarse contra esta realidad, denunciándola y proponiendo alternativas activas que devuelvan a los parlamentos toda su capacidad de deliberación y creación de óptimas legislaciones; que terminen con la judialización de la política que en ocasiones conduce a un sutil gobierno de los jueces; que devuelvan a la sociedad, al demos , toda su capacidad de decisión en asuntos de interés general, desde políticas sociales al derecho a decidir en los territorios con sello de nacionalidad, indígena o no.
Contradictoriamente, la democracia de hoy ha terminado por fabricar esferas de poder opacas, como consecuencia de su apropiación por fuerzas políticas e instituciones, también por la burocracia, que se erigen en administradores por excelencia de la democracia misma. Hay un cuerpo político por encima de la gente con escaso interés real por distribuir el poder en la sociedad. Su interés está concentrado en capturar electoralmente a la ciudadanía En sentido contrario, el socialismo de hoy debe procurar la institucionalización de mecanismos de mediación entre sociedad y política, lo que pasa por crear amplios espacios de participación ciudadana. Facilitar esta participación en la formación de voluntades de gobierno, en lo local, en lo regional y en lo estatal. Justamente, la participación ciudadana es lo que hace que cada vez más la vida política refleje los intereses, proyectos y opciones de la ciudadanía, y no de los grupos instalados en su interior, como ahora sucede.
Uno de los grandes retos del socialismo es el de la relación entre leyes y democracia. Esta última, es fuente de leyes que deben ser respetadas a fin de que la sociedad funcione de acuerdo con unas reglas de juego adoptadas. Pero el Estado de Derecho debe rendir cuentas al Estado Democrático, cuando las leyes vigentes no están preparadas para resolver conflictos. Es entonces cuando la democracia debe disponer los cambios legales que se necesiten para una vida en sociedad. El socialismo no debe caer en la trampa del liberalismo de atrincherar la realidad en una camisa de fuerza tejida por leyes inmutables. Para la derecha la prioridad es lograr la obediencia de la ciudadanía, pero para el socialismo debe ser lo contrario: debe impulsar una ciudadanía crítica.
El socialismo debe ser hoy una fuerza social y política por democratizar la democracia. Una democracia de ventanas abiertas, que permita una buena ventilación en la sociedad, frente a la democracia delegativa, frente a la democracia minimalista o restrictiva, frente a la democracia únicamente procedimental (para elegir gobiernos). Las preguntas del socialismo son qué comunidad queremos, qué sociedad queremos, qué mundo habitable queremos . Se trata de las grandes interrogantes que deberían mover a la pasión de pensar y actuar. Sin duda, el momento en que vivimos pide una actitud de remover las aguas, el reverso de la comodidad y del remanso intelectual. Exige aceptar que el futuro es inseguro, no comprobable, y que debemos concebir la vida como una batalla permanente superando todo pensamiento complaciente.
Texto publicado originalmente en Alainet.org
Nuestra fuente: http://www.elviejotopo.com/topoexpress/bueno-pero-que-debe-ser-el-socialismo-hoy/