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Buscando desde el sur un idealismo práctico

Fuentes: Rebelión

Resumen: Según José María Tortosa, el sistema capitalista es generador de un maldesarrollo estructural. Siguiendo esta tesis se hace un breve repaso de las condiciones del sistema capitalista, para desembocar en la permanente pregunta por las alternativas. Al respecto se hace mención de que éstas deben ser en primer lugar alternativas culturales, que modifiquen la […]

Resumen: Según José María Tortosa, el sistema capitalista es generador de un maldesarrollo estructural. Siguiendo esta tesis se hace un breve repaso de las condiciones del sistema capitalista, para desembocar en la permanente pregunta por las alternativas. Al respecto se hace mención de que éstas deben ser en primer lugar alternativas culturales, que modifiquen la prioridad de su atención, centrándose en el ser humano. Al respecto se menciona al cooperativismo como un ‘idealismo práctico’ que reúne los requisitos teóricos y prácticos de esta ‘alternativa cultural’, para finalmente sugerir la necesidad de profundizar y actualizar la investigación en la doctrina cooperativista paralelamente a la del mundo indígena como un espacio cooperativista que ha permitido el nacimiento de categorías (alternativas) tan importantes como el Buen Vivir.

Alberto Acosta, al iniciar el prólogo del libro de José María Tortosa, Mal desarrollo y Mal Vivir, plantea la pregunta de si «será posible y realista intentar un ordenamiento social diferente, sustentable, igualitario y equitativo dentro del capitalismo. La respuesta es simple: no.»(Acosta, 2011, 15). El capitalismo es un sistema que básicamente genera mal vivir, es decir, condiciones de desarrollo desigual, tanto dentro de una economía local como a nivel mundial, genera condiciones severas de insatisfacción -lo que Tortosa llama insatisfacción sistémica-, de las necesidades básicas en grandes porciones de la población a nivel mundial.

La falacia de la libre competencia -que según Acosta anima al canibalismo económico entre los seres humanos y que ha alimentado la especulación financiera- (Acosta, 2009, 20), nunca tuvo en cuenta al perdedor, solo al ganador, al dominador, quien además propuso su versión de desarrollo, y en general su visión de cómo debe ser el mundo. El sistema capitalista, con sus pretensiones homogeneizadoras a nivel global, con su lógica de consumo infinito, con la explotación soslayada de las personas y de la naturaleza, con la destrucción del medio ambiente, con la eliminación práctica de todo pensamiento crítico que no se alinee a su concepto de progreso y desarrollo, está consiguiendo en palabras de José María Tortosa, la virtual aniquilación de la humanidad como especie. El capitalismo es un orden prepotente, enajenante que no considera las relaciones humanas que subyacen a las relaciones económicas, ni la relación de los seres humanos con la naturaleza, como hábitat que permite el aparecimiento y reproducción de la vida. El capitalismo es un sistema de muerte y de aniquilación que se ha consolidado en la llamada cultura de masas, una cultura sin capacidades críticas, sin la posibilidad de gestar propuestas o soluciones alternativas a pesar de los niveles de pobreza y exclusión, de inseguridad y violencia, a pesar de las condiciones de hacinamiento y congestión en que viven diariamente las grandes mayorías, en la ‘cúspide’ de la historia humana, en gran medida gracias a una suerte de acondicionamiento placentero que produce «el consumismo y la sobrecarga de informaciones alienantes»(Tortosa, 2011, 24).

El capitalismo es un sistema de mal desarrollo estructural porque está «basado en la eficiencia que trata de maximizar los resultados, reducir costes y conseguir la acumulación incesante de capital» (Tortosa, 2011, 54). El capitalismo en palabras de Francois Houtart, «es un sistema que organiza toda la vida económica sobre un principio fundamental que es la ley del valor, es decir, la ley de la acumulación y todo lo que no contribuye a la acumulación no entra dentro de sus cálculos» (Serrano, 2011, 150). Sería interesante retrotraernos a las palabras del olvidado Marx cuando en el Manifiesto Comunista decía que:

1) La historia de la humanidad es la historia de las luchas de clase, y la moderna sociedad industrial no ha abolido tal lucha aunque ha simplificado sus contradicciones, entre los poseedores del capital y los que no poseen capital y tienen que vender su fuerza de trabajo.

2) La gran industria necesita el mercado mundial -su expansión a escala global-, que acelera el desarrollo del comercio, el transporte y la comunicación para el intercambio de ‘mercancías’. En este contexto el Estado Moderno no es más que una junta que administra los negocios de la burguesía.

3) La lógica comercial ha hecho que la dignidad personal se vuelva un simple valor de cambio. Ha sustituido las numerosas libertades por la libertad de comercio y ha reducido a las relaciones culturales y humanas, a relaciones de dinero.

4) Las ideas dominantes en una sociedad siempre han sido las ideas de la clase dominante y la supresión de la cultura de clase, para la burguesía significa la desaparición de toda cultura.

5) El precio del trabajo, como el de toda mercancía, es igual a su coste de producción. El precio medio del trabajo asalariado es el mínimo del salario, es decir, la suma de los medios de subsistencia indispensables para que el obrero conserve su vida, como obrero.

6) El trabajo asalariado no crea propiedad para el obrero, sino que crea capital, que no es más que la propiedad que explota al trabajo asalariado y que no puede acrecentarse sino a condición de producir nuevo trabajo asalariado, por lo tanto, el capital debe convertirse en propiedad colectiva, perteneciente a todos los miembros de la sociedad.

De ahí que Tortosa diga que el mal desarrollo «es el efecto estable (es decir estructural) de aquella lucha de clases y afecta a todas las necesidades básicas y recientemente, está afectando de modo especial al ambiente, al ecosistema.(Tortosa, 2011, 31).

Es necesario pensar más allá de alternativas dentro del capitalismo, hay que pensar en alternativas al propio capitalismo, con lo que cada intento, por pequeño que sea, es determinante para su supresión. Nótese que no hablamos de superación del capitalismo en el mismo sentido en que se establecen los criterios de un progreso unidireccional y sin fin, pues otras formas de realidad deben partir cuestionando aquellos sentidos implícitos que subsisten en la articulación teorética de la realidad acuñada en la modernidad occidental. Es necesario recalcar la necesidad de considerar con atención cosmologías marginadas por la razón instrumental, que seguramente permitirían entender desde otras perspectivas a la realidad, con otras formas de articular la realidad, de entender sus relaciones básicas como el tiempo, el espacio, y eso implica realizar un serio viraje cultural que permitan consolidar nuevas pautas conceptuales y de acción, así como legitimar otras tantas, que dentro del mismo paradigma occidental han aparecido como inviables por su criticidad, por su oposición a los tradicionales sistemas de dominación (organización), y casi siempre, por su calidad de utópicas.

A propósito, parece necesario referirse brevemente a uno de los últimos acontecimientos anti-sistema que han surgido de manera casi espontánea frente a la crisis estructural del capitalismo global, el movimiento 15M. «El problema no es la crisis, el problema es el sistema», es una de las miles de frases que aparecieron en la Acampada del Sol y que parece sintetizar la necesidad de alternativas integrales a un sistema que bajo la ilusión de la democracia desmoviliza a la población y le impide participar activamente en la construcción colectiva -y el disfrute-, de formas de vida diseñadas y reservadas para las élites. El llamado a la ‘reflexión pública’, con el que parte el movimiento 15M definitivamente trasciende las fronteras y las coyunturas particulares de los pueblos dado el grado de interconexión que experimentamos globalmente, pero sobre todo, ya que se comparten en mayor o menor medida las condiciones de exclusión de los accesos a bienes y servicios, el sentimiento de cosificación y de mercancía que hace de las personas cosas y de las cosas personas, y desde luego, la indignación frente al abandono sistemático de los valores humanos y solidarios en función de un consumismo voraz que se alimenta en el individualismo extremo. Como dicen en su manifiesto los mentalizadores del movimiento Democracia real ya!, las prioridades de toda sociedad avanzada deberían ser «la igualdad, el progreso, la solidaridad, el libre acceso a la cultura, la sostenibilidad ecológica y el desarrollo, el bienestar y la felicidad de las personas, saber que existen unos derechos básicos que deberían estar cubiertos, el derecho a la vivienda, al trabajo, a la cultura, a la salud, a la educación, a la participación política, al libre desarrollo personal, y derecho al consumo de los bienes necesarios para una vida sana y feliz» (Movimiento Democracia real ya!). Si éstas cuestiones no se cumplen, el sistema no es sino un obstáculo para el ‘progreso’ de la humanidad y hay que cambiarlo.

Volviendo a nuestro tema, habría que decir que las aspiraciones a un mundo equitativo, más equilibrado han estado presentes en la línea más crítica del pensamiento occidental, y la doctrina cooperativista recoge probablemente lo mejor de esta tradición, que supone la recuperación de la cultura como elemento radicalmente opuesto a las estrategias de desarrollo tomadas por el pensamiento hegemónico occidental vinculado al capital. En este punto es importante hacer mención al concepto de sostenibilidad cultural. Cuando George Yudice habla de «sostenibilidad cultural», habla de un cambio de paradigma hacia una relación ética con la naturaleza y los seres humanos, donde además debemos replantearnos el sentido de las instituciones que mantienen un orden particular de desarrollo y que tiene correlatos bastante definidos en el orden simbólico. (Yudice, 2011). La cultura no es solo un eje de desarrollo, es el sostén mismo de un conjunto de acciones orientadas hacia una nueva consideración del desarrollo, un desarrollo cultural y sustentable. No es lo mismo una política para la cultura que una política desde la cultura, entendiendo a la cultura como un ‘nodo’ fundamental, un punto de intersecciones vitales para la construcción de otra ciudadanía y de otra forma de entender el ser humano, empezando por ubicarlo como el centro mismo de toda acción y de todo pensamiento.

Este es precisamente el punto que nos permite decir categóricamente que el cooperativismo, al tener como centro de su acción al ser humano, a las personas, es una propuesta de corte cultural que arranca cuestionando los motivos de una formas de producción y de distribución de la riqueza autoritaria, así como los modelos mentales que estas estructuras de dominación producen, como la terrible dificultad para generar intervenciones y propuestas colectivas en beneficio común, lo cual pone en evidencia hasta qué punto esas estructuras de dominación han destruido las relaciones comunitarias y la idea del bien-común. El cooperativismo parte reiterando la confianza en la organización popular para la emancipación popular a través del fomento de la ayuda mutua como criterio de acción para la maximización de beneficios comunes. Aconseja una coherente y consecuente unidad de acción desde abajo (Infield, 1971, 139), una sociedad cooperativa que tiende a realizar beneficios económicos y morales extracapitalistas (Kesselman, 1974, 12). El cooperativismo tiene un sólido programa social cuyos elementos tienen que ver con la emancipación económica, la sustitución de la competencia por la solidaridad, la consolidación de propiedades colectivas, la disminución del papel preponderante del capital y la educación como valor principal determinante. De hecho, una interesante definición de cooperación propuesta por Kesselman dice que el cooperativismo es:

«El sistema educativo económico que bajo forma de agrupaciones sociales constituidas ‘intuito personae’, persigue el logro de la satisfacción de las necesidades de sus integrantes en forma de eliminación de factores indirectos de incidencias, con sentido de solidaridad, sin desmedro de la individualidad de sus componentes, a cuya elevación educativa debe proveer en la misma o mayor medida que a su bienestar económico, debiendo para ello sujetarse siempre a los principios doctrinarios».(Kesselman, 1974, 14).

Un análisis de tales principios nos permitirá saber hasta qué punto podemos extraer normas políticas comprometidas con cierto modelo de sociedad, entendiendo por ello «maneras o métodos concretos, no abstractos, mediante los cuales se llevan las ideas al plano de la acción, y al plano de los principios el nivel de la hipótesis» (Guerrero, 1970, 47). A ello debiéramos añadir, sobre todo para el caso concreto de Sudamérica y para el área andina en particular, aquella lúcida percepción que Mariátegui ya en la década de los veinte del siglo pasado, había afirmado, y que consistía en que el cooperativismo en éstas tierras encuentra elementos más espontáneos y particulares de arraigo. Para este autor, las comunidades indígenas reúnen la mayor cantidad posible de aptitudes morales y materiales para transformarse en cooperativas de producción y consumo, e incluso llega a decir, siguiendo a Castro Pozo, que en ellas (en las comunidades indígenas) se encuentran elementos activos y vitales para la ‘realización socialista’ (el subrayado es nuestro). (Mariategui, 1928, 129). Obviamente el tiempo ha pasado, las comunidades andinas no son las mismas, sin embargo la historia le ha dado la razón a Mariategui. ¿Cómo, si no, se explica que un concepto como el de Buen Vivir, Sumak Kawsay, haya salido precisamente de los pueblos de indoamérica?

Cuenca, Ecuador, agosto de 2011

Textos consultados

Acosta, Alberto. «Del mal vivir al buen vivir, una lectura actual, incómoda y comprometida» En José María Tortosa, Maldesarrollo y Mal vivir. Pobreza y violencia a escala mundial. Ed. Abya Yala. Quito, 2011.

Aillón, Jaime. Manual práctico del cooperativista ecuatoriano. Corporación SEPCA. s/a.

Infield, Henrik. «una Aldea Cooperativa». En Comunidades cooperativas, sociología de la cooperación. Ed. Intercoop. Buenos Aires 1971. 3ra Ed.

Kesselman, Julio. Sociedades cooperativas. Víctor P. Zavala. Ed. Buenos Aires, 1974.

Lambert, Paul. La doctrina cooperativa. Intercoop, editora limitada. Buenos Aires, 1975. 4ta Ed.

Lasserre, George. El cooperativismo. Oikos-ta ediciones. Barcelona, 1972.

Mariategui, José Carlos. «El porvenir de las cooperativas». Participación, cogestión y autogestión en América Latina» Francisco Iturraspe Editor. Ed. Nueva Sociedad. Caracas 1986.

Marx, Carlos y Federico Engels. Manifiesto del partido comunista y otros escritos políticos. Recopilación de trabajos de «Ediciones en Lenguas Extanjeras», Moscú 1930. Colección dirigida por Alberto Sánchez Mascuñán. Editorial Grijalbo. México. Primera ed. 1970.

Serrano Narváez, Helga y Eduardo Tamayo. Superar la lógica capitalista. Entrevista a Francois Houtart. El Buen Vivir, una via para el desarrollo. Alberto Acosta y Esperanza Martínez Compiladores. de. Abya Yala. Quito, 2009.

Tortosa, José María. Maldesarrollo y Mal vivir. Pobreza y violencia a escala mundial. Ed. Abya Yala. Quito, 2011.

Yúdice, George. Cultura y desarrollo: América Latina frente al desafío de un desarrollo culturalmente sustentable, 2011.www.flacso.org.



Sebastián Endara es Licenciado en Ciencias Humanas mención en Gestión Cultural por la Universidad de Cuenca. Estudiante del postgrado en Cultura y comunicación, Flacso-virtual, Argentina 2011. Maestrante del programa en Desarrollo Local del PYDLOS, Universidad de Cuenca, 2011. Miembro del Kolectivo Café Filosófico de QNK. Miembro de la Casa de la Cultura Núcleo del Azuay. [email protected]

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