«Lo que los hombres quieren aprender de la naturaleza es la forma de utilizarla para lograr el dominio integralde la naturaleza y de los hombres». (Dialéctica del iluminismo, Adorno y Horkheimer) Imaginémonos que todas las mañanas, a la hora en la que te dispones a endulzar ese café que te abrirá las persianas que tienes […]
«Lo que los hombres quieren aprender de la naturaleza es la forma de utilizarla para lograr el dominio integral
de la naturaleza y de los hombres». (Dialéctica del iluminismo, Adorno y Horkheimer)
Imaginémonos que todas las mañanas, a la hora en la que te dispones a endulzar ese café que te abrirá las persianas que tienes por ojos, te viene a la mente la imagen de un hombre masturbándose en una aséptica habitación. Así, de repente y sin más. Una imagen rápida provocada por un agente externo a tu dormida mente. Todas las mañanas. La publicidad de las cafeterías de la Universitat de València es lo que tiene: te puedes aprender de memoria las máximas de Confucio tomando café, admirar la carnaza de Supermodelo 2008 en los envoltorios de los bocadillos o convencerte con los sobres de azúcar sobre lo de moda que está y lo normal que es donar tus gametos sexuales.
Ya sabemos que desde hace mucho se evita el debate sobre si la publicidad es impositiva o no. ¡Cómo podemos pensar tan mal! Todavía menos si el público es un/a fértil joven que se evade por un momento de la vida académica -o de la incesable búsqueda de trabajo precario compaginado con las clases- en la cafetería de la facultad. Obviamente, nada de imposición hay en la publicidad insertada en los objetos con los que interactuamos cotidianamente, mucho menos si a lo que te anima un sobrecillo de azúcar es a «hacerles feliz, hacerte feliz». ¿Qué mala intención podría haber en tal consigna si además se ocupa de dirigirse tanto a hombres como a mujeres («hazte donante de óvulos», «hazte donante de semen»)? ¿No queríamos igualdad? Aquí hay a pares y en montones encima de la barra. Sin embargo, una querría que al mensaje de «¡hazte donante de óvulos!» le viniera a la mente una imagen femenina homóloga a la masculina. Ya saben, la habitación aséptica. Por eso, pese al claro papel que la publicidad juega en el feminismo del siglo XXI (ese de Sexo en Nueva York y Sexy Killer) y en la superación de roles sexuales, señalaré uno de los problemillas de los que tan importante institución adolece: escasea -y mucho- de información.
La primera cuestión -y la más evidente- sobre la donación de óvulos es la del cómo. Se necesitarían muchas letras sobre fondo rosa para explicar el proceso que ha de pasar una mujer para llegar a ser la perfecta máquinasolidaria que anuncian en dicha publicidad. Ya que en el ciclo fértil de una mujer el número de óvulos es limitado, la máquinasolidaria en cuestión debe administrarse hormonas durante tres semanas para que luego le extraigan, previamente sedada, sus folículos -creados, dicho sea de paso, a la manera del foie. Vaya, es mucho más rápido y claro imaginarse la escena hombre vs. recipiente que a una mujer asistiendo secuencialmente a ecografías, analíticas y pruebas que anteceden a la donación en sí mediante punción folicular (ui, qué nombre tan poco publicitario).
El proceso mantendría ocupada a la máquinasolidaria unos veinte días entre el tratamiento de estimulación ovárica, extracción y control hormonal posterior, mientras que para el hombre el tiempo se cuantifica, como mucho, en horas. Parece que el «comparte felicidad, comparte solidaridad» no hace mucho por descifrar esa falsa igualdad que quieren atribuir a la donación de gametos sexuales en hombres y mujeres. Por no hablar del estado anímico que produce una saturación de estrógenos o del riesgo de hemorragias, infecciones e incluso perforaciones a los que se somete la donante. Es más, la solidaria mujer que se dispusiera a compartir su felicidad podría, en un caso remoto pero posible, morir. Según la revista Science, «entre un 0,3 a un 10% de las mujeres a las que se induce la hiperproducción de óvulos experimentan un grave síndrome de hiperestimulación ovárica que produce dolor, que a veces exige hospitalización, fallo renal, posible infertilidad futura, e incluso la muerte».
Pero no nos pongamos apocalípticas todavía o el café nos sentará mal. Las dóciles consignas no tienen la culpa, seguramente la empresa valenciana Crea (Centro Médico de Reproducción Asistida) no habrá hecho ningún estudio de mercado (¿estudios de mercado? ¡Pero si hablamos de solidaridad!) para determinar que el público potencial al que debe dirigir su nada demagógica publicidad son chicas jóvenes entre los diecisiete y los veinte y pocos años, preferentemente universitarias y/o en paro. Y si lo ha hecho, todo sea por la felicidad. Porque se trata de eso: nada tiene que ver la compensación económica que reciben las donantes por los desplazamientos, que puede llegar a los 2.000 € (cifra irrisoria si tenemos en cuenta los riesgos que corren con el tratamiento). Tampoco tiene nada que ver en esto de publicitar la donación de gametos los más de 6.000 € que cobran las clínicas privadas -que llegan a hacer hasta el 90 % de los tratamientos- por la fecundación in vitro de los óvulos donados. No íbamos desencaminadas al pensar que de lo que se trata aquí es de felicidad. Sobre todo de la de empresa, que bien podría cobrar precios más adecuados para extender la felicidad a todos los vecinos. Pero claro, Crea no va a crear vida gratis.
Con esas suculentas cifras, no resulta tan descabellado pensar que se creen mercados que incluso sobrepasen nuestras fronteras. ¿Por qué no van a ser mercancías los gametos si son perfectamente divisibles y transferibles? ¿Y por qué no se va a crear un mercado de óvulos en España con el vacío legal que hay en este tema? Sí, ya sé lo que dirán, que si la Ley sobre Técnicas de Reproducción Humana Asistida estipula que «la donación nunca tendrá carácter lucrativo o comercial», que si la Ley de Reproducción Asistida dice que «la donación se establecerá mediante contrato gratuito»… Pero la realidad, la que debería saberse en las cafeterías y paradas de autobuses, es que las europeas vienen a España a fecundarse porque en sus países está prohibida la donación de óvulos debido a los riesgos para las donantes. La realidad, la que deberían saber todas las mujeres que se someten al tratamiento, es que las clínicas privadas se hacen de oro a costa de la flácida legislación española y de una publicidad superflua, tergiversada e incluso engañosa. («Este tratamiento no tiene ningún efecto perjudicial para tu salud»).
Pero comerciar con la felicidad no es algo nuevo. Hace unos nueve años se descubrió que en Rumanía se venía desarrollando un mercado de óvulos que se fecundaban en el país de origen de las donantes con semen enviado desde clínicas inglesas. Una vez fecundado, el óvulo se iba de viaje hacia algún vientre de Gran Bretaña. Las donantes rumanas cobraban 250 € por sus genes de raza aria. Si no hemos pensado mal de antemano con la publicidad, no lo haremos con el tema de la deslocalización de óvulos. La achacaré a una razón asumida hoy en día sin ser criticada como es la existencia de materia prima barata en Rumanía. No diré que la selección de genes con los que construir a tu hija/o -es decir, los llamados «hijos a la carta»- puede provocar una jerarquía piramidal de la dignidad humana, en cuya cúspide estarían las rubias con ojos azules. No seamos tan malas. Pero vamos, que de ahí a la mercantilización de la reproducción humana, hay una línea muy fina.