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Cajas chinas, muñecas rusas

Fuentes: El Norte de Castilla

«Trabajando en una expedición geológica por la orilla izquierda del Angará, en 1944 -cuenta Lev Gumilev-, encontré un mojón de pino descortezado de una longitud de tres metros. En él había un pájaro de unos veinte centímetros grabado a cuchillo. Según la explicación de los ketos, se trataba del signo chamán del alma, realizado para […]

«Trabajando en una expedición geológica por la orilla izquierda del Angará, en 1944 -cuenta Lev Gumilev-, encontré un mojón de pino descortezado de una longitud de tres metros. En él había un pájaro de unos veinte centímetros grabado a cuchillo. Según la explicación de los ketos, se trataba del signo chamán del alma, realizado para proteger el lugar de los espíritus malignos. Toda la fuerza de esa defensa estaba encerrada, según sus palabras, en el pájaro». Se trata de una zona al norte del Lago Baikal; los ketos son aborígenes de la taiga siberiana. Gumilev encontró su camino como historiador y etnólogo en las sucesivas prisiones y deportaciones que padeció en Asia Central y Siberia; su pasión quedó allí fijada, fijado su afecto por los nómadas de esas estepas; hoy la principal universidad de Kazajstán lleva su nombre. Se cuenta que, al llegar en 1956 a la estación de Leningrado desde la estepa kazaja, libre al fin tras veintidós años de persecuciones, llevaba una caja de madera con hojas de papel rústico y desigual, reciclado de los sacos de abastecimiento del campo; eran los manuscritos de sus dos primeros libros, Los hunos y Los antiguos turcos. Sí, Gumilev es un personaje marcado por el relato sobre su destino, el que sufrieron tantos, ausente protagonista de aquella mítica escena en que su madre, la poeta Anna Ajmátova, ofrece su voz para contar lo que está viviendo junto a otras madres de presos en la cola ante la cárcel, y así escribe su memorable Réquiem: «De madrugada vinieron a buscarte. / Yo fui detrás de ti como en un duelo. / Lloraban los niños en la habitación oscura / y el cirio bendito se extinguió. / Tenías en los labios el frío del icono / y un sudor mortal en la frente. No olvidaré». Su padre, el poeta Nikolái Gumilev, había sido fusilado en 1921, acusado de conspiración.

 

Un solo libro, aunque monumental y especialísimo, hay en castellano de la labor investigadora de Lev Gumilev, La búsqueda de un reino imaginario, en el que una sabiduría inabarcable (climatología, geografía, historia de las religiones, filología de las lenguas más diversas, un mosaico de culturas en movimiento a través de un milenio…) se aplica al análisis de un rumor que recorrió Europa hacia la mitad del siglo XII: la existencia de un reino cristiano en el centro de Asia, el del Preste Juan. Tuvo este rumor poderosa capacidad de irradiación, condicionó estrategias políticas y militares u originó embajadas transcontinentales, hasta llegar a nosotros con su misterio casi intacto. Gumilev va dibujando una poliédrica imagen de los nómadas de la zona, siguiendo la pista de quienes profesaban la religión nestoriana; doctrina que escindía las personas humana y divina de Cristo, condenada en Éfeso el año 431, alcanzó singular fortuna en el corazón de Asia durante nueve siglos. Acerca Gumilev su foco a pueblos turcos como los uigures, o mongoles como los keraitos; busca personajes que pudieron haber encarnado la figura del rey-sacerdote, y concluye que la revolución social e institucional emprendida por Gengis Kan cortó el paso a cualquier hipotético proyecto político nestoriano. El genio de Gumilev se afila al mirar de cerca: cuando reinterpreta la Historia secreta de los mongoles como panfleto de un partido, o descubre la acción de un agente doble en el ascenso del gran kan, o identifica la religión negra de los mongoles con el bon, ancestral culto tibetano.

Sin embargo, la silueta del pájaro en el mojón de pino no queda así conjurada. El vívido detalle lo da una nota a pie de página cuando el autor encuentra, en un poema medieval ruso, otra imagen, «el árbol del pensamiento», y es ella la que trae su recuerdo siberiano, la que le sugiere vías de acceso entre mundos distintos, «la inmanencia de otro ser». Gumilev lo formula ahí, pero esta vibración, esta clase de presencia imprecisa, no había dejado de latir en su obra. Y recuerdo yo L’arrière-pays, de Yves Bonnefoy (el traspaís traducía Ferdinand Arnold, aprovechando el término canario): otro país que se siente vibrar y ha de estar oculto en alguna parte, la inquietud de su deseo en cada encrucijada, ilocalizable en los mapas aunque nunca se renuncie a buscarlo, fórmula de un reconocimiento personal siempre aplazado. Bonnefoy evoca un libro leído de niño, que no volvió a encontrar, En las arenas rojas: en él un arqueólogo cruza el desierto de Gobi, la visión fugaz de una muchacha le lleva a recorrer las galerías subterráneas donde pervivía una ciudad romana y sus habitantes, vanguardia de un mundo perdido. No volvió a encontrar el libro, pero no dejó de buscar -en Armenia, en el Tíbet, en Mongolia, en Italia- ese país, que para él era «la síntesis del ser en la categoría del espacio».

Es esta nostalgia la que conduce a la búsqueda de un reino imaginario, levanta uno a uno los estratos de su posibilidad para encontrar siempre otro debajo -cajas chinas, muñecas rusas-. Es la imagen de Paul Pelliot en 1908, en las montañas de Dunhuang, cuando se le abre la gruta abarrotada de manuscritos antiguos y se sumerge en ellos, al febril ritmo de un millar por día. O el peregrino budista que, en las montañas de Wutai en el siglo VII, tuvo la dicha de que el propio Manjushri, el Bodhisatva de la Sabiduría, le abriera la gruta diamantina que guardaba su biblioteca infinita. Y quizá el viaje es este: no la caja china diminuta ni la menor de las muñecas rusas, sino el término abierto, árbol del pensamiento, otro país siempre más allá.

Lecturas. – L.N.Gumilev, La búsqueda de un reino imaginario. Traducción de Evgueni Agaltsev y Raquel Ribó. Barcelona, Crítica, 1994.

– Anna Ajmátova, Marina Tsvetáieva, El canto y la ceniza. Traducción y selección de Monika Zgustova y Olvido García Valdés. Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2005. – El libro secreto de los mongoles. Traducción de José Manuel Álvarez Flórez. Barcelona, Muchnik, 1985.

– Yves Bonnefoy, L’arriére-pays, Ginebra-París, Skira-Flammarion, 1972. (Hay una edición reciente en castellano, con el título El territorio interior, traducción de Ernesto Kavi, Sexto Piso. Los fragmentos traducidos por Ferdinand Arnold aparecieron en la revista Sintaxis, nº 20-21, La Laguna, 1989.)

(Este texto ha sido publicado en «La sombra del ciprés», suplemento del diario El Norte de Castilla)