La multinacional farmacéutica Novartis anunció a finales del mes de junio en el Fórum Mundial de las Culturas de Barcelona un ‘cambio de mentalidad’ en su política empresarial con respecto a los países más desfavorecidos. Una proclama altisonante que no es más que un cambio de estrategia precisa y meditada. Para ello se ha dado […]
La multinacional farmacéutica Novartis anunció a finales del mes de junio en el Fórum Mundial de las Culturas de Barcelona un ‘cambio de mentalidad’ en su política empresarial con respecto a los países más desfavorecidos. Una proclama altisonante que no es más que un cambio de estrategia precisa y meditada. Para ello se ha dado una circunstancia favorable que ha abierto los ojos mercantiles al gigante suizo: el resurgimiento de patologías que se creían olvidadas en Occidente como el dengue o la malaria, que provocan estragos en aquellos lugares donde no hay medios para atajarlas, y que por diversas circunstancias comienzan a estar presentes en lugares donde el mero hecho de evocar su amenaza genera una alarma social favorable para los beneficios de las farmacéuticas.
‘Hay un cambio en la cultura de Novartis. Nos hemos dado cuenta de que las enfermedades de los países pobres pueden llegar aquí. Si invertimos unos cuantos miles de millones podemos tener un impacto’. Así de claro se mostró el doctor Paul Herrling, máximo responsable del Instituto Novartis de Enfermedades Tropicales. Un macrocomplejo ubicado en un exótico paraje de Singapur que lleva un año y medio funcionando con cien científicos, y cuyo objetivo central es la investigación ‘sobre el terreno’ de fármacos que permitan anticiparse a estas infecciones.
Herrling explicó la presencia de este centro en Asia como la mejor manera para atajar ‘desde dentro’ estas patologías, al eliminar el costoso proceso de transporte que encarece el fármaco y al dejar a los países más necesitados el producto final a precio de coste.
Sin embargo, al responsable de Novartis se le olvidó añadir que en el ‘impacto’ de su nueva estrategia el mercado de infectados -el que da réditos- es mucho más amplio que los 14 millones de personas que fallecen por infecciones tratables y enfermedades parasitarias cada año; que este Instituto es tan sólo una de las dos patas de la mesa: la otra está en Occidente, donde se localiza el segundo frente de actuación e inversión, que no es sino el más novedoso y lucrativo; y que, en definitiva, esta estrategia permite a Novartis, y a las farmacéuticas en general, recuperarse de la ‘mala imagen que han dejado sus prácticas mercantilistas’ en los países más desfavorecidos en los últimos diez años.
A pesar de todo, resultan reconfortante pensar que ese ejercicio de autocrítica refleja, al menos, que los lobbys farmacéuticos no padecen ceguera irreversible, ya que durante años se ha provisto medicamentos a los países pobres con la intención de erradicar estas afecciones en una política que no ha logrado avance ninguno. Es más, cada curso aumenta exponencialmente el número de personas que muere por enfermedades tratables. Las causas las podemos encontrar en los altos precios, la dificultades en la distribución y los objetivos inicialmente marcados: suministrar retrovirales cuando la enfermedad ya esta en fase avanzada.
Pero lo más frustrante es que la voz de alarma, por poner el caso, que dio el ministerio de Sanidad español al afirmar que se habían tratado 400 casos de malaria o paludismo en 2003, sea suficiente como para cambiar estrategias, reconocer fracasos, implementar nuevos proyectos y, al fin y al cabo, poner la primera piedra, ‘allí’, para recoger más pronto que tarde, ‘aquí’, los primeros beneficios.
Y Novartis, ¿cómo explica el resurgir de estos 400 casos de paludismo en España, sin ir más lejos? Para Herrling la clave está en los propios efectos de la globalización fruto de los nuevos flujos migratorios, los factores socioambientales y los movimientos de capital como consecuencia del emergente turismo en países donde estas enfermedades hacen estragos. Incluso culpan directamente a la desidia del viajero occidental por no seguir los consejos médicos.
Así y todo, este ‘cambio de mentalidad’ al que hizo referencia la compañía en Barcelona no es más que un cambio de objetivos ante nuevos y jugosos horizontes. Consiste en proclamar ante la muchedumbre con grandes titulares el sonoro fracaso que ha supuesto de las políticas farmacéuticas en los países pobres, en un ‘bondadoso’ ejercicio de autocrítica; azuzar, después, el miedo suficiente como para hacer creer que estas enfermedades ‘olvidadas’ (dengue, malaria, tuberculosis, lepra…) vuelven a llamar a la puerta de los Estados de Bienestar; y, finalmente, redimir este ‘mal de la globalización’ con la presentación de un colosal complejo de investigación farmacéutico, donde se comienza a tejer el ‘impacto’ económico del que hablaba Herrling.