Para hacer caer al mundo en sus redes y mantenerlo bajo su férula, el capital enreda las cosas, las trastoca, las pervierte o pretende volverlas algo distinto de lo que en verdad son. Fácilmente convierte el amor al prójimo en amor exclusivo a la familia inmediata; endosa los males que genera a los pobres, los […]
Para hacer caer al mundo en sus redes y mantenerlo bajo su férula, el capital enreda las cosas, las trastoca, las pervierte o pretende volverlas algo distinto de lo que en verdad son. Fácilmente convierte el amor al prójimo en amor exclusivo a la familia inmediata; endosa los males que genera a los pobres, los marginados, los indigentes, los pueblos y sus diversas organizaciones y movimientos, o bien a individuos aislados que, a veces, lo han servido incondicionalmente; transforma la riqueza del Primer Mundo en virtud; la pobreza y subdesarrollo del Tercer Mundo en autoengendro nacido de la falta de virtuosidad; el ser práctico en ser pragmático; el espíritu emprendedor en espíritu empresarial; la competencia en competitividad. Que no sorprenda así que el presidente de España, pretenda convertir a las universidades en empresas privadas y a éstas en universidades (1), porque ello responde a la lógica del capital que no es la de los pueblos.
1. Un limitado amor al prójimo
El cristianismo predica el amor al prójimo, «cualquier persona respecto de otra en la colectividad humana» (2), pero para muchos de sus fieles, que han nacido y vivido dentro del mundo diseñado por el capitalismo, sistema para el que lo único que vale es la creciente e incesante ganancia de cada día, el prójimo nada tiene que ver con iraquíes y afganos, por ejemplo. ¿Acaso preocupa la muerte de un millón de iraquíes desde que se inició la invasión de la antigua Mesopotamia a la fecha, o los más de cinco millones de huérfanos derivados de esa misma ocupación?
Sin duda, el amor a la familia es para cada individuo lo más importante de su vida. Pero la forma en que se pregona el amor a la familia de parte de los medios de derecha, aleja al individuo del amor al prójimo colectivo, a la humanidad entera. De hecho, se inculca un amor que, por hermoso, tierno, lógico y terrenal que parezca, hace que el individuo no vea más allá de sus narices, no vea al vecino, al barrio, a la ciudad, a la nación, a la región, al continente, al mundo, a toda la humanidad; en pocas palabras, al prójimo en toda la extensión de la palabra, lo que resulta de la constante predica neoliberal del individualismo. Ello se hace esencialmente de forma indirecta, mediante la invisibiliación que hacen los medios de derecha del prójimo colectivo que sufre opresión, persecución, crímenes, intervención extranjera, etcétera, para colocar siempre en primer plano al prójimo individual, cuyas virtudes son exaltadas de mil formas.
El capitalismo genera desempleo, pobreza, marginación social, indigencia, corrupción. Todo porque su naturaleza es profundamente explotadora. Negocia con todo, inventa guerras muy rentables para quienes las desatan, privatiza todo lo que cae en sus manos. Pero endosa al pobre su pobreza, la marginación al marginado, la indigencia al indigente, la corrupción al individuo corrupto. La explotación del hombre por el hombre no parece estar en su léxico, el rédito creciente e incesante es su credo cotidiano; desata el terrorismo y amenaza atómicamente al mundo dizque en previsión de ataques terroristas; pregona democracia pero no la practica en ninguna parte, habla de amor pero aborrece a la humanidad.
2. Falacia sobre el origen del atraso y el desarrollo
Los partidarios abiertos o solapados del capitalismo sostienen que la riqueza del Primer Mundo se debe al ingenio, la laboriosidad y el espíritu emprendedor de sus habitantes; de igual forma y como contraparte, sostiene, con aparente lógica, que el Tercer Mundo se caracteriza por la carencia de actitudes positivas. «No somos subdesarrollados porque a nuestro país le falten riquezas naturales o porque la naturaleza haya sido cruel con nosotros. Simplemente somos pobres por Nuestra Actitud», sostiene con gran simplismo un autor «anónimo». Y enumera lo que a su entender son las grandes carencias del Tercer Mundo: la ética como principio básico, el orden y la limpieza, la integridad, la puntualidad, la responsabilidad, el deseo de superación, el respeto a las leyes y los reglamentos, el respeto por el derecho de los demás, el amor al trabajo, el esfuerzo por la economía y el emprendimiento (3). En concreto, la falta de ética del Tercer Mundo, según el autor, explica su subdesarrollo y, viceversa, la ejemplar actitud ética del Primer Mundo da cuenta de su gran desarrollo. Y pone de ejemplo de actitud positiva a Suiza.
Empero, Suiza es un país tan imperialista como Estados Unidos o Inglaterra, porque aunque nunca ha tenido colonias imperiales, su burguesía industrial y bancaria desde mucho tiempo atrás, para avanzar, se ha venido escudando detrás de su «neutralidad» política y de las grandes potencias imperialistas; lo ha hecho, asimismo, recurriendo a su política «humanitaria» ejercida por medio de la Cruz Roja, las «buenas» obras, la «filantropía», así como a un discurso mediante el cual se presenta a sí misma como «un pequeño Estado débil, inofensivo, etcétera». Como su gran burguesía industrial y bancaria no ha podido depender del triunfo militar, se convirtió en maestra en el arte de aprovecharse de las contradicciones interimperialistas. De esta suerte, ha logrado que sus multinacionales pertenezcan al reducido número de sociedades que ejercen dominio global en una serie de ramas, tales como las tecnologías de la energía y la automatización (ABB: primera o segunda mundial), cemento y materiales de construcción (Holcim: primera), productos alimenticios (Nestlé: primera), relojería (Swatch: primera), agro-industria (Syngenta: segunda o tercera) y seguros (Swiss Re: primera) (4).
3. Metamorfosis de conceptos
Presentar los conceptos con contenidos metamorfoseados es una estrategia que le permite al capital inculcar sus valores a la sociedad. Así pasa, por ejemplo, con los conceptos «práctico», «emprendedor» y «competente», devenidos respectivamente en «pragmático», «empresario» y «competente». Probablemente, pasa igual con el concepto «socialismo», al que frecuentemente se le sustituye por el concepto «utopía». Delimitemos lo campos:
Ser práctico no es igual a ser pragmático
Ser práctico significa actuar en correspondencia con las circunstancias y posibilidades que rodean el quehacer humano, sin dejarse arrastrar por principismos ni por dogmas de ningún tipo, pero sin faltar forzosamente a la moral ni a la ética. Por el contrario, ser pragmático significa sacar el máximo provecho personal posible que permitan las circunstancias, sin reparar para nada en las consecuencias futuras que sus acciones puedan implicar para la sociedad o la humanidad en su conjunto, sin que preocupe para nada la violación de los principios éticos o morales, cualesquiera que éstos sean. Ello constituye un epítome del valor supremo de la filosofía capitalista: la «acumulación y la conservación ilimitada de bienes […] independientemente de los efectos que pueda tener sobre la naturaleza y el hombre» (5). «Es curioso -escribía una diputada chilena en torno al pragmatismo- cómo ahora se dignifica esa palabra que en otras épocas se llamó «oportunismo». Hoy ya no hay oportunistas sino pragmáticos» (6).
Ser emprendedor no es igual a ser empresario
Ser emprendedor significa actuar con iniciativa, imaginación, arrojo y determinación; ser empresario en el mundo capitalista significa ser parte inseparable de los opresores modernos. Ser emprendedor va mucho más allá de ser empresario. Por ello, es deseable que en la sociedad aumente exponencialmente la gente emprendedora, mas no así la opresión empresarial que, por el contrario, debe ser eliminada.
Ser competente no es igual a ser competitivo
Educación pública y mercado capitalista no ligan en modo alguno, salvo en la mentalidad privatizadora y mercantilista que la globalización neoliberal pregona por doquier. Pero el mercado no es sólo poder monetario o poder militar, es también poder ideológico. No es raro así que las concepciones de mercado estén calando cada vez con más fuerza en los distintos niveles de la educación pública de una gran cantidad de naciones del orbe. Influidas por la lógica crematística, escuelas y universidades recurren, cada vez con más frecuencia, a conceptos como «clientela», «competitividad», «capital», «oferta», «productos», etc. De hecho, el utillaje conceptual de la educación está plagado de conceptos derivados de la esfera mercantil. Detengámonos un poco en el concepto competitividad.
Fuera de lo que atañe al deporte y a las cosas del mercado, la competencia se refiere a la facultad para hacer algo con la debida calidad; a la capacidad para desenvolverse en determinado campo del quehacer humano. La competitividad, en cambio, enfrenta a las personas, naciones, regiones y continentes entre sí; convierte al otro o a los otros en adversarios o enemigos a los que hay que desplazar o eliminar; empuja al que la abraza a recurrir a cualquier medio para alcanzar sus propósitos; invita a actuar sin moral ni ética de por medio, aunque en lo formal se admita su necesidad. Competitividad se define como: «capacidad de competir; rivalidad para la consecución de un fin». Empresarialmente, se le entiende como «la capacidad de una organización pública o privada, lucrativa o no, de mantener sistemáticamente ventajas comparativas que le permitan alcanzar, sostener y mejorar una determinada posición en el entorno socioeconómico» (7). Las guerras mundiales son la expresión más cruda de la competitividad y, dígase más, las amenazas yanqui-europeas de bombardear atómicamente a quien se aparte de los designios imperiales es también expresión de esa perversidad que se pinta como valor supremo del individuo y la sociedad.
La competitividad no incluye, excluye; no une, desune. Una de sus consecuencias es la fragmentación de los procesos económicos y sociales de una nación en aras de someterlos a la demanda de los mercados ampliados. Vinculado estrechamente con lo anterior, se promueven comportamientos que se basan en la práctica de los derechos individuales contraponiéndolos a los derechos colectivos (5).
Mediante la cultura de la competitividad se pretende que el rol del Estado, los sindicatos, las escuelas, universidades, ciudades etc., se reduzca a generar el entorno propicio para que las empresas puedan llegar a ser o se mantengan competitivas en el marco de la globalización planetaria, dominada por EEUU, Japón y Europa occidental. Y el tan pregonado principio de la excelencia, dentro de los marcos de esa misma ideología, significa rendirle culto al «mejor», al más competitivo, desde una estricta rentabilidad económica (8).
La competitividad es lo único valedero para la empresa privada; expresa mejor que nada la esencia misma del funcionamiento del sistema capitalista. Para éste, pues, no existen ni la complementariedad, ni la solidaridad (9). Más aún, el mundo capitalista globalizado, al unificar los mercados mundiales de mano de obra y al pulverizar los derechos sociales y los puestos de trabajo, pone a competir a la clase obrera de unos países contra la de otros por las condiciones de trabajo y salarios» (10) y en general, agregamos nosotros, pone a competir a unos individuos contra otros, lo que incluye a los centros educativos de distinto nivel (11).
Con toda razón, el doctor Juan Vela Valdés, Ministro de la Educación Superior de Cuba, en el discurso con el que se inauguró el VI Congreso Internacional de Ecuación Superior «Universidad 2008», habla «de que no nos llevarán a salvar a la Humanidad ni la competitividad desmedida, ni el lujo, ni el culto al individualismo» (12).
Sin superar las actuales condiciones de distribución y reproducción de la riqueza ni, por tanto, las actuales relaciones de producción predominantes; sin la extensión, el fortalecimiento y profundización de los procesos revolucionarios que hoy se desenvuelven en todo el mundo, particularmente en América latina, y sin el tránsito de la humanidad al socialismo como la única utopía posible para realizar las aspiraciones seculares de los pueblos, el futuro del hombre sobre la tierra será cada día más incierto. Y acá los términos medios no caben: la socialdemocracia es una falacia más del imperio del capital.
Notas:
1. Carlos Sevilla. «La segunda ola de contrarreformas del Proceso de Bolonia». http://www.diagonalperiodico.net/spip.php?article5236
2. www.wordreference.com/definicion/pr%F3jimo – 11k –).
3. Autor anónimo. «De la prosperidad» http://www.gestiopolis.com/canales6/mkt/mercadeopuntocom/actitud-positiva-en-busca-de-la-prosperidad.htm´
4. Sébastien Guex «El imperialismo suizo o los secretos de una potencia invisible». CADTM http://www.rebelion.org/noticia.php?id=62845
5. Gerardo Bianchetti. Facultad de Humanidades. Universidad Nacional de Salta. Argentina. Una aproximación al análisis de las orientaciones políticas para la formación docente en el contexto de políticas de ajuste. o «de cómo se aplica el principio de la «bomba de neutrones» en educación». http://www2.uca.es/HEURESIS/heuresis99/v2n4.htm
6. Laura Rodríguez. «¿Pragmatismo u oportunismo?». http://vulcano.wordpress.com/2006/12/17/%C2%BFpragmatismo-u-oportunismo-por-laura-rodriguez/
7. Definición del término competitividad http://html.rincondelvago.com/competitividad_1.html
8. Ignacio Fernández Delucio. Competitividad vs. Solidaridad Los Límites de la Competitividad Universidad Politécnica de Valencia. Artículo escrito para la Revista AGORA, Valencia, febrero de 1994. http://www.unl.edu.ar/conciencia/anio2n4/pag6_7.htm
9. Obra colectiva. J. Competitividad versus complementariedad o solidaridad. http://www.sappiens.com/castellano/articulos.nsf/Literatura/J._Competitividad_versus_complementariedad__o_solidaridad/1B85B7BEE4D6271741256A71002F51EF!opendocument
10. Salva Torres. La Izquierda transformadora frente a la competitividad capitalista. http://www.espacioalternativo.org/node/935
11. Internacional de la Educación V Congreso Mundial. Julio de 2007. Privatización encubierta en la educación pública. Informe preliminar elaborado por Stephen J. Ball y Deborah Youdell.
12. Juan Vela Valdés. La nueva universidad: necesidad histórica y responsabilidad social. La Habana, 11 de febrero de 2006.