Buenas tardes a todos y todas. En primer lugar, quiero agradecer a Izquierda Unida – Los Verdes de Don Benito su invitación a intervenir en este encuentro, y también agradeceros a todos vosotros, especialmente a quienes os habéis desplazado desde otras localidades, vuestra presencia aquí y vuestra atención a estas primeras intervenciones introductorias a las […]
Buenas tardes a todos y todas. En primer lugar, quiero agradecer a Izquierda Unida – Los Verdes de Don Benito su invitación a intervenir en este encuentro, y también agradeceros a todos vosotros, especialmente a quienes os habéis desplazado desde otras localidades, vuestra presencia aquí y vuestra atención a estas primeras intervenciones introductorias a las cuestiones que enseguida empezaremos a debatir entre todos.
Por supuesto, es muy importante que, como haremos mañana, nos manifestemos en la calle contra recortes de derechos laborales y sociales, como el que consagra la directiva europea de las 65 horas, contestada por centenares de sindicatos y movimientos, en el marco de la Jornada Mundial por un Trabajo Decente convocada en 155 países de todo el planeta. Pero también debemos encontrar momentos y crear ocasiones, como esta, para analizar y debatir, para elaborar un discurso propio sobre la realidad que criticamos, escapando de las descripciones estrechas e interesadas de los medios corporativos de comunicación y los discursos institucionales. La descripción neoliberal, hoy hegemónica en Europa, de la actual crisis económica, se ha convertido en la coartada esgrimida por quienes promueven medidas regresivas como la ampliación de la jornada laboral. Así que, en ese nivel del análisis y el debate, es una tarea urgente desmontar la ideología de la crisis que difunde el neoliberalismo, porque en ella encuentra las coartadas para sus desafueros y en torno a ella recoge el consenso de amplios segmentos de la población, de sus propias víctimas.
Capitalismo financiero
Desde hace semanas estamos recibiendo a través de los medios de comunicación un aluvión interminable de noticias sobre la quiebra de varias grandes entidades financieras en Europa y Estados Unidos, a causa del colapso del mercado hipotecario norteamericano. La mayoría de nosotros hemos oído mencionar en reiteradas ocasiones las llamadas «hipotecas basura» e incluso podemos recordar, por pintorescos, los nombres de algunas de esas entidades quebradas: Freddie Mac, Fanny Mae, Hypo… Pero, ¿qué es exactamente una «hipoteca basura»? Y, sobre todo, ¿qué podemos aprender, estudiando en profundidad este colapso del mercado hipotecario y sus efectos, acerca del capitalismo actual?Resulta difícil encontrarle los pies y la cabeza a cualquiera de los acontecimientos que se producen actualmente en el sector financiero de la economía globalizada. Cuando Marx hablaba a mediados del siglo XIX de «capitalismo financiero», sólo un ínfimo porcentaje de la economía real, productiva, estaba titularizada, convertida en acciones y sujeta a las variaciones especulativas de su valor que caracterizan el funcionamiento de las bolsas. Hoy, parece que la práctica completitud de la realidad está titularizada, reconvertida en fichas de distintos colores (acciones, bonos, derechos, opciones…) sobre el tablero de juego del capitalismo financiero. La «financiarización de la economía» ha alcanzado un punto en que prácticamente ha devenido en la «financiarización integral de la realidad». Los acontecimientos de esa «dimensión financiera» son cada vez más complejos, enrevesados e influyentes sobre la economía y la vida reales.La crisis de las «hipotecas basura» es una expresión clara de todas estas transformaciones.
En principio, una «hipoteca basura» es simplemente una hipoteca concedida a un cliente que ofrece garantías de pago por debajo de la norma habitual. En el capitalismo tradicional, las hipotecas eran negocios bancarios cuyo beneficio principal (por no decir el único) eran los intereses que el deudor abonaba junto con la cuota mensual del préstamo recibido. Pero en el capitalismo híper-financiarizado, las hipotecas han pasado a ser en sí mismas un producto especulativo, porque se comercia con hipotecas, se venden y se compran a precios variables enormes paquetes de hipotecas. Para un banco tradicional, la «hipoteca basura» es un mal negocio, porque lo que al prestamista le interesa es cobrar la hipoteca y sus intereses. Pero para un banco de inversión como Freddie Mac o cualquier otro de los quebrados, eso es lo de menos, porque lo que quiere es revender a otro esa hipoteca a la mayor brevedad y ganándole un amplio margen de beneficios, en ningún caso asegurarse de su cumplimiento: eso acabará siendo, como estamos viendo ahora, problema de otro.Por supuesto, siempre se ha comerciado especulativamente con préstamos. Pero nunca con la velocidad, complejidad y volumen actuales. Algo parecido a lo ocurrido en el mercado hipotecario sucede también con los llamados «mercados de futuros» de materias primas. Un «futuro» es simplemente un derecho de compra a un precio establecido en un momento determinado, y figuras similares existen desde hace siglos. Sin embargo, la ganancia de los mercados tradicionales en este tipo de operaciones estaba vinculada casi siempre a la adquisición real del producto y la posibilidad de comerciar con él, materialmente, a un precio ventajoso. Ahora, en un mercado de futuros como el del petróleo, apenas 3 de cada 100 operaciones concluyen en una adquisición real de la mercancía: el 97% restante es una interminable cadena de operaciones especulativas.
Además, el capitalismo financiero opera bajo el control delegislaciones vagas y anticuadas en el marco nacional, que elude a menudo mediante enrevesadas operaciones de ingeniería contable, y completamente inexistentes en el marco global, en el que los capitales legalmente limpios se entremezclan sin pudor con el capital mafioso del crimen organizado en la opaca coctelera bancaria de los paraísos fiscales.Pero, ¿de dónde saca el mercado toda la liquidez, todo el dinero contante y sonante que, convertido en fichas financieras, respalda estas operaciones? En países como Estados Unidos, un porcentaje amplísimo de la población invierte sus ahorros en valores de alto riesgo, frente al tradicional ahorro bancario, una tendencia cada vez más extendida en todo el mundo. Pero sólo con eso no habría bastado para alimentar una financiarización tan extensa y profunda. Por un lado, los fondos de pensiones de decenas de millones de trabajadores han pasado también, de ser como antaño fórmulas de ahorro tradicional a un tipo de interés fijo, a convertirse en productos financieros cuyo valor fluctúa libremente en los mercados y con los que se comercia a gran escala. Lo mismo ocurre con los seguros médicos. Por otro lado, muchos cientos de miles de trabajadores, sobre todo norteamericanos, han recibido en las últimas décadas parte de sus salarios en forma de acciones de las empresas para las que trabajan, inyectando directamente esa parte de la plusvalía destinada a salarios, tradicionalmente orientada al consumo o al ahorro, en el mercado financiero. Es con todo este oceánico volumen de dinero, producto en gran medida de la privatización y titularización de lo público, como el capitalismo financiero ha podido «adquirir» la realidad y transformarla casi en su totalidad en fichas para el juego especulativo.Hace poco escribía Juan José Millás: «Si los analistas emplean tantas veces a menudo la expresión «economía real», es porque existe una economía fantástica».
Desde su mismo origen el capitalismo moderno ha añadido ciertas dosis de fantasía a la realidad de la economía productiva. Pero ahora, y ese es el hecho diferencial, la economía fantástica es la hegemónica y la real la subsidiaria. Un perfecto ejemplo de ello es lo que está ocurriendo con el petróleo. La invasión norteamericana de Iraq es un completo fracaso en todos los aspectos menos en uno (el único que realmente interesa a sus promotores): el flujo del petróleo iraquí al mercado internacional ha sido restablecido. Otras tensiones geopolíticas, como la provocada por el terrorismo en los países de Golfo, las guerras del Cáucaso o las presiones de EEUU sobre Irán y Venezuela, no se han traducido en variaciones reales de flujo de petróleo al mercado o incremento de precios de los productores. Sin embargo, el petróleo no ha dejado de encarecerse desde el inicio de la guerra de Iraq. ¿Dónde entonces sube el precio del petróleo? No en el vientre de un buque petrolero o mientras circula por un oleoducto, sino en su tránsito simbólico, fantasmagórico y vertiginoso por el entramado especulativo. Entre que un barril de petróleo sale de su yacimiento y llega a los almacenes del expendedor puede haber sido, en su forma financiera, revendido docenas de veces con beneficios que repercuten en los precios finales del modo que estamos comprobando. Algo parecido está sucediendo con los alimentos, aunque los medios de comunicación hayan puesto el acento sólo sobre el efecto de la industria de biocombustibles, obviando el papel de los especuladores. Sin embargo, el gobierno hindú, en un gesto de extraordinario valor político, tomó hace poco la decisión de impedir la actuación de los mercados de futuros alimenticios en el país, como medida de emergencia para impedir que las operaciones especulativas de la economía fantástica acabaran desencadenando una hambruna muy real.
Crisis económica
Hace unas semanas, el periódico Diagonal publicaba una viñeta en la que sucesivamente hablaban un obrero, una pequeña empresaria y un especulador. Ambos cabizbajos, el primero decía: «Por culpa de la crisis, he perdido mi trabajo», y la segunda añadía: «Por culpa de la crisis, he perdido mi negocio». En cambio el tercero, sonriente, decía: «Gracias a la crisis, yo le he comprado a esta el negocio por cuatro duros y voy a contratar a aquel por dos». Es una excelente síntesis de ese singular modo de ser del capitalismo actual que la canadiense Naomi Klein ha denominado como «capitalismo del desastre», aquel en el que, para algunos, la crisis no es una catástrofe (como la presentan al público los medios de comunicación y los políticos), sino una oportunidad de negocio. En su extraordinario ensayo La doctrina del shock, Klein describe cómo, con los cadáveres de las víctimas del Katrina todavía flotando por las calles de Nueva Orleans y miles de refugiados hacinados en estadios deportivos y campamentos militares, los grandes contratistas ya estaban tomando posiciones en la carrera por el negocio de la reconstrucción de la ciudad. Para ellos, la devastación y mortandad provocada por el huracán eran, mucho antes que un drama humano, una oportunidad de negocio: la ocasión perfecta para desalojar a enormes capas de población negra humilde de algunos barrios urbanísticamente revalorizables. Curiosamente, en la vecina, humilde y asediada Cuba, el huracán no mató a nadie a su paso. Centenares de miles de cubanos fueron desplazados y realojados, gracias a que el Estado empleó todos los medios a disposición para salvaguardar la vida de sus ciudadanos. Mientras tanto, en Nueva Orleans, quienes no disponían de vehículos o dinero, recibieron escasa información o no pudieron valerse por sí mismos para escapar morían como ratas. Los helicópteros y los ingenieros de su Guardia Nacional, por cierto, no estaban disponibles para auxiliar a la población de Nueva Orleans, porque en su gran mayoría prestaban servicio en Iraq, defendiendo a tiros los intereses de… los mismos grandes contratistas privados, claro.Punto por punto, este esquema se repite en la actual crisis económica, que también se está desarrollando bajo los parámetros de la «economía del desastre»: una búsqueda insaciable del beneficio, incluso en la más atribulada catástrofe, y sin reparar en los costes sociales.
A diferencia del Katrina, el huracán financiero no tiene su origen en la naturaleza sino en el propio mercado financiero. Tiene culpables, con nombres y apellidos, que podrían ser enjuiciados, expropiados, destituidos, inhabilitados o encarcelados. Pero da igual, porque la «economía fantástica» es ya tan poderosa que puede imponerse no sólo a la economía real, sino al poder del Derecho y el Estado. La socialista norteamericana Gloria La Riva ha descrito el plan de rescate de la administración Bush (con la gentil venia de Barack Obama), que inyectará 700.000 millones de dólares en el tambaleante mercado financiero, como un «golpe de Estado bancario», en el que, bajo la amenaza de desencadenar una hecatombe en la economía real, la «economía fantástica» se hace subvencionar en sus delirios con un exorbitante recargo extraordinario sobre los recursos públicos, añadido al que los ciudadanos ya están pagando en su consumo cotidiano, en el valor de sus propiedades inmuebles…A la vez, la crisis financiera también está sirviendo de coartada, en el lado real de la economía capitalista, para un recorte generalizado de los derechos laborales y sociales: otra manera de hacer rentable la catástrofe. La amenaza de un incremento masivo del paro permite a los empresarios contratar trabajadores más cualificados por menores salarios, demandar la ampliación de la jornada laboral en la Unión Europea a 65 horas (o en Francia, la supresión de las 35 horas vigentes), la despenalización de la temporalidad, el abaratamiento del despido, la supresión de limitaciones medioambientales…Llegados a este punto y a la vista de todas estas evidencias, bien podemos preguntarnos si la crisis económica es realmente un hecho de signo negativo, una catástrofe, un desastre, tal y como coinciden en describirla los medios corporativos, Bush y Obama, Montoro y Solbes, o bien una estrategia de negocio, una agresiva herramienta de reestructuración al servicio del capitalismo: no un cierre por siniestro, sino una operación de recogida de beneficios, reajuste de la maquinaria y reordenación de la mercancía, a la vez que una gigantesca acción de lucha de clases de los de arriba contra los de abajo.
Es cierto que grandes cantidades de dinero han desaparecido. Una parte de ese dinero nunca existió, era simplemente un monumental engaño, sostenido mediante la sobre-estimulación psicológica de los pequeños inversionistas (en acciones, en viviendas, en fondos de pensiones) con la ilusión de fabulosos beneficios siempre crecientes. Pero otra parte de ese dinero se ha volatilizado en forma de opíparos beneficios empresariales y sueldos astronómicos. El impacto de la crisis ha convertido en productos de lujo el pan, la leche, las verduras frescas o la carne de ternera, ha provocado cientos de miles de despidos y ha puesto a millones de familias al borde del desahucio. Pero en el mismo período, el mercado de los jets privados no ha dejado de crecer a la velocidad propia de estos aparatos. Sólo entre los 12 ejecutivos más destacados de entre los «retirados» por la crisis de sus cargos en grandes empresas (Merril Lynch, Citibank, Lehman Brothers, AIG…) se han embolsado en torno a 500 millones de dólares en concepto de indemnizaciones por despido, sin que casi nadie haya puesto en entredicho semejante expolio y desvergüenza.Se ha descrito la economía financiera como una economía de «insiders», de los que están dentro y conocen las reglas, opacas para los demás, para la ciudadanía y para el Estado. Para la mayoría de estos «insiders», la crisis no es ninguna catástrofe. Siempre ha figurado, como una posibilidad entre otras (con completa independencia de su coste social), en sus planes de negocio. Los «insiders» tenían perfectamente perfilada su fuga, botín en mano, del embrollo que ellos mismos estaban creando, y en el que han dejado embarcados a los demás. Apenas emergía la actual fase catastrófica de la crisis hipotecaria, los capitales especulativos «fugados» del mercado inmobiliario comenzaban a aflorar en el mercado de los alimentos: simplemente, una vez extraído el máximo beneficio de la necesidad humana de cobijarse bajo un techo, comienza un nuevo ciclo en que el objetivo es la necesidad humana de alimentarse. Quizás influidos por aquellas viejas imágenes de los especuladores tirándose por las ventanas de Wall Street en la crisis del 1929, alguien pudo pensar que con la llegada de la crisis los especuladores empezarían a inmolarse desde las azoteas de sus castillos de naipes financieros. Pero, como ha escrito Isaac Rosa, con la crisis lo único que cae, como siempre, son obreros desde los andamios (sin ir más lejos, los 26 muertos en los tajos extremeños en 2007). Los «insiders», ¿dónde están? Donde siempre: haciendo negocios.
Respuesta social
La clase trabajadora y la sociedad civil, los sindicatos y movimientos en los que se vertebra, y los partidos de izquierda por los que se hace representar en las instituciones, deben escapar de la ideología neoliberal la crisis y elaborar su propia descripción y su propio análisis de los hechos, desde los que orientar la lucha contra sus costes sociales y por la elaboración de alternativas económicas y políticas. La crisis no puede cerrase sin más mediante una expropiación masiva de recursos públicos, un recorte de salarios y derechos laborales y un encarecimiento del coste de la vida. La respuesta desde la izquierda a la crisis económica tiene que pasar por una exigencia de revisión crítica de todo el proceso que nos he traído hasta aquí: la privatización de servicios y prestaciones públicas (sanidad, educación, pensiones…), la desregulación de las actividades financieras, la inexistencia de mecanismos de control de los flujos globales de capital, la autonomía ilimitada de los bancos centrales…La izquierda socialdemócrata de Obama a Zapatero está actuando bajo el mismo dictado neoliberal y bajo el mismo chantaje financiero que la derecha de Sarkozy a Bush. Los medios de comunicación de masas frecuentan poco y moderadamente cualquier lenguaje demasiado distante del consenso establecido. A este consenso no escapan tampoco, en términos generales, los grandes sindicatos, que apenas se limitan, como sucederá mañana, a organizar jornadas simbólicas de protesta en defensa de unos mínimos exiguos e inesenciales.
El sindicalismo alternativo y los movimientos sociales si elaboran descripciones y modelos alternativos, pero, ¿qué difusión tienen? ¿A qué proporción de la población alcanzan? ¿Qué impacto tiene sobre la vida económica real?Carlos Marx habló de la «subsunción real» como modelo de expansión capitalista no hacia el exterior, ahora que el capitalismo ya no tiene un «afuera» y equivale a una segunda piel del mundo, sino en profundidad, como una recolonización de los individuos y las sociedades para incrementar su rentabilidad, que empieza por su fuerza de trabajo pero se extiende hacia lo más íntimo de su psique, su cultura y su sociabilidad. El capitalismo nunca ha sido pacato ni torpe a la hora de expropiar de sus riquezas a la humanidad y a la naturaleza, pero su sabiduría y eficacia a la hora de ahondar su hegemonía ha alcanzado unos niveles tan delirantes que una descabellada narración fantástica como The Matrix nos suena a puro realismo social.Todo desafío a esa hegemonía tiene un episodio central en la demolición del consenso cultural que le brinda la pasividad o la complicidad de buena parte de la propia sociedad expropiada. Esta sumisión voluntaria (al menos en apariencia) del esclavo social a los intereses del amo capitalista es la consecuencia del fracaso cultural de la izquierda. El consumismo desmesurado de nuestra sociedad es, además de una ruina en el plano intelectual y moral, una suicida forma de accionariado de la multitud trabajadora en la empresa de su propia desgracia. Elevando irreflexivamente sus estándares de consumo, dejando capturar el conjunto de su vida privada y su ocio en circuitos de explotación comercial, los trabajadores aumentan su dependencia de la misma economía capitalista que les ha declarado la guerra y no cesará su ofensiva hasta relegarlos a la más desnuda esclavitud. También dejándose camelar por los cantos de sirena del enriquecimiento fácil e invirtiendo sus ingresos en valores especulativos (acciones, pisos…) que dejarán el grueso de sus ganancias en manos de los «insiders», los trabajadores muestran su profunda sumisión a la mentalidad capitalista. Resulta difícil encontrar algún aspecto de la vida y la psique humana que no haya sido ya plenamente comercializado y financiarizado.Esta tendencia resulta abrumadora en la franja juvenil de la clase trabajadora.
El impacto psicológico de la sobreexposición publicitaria y el estímulo de la competitividad social por la vía del consumo ha devastado los ya exiguos restos de toda cultura de la autonomía subjetiva, la responsabilidad política, la solidaridad social… Una generación psicológicamente atrapada en un mantra tan sencillo como eficaz: «gana mucho dinero para poder gastar mucho dinero». Así ha sido, por ejemplo, como cientos de miles de horas extras y destajos de la mano de obra del sector de la construcción en esta década se ha ido por el sumidero del tunning y la coca. El analista italiano Franco «Bifo» Berardi ha hablado de neuro-capitalismo: un capitalismo psíquicamente implantado, de un modo tan profundo como las falsas vivencias de los esclavos energéticos de La Matriz. Difícilmente erradicaremos el capitalismo de las calles, ni siquiera seremos capaces de poner ciertos límites mínimos a sus consecuencias, si no lo arrancamos previamente del interior de nuestras cabezas. Frente a la «subsunción real» de la que habla Marx, la izquierda política y la sociedad civil organizada debe presentar un proyecto de descolonización de la vida respecto del capitalismo. Desconectar retazos del mundo material y del tiempo de vida del cableado de La Matriz. ¿Cómo? En esa tarea estamos. Desde lugares muy distintos nos ofrecen constantemente pistas para orientarnos. En Argentina, los trabajadores ocupan las fábricas que cierran los especuladores, las ponen en producción y las hacen rentables, a la vez que experimentan formas democráticas de gestión, y reparto de los beneficios. En la India, los agricultores crean su propio mercado cooperativo de simientes para emanciparse de la tiranía de los gigantes del agro-negocio.
En todo el mundo, las redes de la economía social (comercio justo, cooperativismo, banca ética…) ensayan relaciones económicas de progresiva autonomía respecto de las reglas de mercado. Además de esta lucha por recuperar la hegemonía ideológica y la iniciativa en la reinvención de la vida económica, la izquierda debe también seguir actuando en las instituciones (aunque estas estén, como sucede hoy en España y en Europa, completamente sometidas a la fuerza gravitatoria del neoliberalismo), consolidando los derechos históricamente adquiridos y construyendo legalidad e institucionalidad a partir de los nuevos derechos que se conquisten.Quisiera terminar recordando cómo Antonio Gramsci advertía, en sus Cuadernos de cárcel, que no puede confiarse en que los fenómenos económicos produzcan mecánicamente efectos políticos, y mucho menos, efectos políticos de signo revolucionario o emancipador. También Walter Benjamin, en sus Tesis de filosofía de la Historia, prevenía del engañoso estado de ánimo al que induce creerse nadando a favor de la corriente histórica. De acuerdo con ambos clásicos de nuestra tradición, ni esta, ni ninguna crisis económica, por profunda y dolorosa que sea, traerá por sí sola, como por efecto de un movimiento pendular, un momento de regeneración, de lucha, de recuperación de viejos derechos o conquista de otros nuevos. No hay emancipación sin un sujeto cultural, social y político que se identifique con ese objetivo y luche por él. Dejado a su inercia, el doloroso reajuste del negocio financiero y la depauperación social que está provocando sólo pueden también desembocar en un incremento de la pura desesperación, del puro cinismo, de la pura exclusión, de la pura violencia: el fascismo también es un hijo posible de la crisis, como demuestra el constante trasvase en las últimas décadas del voto obrero, desde sus tradicionales organizaciones de clase, hacia la extrema derecha en EEUU y Europa.
Esta crisis puede servir como pasadizo hacia distintos «otros mundos posibles». Algunos, por increíble que pueda parecernos, mucho peores que este que conocemos. Si queremos evitarlo, si queremos encaminar la marcha, no hacia el abismo, sino hacia las grandes alamedas que anunciaba el compañero Salvador Allende, habrá que tomar partido, apretar los hombros, acumular fuerzas, trenzar redes, desafiar límites… En suma, se trata de retomar el testigo de una lucha que es a la vez antiquísima y siempre nueva, cuyas exigencias tenemos que redescubrir a cada paso, pero que conserva a lo largo de su extensa genealogía un fin invariable: la abolición definitiva de la explotación capitalista, en tanto que pre-requisito indispensable de cualquier proyecto veraz y suficiente de convivencia democrática para la sociedad humana.http://jfmoriche.blogspot.com [email protected]
——————————————————————————–
* Este artículo amplía y precisa la intervención del autor en el acto «Por los derechos laborales y sociales. No a la jornada laboral de 65 horas», convocado por Izquierda Unida el lunes 6 de octubre de 2008 en Badajoz, España