Recomiendo:
0

Ideas para comenzar el debate

Capitalismo y corrupción

Fuentes: Rebelión

Evidentemente sólo el corrupto contumaz o el idiota moral estarían en descuerdo con la lucha a fondo contra la corrupcoón. Sin duda alguna hay que ser inclemente con los actos «para-administrativos» que desvían fondos públicos para alimentar riquezas privadas o de grupos, pero a estas alturas de la historia con todo lo que se sabe […]

Evidentemente sólo el corrupto contumaz o el idiota moral estarían en descuerdo con la lucha a fondo contra la corrupcoón. Sin duda alguna hay que ser inclemente con los actos «para-administrativos» que desvían fondos públicos para alimentar riquezas privadas o de grupos, pero a estas alturas de la historia con todo lo que se sabe del sistema capitalista es necesario ir más al fondo del asunto, porque la lucha contra la corrupción se queda en una de las consecuencias del funcionamiento propio del sistema capitalista y no ataca la causa que se encuentra en la esencia misma de dicho sistema.

Trataré de explicarme. Uno de los aportes de Marx al conocimiento del sistema capitalista es que demostró que en la base misma de la producción está instalada la corrupción que se materializa en las múltiples formas de adulteración de los productos industriales (mercancías) a las que recurren los capitalistas desde el mismo inicio del industrialismo para rebajar la inversión en los costos y poder competir con ventajas «extras» en el mercado. De manera que si la base productiva misma del sistema está corrompida (sin ética) nada extraño tiene que los procesos de circulación que ella genera estén contaminados por la corrupción.

Evidentemente que esto que acabamos de decir no agrega nada al argumento que sostiene que se puede (y se tiene que) acabar con la corrupción antes de construir el socialismo, porque se piensa que un funcionario público no tiene que ver con el proceso productivo industrial o con que un vendedor de café abuse con el agua para sacarle más ganancia a cada kilo del producto. Visto así, aisladamente, el asunto se reduce a un problema ético y de formación de conciencia ciudadana (cívica) que se llevaría a cabo con un programa masivo de «educación en valores» y con un sistema judicial que castigue inclementemente a los corruptos y, por lo mismo, nuestra observación no tiene relevancia sino más bien peca de economicista. Por esta vía no haría falta una revolución sino un buen programa de reforma educativa y de enmienda judicial de las fallas del sistema capitalista. Pero si concebimos el capitalismo como un «sistema», es decir como un conjunto estructurado de instituciones económicas, sociales y culturales que interactúan para conformar una estructura social y una tipología humana portadora de una determinada y homogénea «visión de mundo», entonces la cosa cambia, porque a este proceso de corrupción inmanente al sistema capitalista tenemos que agregar otros componentes que el economista (no marxista) Karl Polanyi(1) denominó «mercancías ficticias» (o falsas mercancías) que son el resultado de la conversión de la tierra, la fuerza de trabajo y el dinero en mercancías. Resultado logrado por el capitalismo en Inglaterra entre los siglos XVIII y XIX en ardua lucha contra las clases «más misericordiosas» del antiguo régimen que avizoraban el peligro social y político que representaban los pobres librados a su propia suerte, esto es: a la dinámica de la oferta y la demanda del mercado como una mercancía más.

De estas tres falsas mercancías nos detendremos primero en la fuerza de trabajo: Al convertirse la fuerza de trabajo en mercancía, esto es, al convertir al individuo (mujer, hombre, niño, adolescente, joven, viejo) en simple portador de una cualidad vital que sólo vale en el mercado, es decir: de la cual depende su sobrevivencia (y las de su familia) pero que representa o produce algún provecho sólo si tiene la suerte de venderse al mejor postor, se está vaciando al ser humano del «contenido» que lo hace humano, a saber: las relaciones familiares, las relaciones con su comunidad y las relaciones con su historia. Evidentemente que este vaciamiento (2) se logra sólo después de que se ha convertido la tierra en mercancía y se ha obligado a los hombres y mujeres a desarraigarse de su «terruño» (el pedazo de tierra donde se nace, se trabaja para obtener el alimento, se muere -e incluso se enterraban los familiares muertos- y se establecen los primeros lazos de amor tanto familiares como comunales). Luego, con el desarrollo y expansión de las relaciones capitalistas de producción a todas las instituciones de la sociedad y a todas las sociedades del mundo, ese vaciamiento se convirtió en el aire que respiramos. Y aquí entra la falsa mercancía que nos falta nombrar: el dinero, que de ser un simple pero seguro y «justo» medio para el intercambio de mercancías en comunidades estables, pasó a convertirse en el «Dios de los dioses» que decide sobre la vida y la muerte de los seres humanos y decide también sobre algo mucho más importante porque es lo que llena de «verdadera humanidad» la vida y la muerte de los seres humanos: el amor. Así fue como llegamos al estado de vaciamiento moral en que nos encontramos, valga decir: al estado de corrupción en que estamos, porque la corrupción -esa que preocupa a todos los seres humanos de buena voluntad- no es más que el vaciamiento espiritual que ha producido el capitalismo en los seres humanos. No es gratuito que la corrupción sea el mayor y más dañino flagelo que ataca a todas las economías públicas (y privadas) donde el capitalismo ha echado raíces. Pero cuando decimos corrupción no sólo nos referimos a las distintas manifestaciones que se presentan en la administración pública o privada y que ya practican en Venezuela algunos que se disfrazan de revolucionarios (bolivarianos primero, ahora socialistas), sino a otras más sofisticadas y sutiles que constituyen el entramado de costumbres y hábitos que, como un andamiaje invisible, sostiene nuestra alma vacía y, aunque parezca insólito, no sentimos dolor. Nos referimos a esa forma de llevar la vida «por los caminos verdes» en que nos educamos desde que en la escuela «descubrimos» que es más fácil (y da igual) «copiarnos» de un compañero o de una «chuleta» que estudiar para obtener una buena nota que nos coloque en el cuadro de honor y nos convierta no sólo en el mejor estudiante sino en el mejor de los hijos (y lo peor: que nos lo festeje la familia). Y así continuamos «nuestra marcha de locos» hacia una meta que se nos proyecta desde distintos «aparatos» como la familia, la escuela, los medios de comunicación, etc., sobre una pantalla que nosotros mismos sostenemos. La meta es: el éxito económico, tener mucho dinero para sentirnos realizados, seguros y servir de ejemplo a la generación de relevo. Por eso afirmamos que no es acabando con la corrupción administrativa pública y privada como avanzaremos hacia el socialismo, sino que hay que salir del capitalismo para comenzar a acabar con la corrupción. Por lo que es tan importante discutir sobre la sociedad que queremos y precisar cuánto debe diferenciarse de la que tenemos. Estos son los argumentos que nos hacen decir a los que colocan la lucha anticorrupción como norte de la revolución anticapitalista que «deseos no empreñan», porque querer acabar con la corrupción sin acabar con el sistema capitalista que la reproduce como el árbol su savia nos llevará, inevitablemente, por lo menos, a repetir la amarga experiencia de los pueblos que vivieron el (mal) llamado «socialismo realmente existente», donde las «falsas mercancías» (y sobre todo el dinero) siguieron existiendo pero fueron escondidas tras la fachada de la planificación estatal (es decir no privada) de la economía.

Evidentemente que nuestra reflexión nos deja una pregunta en el aire y que forma parte de la discusión necesaria: ¿Es posible deshacer el entramado institucional (económico, político, social y cultural) construido sobre estas falsas mercancías? En otra palabras: ¿Es posible el hombre y la sociedad nuevos?

Notas:

 (1) Karl Polanyi.»La gran transformación». Edit. FCE.

(2)Marx llamó a este vaciamiento «alienación».