La historia de América Latina ha estado marcada por el imperialismo: por la dominación de los poderes hegemónicos mundiales construidos por el mercantilismocolonial y posteriormente por el capitalismo monopolista. Desde la colonia española hasta su situación actual, en la que es presa de la guerra de rapiña entre Europa, Estados Unidos y Asia, la región […]
La historia de América Latina ha estado marcada por el imperialismo: por la dominación de los poderes hegemónicos mundiales construidos por el mercantilismocolonial y posteriormente por el capitalismo monopolista. Desde la colonia española hasta su situación actual, en la que es presa de la guerra de rapiña entre Europa, Estados Unidos y Asia, la región se ha adecuado económicamente a los dictados de las clases dominantes extranjeras, apoyadas siempre por sus aparatos estatales imperialistas, principalmente el norteamericano desde inicios del siglo XX. De esta forma, las políticas económicas locales que se aplicaron nunca fueron autónomas, ni siquiera aquellas pretendidamente nacionalistas, y mas bien, estuvieron permanentemente al servicio de la expansión capitalista mundial y su reproducción. Los denominados programas de ajuste neoliberales expresaban una nueva situación mundial, nuevas necesidades del capital, que desbaratarían el anterior modelo económico de industrialización por sustitución de importaciones (ISI). Aquel que intentaba consolidar un capitalismo nacional en cada uno de los países latinoamericanos y que estuvo en auge durante las décadas de 1960 y 1970.
Lo que se denomina actualmente neoliberalismo es una etapa más del proceso de dominación y dependencia histórica a la que se encuentra sometida Latinoamérica. Cronológicamente el modelo económico neoliberal es implantando desde la segunda mitad de la década de 1980 (Bolivia) y durante la década de los noventas (el resto de países). En Chile, se aplicaría prematuramente en medio de la feroz represión de la criminal dictadura de Pinochet inaugurada en 1973, en el marco de la guerra fría y de la doctrina de «seguridad hemisférica» dispuesta por Estados Unidos. La desregulación del mercado, el desempleo masivo, la represión sindical, la redistribución de la renta a favor de las elites económicas y las privatizaciones de los bienes públicos fueron sus rasgos distintivos. El objetivo principal, y funcional a la inminente mundialización del capitalismo (que esperaba la caída de la Unión Soviética) era romper con las últimas barrearas a la maximización de las utilidades de la burguesía transnacionalizada. Estas medidas se repetirían casi inalterablemente en todos los países de Latinoamérica, a través de las principales políticas neoliberales que fueron adoptadas por los respectivos gobiernos desde la segunda mitad de la década de 1980 y durante toda la década siguiente. En el contexto histórico del derrumbe del bloque soviético, la hegemonía norteamericana se impuso a Latinoamérica por intermedio del llamado «Consenso de Washington» (1989), bajo el pretexto de estabilizar las economías víctimas de la «crisis deuda» y con el chantaje financiero del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional. Las políticas en general consistieron en 1) la reducción dramática de las barreras arancelarias y no arancelarias para la importación; 2) la apertura total a la inversión extranjera, incluso en los servicios públicos y en la explotación de recursos naturales; 3) una actitud permisiva ante el comportamiento de las transnacionales; 4) la privatización generalizada de las empresas estatales; y 5) la disminución de diversas legislaciones laborales restrictivas.
Industrialización y nacionalismo
Como se dijo, el neoliberalismo es una etapa más en la dominación y explotación del pueblo latinoamericano. Significó desmontar los experimentos de industrialización y desarrollo capitalista de los países de la región. Durante la década de 1960 y 1970, los gobiernos intentaron impulsar la creación de un capitalismo nacional. Países como Brasil experimentaron un alto crecimiento económico que significó hasta el 7% del incremento del PBI, más alto que el de muchos países «desarrollados» en esos años. En general, este crecimiento fue sostenido en toda América Latina durante ese lapso para luego caer estrepitosamente en 1980, contribuyendo a ello el alza del precio del petróleo y la crisis de la deuda. En realidad, esto se producía porque ya no era necesario para el capitalismo mundializado la presencia de la industria nacional en los países dependientes. La segunda posguerra había terminado y con ella la reconstrucción europea, que prolongó la necesidad de la industria periférica. Se desenmascararía la farsa del desarrollo autónomo e independiente, bandera de las burguesías locales y de las pequeñas burguesías demagógicas en América Latina.
Desde inicios del siglo XX y con la nueva hegemonía norteamericana, América Latina pasaba a ocupar su lugar neocolonial en el capitalismo mundial y en la fase imperialista, completamente liberada ya del antiguo colonialismo feudal de España y Portugal. Se impuso el monocultivo o el monoproducto al servicio del vertiginoso enriquecimiento de las burguesías monopólicas: caña de azúcar en Cuba, cobre en Chile, café en Brasil y Colombia, petróleo en Venezuela. Las transnacionales norteamericanas e inglesas (estas últimas cada vez más desplazadas por las primeras) clavarían sus garras en los recursos naturales y asegurarían la sobreexplotación del trabajo humano. Es la época de los llamados encalves mineros y agrícolas, zonas de explotación intensiva al servicio de capitales imperialistas. Las viejas oligarquías terratenientes se aliarían al nuevo patrón yanqui y asegurarían ambos el flujo de riquezas y capital a los centros industrializados.
El carácter primario exportador de las economías latinoamericanos variaría con las dos guerras mundiales y la crisis económica estadounidense de 1929. Especialmente a partir de la segunda guerra, las necesidades de los países centrales de abastecerse de productos de consumo, debido a las carencias que traía la guerra le dio un resquicio a las elites económicas de Latinoamérica para intentar ganar su espacio dentro de la explotación. La industrialización, además, a partir de mediados del siglo, se convirtió en una doble necesidad para el imperialismo yanqui. En primer lugar, le aseguraría proveerse de las mercancías que no podía producir por el apremio de la guerra y, luego, con el plan Marshall, las que no le alcanzaría cubrir en las necesidades de la reconstrucción europea. En segundo lugar, estos programas de industrialización enarbolados por regímenes militares en América Latina, y defendido por los discursos populistas y nacionalistas de las burguesías y pequeñas burguesías locales, le servía para desvirtuar a los proyectos revolucionarios y llevar al movimiento popular antiimperialista al reformismo.
Nacionalismo y neoliberalismo
El derrumbe de los proyectos de industrialización que siempre fueron acompañados por discursos que intentaban plasmar una identidad nacional, impuestos por las burguesías latinoamericanas para justificar u ocultar su dominación, dio paso a un modelo económico que abjuraría en un primer momento de todo tipo de ideología que no fuera la libertad del mercado. Los efectos brutales del neoliberalismo en las diferentes clases sociales han originado en la actualidad una corriente «antineoliberal» que se esfuerza por reencontrarse con esa antigua y vaga identidad nacional. Sin embargo, lo que siempre resalta en primer lugar es defender la industrialización nacional, la presente y la futura, como arma contra el imperialismo.
Los resultados de los procesos de industrialización produjeron, como se dijo, altas tasas de crecimiento económico. Sin embargo, es también en la industrialización nacional latinoamericana donde la estructura de desigualdad y explotación en cada uno de los países se consolida. La desigualdad en el ingreso se profundizó en la medida en que se acrecentaba la producción y la riqueza. Cada vez más cantidad de pobres. Cada vez menos cantidad de ricos que, a la vez, se enriquecían más. En la crisis de la industrialización latinoamericana y antes de la implantación neoliberal, en el Brasil de 1979, el 40% de la riqueza de este país era apropiada por tan solo el 10% más rico. El 40% más pobre sólo tenía acceso al 11% del ingreso nacional. En Perú, en 1972, el 10% de las familias más ricas acaparaban el 43% del total de ingresos. El 50% más pobre tan sólo recibía el 11% y 35% estaba condenado a la pobreza extrema. Todo esto en el gobierno militar de Velasco, nacionalista y «social».
Es por eso que la nostalgia por el viejo nacionalismo y la industrialización nacional o los renovados proyectos desarrollistas en América Latina no tienen sustento histórico. Encuentran mas bien su explicación en la desesperación de una burguesía en desintegración, así como en los intereses e ilusiones de los sectores pequeño-burgueses y de las burocracias sindicales reformistas. Los espacios políticos que los intentan representar enarbolarán estos discursos contra el neoliberalismo. No son, sin embargo, quienes defenderán los intereses de los trabajadores. Cualquier lucha contra el actual modelo económico de hambre y miseria no puede sino fundarse en la necesidad de desarrollar el programa socialista basado en la colectivización de los medios de producción material y de conocimiento científico tecnológico. Finalmente la historia de Latinoamérica sabe de la traición de los trabajadores en manos de las burguesías y pequeñas burguesías nacionales a la larga aliadas siempre del imperialismo. Y es que, como Marx bien pronosticó, la liberación de la clase proletaria (y con ella del resto de clases oprimidas) sólo será obra de ella misma.