El libre mercado, pilar del fundamentalismo económico, no sólo agudiza las desigualdades entre los países ricos y pobres, sino que además, destruye a los pequeños productores tanto del Sur como del Norte. El capitalismo se define como un proceso de producción donde la propiedad privada es el núcleo imprescindible. En este sentido, el capital como […]
El libre mercado, pilar del fundamentalismo económico, no sólo agudiza las desigualdades entre los países ricos y pobres, sino que además, destruye a los pequeños productores tanto del Sur como del Norte. El capitalismo se define como un proceso de producción donde la propiedad privada es el núcleo imprescindible. En este sentido, el capital como forma específica de producción -y de relación social- se basa en la constante destrucción del trabajador y de la tierra; ya en el capítulo sobre «la acumulación originaria» del Capital, Marx analizaba la manera cómo los campesinos fueron despojados de su tierras con la finalidad de «hacerlos hombres libres» -en el sentido jurídico del término-, es decir, el mecanismo por el cual los campesinos fueron obligados a un éxodo perpetuo en busca de un trabajo en las ciudades industriales de aquella época como Londres o Manchester.
Efectivamente, ya no vivimos en la Inglaterra del siglo XIX. Sin embargo, la explotación -como elemento específico de esta relación social- sigue vigente. La pobreza como resultado de una dinámica que funciona a través del despojo y de la enajenación es cada vez más evidente. No está por demás mencionar que según la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación), en estos últimos decenios, los niveles de hambruna no han dejado de aumentar. La pobreza, la crisis alimentaria y la perversa mercantilización de la naturaleza se encuentran íntimamente ligadas. De ahí que como lo enfatiza el economista y politólogo Takis Fotopoulos, no existirá una verdadera salida sino es fuera de los marcos del actual sistema hegemónico, esto es, fuera del capitalismo.
En otro orden de idea, e l pasado 16 de noviembre de este 2010, en el Parlamento Europeo, se realizó la actividad titulada Quelle place pour les payasans du Monde? en la que participaron algunos de los principales protagonistas de las luchas contemporáneas contra el neoliberalismo. Entre ellos podemos mencionar a Henri Saragih (secretario general de Vía Campesina), a Geneviève Savigny (coordinadora europea de Vía Campesina), a José Bové (euro-diputado) y a Bernard Njonga (presidente de la Asociación ciudadana de defensa de los intereses colectivos-ACDIC de Camerún). De manera general, los panelistas mencionaron que la política agrícola -modelo productivista- que se viene practicando desde la década de los ochenta ha provocado la desaparición del 26% de pequeños productores en Europa. Al respecto, se subrayaron tres puntos cardinales en el combate contra el actual modelo económico: a) una solidaridad entre las luchas del norte y las del sur, b) la lucha frontal contra las multinacionales y c) la constante denuncia contra el sistema.
Sin embargo, la intervención de Bernard Njonga merece ser tratada aparte, pues este líder de origen camerunés destacó cuatro elementos que, en ocasiones son soslayados aún por los militantes de la izquierda europea: 1) la soberanía alimentaria como eje articulador de las luchas; 2) ya que mientras en Europa se debate la cuestión de los apoyos (aunque para ellos éstos sean ínfimos) a los pequeños productores en África y para la mayoría del tercer mundo estos estímulos no existen 3) incluso quien debería de promover dichos estímulos (el Estado), lejos de apoyar a los campesinos, se vuelve su principal hostigador y 4) la presencia del «capitalismo autoritario» chino en África. En ese sentido, Njonga hizo un llamado para rebasar el enfoque de la PAC (Política Agraria Común) puesto que está excesivamente concentrada en el mundo europeo. Cabe hacer mención que en 2013 podría reformarse la PAC, de ahí que 332 organizaciones de 27 países europeos apuestan a una nueva Política Alimentaria y Agrícola común basada en: la alimentación como un derecho humano universal; el respeto del medio ambiente tanto a niveles globales como locales; defensa de la agricultura y de la producción de alimentos; reforzamiento de la producción y consumo de los productos locales, por mencionar algunos de los 12 puntos [2] .
Para entender los intereses, conflictos y tensiones que están atravesando las actuales confrontaciones entre una economía industrial (hegemónica) y una economía campesina-familiar (alternativa), es pertinente leer la obra de Angela Barthes y Béatice Mésini pues estas investigadoras nos presentan un marco histórico y sociológico de las luchas campesinas contemporáneas. Para ellas, la tensión dialéctica entre lo local y lo mundial muestra nítidamente la fuerza de las movilizaciones por el acceso a la tierra, es decir, la necesidad de una re-apropiación de la existencia en el medio rural (p. 13). A través del uso de testimonios y relatos como herramientas para el análisis, las autoras rastrean el papel de la memoria en la configuración de las identidades de los actores sociales e individuales. El libro se divide en tres capítulos donde se aborda el proceso en el que la agricultura se articuló al mercado mundial provocando una gran disminución en el poder de compra de los campesinos en Europa.
El primer capítulo, Alternatives rurales en France 1970-2007, analiza el fenómeno de migración hacia el campo (néoruralisme) que se dio en la década de los setenta. La generación post-68, cansada de los valores que le imponía una sociedad de consumo y fatigada del estilo pequeño burgués, decidió llevar a la práctica formas alternativas al modelo de vida tanto de los países capitalistas como el de las burocracias soviéticas con la finalidad de mostrar la falta de sentido en ambos modelos (p. 20). Así, entre 1968 y 1978 se crean diversas comunidades libertarias en el hexágono francés donde las ideas de Vaneighem, Marcuse, Watts, Reich, Illich, entre otros, están presentes.
En esta sección destaca el análisis del concepto de oasis, iniciado por Pierre Rabhi en 1995, como una crítica espiritual y ecológica al modelo hegemónico, en ese sentido, no es fortuito que el «decrecimiento sustentable» forme parte de su locus. Por otra parte, la noción de campesino como «forma de vida» es fundamental para entender la continuidad de las prácticas alternativas en el medio rural pues elementos como autonomía, autogestión, autarquía, solidaridad y convivialidad siguen participando dentro de su imaginario. Para ejemplificar la reapropiación de los medios de existencia las autoras dan cuenta de la importancia de las asociaciones como Deux Mains sur la Terre, Habitat Terre et Partage, Habitat Racine y Le Pré aux Yourtes en la continuidad de las luchas anti-capitalistas.
El segundo capítulo, Du local, au mundial, confluence des luttes rurales, está centrado en las contra-cumbres y en los diferentes foros locales realizados en diversas partes del mundo. Destaca, indudablemente, el «affaire» Millau de 1999 donde un grupo de militantes desmontó un restaurante de comida rápida (Mc Donald) en señal de protesta contra las represalias de la OMC [3] . Dicho acontecimiento muestra tres procesos articulados en el movimiento francés: a) La presencia de la tradición y de la memoria como elemento de lucha pues no debe omitirse que la Confederación Campesina creada en 1987 tiene influencia de Lanza de Vasto -pacifista- y de Bernard Lambert [4] –, b) la afirmación y articulación de luchas a escalas locales y globales y c) la tensión entre lo legal y lo legítimo. Con la finalidad de entender este último punto, la tensión entre legalidad y legitimidad las autoras analizan el derecho a gozar de un medio ambiente sano.
El 15 de marzo de 1999 un grupo de militantes decidió poner fin a un incinerador el cual quemaba sin filtro y contaminaba en medias espectaculares. Dentro de los 14 militantes, 5 fueron llevados en chirona. Indudablemente, dicha sanción desató un malestar en asociaciones, confederación y movimientos sociales. A través de algunos relatos de los interlocutores que participaron en el juicio (Simon Charbonneau, José Bové, Jean-Baptiste Eyraud, Gilles Lemaire, Gérard Onesta), las autoras muestran las contradicciones entre un derecho positivo (de cuño liberal) y una práctica de resistencia que tiene por horizonte la preservación de la vida y, por tanto, cuenta con el respaldo popular. En este sentido la desobediencia civil como método de contestación contra la ley fetichizada y, contra el derecho (como instrumento de opresión) es axial en los movimientos sociales y campesinos que intentan transformar la sociedad para convertirla en un espacio justo, democrático y solidario.
El origen de la Vía Campesina, del Movimientos de Trabajadores Rurales sin Tierra y del Ekta Parishad -movimiento basado en los principios de acción de Gandhi- son tratados en este apartado. Los diversos encuentros, marchas y movilizaciones internacionales evidencian los rasgos comunes (reclamo de una reforma agraria y defensa de la soberanía alimentaria) así como las diferencias estratégicas de estos movimientos. En este sentido José Bové acota que: la globalización ha creado una situación donde incluso si se vive en Mali, en Bolivia, en Palestina, en Brasil o en Europa encontraremos un acaparamiento de tierras que no es resultado de una producción local sino secuela de la lógica de exportación y del mercado (p. 88).
Finalmente, Interdépendance des droits-devoirs humains envers la Terre, tercer capítulo de la obra, expone la manera como los movimientos sociales-rurales han desconfiando del concepto de progreso. Para ello, las autoras retoman algunas de las ideas de Gracchus Babeuf y de Elisée Reclus (pensadores anarquistas) para entender la concepción de la tierra en dichos movimientos. La necesidad de una reforma agraria esta en concordancia con la exigencia de un respeto al medio ambiente y de la soberanía alimentaria. Por ello: «la soberanía alimentaria implica la puesta en marcha de un proceso radical de reforma agraria que esté en armonía con el contexto local y regional. Dicho proceso deberá ser controlado por las organizaciones campesinas y deberá garantizar los derechos individuales de los productores así como los derechos colectivos sobre los terrenos de uso común (…) La soberanía alimentaria ha sido definida como un nuevo paradigma alternativo que se basa en tres pilares: la alimentación es un derecho del hombre, los pueblos y los Estados tiene el derecho de definir sus propias políticas agrarias y los productores de alimentos debe estar en el centro de las políticas públicas» (p. 115-116).
Los planteamientos de los » críticos al crecimiento» (objecteur de croissance) que postulan una simplicidad voluntaria (Volontary Simplicity) han tenido eco en algunos movimientos rurales. Sin embargo, por nuestra parte, creemos que el eco-socialismo como teoría y práctica social será pieza clave en las luchas del siglo XXI porque el eco-socialismo es la expresión de la civilización de la solidaridad (p.143).
El libro de Mésini y Barthes es significativo porque nos permite observar la evolución de los movimientos rurales, sus planteamientos político-ecológicos y sus formas de resistencia. En ese sentido su texto es un excelente trabajo que deberá ser tomando en cuenta tanto por estudiosos de los movimientos sociales como por los militantes que luchan por la transformación de una sociedad que reduce todo en mercancía. Por consiguiente, la defensa de la soberanía alimentaria y la exigencia de reforma agraria real seguirán participando en los conflictos venideros. Indudablemente, la transformación política y social será una relación de fuerzas entre el gran capital y los trabajadores (de la ciudad, del campo, de la maquiladora, etc.), sin embargo las contiendas ya están en marcha. Por ello, no debemos perder de vista que nuestro enemigo común es: el capital.
* Reseña del libro Du local au mondial. Alternatives rurales et luttes paysannes de Angela Barthes y Béatrice Mésini , Publication de IUT de Digne-Université de Provence, Château-Arnoux, 2008, p. 170
[1]El autor es sociólogo.
[2] » Pour une politique agricole et alimentaire commune, saine, durable, juste et solidaire. In : www.europeanfooddeclaration.
[3] La Unión Europea prohibió la importación de carne tratada con hormonas. Sin embargo, este hecho fue condenado por la OMC y los Estados Unidos, quienes como forma de represalia aplicaron una sobretasa del 100% a 100 productos europeos, en los que se incluía el queso roquefort. Cfr. José Bové y François Dufour, El mundo no es una mercancía, Barcelona, Icaria, 2001.
[4] Lambert pertenecía a la organización Paysans travailleurs que era un movimiento campesino fundado en 1972. Manifestó una crítica a los efectos sociales de la modernización agrícola y, bajo la influencia de la ideas de «Mayo del 68», buscó la alianza con los obreros. En la década de los ochenta denunciaron la existencia de granjas que empleaban hormonas para engordar al ganado. En 1970 publicó Les paysans dans la lutte des clases.