Bando informativo europeo imaginario del año 1580. «Las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado solicitan la colaboración ciudadana para la localización de una red criminal que está sembrando el terror en nuestras ciudades. Retrato robot de su líder: mujer caucásica, con verrugas en la nariz y de entre 43 y 49 años. La última […]
Bando informativo europeo imaginario del año 1580. «Las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado solicitan la colaboración ciudadana para la localización de una red criminal que está sembrando el terror en nuestras ciudades. Retrato robot de su líder: mujer caucásica, con verrugas en la nariz y de entre 43 y 49 años. La última vez que se la vio vestía capa negra y sombrero puntiagudo. Iba subida a una escoba y bramaba un conjuro en un idioma incomprensible». Vuelta al año 2010. Los amigos de la alarma social y la histeria colectiva pueden llevarse un buen chasco si leen Caliban y la bruja, ensayo de Silvia Federici (Italia, 1948) publicado por Traficantes de sueños.
Federici, profesora en la Hofs-tra University de Nueva York, pasó por Madrid para presentar un libro con una tesis rompedora que se le va a atragantar a más de un historiador: la caza de brujas de los siglos XVI y XVII fue instigada por el capitalismo emergente. La masiva quema de mujeres tuvo más que ver con su condición de estorbo, de figuras que no encajaban en la nueva economía, que con su habilidad para cocinar pócimas y charlar con el diablo en sus ratos libres. El capitalismo nació recurriendo a la violencia extrema. Del comercio de esclavos a la caza de brujas. ¿Herejía? ¿Hay que llevar a la hoguera a Federici? Primero, mejor escucharla.
«La caza de brujas está relacionada con el desarrollo de una nueva división sexual del trabajo que confinó a las mujeres al trabajo reproductivo», contó la ensayista a Público. Para entendernos, el salto del feudalismo al capitalismo vino acompañado de las siguientes transformaciones: se inventó el trabajo asalariado. Los nuevos Estados burgueses expropiaron y privatizaron masivamente tierras que antes eran de uso común. Las mujeres, que hasta entonces habían podido dedicarse a recolectar la huerta (la agricultura de subsistencia comenzó a estar mal vista porque no aportaba beneficios a ningún empresario, piedra filosofal del nuevo sistema) o incluso a trabajar en las ciudades (72 de los 80 gremios ingleses incluían mujeres), quedaron confinadas a los muros del hogar. Dedicadas al trabajo doméstico no remunerado (la famosa división sexual del trabajo que profundizó en su dependencia de los hombres). Eso sí, una siempre podía elegir entre eso, morir pobre o acabar en la hoguera. Ustedes verán, señoras.
Según Federici, «la caza de brujas sirvió para perseguir a una serie de creencias y prácticas populares. Fue un arma para derrotar la resistencia a la reestructuración social y económica». Como opinar es gratis y todo esto es muy fácil de decir pero muy difícil de demostrar, la ensayista se esfuerza en analizar el contexto histórico que hizo posible la cacería: una crisis económica y demográfica con un antecedente, la peste negra, que eliminó a un tercio de la población europea en 1348.
Fiesta proletaria
Los que sobrevivieron a la plaga, enfrentados a la posibilidad de una muerte súbita, se quedaron sin ganas de trabajar. «Trataban de pasarlo lo mejor posible, regalándose una fiesta tras otra sin pensar en el futuro», escribe Federici. Al descender bruscamente el número de trabajadores, su coste se disparó y la gente empezó a desafiar el poder de los señores feudales. «En épocas en que la tierra era escasa, era posible controlar a los campesinos amenazándoles de expulsión. Pero la mezcla de población diezmada y abundancia de tierras hizo que las amenazas de los señores dejaran de ser efectivas. Los campesinos podían moverse libremente y hallar nuevas tierras para cultivar. Mientras los cultivos se pudrían y el ganado caminaba sin rumbo, los campesinos y artesanos se adueñaron de la situación».
Durante el siglo XIV, se multiplicaron las huelgas en Europa. Los campesinos hombres y mujeres se negaban a pagar y a ofrecer sus servicios a los señores feudales. ¿Medioevo paraíso del proletariado? ¿Imposible? En la Baja Edad Media (1350-1500), el salario real creció en Europa un 100%, los precios cayeron un 33% y disminuyó la jornada laboral.
La repuesta al incremento del coste de la mano de obra y la caída en picado de la renta feudal fue terrible. La aristocracia terrateniente y los nuevos Estados contraatacaron con una serie de medidas que sentaron las bases del capitalismo en los siguientes tres siglos: «Trataban de apropiarse de nuevas fuentes de riqueza, expandir su base económica y poner bajo su mando un mayor número de trabajadores».
Un ejemplo de las novedosas políticas capitalistas fueron los cercamientos de tierras: la eliminación del sistema de campo abierto, que permitía a los campesinos poseer parcelas de tierra no colindantes en un campo sin cercas. «A partir del cercamiento, instigado por los lores y los campesinos ricos para eliminar la propiedad comunal de la tierra y expandir sus propiedades, el uso colectivo de tierra fue sustituido por la propiedad individual. Cuando se perdió la tierra y se vino abajo la aldea, las mujeres empezaron a sufrir. Para ellas era mucho más difícil convertirse en vagabundas o trabajadoras migrantes: una vida nómada las exponía a la violencia masculina. Tan pronto se privatizó la tierra y las relaciones monetarias comenzaron a dominar la vida económica, encontraron mayores dificultades que los hombres para mantenerse. Se las confinó al trabajo reproductivo en el preciso momento en que este trabajo se estaba viendo absolutamente devaluado».
Libertad de medio pelo
Al contrario de lo que se suele suponer, Federici no cree que la llegada de la economía monetaria fuera la culminación de la lucha de los siervos medievales para liberarse de la servidumbre. «No fueron los trabajadores quienes fueron liberados por la privatización de la tierra. Lo que se liberó fue capital, en la misma medida en que la tierra estaba ahora libre para funcionar como medio de explotación y ya no como medio de subsistencia».
Los números hablan por sí solos. En 1600, el salario real había perdido en España el 30% de su poder adquisitivo con respecto a 1511. Durante el siglo XVI, los precios de la comida se multiplicaron por ocho en varios países europeos. Hicieron falta varios siglos para que los salarios europeos regresaran a los niveles alcanzados a finales de la Edad Media. En el siglo XIV, las mujeres recibían la mitad del sueldo de un hombre por hacer el mismo trabajo. A mediados del siglo XVI, recibían un tercio del desplomado salario masculino.
Sostiene Federici que la irrupción del capitalismo fue «uno de los periodos más sangrientos de la historia de Europa», al coincidir la caza de brujas, el inicio del comercio de esclavos y la colonización del Nuevo Mundo. Los tres procesos estaban relacionados: se trataba de aumentar a cualquier coste el mercado de trabajo.
Para reforzar su tesis sobre la relación entre la caza de brujas y las transformaciones económicas, Federici analiza los juicios por brujería desarrollados en Inglaterra. La mayoría se produjeron en Essex, donde una gran parte de la tierra había sido privatizada durante el siglo XVI. Por el contrario, no hay registros de persecución de brujas en las regiones sin cercamientos de tierras (Irlanda o las Highlands occidentales escocesas). «Que la difusión del capitalismo rural, con todas sus consecuencias (expropiación de la tierra, ensanchamiento de las distancias sociales, descomposición de las relaciones colectivas), constituyera un factor decisivo en el contexto de la caza se puede probar señalando que la mayoría de los acusados eran mujeres campesinas pobres, mientras que quienes acusaban eran miembros acaudalados de la comunidad, con frecuencia sus mismos empleadores y terratenientes».
Delitos y faltas
Federici revisa también varios casos de persecución. Por ejemplo, uno ocurrido en Escocia en el que «las acusadas eran granjeras pobres, que aún poseían un pedazo de tierra propio, pero que apenas sobrevivían y, con frecuencia, despertaban la hostilidad de sus vecinos por haber empujado a su ganado para que pastara en su tierra o por no haber pagado la renta». Resumiendo: un clarísimo caso de brujería demoníaca.
La obsesión por incrementar la población (léase la fuerza de trabajo) fue otro de los motivos que impulsaron la persecución, que «demonizó cualquier forma de control de la natalidad y de sexualidad no-procreativa, al mismo tiempo que acusaba a las mujeres de sacrificar niños al demonio». A mediados del siglo XVI, los Estados europeos empezaron a castigar severamente las prácticas anticonceptivas y el aborto. «Si en la Edad Media las mujeres habían podido usar métodos anticonceptivos y ejercer un control indiscutible sobre el proceso del parto, a partir de entonces sus úteros se transformaron en territorio político», razona.
Durante la Ilustración se aseguró que la caza de brujas fue el último estertor de un mundo feudal supersticioso. Pero durante la siniestra Edad Media, «no se persiguió a ninguna bruja y nunca hubo juicios y ejecuciones masivas en los Años Oscuros».
La caza alcanzó su esplendor entre 1580 y 1630, cuando ya se habían instaurado las instituciones económicas y políticas de la nueva economía. «La caza de brujas aniquiló un universo de prácticas, creencias y sujetos sociales cuya existencia era incompatible con la disciplina del trabajo capitalista», zanja.
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Hitos de una persecución
¿Quiénes eran las brujas?
Las inglesas acusadas de brujería solían ser mujeres mayores que vivían de la asistencia pública o que sobrevivían mendigando comida. No era raro que fueran viudas y vivieran solas. Según Federici, sus ‘crímenes’, no iban más allá de «la lucha de clases desarrollada al nivel de la aldea»: echar mal de ojo a la vecina, maldecir al que le negara limosna o demorarse en el pago de la renta.
¿Quién las llevó a juicio?
Aunque la Iglesia católica aportó munición metafísica e ideológica, Federici asegura que la caza «no fue sólo un producto de la Inquisición romana. En su apogeo, las cortes seculares llevaron a cabo la mayor parte de los juicios». Tanto las naciones católicas como las protestantes se unieron jubilosas en la lucha contra las mujeres. «No es una exageración decir que la caza de brujas fue el primer terreno de unidad política de las nuevas Naciones-Estado europeas, el primer ejemplo de unificación europea después del cisma de la Reforma», escribe la ensayista.
¿Cómo eran las acusaciones?
Fedirici califica las acusaciones de «grotescas e increíbles». «La acusación de brujería cumplió una función similar a la que cumple la de terrorismo en nuestra época. Su vaguedad -el hecho de que fuera imposible probarla, mientras que al mismo tiempo evocaba el máximo horror- implicaba que pudiera ser utilizada para castigar cualquier tipo de protesta con el fin de generar sospecha incluso sobre los aspectos más corrientes de la vida cotidiana», razona.
¿De qué las acusaban?
‘Caliban y la bruja’ revisa algunos de los documentos de la época de mayor esplendor de la caza de brujas. Por ejemplo, el pliego de acusaciones, colgadas de las paredes en la aldea de Tyburn (Londres), contra Margaret Harkett, una viuda inglesa de 65 años. «Había recogido una canasta de peras en el campo del vecino sin pedir permiso. Cuando le pidieron que las devolviera, las arrojó al piso con violencia. Más tarde, el sirviente de William Goodwin se negó a darle levadura, con lo cual su alambique para destilar cerveza se secó. Fue golpeada por un alguacil que la había visto robando madera del campo del señor; el alguacil enloqueció. Un vecino no le prestó un caballo; todos sus caballos murieron. Otro le pagó menos que lo que ella había pedido por un par de zapatos; luego murió. Un caballero le dijo a su sirviente que no le diera suero de mantequilla; después de lo cual no pudieron hacer ni manteca de queso». Sí, parece literatura cómica, pero es terroríficamente real.
¿Por qué daban miedo las mujeres?
La histeria contra las mujeres se alimentó en base a todo tipo de leyendas urbanas y rurales. Se decía que una bruja podía castrar a los hombres o dejarlos impotentes. Algunas incluso tenían la capacidad de robar sus penes a los varones y esconderlos en nidos. Otra acusación que se repetía en los tribunales es que las brujas llevaban a cabo prácticas sexuales degeneradas; por ejemplo, copular con el Diablo.
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Comentarios blog Público:
1. El objeto de estudio no es nada novedoso, la relación de la creación del sistema de estado, la creación de los discursos de la monstruosidad contra el poder popular representado por las mil caras de la hidra policéfala, para la legitimación del poder punitivo contra los representantes de la resistencia frente al terror capitalista. Muchas de las voces que se alzaron contra la expansión del nuevo sistema económico fueron voces femeninas, con gran influencia y poder discursivo, muchas de estas mujeres simbolizaban el poder popular, las conductas niveladoras, el antinomismo religioso, el matriarcado frente a la dominación patriarcal capitalista. El poder de estas mujeres representaba para el poder estatal y eclesiástico la fuerza y la resistencia del pueblo contra su posición privilegiada. De ahí que se elaborarán todas las teorías de la monstruosidad en las que el sistema punitivo se basaría después para eliminar mediante el terror del latigo o de las llamas el poder popular. De igual modo, que hoy día, los estados occidentales nos presentan como legitima la guerra contra el Terrorismo mediante la política del miedo. Muy recomendable para entender este fenómeno histórico la obra de Peter Linebaugh y Marcus Rediker en La hidra de la Revolución. Marineros, Esclavos y Campesinos en la historia oculta del Atlántico.
2. No estoy de acuerdo con el trabajo a tenor de lo que dice el artículo. Para empezar hay que diferenciar la Europa protestante de la católica. En esta última los enemigos de la inquisición fueron primero los judíos y después los musulmanes (y entre medias los protestantes, hubo muy pocos casos de brujería en la inquisición española. Kamen dixit). Según Cohen la gran caza de brujas se produjo en Alemania y Suiza, precisamente tierras protestantes y al parecer con una gran presencia de costumbres precrisitianas, algo intolerable para un movimiento religioso reformador y fanático por su iconoclastia y su lucha contra todo lo que no era puro. Es cierto el análisis de la trayectoria de precios y salarios, pero la agricultura de subsistencia sería mucho más persistente de lo que parece. De nuevo, en la Europa mediterránea vemos comportamientos anacrónicos en la burguesía haciendo acopio de tierras y derechos durante el siglo XVIII. En efecto, la diversidad es bastante mayor de lo que la autora pretende.
En cuanto a la historia de género, debemos esperar a las consecuencias del sistema capitalista aplicado desde el marco político, primero en Inglaterra y después al resto de la Europa webberiana, para ver ese arrinconamiento de la mujer a las funciones reproductivas. Las principales preceptoras de empleo en las nuevas fábricas textiles eran mujeres y niñas a diferencia del trabajo artesano y gremial de la misma Inglaterra para siglos anteriores.
El único sistema contraconceptivo del Antiguo Régimen era el retraso de la edad de casarse (ya que los hijos debían crecer en un lecho legítimo, los ilegales eran eliminados o dados en adopción). Es precisamente en la Inglaterra del siglo XVII cuando vemos un retraso evidente (P. Kredte)
Entonces ¿Qué tiene de cierto el estudio de esta autora? Pues que coincide en el tiempo con las transformaciones sociales y económicas de Europa previas al take off de algunas regiones de Europa. Por lo demás, hubo una ola de fanatismo que precipitó los acontecimientos. Un deterioro de las condiciones de subsistencia de los campesinos pobres les obligó a su proletarización a tiempo parcial, bien tejiendo en casa al servicio de los mercaderes o bien fabricando pociones y conjuros.
Fuente: http://www.publico.es/culturas/341987/capitalistas-contra-brujas