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Caprichos espaciales

Fuentes: Rebelión

El mundo ha dado un paso adelante y ya hay una mujer de nacionalidad iraní, Anousheh Ansari, en el espacio. Pero no se confundan. Se trata de una turista, ya que la primera astronauta, Valentina Tereshkova, viajó al espacio en 1963. Anousheh, una ingeniera iraní, familiar de un ex ministro del régimen del Sha, que […]

El mundo ha dado un paso adelante y ya hay una mujer de nacionalidad iraní, Anousheh Ansari, en el espacio. Pero no se confundan. Se trata de una turista, ya que la primera astronauta, Valentina Tereshkova, viajó al espacio en 1963.

Anousheh, una ingeniera iraní, familiar de un ex ministro del régimen del Sha, que ha tenido que pagar más de 17 millones de euros para dar un paseo con una nave espacial por la atmósfera, es el cuarto viajero galáctico. El quinto o el sexto puede ser el propietario de la administración de lotería de Sort, una localidad catalana. Este señor será «el primero» por partido doble: por ser el primerr español además de ser el primer lotero de la historia que se despegue de la superficie terrestre.

Esto de llevar turistas al espacio, sin duda es un negocio más que redondo para las agencias espaciales. Pero ¿qué es lo que supone para esos excursionista multimillonarios que ya no saben como gastar su dinero ni asimilan ser uno más entre miles de millones de almas que habitamos la Tierra? ¿Quieren ir al espacio para ser vistos o «avistados»?

Según ellos, van al cielo no por el capricho, sino porque «de pequeño soñaban en recorrer al espacio».

No conozco a nadie que no haya tenido este sueño de niño. Pero subido de una nube blanca o sobre una alfombra voladora mágica, como la de Aladino, y ¡gratis!

Aquellos que ya han realizado este sueño de adulto y en una nave metálica afirman que lo consiguieron a base del «esfuerzo y tenacidad». Conozco muchísima gente que pone mucha tenacidad y esfuerzo a diario en sus objetivos y en su trabajo, pero ni llega ni a fin de mes, ni qué decir a las estrellas!

Aun así, todo eso parece una locura, locura de millonario. Sino, ¿A quién se le ocurre irse de vacaciones encerrado en un artefacto pequeño y estrecho, estuchado en un uniforme incómodo, masticando comida liofilizada, encima pagando la cifra ingente de 17 millones de euros en vez de ir a Chinchon o a Hospitalet y probar su deliciosa pallea,?

Sinceramente a mi me da igual que ellos sean masoquistas y disfrutan de aquel zulo voladero. Lo que me indigna, y mucho, es la malversación de aquellos inocentes millones derrochados al espacio -mejor dicho lanzados a la cuenta corriente de otros multimillonarios propietarios de las agencias espaciales. Si esos turistas tuvieran algo de sentido común y asomaran la cabeza desde su estrecho nave se darían cuenta de que aquí en la Tierra con aquellos millones cuántos miles de niños de la calle podían tener un techo bajo el que dormir y un bocadillo que llevar a la boca. Cuántas mujeres del Sur dejarían de morir en el parto, estando en la cama de un hospital en vez del suelo duro de una chavola. Cuántos jóvenes investigadores podrían dedicarse tranquilamente a buscar remedios a grandes males que ceba la vida de millones de almas aquí en la Tierra. Sin duda hay una relación matemática directa entre el aumento de la riqueza de unos y el ritmo de empobrecimiento de otros. No se trata de donativos ni de limosnas, sino de devolver a quienes se les ha robado con guantes blancos.

Dudo que estos excursionistas vayan al cielo para ver la belleza majestuosa de nuestro planeta. ¡Solo van para luego, al regresar a la Tierra, sacarse una foto y entrar en los libros de historia! ¡Cuánta vanidad, extravagancia y excentricidad! Ni las luces de los estros ni los millones pueden curarles ese complejo de ser uno más.