En Francia alguien anuncia con alborozo que los desmanes han menguado, que la última noche son menos los autos que han ardido y menor la cantidad de detenidos por la furia tranquilizadora de Sarkozy. Pero nadie alude a la imperiosa necesidad de hacer disminuir la arrogante estupidez que ha generado la ira destructiva de una […]
En Francia alguien anuncia con alborozo que los desmanes han menguado, que la última noche son menos los autos que han ardido y menor la cantidad de detenidos por la furia tranquilizadora de Sarkozy. Pero nadie alude a la imperiosa necesidad de hacer disminuir la arrogante estupidez que ha generado la ira destructiva de una generación fuera de juego, de miles de muchachas y muchachos hijos del paro y la degradación social, moral, económica y política.
En la mejor época del «milagro económico alemán», a fines de los años sesenta, en la estación de Colonia los alemanes recibían eufóricos al emigrante número «un millón», que resultó ser un portugués del Algarve, bajito de estatura, tímido, y que sin entender ni una palabra de quienes lo saludaban agradecidos por haber acudido a la construcción del «Deutsche Wunder», recibía el premio de una motocicleta y un ramo de flores. Un documental de aquellos años muestra ese día en la estación de Colonia, era otoño, hacía frío, y el presidente de la patronal alemana saluda a ese «gastarbeiter», cuya traducción más precisa es «trabajador invitado». A los pocos días, Willy Brandt, desde su cargo de canciller le pedía disculpas por esa bienvenida indignante. En una carta le decía: » es usted la persona número un millón que llega a colaborar en el esfuerzo económico más grande de la historia alemana. Le estamos agradecidos por ello, y le doy la bienvenida como ser humano, como persona, como ciudadano extranjero con los mismos deberes y derechos de cualquier ciudadano alemán».
Los franceses olvidaron que los emigrantes son personas y no chusma o canalla, como los calificó el ministro del interior Sarkozy. Y olvidaron sus derechos, y los dejaron al margen de sus deberes. Pretender que la ira de esos jóvenes que no tienen nada que ganar y nada que perder es un asunto de simple descuido de parte del poder, es confundir aún más la situación de los habitantes de los suburbios.
Europa mira con asombro su pobreza interior. Schröder se negó a verla en Alemania y le costó el gobierno. Miterrand la sepultó con arrogancia y Chirac continuó arrojando paletadas de basura encima. Vomitivo. Carne de Blog.
El capitalismo y la perversión del neoliberalismo económico ha logrado pervertir la función emancipadora de la lucha de clases. «El sistema capitalista tiene la capacidad de renovarse a sí mismo mediante la negación de los logros apaciguadores del conflicto de clases». Salud, viejo Karl Marx. Los jóvenes de los suburbios franceses no piden más que la confirmación de su existencia, salir en la televisión, un segundo de eternidad. Qué lejos está la lucha por los derechos consagrados en la declaración universal de los Derechos Humanos.
Y más lejos aún está en Irak. Una granada de fósforo blanco, al estallar, ilumina durante mucho tiempo el campo de batalla, luego se transforma en un humo espeso que se adhiere a la piel de las personas y va devorando los cuerpos hasta llegar a los huesos. Hoy sabemos que los estadounidenses usaron fósforo blanco en Faluya, decididamente contra la población civil. Un hombre, una mujer, un niño, bañado en fósforo blanco, tarda aproximadamente cuatro horas en morir en medio de dolores inimaginables, la carne va siendo chamuscada lentamente pero la ropa queda impoluta. Se trata de un arma prohibida por la convención de Ginebra, pero los norteamericanos violan la legalidad internacional con la seguridad cínica del imperio, «conducta imperial sin complejos», como reclamaba Paul Wolfowitz al inicio del primer período de Bush .
Los norteamericanos imponen la intocabilidad de sus militares y personal civil (¿existe el personal civil norteamericano?) en todos los países del mundo. En Italia secuestran a un ciudadano alemán, lo torturan y más tarde lo hacen desaparecer en una cárcel secreta de Egipto.¿Existe Italia como nación con leyes propias?
Querido presidente Chávez, bien, empecemos a nombrar a todos los cachorros del imperio. Se sabe que en los países del este de Europa, varios de ellos miembros de la Unión Europea o a punto de serlo, los norteamericanos tiene cárceles secretas, eufemismo para disfrazar los centros de tortura. ¿Es esto algo nuevo? La política exterior de los Estados Unidos, basada siempre en la intromisión en los asuntos internos de países aparentemente soberanos, ha usado siempre la tortura como el instrumento más eficaz para eliminar a los opositores. ¿Qué aprendían los militares latinoamericanos en la Escuela de Las Américas? El hombre que manda en Irak se llama John Negroponte, el instigador y fundador de los escuadrones de la muerte en Centroamérica.
Un senador republicano , grotesca y cinematográficamente «americano», intenta que el senado apruebe un documento que censura la tortura, pero solamente en los Estados Unidos. Hoy, ser un anti imperialista es una necesidad de sobrevivencia. Los norteamericanos han usado aeropuertos españoles para trasladar secuestrados hacia los centros secretos de tortura, y mientras en España la iglesia católica saca sus huestes de pederastas y nostálgicos del fascismo a las calles de Madrid, el ministro de defensa, un sujeto socialista a su manera, cuyo único mérito político es ser un regalo para los humoristas por su peculiar pronunciación de la letra «s» (no dice España sino Ejpaña), se anticipa a defender a sus «aliados», sin importarle si a estos les interesa que lo haga. Con la derecha uno sabe a qué atenerse; o son tontos como Lavín en Chile, o son ambiciosos patéticos como Berlusconi en Italia, o son sujetos aferrados al poder pues así están a salvo de rendir cuentas por ciertos chanchullos como Chirac en Francia. Ciertamente vomitivos, carne de blog.
Pero más asco aún producen los socialdemócratas o socialistas como Blair, más que cachorro; mastín del imperio. Sujetos como Schröder, que de pura ambición y puro diletantismo se farreó la herencia política ejemplar de Willy Brandt y el sueco Olaf Palme, los impulsores del Estado de Bienestar que garantizaba el desarrollo del Socialismo Democrático. A estos hay que agregar a Bono, un triste payaso con ínfulas de personaje decisivo en una época caracterizada por el conflicto entre el imperialismo contra los derechos humanos : «pero la lucha de clases tiende a encontrar unidades mayores, acaso planetarias, porque los esfuerzos redentores contra la explotación atañen a la especie humana». Salud, viejo Karl Marx.
Y en América Latina cobran fuerza unas preguntas: ¿Qué es un tratado de libre comercio entre un país que somete los precios de sus productos a la voluntad de otro país, más fuerte, y que subsidia su producción nacional? Si el tratado de libre comercio entre México y los Estados Unidos es tan exitoso como sostiene Fox, ¿por qué es cada día mayor el éxodo de mexicanos y centroamericanos hacia el país del norte, donde viven mayoritariamente como ilegales, potencial carne de cañón en cualquier país que los norteamericanos decidan invadir, y realizan el trabajo sucio que los yankis no quieren realizar? ¿No es preferible intentar un mayor esfuerzo de integración regional entre países de la misma cultura , de la misma historia, y en condiciones de igualdad? Si alguien sostiene que es posible el diálogo comercial con los Estados Unidos, entendiendo el comercio como el libre intercambio de bienes que asegure incorporaciones masivas a la satisfacción de las necesidades, ¿cómo es posible que los Estados Unidos se nieguen a liberar o rebajar los royalties de la vacuna que combate el mal de Chagas, porque esta enfermedad trasmitida por las vinchucas mata «solamente» a cuarenta mil bolivianos al año, y en consecuencia no es rentable? Las respuesta son obvias, pero el silencio de los gobiernos es vomitivo, carne de blog.