Querido Pasolini: Estas líneas, me imagino, lo sorprenderán mucho, pues es bien extraño dirigirle cartas a los muertos y mucho más raro, además, que una gocha venezolana le escriba una epístola a un intelectual italiano, para algunos «muerto incómodo», como usted. Pero, «¿qué milagro ha ocurrido para que yo le dirija estas palabras?», se preguntará, […]
Querido Pasolini:
Estas líneas, me imagino, lo sorprenderán mucho, pues es bien extraño dirigirle cartas a los muertos y mucho más raro, además, que una gocha venezolana le escriba una epístola a un intelectual italiano, para algunos «muerto incómodo», como usted.
Pero, «¿qué milagro ha ocurrido para que yo le dirija estas palabras?», se preguntará, allí, donde se encuentra vigilando con circunspección a San Pedro. Me imagino la conciencia de San Pedro, después de haberlo visto afrontar ese percance terreno que le tocó para dejar su cuerpo y agarrar, derechito, para el cielo, aunque usted, estoy segura, haya pataleado antes de entrar al paraíso. Le cuento que hace ya treinta años que oí, por primera vez, su nombre en un pueblo fronterizo y frío de Los Andes venezolanos, y fue, lamentablemente, a causa de su muerte. En la familia, por la noticia del periódico, se comentó su desaparición y yo, pequeña, me enteré de su existencia y hasta de su fama de homosexual. Lo admito, desde esa vez, se anidó en mí un profundo y secretísimo deseo de leerlo, quizás, porque al unísono supe de su existencia y de su muerte y porque su nombre, por la cuestión de las tres «P», me gustó mucho: «Pier Paolo Pasolini». Seguro ese asunto de los tres fonemas, «Pi Pa Pa», me pregunté aquella vez, no fue fortuito, sus padres lo escogieron, adrede, para que, al pronunciarse, produjera una resonancia especial como el toque de una campana. Cuando me deleité con la sonoridad de sus tres fonemas, «Pi Pa Pa», era muy pequeña, pero siendo de una zona donde la rebeldía es un valor y la barbarie una constante, el relato bárbaro y teñido de sombra de su muerte me pareció un accidente de La Fría, pues en este pueblo ocurren asesinatos con las mismas características del que tuvo que afrontar usted antes de marcharse para el cielo. La Fría es otro pueblo fronterizo de Latinoamérica, cuando uno pasa por su calle principal siente que la realidad es instintual y anda dominada por fuerzas brutas. Que las leyes y la justicia no existen porque casi nunca los detectives descubren un culpable. Allí lo tangible es promiscuo, ambiguo, verdades y mentiras se confunden por la falta de linderos y contorno; por cierto la temperatura del lugar es infernal, al sitio se le bautizó La Fría, contradictoriamente, porque los españoles cuando llegaron a colonizar esa zona, por el calor excesivo, se enfermaban y en vez de arder por el calor, se ponían fríos, entonces en honor a esa fría que les daba a los primeros españoles que pasaron por ahí, el pueblo fue bautizado con ese nombre.
Perdóneme, querido Pasolini, por perderme entre el follaje de la foresta húmeda y tropical que creo con unas palabras que sólo tardan en explicar la razón de estas líneas, pues ya es hora de pasar a contarle el verdadero motivo de mi carta. Mi propósito es manifestarle que después de treinta años, finalmente, me ha tocado la suerte de leerlo. El asunto es que yo quería que nuestro encuentro no fuera banal; quería encontrar sus textos así como dicen ustedes los italianos, con un colpo di fulmine; quería que entre los dos se estableciera una complicidad secreta y se diera esa empatía poética de la cual tanto hablaba Dostoevski, o sea que sus palabras en el instante en que yo abriera un libro suyo se convirtieran en Evangelio y a mí, que vivo convencida de que el encuentro entre un poeta y un lector debe dejar una huella, crear un hito, me ha capturado su embrujo. Las palabras de sus versos, poeta, han llegado en el momento justo, con la fuerza de un amor que, inesperado, explota e inflama el corazón durante un invierno. Usted ha redimido, ha extraído del fango y me ha sacado por la puerta estrecha. «Telúrica» ha sido nuestra empatía, como la pureza neo realista que transfigura su cara en las fotos en blanco y negro. Nunca se me olvidará este pasado doce de octubre, día en que nosotros, los venezolanos, celebramos el día de la Resistencia Indígena y ustedes, los italianos, aún festejan el descubrimiento de América, aunque sepan, desde hace tiempo, que antes de Colón también los Vikingos pisaron el nuevo continente. Pero, ¿qué decirle, cabalísticamente, sobre el doce de octubre pasado?, pues usted también recordará esa fecha por el descubrimiento de América, un hecho que produjo grandes cambios en la riqueza de ustedes y en la pobreza de nosotros. Ahora lo más importante del asunto, opino yo, es que habría que sugerirle a los europeos que le añadan a la celebración del doce de octubre, el festejo por la introducción del caballo en América, pues es menester recordar que los caballos, como las habas y los espejos, fueron introducidos en el 1492 por los españoles y que por eso, hoy, los descendientes de Incas, Mayas, Aztecas, Mapuches, guaraníes o Aymaras, ignorando totems y abalorios autóctonos, desembarcan en la Unión Europea cargando pulseritas hechas con pequeñas herradura de caballo, simplemente porque una de las primeras cosas que aprendimos del caballo, allá en América, es que su herradura trae buena suerte. Imagine, poeta, que el advenir de muchos clandestinos que, hoy, deciden atravesar el Mar Atlántico y pisar tierras de la Unión, reside en una pulserita de minúsculas herraduras de caballo, pues creen que ésta les protejerá de las redadas de la policía o de los Centri di Prevenzione Temporanea.
Perdone, poeta, mi pesimismo, ¡la verdad!, querido Pasolini, es que muchas veces su país se me hace insoportable, pesado, ambiguo, incomprensible, ilógico y me hace sentir un verdadero sentimiento de acoso. ¡Conchale!, se me ha pasado por alto contarle que, por avatares de libre albedrío, desde hace muchos años vivo en Génova. Poeta, usted sabe la fama de tacaños que tienen los genoveses, pero esto, debo ser objetiva, también es un misterio pues conmigo son generosos y gentiles: me regalan rosas, higos, libros, albahaca, cebollas, sobres para cartas y por las mañanas me ofrecen el café «gratis». Génova es la ciudad natal de Cristóbal Colón, en este asunto del lugar donde nació el navegante, como del resto lo es el de su muerte también reina otro misterio, pues los habitantes de Quinto, un barrio a cinco millas del centro de la ciudad de Génova se contienden su natalidad, dado que unas investigaciones históricas sostienen que los abuelos del navegante genovés tenían su casa en Quinto y que en los años en que nació el marinero genovés era obligatorio nacer en la casa de los abuelos. Seguramente usted conoció Génova, acá en el mes de octubre organizan una feria náutica, tan famosa en Italia como la Feria de Sevilla en España, y como la península itálica tiene mucha genética de navegante, el peregrinaje de gente que llega de todo el país a comprar un barco es numerosa. Si usted no ama la confusión y el caos automovilístico es mejor que evite pasar por el lugar durante la semana que dura el salón náutico. Este año, para hacer una diligencia, con mi Fiat Panda me tocó acercarme a la feria, pero tuve un leve accidente, pues una chica que conducía una moto Piaggio me adelantó por la derecha en el momento en que yo, correctamente, intentaba cruzar hacia la derecha. Fue inevitable, mi espejo retrovisor y su espejo retrovisor se tocaron y la chica de la moto, la centaura, perdió el equilibrio y cayó a tierra sin procurarse, afortunadamente, algún daño físico, sólo la moto presentó unos rasguños en la lata. Descendí del automóvil y la agraviada ignorando que se adelanta por la izquierda, histérica, se alzó del pavimento gritando improperios y lamentando la caída de su medio de transporte. «Mi moto», repetía y, dada la cantidad de fiscales de tránsito presentes en la zona para dar orden al tráfico automotor, enseguida uno se precipitó al lugar del choque.
En un lado de la avenida y, congestionando aún más el tráfico, nos detuvimos, abandonamos la Fiat Panda y la moto Piaggio en la calle, hasta que el fiscal del tránsito relevara los pormenores del accidente. La cantidad de Porsche Cayenne que, zigzagueaban por nuestra orilla, buscando, desesperadamente, un lugar para parquearse, eran increíbles. Con la crisis económica que ha dejado el Euro me preguntaba, de dónde salen estos automóviles lujosos, en manadas, todos iguales, con los ocupantes que exhibían los mismos lentes de sol y andaban con las mismas acompañantes, lujuriosas jóvenes clonadas con los mismos ingredientes: silicona y exceso de agua oxigenada. Algunos habitantes del barrio exacerbados por el tráfico impedían el trabajo del fiscal y, ante la centaura y yo, protestaban por la anarquía automovilística, también ellos estaban nerviosos y no soportaban el caos.Yo, en medio de la polución y el ruido, sólo deseaba que el fiscal terminara su trabajo para regresar hacia la casa. Pero no fue así, aunque no era necesario, pues la agraviada no presentaba, afortunadamente, algún daño físico, ésta exigió ir al hospital y le pidió al fiscal que llamara la ambulancia. Enseguida, en medio del caos automotor, llegó la ambulancia, a máxima velocidad y con la sirena a todo volumen en la mitad de la calle se detuvo y explayó sus puertas, como debería ocurrir en un caso de extrema urgencia. Mi disgusto al presenciar la tragicomedia y el derroche en el uso de un vital medio sanitario era inmenso. En los países pobres ¿cuántos niños, a diario, vienen atropellados y se alzan del piso, trajinando los destrozos de una bicicleta y hasta los pedazos de sus masas encefálicas para buscar auxilio, en cambio, hoy, en su país, poeta, por aspirar al dinero de un seguro automovilístico, ni el fiscal de tránsito ni la centaura son capaces de discernir la justa medida de las cosas: comprender el valor y la utilidad de una ambulancia y la diferencia entre la abolladura de una lata y un verdadero rasguño. Poeta, en el reino de las aseguradoras sus coterráneos han perdido la medida. Las viejitas sabias, cuando conversan en los mercados, dicen que todo ha empeorado después de la moneda única; que los italianos se han vuelto más mal educados e insoportables a raíz del Euro. Usted no sabe, poeta, pero su país ya no usa la lira, esta moneda desapareció del mercado hace tiempo. Lo reconozco, la lira era más poética, mientras el Euro transmite su pedantería, como el dólar, pero qué exigirle si son compadres. Imagínese, después de la llegada del Euro hubo una inflación altísima. Los consumidores sostienen que el gobierno no controló y los precios redoblaron su valor. Por ejemplo, tiempo atrás en la UPIM quería comprar un CD de Roberto Vecchione con la canción de «Samaracanda», que a mí me gusta mucho, el viejo precio del CD decía: 10 mil liras, mientras que el precio nuevo decía: 10 euros. Fíjese, poeta, haga una pequeña operación matemática allá en el cielo, si un euro equivale a 1.936,27 liras, el disco de Vecchione no podía costar diez euros. Pero, lamentablemente, en su país, desde hace tiempo reinan los distraídos, pues no son ni siquiera capaces de quitarle el precio original a un disco para que uno no caiga en cuenta del error.
Discúlpeme, poeta, vuelvo al cuento del pequeño accidente, me detuvieron la Fiat Panda hasta que no saliera el resultado forense de la visita médica de la centaura y a pie me tuve que devolver hacia la casa. Entonces fue dirigiéndome hacia la parada del autobús que me topé, casualmente, con una librería y se me antojó, para exorcizar el mal rato, entrar a comprar un libro de poesías.
Ay, ¡carajo!, poeta Pasolini, disculpe, como usted ve, a cada rato me pierdo en historias que nada tienen que ver con el motivo de esta carta; me extravío en cuentos que hacen que retarde la anécdota sobre nuestro colpo di fulmine. Ya le dije en las líneas de arriba que el nuestro ha sido un encuentro fortuito y liberatorio y ha ocurrido en un lugar muy hermoso, un témenos como dirían los griegos, porque sí, para mí una librería, como una biblioteca, es un templo, por eso entré como un misil, a buscar versos. Los símbolos que preanunciaron la magia del acontecimiento han sido muy simples, antes de que me ocurriera el pequeño accidente vial vi volar una libélula y también pasar a toda velocidad una destartalada Pick up transportando unas campanas. Pero, quién hubiese imaginado que poco más tarde, sin saberlo, lo encontraría a usted, detenido en un estante. Mas andaba tan malhumorada que en un principio no caí en cuenta de su presencia y, despistada, hojeaba otros libros con la intención alquímica de metabolizar el desencanto y liberarme del disgusto que me había dejado el encuentro con la centaura, el fiscal de tránsito, la polución de las Porsche Cayenne y el derroche de una ambulancia.
Supo usted, querido Pasolini, que San Francisco de Asís, para encontrar la regla de su congregación barajó La Biblia. Pues, poeta, le confieso, yo hago eso con los libros de poesías, imito a San Francisco de Asís o a Napoleón Bonaparte, de quien dicen que antes de entrar en batalla consultaba el I King, el libro de las preguntas y las respuestas chino. Yo, posando interrogaciones, zarandeo los textos de los poemas. Me gusta barajar, como los naipes, las hojas de Rafael Alberti, de Vicente Alexaindre y de Walt Whitman, para conseguir respuestas a mis diarias y angustiosas preguntas. Le confieso que he zarandeado, en diferentes ocasiones, a Luis Cernuda, a Salvatore Quasimodo, a Pablo Neruda y hasta a Julio Cortazar. Así que huyendo del desencanto, la polución y la falta de medida de los italianos entré a la librería, el doce de octubre pasado, para recurrir a mi metodo de arte adivinatoria. Era un día soleado y terso, y, entre los estantes del témenos, empecé a dar vueltas, como una libélula, buscando textos de poesía. El primer libro con el que me tropecé fue «Ossi di Seppia», pero no sé por qué lo apoyé enseguida. Luego seguí escudriñando otros nombres y tomé otro autor entre mis manos, «Las flores del mal», de Baudelaire, quise comprarlo pero me rehusé porque querían venderme a precio nuevo, un libro maltratado por la humedad de la lluvia. Al rato, entonces, volteando hacia el frente, lo vi a usted, Pier Paolo Pasolini, «Poesia in forma di rosa«, de Garzanti – Gli Elefanti. Déjeme decirle, poeta, que las características y atributos de este animal son todos positivos; al elefante se le asocia con la majestad del Rey de todos los dioses. Dicen, inclusive, por eso, que es la constelación del elefante la que rige el universo. Otros argumentan que el pie del elefante ejerce menos presión sobre la tierra que el tacón puntiagudo de una sandalia femenina. Durante el Imperio Romano el elefante aparecía en los triunfos y representaba la victoria, además en la simbología geográfica que los Romanos utilizaban este animal representaba el continente africano, por eso me ha gustado mucho que su libro de versos, poeta, tenga, inclusive, la figurita de un pequeño elefante en la parte inferior. Además me fascina que sus solapas sean de color azul pues, le confieso, «Azul» se llamaba el primer libro de poesías de Rubén Darío, un famoso poeta hispanoamericano. Ha visto que simple y hermoso ha sido nuestro colpo di fulmine, usted estaba en el estante «azul» y con un elefante, como amuleto, y yo, desencantada en otra dimensión de la vida, lo tomé entre mis manos y, zarandeando sus páginas, posé mi pregunta, le pedí que me ayudara a decodificar la raíz de este caos itálico; que me exorcizara esta actualidad donde las leyes se usan para defender prepotentes, donde se siente más la podredumbre que la frescura libertaria. Entonces lo apreté entre mis manos y, a ciegas, abrí sus páginas, mis ojos se posaron sobre los siguientes versos, de Poesia en forma de rosa, pág. 59:
«Si dice, nella vita van perse molte occasioni:
ma…la Vita ha un’occasione SOLA.
Io l’ho perduta tutta. «
No resistí y, sin alguna duda, emocionada pagué, en euros, el precio de su texto. Enseguida retomé la calle y, perdida entre sus palabras, me fui a tomar el autobús. Enamorada caminé leyéndolo y, por un instante, se me olvidó todo: la Fiat Panda, la centaura, el fiscal de tránsito y el tráfico automotor de la feria náutica con las Porsche Cayenne y las mujeres clonadas con silicona y agua oxigenada. Leía en el autobús:
«Come può, tutto ciò,
non ripercuotersi nel sesso, castrando
il figlio fino all’ultima lacrima?
E così ecco la Terza Corona del Cancro.
Un discesa di barbari alloglotti
(il tassì rade argini, l’erba)
tagliente e cupa, dal cuore delle notti
-misteriose e palustri, di nascenza –
abbandonata a questo sole micidiale),
una discesa medioevale, di Goti o Celti.
questo sole che dà emicrania a adolescenti
moderni, a universitari, a donne
di ceti medi, con rossetti e patenti…
intossica anche il barbaro…Ah,
egli nel gelo dei praticelli fiorenti…»
Sólo lamento, poeta, que nuestro encuentro haya ocurrido un poco tarde, pues se lo confieso, si lo hubiese leído antes hubiese decodificado mejor a su tierra. Le cuento que su país ha cambiado mucho, hoy es una jungla donde lo más evidente es la tenaza de la excavadora cuando estremece las vísceras de las abadías del siglo XII para imponer el progreso del Parking subterráneo. O la proliferación de los CPT (Centri di Prevenzione Temporanea). Lugares que funcionan como unas cárceles para recluir por un tiempo a aquellos clandestinos que llegan a las costas italianas con pulseritas de herradura de caballo, a éstos, después de tenerlos prisioneros por un tiempo, se les devuelve a sus tierras de origen, ya hasta con los impuestos de los ciudadanos piensan financiar la construcción de un CPT en Libia. Se imagina, poeta, si en la época del Imperio Romano con los tributos del pueblo se hubiese construido un Centro di Prevenzione Temporanea en Egipto y que a los tres Reyes Magos los hubiesen detenido y hecho prisioneros, antes de llegar a Belén y por eso no hubiesen podido entregarle al Niño Jesús el oro, el incienso y la mirra. Es una jungla, una jungla de líneas telefónicas, de números verdes, de servicios del 169. Muchas escuelas se desploman sobre si mismas por falta de mantenimiento y han aprobado una controversial Reforma escolar llamada Moratti. Lo más notorio que he visto en este último decenio italiano ha sido el cambio ideológico de Lorenzo Cherubini, alias «Giovanotti«, de cantante «paninaro» y superfluo a cantante de poesía simple cuando encuentra y abraza, con afecto, las percusiones de Carlihnos Brown. Sabe usted, su Presidente del Consiglio se llama Silvio Berlusconi. Yo bromeo mucho con sus compatriotas, les digo que se sientan orgullosos, pues tienen un Presidente que se somete a un lifpting, mientras el nuestro que se llama Hugo Chávez y tiene una cara más fea, no recurre a los milagros del bisturí para aparecer más bonito, pues prefiere ser auténtico. Por cierto su Presidente del Consiglio y mi Presidente de la República se encontraron, ya que Chávez, recientemente, visitó Italia y recurriendo al arte de la mamadera de gallo que en un cierto sentido es pariente de la opera bufa italiana, a Berlusconi quiso darle la mano izquierda. Pero su Presidente se rehusó, le respondió que, «o derecha o nada». No sé si aconsejarle al Presidente Berlusconi que lea «Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno», di Giulio Cesare Croce o aconsejarle a Chávez que lea este magnífico y original libro italiano, y lo use, luego, como manual de galateo cuando encuentre a los potentes de la tierra.
Quién sabe, poeta, si usted llegó a leer algún poema de Rubén Darío, como también me gustaría preguntarle si conoció a Miguel de Unamuno. Pienso en este último por la cuestión del sentimiento trágico de la vida, el exilio y la guerra civil española. Hace unas semanas tuvo lugar la primera audiencia de Sadam Huseim, un tribunal irakí lo desea condenar a la pena de muerte, el primer delito, de un serie, 147 kurdos. Entonces, pensé, sería necesario juzgar también a los países que apoyaron el embargo a Irak. También, no sería demasiado tarde, se podría juzgar a Francia por el millón de muertos de la Independencia de Argel. Sería honesto empezar a echar cuentas, sobre todo, por el bien de la humanidad. Ah, poeta, es increíble lo que sucede hoy en el mundo, la pobreza cada día aumenta, me imagino que desde allá arriba usted observa a los pobres cuando escarban en el basurero más grande de Ciudad de México.¿Le gustaría ir a Nueva Orleans para escuchar «Blues» o «Jazz»? Bueno, que triste, Nueva Orleans y sus alrededores fue arrasada por un huracán llamado «Katrina» y por la televisión vimos que, como siempre, son los negros los que pagan los platos rotos porque el Superdomo de la ciudad del Jazz y del Blues renació como un quilombo, aquel modelo de campo de concentración usado en el Africa occidental para deportar a los esclavos hacia América.
No sigo, poeta, es mejor que me detenga, espero que mis líneas le procuren alegría y permítame saludarlo con un » hasta la vista», querido Pier Paolo Pasolini, y le prometo que lo seguiré leyendo, con pasión, fe y entusiasmo, pero «que viva Chávez», no por lo que su proyecto político representa para Latinoamérica sino porque ha sublevado el lenguaje, lo ha elevado a la enésima potencia y de este modo ha logrado despertar a un pueblo. Poeta, sublevar el lenguaje, como hace usted en sus versos, es una revolución, así que en estos tiempos oscuros no me queda otro remedio que decirle, Sancté Pier Paolo Pasolini, ora pro nobis.