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Carta a un amigo filósofo

Fuentes:

Hecha pública el 29 de julio de 2001 Cuando el filósofo y jurista Albert Calsamiglia Blancafort envió este texto a su amigo, el también filósofo José Juan Moreso, llevaba varios meses conviviendo con el cáncer y le quedaba tan sólo un mes de vida. Calsamiglia, catedrático de Filosofía del Derecho de la Pompeu Fabra y […]

Hecha pública el 29 de julio de 2001

Cuando el filósofo y jurista Albert Calsamiglia Blancafort envió este texto a su amigo, el también filósofo José Juan Moreso, llevaba varios meses conviviendo con el cáncer y le quedaba tan sólo un mes de vida. Calsamiglia, catedrático de Filosofía del Derecho de la Pompeu Fabra y fundador de esta Universidad, falleció el 21 de julio de 2000, a la edad de 51 años, y se enfrentó a la muerte con la serenidad y el coraje que destila esta carta que sus amigos quisieron hacer pública un año después. Calsamiglia reflexiona en ella sobre el objeto de la filosofía y reivindica las enseñanzas y los modos de los clásicos, que entendieron esta disciplina no como el instrumento académico en que se ha acabado convirtiendo, sino como la mejor guía para aprender a vivir y alcanzar la felicidad.

Querido José Juan:

No sé si la esperanza es una virtud, pero en todo caso sería una virtud antifilosófica puesto que el filósofo está con la sabiduría, con la fortaleza del carácter, con la serenidad para asumir la propia historia y el destino

Me temo que mi mail tenía un tono pesimista o fue interpretado como tal. Lamento que te haya producido preocupación, no era mi intención. No estoy deprimido, aunque algún día puede salir alguna dosis de depresión, y en este caso también estaría justificado. ¿Por qué no? Tranquilízate… mi salud sigue estabilizada y no hay motivos de alarma. Soy atendido por un buen equipo de médicos y estoy rodeado de un cariño que nunca imaginé capaz de generar. Cada día recibo pruebas de que se me tiene en cuenta como amigo y persona querida. Uno no se puede quejar cuando tiene tanto a su alrededor. Lo único que sí puedo decir es que a mi edad todavía la vida me sorprende, y como dice Aragon, ‘le temps d’apprendre à vivre… il est trop tard’. En cierto sentido me siento desconcertado porque la experiencia de mi vida no contemplaba una situación como la actual. En otro sentido aprender a vivir o aprender de la vida constituye un desafío que todavía me apasiona y, por tanto, me mantiene vivo y lúcido. No todo es desespero en mi situación. Si buscas… encuentras cosas interesantes.

Mucha gente busca refugio en la religión para resolver los problemas de la vida. La religión contiene en su seno muchos elementos que enseñan a vivir en situaciones difíciles. Pero debes creer en ella, y uno no siempre encuentra directrices adecuadas, pues a la promesa de la vida eterna y de la resurrección se añaden el infierno y las penas eternas. No estoy muy seguro de que exista mucha gente que crea de verdad en la resurrección. De cualquier modo, no es mi caso. En cambio, creo que existe mucha gente atormentada por las sanciones, las llamas y los infiernos. Pascal lo dijo bien claramente en sus Pensamientos: ‘Il n’y a de bien en cette vie qu’en l’espérance d’une autre vie’. La religión es excelente porque ofrece consuelo y respuesta. El problema es… creer. Y, como sabes, la creencia no es un acto de voluntad. O crees o no. Bernard Williams ha dicho cosas muy interesantes sobre la creencia. Dejo ahí la religión.

¿Dónde buscar refugio? ¿Quién sabe cómo se debe vivir? Montaigne afirmaba -con razón- que no sabemos vivir, que al final de nuestra vida poco hemos aprendido de ella y que la tarea más importante es aprender a vivir. Nosotros hemos vivido en la filosofía del siglo XX. Nuestra preocupación ha sido el análisis del lenguaje, la conceptualización, la crítica de la ciencia, el análisis de fundamentos. Todo esto está muy bien, pero… la filosofía ha dejado de orientarnos en la vida, ha dejado de ser un discurso racional sobre cómo debemos vivir, como sugerían los clásicos. Pienso, por ejemplo, en Epicuro, Spinoza, Sócrates, Platón, Montaigne, Pascal.

Debido a mi situación, me he empezado a preocupar por temas que no están en la agenda de problemas del siglo XX. ¿Qué debo hacer o qué puedo hacer contra el dolor, el desconsuelo, la desgracia? ¿Tenemos alguna fórmula que nos permita sobrellevar estas situaciones? ¿Cómo podemos buscar una salida a través de nuestras capacidades intelectuales? Los filósofos del siglo XX han creído que éstos eran problemas metafísicos o que eran seudoproblemas. No es cierto. El Meister Erckhardt, por ejemplo, te enseña una senda muy humana para reponerte de tus fragilidades, te dice por ejemplo que mires a tu alrededor y siempre encontrarás ejemplos peores que el tuyo, te dice que no mires lo que pierdes sino lo que todavía puedes hacer, te recomienda conservar el deseo de superar tus límites. Te dice: mira el inmediato presente y no el largo plazo. Epicuro, Epicteto y Marco Aurelio, ¿no sugerían que la filosofía es la sabiduría de saber vivir? Epicuro definía la tarea filosófica como una actividad que por medio de discursos y razonamientos nos enseña la vida feliz. La filosofía como refugio ha perdido su razón de ser en el siglo XX, pero la única sabiduría humana no religiosa que poseemos sobre estos temas es la filosofía. No la actual, sino la de los clásicos. Ahora si sufrimos nos tomamos una droga, perdemos la identidad o hacemos lo que sea para ocultar nuestra situación, que calificamos de desesperada. En el pensamiento clásico existía una mayor confianza en el hombre y en la capacidad de la razón para afrontar las situaciones difíciles de la vida. Esa sabiduría -sagesse, dirían los franceses- fortalece nuestros espíritus, nos ayuda a aceptar nuestro destino y, además, a continuar buscando respuestas a las cuestiones que no sabemos responder. ¿No tiene eso una grandeza superior a las nimiedades de nuestras filosofías prácticas? Acaso será cierto que la filosofía con mayúsculas es la que nos enseña a vivir, mientras que la filosofía con minúsculas es la que practicamos en las facultades?

Esta sabiduría está en contradicción con una de las virtudes que todo el mundo me recomienda: la esperanza. Y está en contradicción porque la esperanza, en su sentido genuino, implica ignorancia y también implica que la voluntad del sujeto no puede hacer nada para transformar el mundo, sino simplemente aguardar a que se produzca el efecto beneficioso. Puedo esperar un cambio en mi salud, pero carece de sentido esperar que esta tarde se ponga el sol. Si tuviéramos información completa, la esperanza no tendría lugar. No sé si la esperanza es una virtud, pero en todo caso sería una virtud antifilosófica puesto que el filósofo está con la sabiduría, con la fortaleza del carácter, con la serenidad para asumir la propia historia y el destino. Como decía Spinoza, en su ética sólo hay esperanza si existe temor. La sabiduría vence al temor y destierra la esperanza. Es cierto que la pasión de la esperanza es atractiva, pero comporta el estado del temor, y la sabiduría exige ser menos dependiente de la esperanza.

No pretendo señalar que la filosofía contemporánea esté equivocada. Simplemente quiero decir que en el arsenal filosófico de la tradición que tantas veces hemos criticado encontramos elementos que nos permiten pensar mejor. Estoy convencido de que la gran riqueza de la filosofía es su pluralismo. Tenemos muchas herramientas que no sirven para todas las situaciones, pero siempre encuentras alguna que te ayuda a pensar y a progresar. Ésta es una de las grandes riquezas de la filosofía. Tenemos la suerte de que nuestra sociedad nos ha legado este arsenal siempre explotable.

La tarea de vivir es muy complicada, es difícil vivir, muy difícil, porque creemos que dominamos el mundo cuando en realidad, como señaló muy bien Landsberg, nos parecemos al toro que sale enfurecido a la plaza y cree que dominará el ruedo. La realidad es muy otra, todos sabemos, menos el toro, que acabará entregando su vida. Él actúa como si la muerte no fuera con él, como si la lucha fuera igual, confía en sus fuerzas… es así como los hombres vivimos confundidos hasta que un día se presenta la fragilidad, la conciencia de la finitud, y buscamos en la sabiduría humana aquel refugio que no nos puede dar la filosofía contemporánea.

No quisiera que me leyeras en clave pesimista ni en clave triste. Redescubrir estos aspectos constituye una gran ampliación de mis horizontes vitales porque aprendes… aprendes mucho y enfocas la vida desde una nueva perspectiva.

Ya sé que estas confidencias filosóficas no deben dirigirse a un filósofo analítico… pero quizá no es desafortunado dirigirlas a un amigo filósofo.

Un abrazo.