Apreciado Christopher: Empiezo esta misiva sin saludarte, más no lo hago por falta de cortesía sino porque lo más conveniente es empezar por presentarme. Yo soy uno más de tus «queridos X» a quienes dirigiste tus Cartas a un joven disidente. Mi propósito no es responderte, supongo que tus cartas no fueron escritas en espera […]
Empiezo esta misiva sin saludarte, más no lo hago por falta de cortesía sino porque lo más conveniente es empezar por presentarme. Yo soy uno más de tus «queridos X» a quienes dirigiste tus Cartas a un joven disidente.
Mi propósito no es responderte, supongo que tus cartas no fueron escritas en espera de una respuesta. Lo que quiero es interrogarte, aunque te advierto que mis preguntas no persiguen aclaraciones sino un ataque matizado disfrazado con polémica. Bien decías que «quienes atacan no tienen derecho a esperar indulgencia». En atención a tan aleccionadora máxima no pienso tratarte con consideración, pero tampoco sin argumentos: «La esencia de la mente independiente radica no en lo que piensa sino en cómo lo piensa» tiendes a repetir constantemente.
Me gustaría empezar precisamente por tan lúcido aforismo: «La esencia de la mente independiente radica no en lo que piensa sino en cómo lo piensa», el cual además utilizas para enmarcar la conclusión de La victoria de Orwell. Debo confesar que el estilo de tus Cartas me ha dejado perplejo, es sumamente brillante, como la mayoría de tus escritos. Pero no obstante debo replicar que no es clara la frontera que manejas entre asumir la condición de disidente y asumir la condición de librepensador, y sé muy bien que prefieres el segundo epíteto frente al primero. Por eso entonces, cuando subrayas el cómo se piensa frente al qué se piensa, supongo que asumes la independencia como la virtud preponderante a la hora de disentir, lo cual sin duda es fundamental entender y sobre todo practicar. Aunque también puedo pensar que tu objetivo puede centrarse en la importancia del manejo de las categorías adecuadas y de un método bien ponderado para llegar a la verdad, por encima de los intereses que median la obtención de esa verdad; lo cual es más honesto tanto en términos políticos como intelectuales. Pero es ahí donde «mi pala se quiebra», y dos preguntas me invaden: en primer lugar, ¿acaso la independencia garantiza en sí misma la disidencia?, y en segundo término ¿podemos pensar que el cómo implica necesariamente un divorcio del qué se piensa?.
Pienso en dos fenómenos que tienden a presentarse para fundamentar la primera pregunta: en primer lugar, puedo pensar que las habituales limitaciones de la corrección política liberal exigen dos requerimientos: la apariencia del librepensamiento y la prudencia de «señalar hasta cierto punto». Por otro lado, también sospecho que un librepensador que no resulta disidente raya en la complacencia. (Aunque claro, no podemos olvidar que los disidentes que no son librepensadores no llegan a ser lo suficientemente disidentes).
En ambos casos tenemos el mismo desenlace por vías diversas: complacencia con el poder, temprana o tardía. En el segundo caso tenemos la clásica situación donde o bien ignoramos que el rey está desnudo o simplemente alabamos su traje adornándolo con conceptos. En el primero se señala la desnudez del rey con una sonrisa cómplice (esperando los aplausos de los asistentes que saludan la lucidez de la observación) pero sin preguntarse por la mezquindad de la institución monárquica en sí misma. Por eso, a mi juicio ambos gestos son insuficientes. La cuestión estaría en preguntarse por la razonabilidad de la monarquía, desenmascarar su absurdo, asumir una militancia republicana y manchar con tinta (literal y metafóricamente) el traje del emperador. Tú, que eres un buen antimonarquista debes entender a qué me refiero. La cuestión no está en señalar «hasta cierto punto», la cuestión está en señalar asumiendo todas las implicaciones del caso y todas las consecuencias del mismo.
Déjame aclarar mis preguntas a partir de tu propia experiencia como librepensador. Es claro que tu urgencia de independencia te llevó a tener filiaciones con el trotskismo, como muchos izquierdistas honestos del siglo XX (y XXI, afortunadamente). Esta tendencia (junto con anarquistas, autonomistas y consejistas) ha representado una forma de clara independencia frente al poder establecido, manteniendo la lucha por un socialismo que representase en su momento alternativas al despotismo de la guerra fría en sus diferentes variantes: en sus versiones capitalistas autoritarias, en el mal llamado socialismo «real», o en sus democracias represivas liberales. Esa visión del mundo te conduce a señalar la grandeza de un personaje como Orwell, asumiendo su defensa en un contexto adverso . ¿Pero no ha sido también de forma independiente que te has identificado con posturas abiertamente neoconservadoras?.
Un libro como Juicio a Kissinger brotó de tu pluma de manera independiente para denunciar los crímenes en los que este personaje tuvo relación en lugares tan diversos como Vietnam, Laos, Camboya, Chipre, Bangladesh, Chile o Timor Oriental, pero también de forma independiente afirmaste en semanarios como Slate o Standard que la guerra en Irak debía ser una guerra de la cual podíamos sentirnos orgullosos. Aunque podrías argumentar que Kissinger intervino sobre nacientes democracias en proceso de descolonización o sobre maduros regímenes constitucionales mientras en Irak se usó la fuerza sobre un régimen dictatorial, lo cierto es que tu falta de ponderación hace problemático tu argumento. ¿No es una virtud del cómo se piensa el evitar asumir la realidad a partir de lógicas binarias, o evitar leerla en blanco y negro descartando las otras tonalidades?. (Para ridiculizar esta actitud tú mismo dices en las Cartas que el blanco y el negro ni siquiera son colores).
Si algunas intervenciones imperiales son razonables y otras no, revivimos la noción de guerra justa acomodada a las necesidades del poder, y pocas cosas pueden ser más peligrosas para la paz mundial y más saludables para el poder global. Con tus recientes intervenciones le das oportunidades a la parte más fuerte y mezquina de la balanza.
Afirmas entonces que a los manifestantes contra la guerra no les importa lo que efectivamente les ocurre a los oprimidos habitantes de Irak. Yo supongo que es cierto, que tal vez a muchos no les importa, o les importa de manera secundaria, pero ¿no asumes una actitud similar al descalificar el movimiento de resistencia a la intervención sin buscar una ponderación de tus argumentos?, ¿no es demasiado simplista pensar que las únicas alternativas son la dictadura de Hussein y la intervención imperial?.
Puedo, y debo además invertir tu argumento, ¿crees que a los halcones (algunos de ellos ex trotskistas, además) que planearon la invasión, les importaba lo que efectivamente les ocurría a los oprimidos habitantes de Irak?. Me ofende pensar que dilapides tu perspicacia al no pensar que hay otras razones en juego. Es ese tipo de complacencia frente al poder el que hace más interesante el asumirse como un «problemático disidente reflexivo» que como un «librepensador conveniente», por eso tienes razón al señalar la victoria de Orwell, un personaje histórico que no tuvo concesiones con los intereses del imperio (fue un acérrimo partidario de la descolonización y un crítico furibundo del imperio británico) y que jamás se declaró neoconservador o algo parecido, a diferencia tuya.
Es más, resulta un poco simplista de tu parte el asumir una lectura de 1984 destacando su actualidad al señalar la correspondencia de la narración con lo que presenciaste en tu visita a Corea del Norte, pues recaes en la habitual interpretación de la novela (que desde hace mucho raya en el cliché) como retrato de los totalitarismos. Ignoras entonces lecturas como la realizada por E.L. Doctorow quien de forma más independiente, disidente y lúcida ha planteado que la novela de Orwell funciona mucho mejor como crítica de las democracias liberales de occidente que como usual patrón juzgador del totalitarismo.
Sin duda, tu fe en el empirismo inglés no te hizo caer en cuenta de algo que tanto el posestructuralismo (al que tanto criticas) como el marxismo tienden a tener presente: es una quimera pretender desligar el qué se piensa del cómo se piensa.
No deja de resultar curioso que en tus Cartas señales la complacencia de un término como iconoclasta: «La sociedad como una familia benévola, tolera e incluso admira la excentricidad. Hasta el vocablo iconoclasta se emplea rara vez de modo negativo, sino más bien para dar a entender que la destrucción de imágenes es una descarga de energía inofensiva». Y digo que es curioso porque muchas reseñas de tu pensamiento (basta ojear la de Wikipedia en inglés) te señalan como tal. Quizás has sido más iconoclasta que disidente, y tus últimas posiciones lo confirman.
En tu libro sobre Orwell y en tus Cartas has resaltado la grandeza de figuras emblemáticas de la izquierda como Antonio Gramsci y Andreu Nin. Tal vez la figura de disidente encuadre perfectamente con la noción gramsciana de «intelectual orgánico» (lo que además fueron Gramsci y Nin), y tenga muy poco que ver con tu noción de «librepensador», no por inadecuada sino por incompleta.
Es una verdadera lástima que tu arrepentimiento te hubiese hecho distanciarte de una potencial condición de intelectual orgánico y de paso te hubiese arrebatado la etiqueta de librepensador. Ambas en una misma estocada, sólo que en vez de sables, justificaste los misiles.