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Juanes, el silencio despreciable y el des-concierto que viene

Carta a Víctor Jara

Fuentes: Rebelión

21 de septiembre de 2009 Querido Víctor, El espasmo de esta carta, hoy, tras el concierto de ayer en La Habana, es en parte un pretexto, pues también corresponde a una vieja idea justificada sólo en el hecho de querer rendir un homenaje íntimo a la memoria de un ser excepcional que tuvo su voz […]

21 de septiembre de 2009

Querido Víctor,

El espasmo de esta carta, hoy, tras el concierto de ayer en La Habana, es en parte un pretexto, pues también corresponde a una vieja idea justificada sólo en el hecho de querer rendir un homenaje íntimo a la memoria de un ser excepcional que tuvo su voz y guitarra como armas al lado de los pueblos. Son unas líneas para expresar, a través de un instrumento limpio y apto, lo que ahoga por dentro y necesita ser compartido, quizá para intentar sanar de ese modo una vieja herida recién abierta, hace apenas unas horas, unos minutos. Mejor de esta forma, aunque podría haber sido un artículo de un modesto análisis político o sociológico, referido en general al mal estado de nuestra cultura, para usar así un puente freudiano. Cuando digo esto, quiero decir deliberadamente la cultura de la izquierda, de ese espectro de hombres y mujeres en minoría que construyen alternativas y humanismos frente al dominio del capitalismo, y quiero subrayar cultura para pensar sobre los modelos que tenemos como ejemplares, como valores.

Comenzaré por contarte brevemente que en Colombia, de donde es el cantante Juanes, se mata desde hace años, a gente del pueblo, por decenas de miles, y que allí hay millones de indigentes, de hambrientos, de excluidos. Millones de empobrecidos en un país de inmensas riquezas. Que a lo largo de estas décadas han sido asesinados cerca de 50 mil militantes de izquierda, de partidos, de comunidades campesinas, de sindicatos, de indígenas y afrodescendientes; que cientos y cientos de jóvenes pobladores que seguramente escucharon la camisa negra de Juanes, murieron hace unos meses con las camisas verdes que los militares les pusieron antes de ser ejecutados y presentados falsamente como guerrilleros dados de baja; que hay unos 15 mil detenidos-desaparecidos; miles de torturados; miles de presos en inhumanas condiciones de reclusión; cerca de 5 millones de refugiados internos. Qué voy a contar que no sea conocido: sobre cómo hay un poder mafioso, de narcotraficantes y paramilitares, de oligarquías y multinacionales voraces, cuyas fuerzas armadas han acudido a la mutilación con motosierra, a rajar el vientre de las mujeres sospechosas de insurgentes, a la violación carnal, a jugar fútbol con la cabeza de sus víctimas, como sucedió con Marino López, caso en una cadena de hechos que hace pocos días un genocida ex general refirió como sucesos sabidos en un contexto bajo control del hoy presidente Uribe Vélez, el «demócrata» que se encaballado en el gobierno gracias al asesinato. Por que allí, Víctor, donde se han aniquilado sueños de transformación, reina el crimen y la impunidad que lo premia.

Escribo esto con estupor. Con pesar. Veo, escucho y leo sobre un gran concierto. Dizque histórico. Frente a la imagen del Ché, en la Plaza de la Revolución. Y estoy impresionado. Puedo entender razones de oportunidad, de apertura, de conveniencia, de mercado; puedo creer en motivos tácticos y estratégicos. Pero duele. Este caballito de Troya no sólo ha enfurecido a miles de gusanos en Miami o Bogotá. También ha penetrado en el campo de una cuestión de honor, puesto ahí, para lo que viene. E interpela la moral o la ética, y no sólo los gustos o la estética, de seres que no nos hemos acostumbrado a la posmodernidad de la palabra paz servida como neutralidad, tan atractiva como la palabra reconciliación, una y otra tan miserablemente usadas cuando sirven para ser pronunciadas tapando la injusticia, la ignominia. La palabra paz puede así conjugarse con buen rollo, como buena onda, con lo que sea; puede conjugarse con la nada.

Para un puñado, el concierto representa el desconcierto. Hay desfiles de la victoria, célebres y celebrados cuando pueden doblegarse sutilmente cerebros, cuerpos, corazones y almas, de miles que danzan con la embriaguez de los que triunfan y callan con inteligencia. Por ese silencio tan ruinmente calculador; sin una condena al bloqueo contra Cuba; sin una condena al Imperio que mata, por ejemplo en Afganistán o Irak (¡quedan tan lejos!); sin palabras de solidaridad con las víctimas de crímenes contra la humanidad cometidos en Colombia; sin palabras de repulsa a las bases militares que amenazan a pueblos que viven procesos de cambio; sin condena al golpe de Estado en Honduras; sin palabras que den dignidad a la palabra paz, enferma, robada o prostituida, como Julio Cortazar alguna vez nos lo advirtió en Madrid: puede llegar el día en que el uso reiterado de las mismas palabras por unos y por otros no deje ver ya la diferencia esencial de sentido…según que sean dichos por nosotros o por cualquier demagogo del imperialismo o del fascismo (…) Esas palabras no estaban ni enfermas ni cansadas, a pesar de que poco a poco los intereses de una burguesía egoísta y despiadada empezaba a recuperarlas para sus propios fines, que eran y son el engaño, el lavado de cerebros ingenuos o ignorantes, el espejismo de las falsas democracias…¿hemos sido capaces de mirarlas de frente, de ahondar en su significado, de despojarlas de la adherencias, de falsedad, de distorsión y de superficialidad con que nos han llegado después de un itinerario histórico que muchas veces las ha entregado y las entrega a los peores usos de la propaganda y la mentira? (…) Es tiempo de decirlo: las hermosas palabras de nuestra lucha ideológica y política no se enferman y se fatigan por sí mismas, sino por el mal uso que les dan nuestros enemigos y que en muchas circunstancias les damos nosotros.

Por ese silencio tan mezquino y contaminante, ayer fue un día de derrota, y hoy sigue expandida, en la pantalla del televisor y en la mente, pues aunque se apague y se cierre también el periódico, ya lo hecho queda, en aquella Plaza donde hubo silencio, y en los comentarios mentecatos de decenas de hombres y mujeres en páginas de izquierda, de opinión alternativa, que se han llenado de elogios a Juanes, mirando como otros medios, hacia otro lado. Basta recorrer miles de líneas de gente que aparcó la solidaridad y la denuncia, a las que les falta poco por poner en el mismo horizonte histórico y ético a Juanes como ayer estaba en alguna panorámica: al lado de la imagen de Ernesto Guevara. Como un revolucionario. Por eso siento vergüenza.

Cortazar está muerto. Igual que vos, Víctor. Y otros están vivos, muy vivos. Esta carta no es una pataleta emocional ni una revuelta visceral, aunque parezca ridícula. Lo que la provoca no es trivial. Es inaudito lo que la causa. Hemos seguido de cerca las declaraciones de Juanes respaldando la política criminal de Uribe, su alianza con los poderes, su simpatía con los militares, o las de Bosé contra el proceso bolivariano de Venezuela. Con las mismas luces que hemos hecho nuestras las letras y la voz de Silvio, a pesar de que hoy sangran muchas de sus estrofas, que podría citar en paralelo, para discutir epistolarmente con él sobre las contradicciones. Pero ni él tendrá forma de enterarse, ni tiempo, y yo no tengo derecho, ni altura, ni vías para hacerlo.

Por eso esta carta a ti, a vos. Porque no te has ido. Por tu Manifiesto con el que fuiste consecuente y digno hasta la muerte y más allá de su pasaje: por tu guitarra trabajadora, que no es guitarra de ricos ni cosa que se parezca, por tu canto de los andamios para alcanzar las estrellas. Que el canto tiene sentido cuando palpita en las venas del que morirá cantando las verdades verdaderas, no las lisonjas fugaces ni las famas extranjeras, sino el canto de una lonja hasta el fondo de la tierra… canto que ha sido valiente, siempre será canción nueva.

Aunque nos sepamos dialécticos, aunque dudemos sobre si un hombre y la humanidad entera pueden cambiar, pero luego luchemos por aprender y superar viles enajenaciones, hoy en todo caso duele más esa mediocridad que nos inoculan. Duele, no por ese nuevo héroe llamado Juanes, quien al fin y al cabo es un producto de la época de la banalidad del bien y del mal, del buenismo nihilista y de la lógica de la mercancía, que posa y pasa, un comerciante aprovechado que se ha lavado de la impronta fascista llevando ayer camisa blanca, usando a miles de seguidores para su exorcismo, un neutral cómplice, poderoso por mediático, de aquellos que tanto repudiaba Mario Benedetti o Bertolt Brecht, o Joan, o que hoy repudia la madre de la joven desaparecida o del muchacho asesinado en Colombia, cuya suerte no ha merecido nunca palabras del señor Juanes, quien no es el problema, ni por uribista, ni por su visión anti-insurgente o contraguerrillera, ni lo es tampoco el antichavista Bosé. Somos nosotros el problema. Adentro. Porque a estas tribus de izquierda, a nuestros pueblos en ciernes, pueden llegarle a encantar y a cantar artífices de silencios perversos. Más allí, en la Plaza de la dignidad, de la Revolución, donde ayer se hospedó un interesado silencio, tan egoísta y ambicioso como su innegable eco.

Llega ahora a millones de oídos el efecto de esa comparsa, que no termina acá, sino que apenas comienza. Vendrán más conciertos y más desconcierto. Nos debemos preguntas. Seres que luchan por otro mundo y que aplauden la promiscua palabra paz que hábiles bufones y no trovadores pronuncian, y quienes también luchan por nuevos espacios de dignificación y por eso no están dispuestos a vender lo poco que queda.

Víctor, hoy miles de jóvenes en América Latina y el Caribe no saben por ejemplo quién eras o por qué te mataron. Por lo que sea, millones beben en muchas cloacas. Van del reggaetón a los movimientos de cadera de Shakira, no a los movimientos sociales, que no les suenan. O algunos ostentan la presunta cultura política del antichavista Alejandro Sanz, entre otros de los que viven en Miami o en el mundo rico y raquítico. De eso tenemos responsabilidad. Y no corregimos con situaciones como las de ayer.

Víctor, escribo con el afecto y el respeto que he profesado por ti, no sólo por tu canto, que ha acompañado fiestas y lutos, con la partida de compañeros y compañeras que, como tú, lucharon hasta la muerte, hasta la victoria, sino que hoy te escribo esto porque se entrelaza como un grito racional, cargado de sentido y vergüenza, como rechazo al lacerante silencio que se enseñorea en sectores de la izquierda, que pueden tan fácil y puerilmente no leer, no enterarse, pasar página; por mera constancia y responsabilidad personal por lo que viene, si lo de ayer no se cuestiona y si no prende como inquietud la necesidad de dignificar las consignas en la que la paz sea la paz con justicia, sin imperialismo, sin bloqueo, sin hambre, sin humillación.

Lo escribo porque no ceso de escuchar las palabras que retumban y que me obligan, las que una vez cantaste en La Habana, que quiero de este modo honrar con humildad. Fue la noche del 4 de marzo de 1972 en la Casa de las Américas (acabo de escuchar de nuevo la grabación), cuando te referiste a los que cantan por la moda, a los oportunistas, a la usurpadora industria de la canción (que industrializa la canción «que está al lado de los combates del pueblo» para desarmarla), a los ídolos populacheros, a los cantantes protesta, a los de la canción para el turista, a los que hacen canción de tarjeta postal, y cuando antes de la octava canción, Ni chicha ni limoná, la comentaste diciendo que se refería a gente que no están ni allí ni allá… Y cantaste: La fiesta ya ha comenzao, y la cosa está que arde, uste’ que era el más quedao, se quiere adueñar del baile, total a los olfatillos no hay olor que se les escape… Ya déjese de patillas, venga a remediar su mal, si aquí debajito ‘el poncho no tengo ningún puñal, y si sigue hociconeando, le vamos a expropiar, las pistolas y la lengua y toíto lo demás… Usted no es na’, ni chicha ni limoná, se la pasa manoseando, caramba zamba su dignidad…

Recordé hace una semana los treinta y seis años de tu muerte, cuando te quebraron las manos por tu guitarra con olor a primavera, como bien dice Manifiesto. Apenas puedo disponer de estas cuartillas. Si fuera cantante te hubiera recordado coreando. Ni tengo una buena voz ni estaba ayer en La Habana, para haber entonado en soledad alguna estrofa tuya, como respuesta a la infamia. Ni soy por fortuna Juanes ni Bosé. De ellos tampoco esperábamos que te recordaran. 1973 y Chile quedan también muy lejos, para ellos, que son escasamente figurillas, a los que, como masas histéricas, no les dice nada la historia, la memoria. No hay que pedir peras al olmo. Supongamos que en un futuro la diplomacia no es doblez, que ese silencio no es tal, que podrá haber creaciones del arte, de la cultura, para el combate ante lo injusto. El criminal bloqueo contra Cuba revolucionaria sigue, el terrorismo de Estado en Colombia sigue…

Víctor Jara, gracias por tu ejemplo, que no muere. Hoy alumbra.