Fidel Castro, de quien lo menos que puede decirse es que es un revolucionario de una experiencia política excepcional, ha reflexionado públicamente en los últimos días sobre un nuevo ataque imperialista en Oriente Medio. Se ha referido en esta ocasión a movimientos militares de Estados Unidos -junto con Israel- en aguas cercanas a Irán. Estados […]
Fidel Castro, de quien lo menos que puede decirse es que es un revolucionario de una experiencia política excepcional, ha reflexionado públicamente en los últimos días sobre un nuevo ataque imperialista en Oriente Medio. Se ha referido en esta ocasión a movimientos militares de Estados Unidos -junto con Israel- en aguas cercanas a Irán.
Estados Unidos es desde el siglo pasado el principal poder imperialista -y por tanto agresor- del planeta. La lista de sus agresiones es enorme y terroríficos sus resultados. En Oriente Medio, donde concentra muchas de aquellas, ha arrasado Iraq y Afganistán liderando una banda de países delincuentes aliados suyos. También por su cuenta y con el apoyo de Israel ha atacado a Pakistán, Palestina, Líbano, Siria, Somalia, Yemen y Sudán. Todo con el resultado de millones de muertos, heridos y desplazados e incalculables daños materiales y ambientales. Últimamente aumenta sus amenazas contra Irán.
Ante este violentísimo historial, los medios de comunicación pro-imperialistas estadounidenses y de países aliados dejan de lado el discurso de Castro y entretienen a sus lectores con la descripción del color y el diseño de su camisa, el recuerdo de una intervención quirúrgica que tuvo hace cuatro años y ¡cómo no! haciendo cábalas sobre una imposible relación entre su alocución y el asunto de los presos cubanos.
Es claro que si en vez de haberse mostrado mientras daba una charla política, hubiese aparecido dando un paseo en bicicleta, esos medios hubieran escrito lo mismo: «cuando era comandante pedaleaba con una camisa caqui, su aspecto físico ha empeorado, parece el de una persona de 90 años en lugar de una de 84, la opositora Yoani Sánchez, premiada internacionalmente, advierte de que la libertad de los ‘disidentes’ peligra con cada aparición suya en la televisión cubana».
Esas sandeces, que no las publicaría la prensa del corazón, las acaba de publicar el New York Times -y con él los demás diarios pro imperialistas en Europa-, el cual es conocido por sus seguidores y esos medios asociados con el humilde apodo de «la Biblia».
Los temores de Castro sobre una guerra nuclear son tan razonables y fundados que han sido manifestados anteriormente por políticos, científicos e intelectuales en numerosas ocasiones sin que nadie haya aludido a su vestimenta, su historial clínico o la política del país en el que habitan.
En realidad, la única incógnita al respecto en la actualidad, con varios países en posesión de abundante armamento nuclear, algunos radicados en el corazón de Oriente Medio y en sus proximidades, otros lejos pero con la capacidad de hacerlo llegar y la voluntad de usarlo en la zona, es si una guerra con armas nucleares lleva irremediablemente consigo el fin de la humanidad entera o sólo del 99%.
Parece que los editorialistas y articulistas de los medios de comunicación al servicio del imperialismo dan por segura la predicción menos optimista, de otro modo no se entiende su nihilismo chabacano. Los que ríen las gracias de aquellos sobre el chándal de Castro, el jersey de Morales, la camisa de Chávez, el turbante de Nasralá, la túnica de Yassin, etc., exhiben una necedad suicida.
Las salvajes actuaciones del imperialismo, que nos recuerdan estos líderes, son de sobra conocidas por sus innumerables víctimas y están al alcance de quien quiera conocerlas, aunque sus autores y encubridores las ocultan a las masas a través de la propaganda, la publicidad, la industria del entretenimiento, la censura y otros medios aún más violentos si es preciso.
El imperialismo es intrínsecamente agresor, ha usado toda la fuerza a su disposición para conquistar territorios, robar sus recursos, someter a sus habitantes y cometer otras sevicias contra seres humanos en cualquier parte de mundo en la que espera obtener un beneficio mediante rapiña. Siempre justifica su acción con el discurso de «democratizar», «liberar», «pacificar», «luchar contra el terror», etc.
Lo que el imperialismo estadounidense hace hoy en Oriente Medio es un calco de lo que ha hecho ininterrumpidamente en el resto del mundo, África, Latinoamérica y Asia, durante el siglo pasado y lo que llevamos de éste. Consecuentemente, los pueblos agredidos se han defendido como han podido y desde luego a costa de sufrimientos sin cuento.
Naciones enteras se han convertido en mártires del imperialismo y millones de seres humanos han sido condenados a vivir un Apocalipsis. El objetivo: que la clase dirigente estadounidense y de otros países aliados se haga inmensamente rica, a cambio de garantizar a las clases medias que les sostienen el que puedan derrochar petróleo y otros recursos mientras experimentan el placer de sentirse privilegiados a salvo en un mundo de condenados al infierno en vida.
La historia enseña que hasta que esas clases medias no conozcan en sus propias carnes el padecimiento de aquellos mártires, el imperialismo sólo se acabará cuando todos los recursos de la tierra hayan sido esquilmados.
De ahí la importancia de la resistencia de los pueblos oprimidos, que luchan en defensa propia y a la vez muestran a los opresores la inhumanidad y la locura de su actuación.
Aunque esta lucha de clases internacional parece eterna, el desarrollo armamentístico a partir de la energía atómica presenta por vez primera la posibilidad de que una guerra nuclear sea la última. Puede que este riesgo sea lo único que detenga a los imperialistas, ya que parece más lógico ceder algo a los oprimidos para mantener mucho, que perder todo por no concederles nada.
Hasta el año 1945 países poderosos podían masacrar a poblaciones enteras sin poner en peligro a las propias. Sin embargo, pocos años después, esto dejó de ser así. Como sugiere el caso de Israel en Oriente Medio, con más de doscientas bombas nucleares, no puede usarlas para exterminar a los palestinos sin poner en grave riesgo su propia existencia, ya que como poco la contaminación resultante afectaría a sus habitantes durante generaciones. De ahí el recurso al genocidio a cámara lenta mediante el bloqueo y la agresión constante con armas convencionales, algunas prohibidas por la legislación internacional.
Si ataca a Irán, tal y como anuncia a menudo, país que no cuenta con armamento nuclear, ¿puede estar seguro de que la respuesta con armas convencionales por parte de éste no le cause gran daño e incluso afecte a sus instalaciones nucleares? Lo mismo sucede con Corea del Norte, que sí tiene armas nucleares y es mejor ni imaginar lo que ocurriría si Pakistán usara su bomba, especialmente si es contra India que sí posee la misma capacidad.
Ante un imperialismo que acostumbra a elegir la masacre por encima de la lógica a costa de los más débiles, existe el peligro de seguir viviendo en este lado del imperio como si solamente fuesen a morir los mismos de siempre, los del otro lado, mientras que nosotros vamos a salir indemnes.
Los ataques contra Occidente habidos en el siglo XXI, que han llegado incluso a las principales capitales imperialistas, son una prueba de que ese pensamiento es erróneo además de inmoral.
Aunque estos ataques apenas han causado daños, especialmente si se compara con los que Occidente causa en el resto del mundo, pueden desencadenar una escalada de enormes consecuencias y la situación en Oriente Medio así lo hace temer.
Por ello conviene tener presente que:
El historial agresor del imperialismo es tan consistente y descomunal, que no cabe esperar un cambio de su conducta en el porvenir.
La soberbia occidental es tan obstinada, que se cree superior a todo, su propia capacidad de autodestrucción incluida.
La ceguera de ricos y poderosos es tan exagerada, que creen que su seguridad está garantizada incluso si se hunde el mundo.
El control social en Occidente de las clases dirigentes sobre las dirigidas es tan firme, que consigue que éstas pierdan su tiempo riéndose con chistes acerca de camisas, en lugar de ocuparse de lo que pueden hacer para proteger su propia vida y la de sus hijos de un desastre nuclear.
Aunque no es probable que el imperialismo altere su curso motu proprio, sí lo es que el cambio se produzca de otra forma. Como no se aprecia un movimiento en Occidente que lo erradique desde dentro, la resistencia en el resto del mundo encontrará los medios para obligarle.
Si se observa la situación política internacional, no parece que la tendencia general en el mundo sea la aceptación pasiva del imperialismo por parte de sus víctimas.
No se puede predecir el futuro, desde luego, ¡quién sabe! pero a lo mejor no están los tiempos para bromas.
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