Frente a las izquierdas nacionalistas que buscan peros, consideraciones de última instancia, y apelan a todo tipo de clichés tercermundistas cada vez que hay un atentado como el de Charlie Hebdo (CH) o hay que defender a alguna dictadura «antiimperialista», se hizo ver otra izquierda que -con razón- critica a la primera; llamémosle «laica-civilizatoria». El […]
Frente a las izquierdas nacionalistas que buscan peros, consideraciones de última instancia, y apelan a todo tipo de clichés tercermundistas cada vez que hay un atentado como el de Charlie Hebdo (CH) o hay que defender a alguna dictadura «antiimperialista», se hizo ver otra izquierda que -con razón- critica a la primera; llamémosle «laica-civilizatoria». El artículo emblema de la primera fue el titulado «Je ne suis pas Charlie Hebdo» (de José Antonio Gutiérrez, con tono panfletario), el referente de la segunda es el texto de Dardo Scavino («¿Quién era Charlie?», publicado en Panamá Revista, sin duda con mayor nivel y altura, y sin duda alguien que leyó CH).
Pero creo que hay un problema común a estas dos visiones supuestamente polares: para el polo de la izquierda nacionalista Al Qaeda es «verdaderamente mala» porque fue armada por la CIA contra la URSS en Afganistán, entonces hay que condenar el atentado, pero explicar contextos etc. y recordar que aunque hoy estén contra el imperio son una suerte de Frankenstein de Washington (como suele decirse, después del «pero» viene lo importante); para la izquierda «occidental», se trata de mostrar que Charlie Hebdo era «verdaderamente progresista» (que Charb, su actual director asesinado, participaba de la fiesta de L’Humanité, del PCF, que Charlie era/es el último reducto «soixante-huitard», que cuando se dio el golpe de Banzer la revista apoyó a los mineros (argumento para Bolivia frente al desatinado tuit de la ministra de Comunicaciones), que CH criticaba a todas las religiones, al papa, etc. Es decir, el atentado fue verdaderamente malo porque se cometió contra una revista progresista (por eso el clivaje civilización/barbarie operaría en toda su dimensión). ¿Pero si, como alguien me dijo, se hubiera cometido contra una revista ligada al Frente Nacional o contra la propia Marine Le Pen, cómo operarían las condenas, los peros y las últimas instancias?
No me siento personalmente cómodo con ninguna de estas dos visiones. Creo que es necesario condenar sin la menor duda este atentado porque afecta el derecho básico a la palabra -además de ser un asesinato a sangre fría de un montón de gente- moralmente inaceptable. Además no estoy de acuerdo con el delito de opinión. Y creo que esta condena es perfectamente posible sin buscar falsas certezas en un mundo que ya no las tiene (tanto del mal, siempre vinculado al imperio) como del bien (en este caso una supuesta izquierda laica 68chista en un momento en el que ya no quedarían esas izquierdas porque todas habrían capitulado ante el poscolonialismo y el relativismo cultural). Prefiero condenar el atentado haciéndome cargo de la ambigüedad de Charlie Hebdo, de todas las polémicas a su alrededor (Charb: «Non, ‘Charlie Hebdo’ n’est pas raciste !», Le Monde, 21/11/2013; Olivier Cyran -ex dibujante de Charlie-: «‘Charlie Hebdo’, pas raciste ? Si vous le dites…» (2013); Zineb El Rhazoui : «‘Si Charlie Hebdo est raciste, alors je le suis’: réponse de Zineb El Rhazoui à Olivier Cyran», etc.) También es ilustrativo el affaire Siné: cuando en 2008 el dibujante escribió en Charlie sobre el hijo de Sarkozy: «(Jean Sarkozy) manifestó querer convertirse al judaísmo antes de casarse con su novia judía, y heredera de los fundadores de [la cadena de electrodomésticos] Darty. Hará un camino en la vida, este pequeño!», el caricaturista fue echado de la revista por Philippe Val, el entonces director, y enjuiciado por antisemitismo y además se armó un gran revuelo entre los intelectuales franceses y en las instituciones comunitarias que lo llevaron a los tribunales… ¿tenemos los mismos parámetros para reírnos de todas las «religiones»?, ¿dónde queda en este caso la provocación «sim límites» de Charlie elogiada por la segunda izquierda?, ¿o los límites operan a geometría variable?
A mí no me gustan muchas de las caricaturas de Charlie Hebdo. Por ejemplo la de Mahoma follándose una cabeza de cerdo y una voz atrás que dice «No tengo plata para pagarme una puta de 9 años»; no creo que sirva -como a veces se argumenta desde la izquierda «laica-civilizatoria»- para combatir el fundamentalismo, tampoco creo que sirva para frenar los casamientos/violaciones de las niñas yemeníes obligadas a casarse a los 10 años. Los chistes sobre las esclavas de Boko Haram en Nigeria -que se tocan sus panzas embarazadas y dicen «con las asignaciones sociales no»-, formalmente critican la posición prejuiciosa de la extrema derecha pero quizás muchos de quienes miran la tapa no capten tanta sutileza (a mí me costó entenderla, quizás porque estoy fuera de Francia); finalmente la que muestra a un musulmán con un Corán diciendo «mierda, el Corán no para las balas» tras la masacre de islamistas en Egipto puede ser una tapa perfectamente legítima desde el punto de vista de la libertad de expresión y de un nihilismo cínico, pero de ahí a decir que la revista «es de izquierda» de manera lineal, porque sus factótums se declaran anticapitalistas, creo que hay un cierto trecho (el desagrado profundo que me provocó ver una falsa tapa con Charb, con un ejemplar de la revista a modo de protección y diciendo «Mierda, Charlie no para las balas», colocada en la web por algún simpatizante de los asesinos, es un buen ejercicio de auto-reflexividad sobre los el humor y sus contextos). El problema de la sátira es que es más graciosa cuanto más lejos esté de nosotros el objeto de burla. Además una cosa es defender que los humoristas digan lo que quieran y otra considerar que lo que dicen es aceptable o no desde ciertas convicciones político-morales.
En este caso, a mí no me interesa el problema de la blasfemia (que los religiosos se defiendan solos en los tribunales, no con bombas o kalashnikov), sino si cierta forma de presentar las cosas sirve para estigmatizar a todo un grupo de personas, que en Francia es de 6 millones. Hoy el racismo estilo siglo XIX ya no es legítimo ni siquiera en la extrema derecha, que optó por giros culturalistas más efectivos y que incluso pueden parecen por momentos progres. Por ejemplo, que el autor de la creativa teoría de la «Gran sustitución» (Renaud Camus) -que dice que el pueblo y la civilización franceses está siendo reemplazada por inmigrantes y varios «otros» con la complicidad de las elites y los progresistas- sea abiertamente gay no le impide llamar a votar por Marine Le Pen.
El problema de la obsesión por la identidad nacional en Francia es particularmente complicado, a diferencia por ejemplo de Inglaterra (no digo que allá sea la panacea, sólo que es distinto). Todo el debate sobre la prohibición del velo es bastante instructivo. Yo, por mi parte, apoyo la consigna de mi amigo Marc Saint-Upéry: no a la obligación del velo en Irán, no a la prohibición del velo en Francia. Me parece la más libertaria. Pero en Francia es bien complicado. Por ejemplo, cuando el NPA (Nuevo Partido Anticapitalista) llevó como candidata a la joven Ilham Moussaïd, que usaba velo, se armó un escándalo en la izquierda: al NPA lo acusaron de islamofílico, de antifeminista, etc.- No importó que Moussaïd dijera que el velo no le impedía considerarse «laica y feminista» -y además iba como candidata de un partido de extrema izquierda!. Pero la izquierda civilizadora no se dignó a escuchar la voz de la candidata «voilée»). Quizás sus argumentos resultaran interesantes, ¿no? Por ejemplo, hay registrados casos de chicas que se niegan a usar velo en Irán y lo usan en París… ¿será solo «para joder» o habrá razones que se nos pierden detrás de los discursos a veces bastante desanclados de sociologías más precisas?
Por otro lado, como decía Olivier Roy, posiblemente el mejor islamólogo de Francia, la imagen del musulmán es bastante sesgada: el «verdadero» es el terrorista; el policía que murió en el atentado (Ahmed Merabat) aparece como «la excepción». Por ejemplo el activista libanés con nacionalidad belga Dyab Abou Jahjah (al que el New York Times llamó el Malcom X belga) tuiteó: «Yo no soy Charlie, soy Ahmed, el policía muerto. Charlie ridiculizó mi fe y cultura y morí defendiendo su derecho a hacerlo», en referencia a la expresión famosa de Voltaire. Me parece interesante que haya fórmulas plurales para condenar el terror, más allá de un «Je suis Charlie» que no puede funcionar como la única forma de repudio, ni como constructor de dudosos consensos que no existen en Francia.
Volviendo al comienzo, creo que el repudio al atentado funciona mejor sin buscar falsas certezas -o troncos para agarrarse en el mar- como el antiimperialismo simplón (vara para medir buenos y malos con efectos poco dignos), antiguas certezas laico-civilizatorias lineales que al menos deberíamos pensar en diálogo con algunas variables poscoloniales… como dice Scavino en su nota CH no cambió, cambió el mundo. Eso es puesto en duda por algunos, pero incluso si aceptamos eso, esa es también una forma de cambiar porque las opiniones ideológicas funcionan en diálogo con un contexto, no en el vacío.
Finalmente no deja de ser algo gracioso, que se haya armado tanta polémica sobre el contenido de CH sin que (casi) nadie haya leído la revista fuera de Francia. Parece que solo fuera una cuestión de tapas y algunas caricaturas sueltas (sin textos), que cada quien usa de manera bastante arbitraria para fundamentar sus posiciones. Yo puedo ser Charlie, por solidaridad moral, sin compasiones narcisistas, sin sobreactuaciones emocionales, y sin pretender elevar a cada quien ahora a un podio en el que no estaban antes. Por otro lado, si había una revista que no se hubiera sentido cómoda en una forzada y frustrada «unidad nacional» (nadie sabe qué hacer con el FN, que no es un partidito marginal en esa unidad), ni con forzadas solemnidades, esa era Charlie Hebdo -aunque las circunstancias colocaran a los Charlie sobrevivientes a la cabeza de la marcha republicana del domingo 11 de enero.
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