Seamos honestos: decir «vete a la casquivana que te alumbró» o «vástago de meretriz», no nos hace más «cultos» o refinados. Hay códigos, contextos, épocas y situaciones en las que las palabras pierden o ganan fuerza, concisión, propiedad. Por esto es que no hay «buenas» ni «malas» palabras. «Estilo» sería la palabra clave (la «buena» […]
«Estilo» sería la palabra clave (la «buena» palabra clave) que nos permitiría intuir (nunca se sabe) cuándo usar palabras «malas». Palabras que por escasas (no abundan las buenas malas palabras), hay que cuidar como aciertos del lenguaje en lugar de evitarlas so pretexto de dudosos principios de urbanidad.
«Hay personas demasiado educadas para hablar con la boca llena, pero no se preocupan de hacerlo con la cabeza hueca», decía Orson Welles. Sería el caso, por ejemplo, de los muñecos ventrílocuos de los medios que mostraron indignación cuando el presidente Hugo Chávez trató de «pendejo» a José María Insulza, secretario general de la OEA, quien había prejuzgado una medida soberana del gobierno venezolano.
¿»Pendejo» es una mala palabra hablada en el «lenguaje del pueblo»? Depende. La pendejez también podría ser el atributo que los intelectuales impúdicos y los zurcidores de cosas leídas hacen gala para envenenar las conciencias de los pueblos o de «la gente», como dirían los intelectuales de clóset.
«Pendejo» viene del latín pectinículus que en el siglo XV nombraba al pelo que nace en el pubis: pecten-inis-pubis. En casi todos nuestros países el vocablo guarda un alto grado de precisión para señalar al estúpido o la estúpida sublime. Pero a más de esto, y desafortunadamente, en México se lo usa para subestimar a las personas honestas mientras en Argentina designa cariñosamente a cualidades de niños y jóvenes: «es un lindo pendejo», «es una hermosa pendeja». Y también, como en México, sirve como advertencia de lo negativo: «¡no seas pendejo!»
En Chile, país del ofendido, el adjetivo empleado por el bolivariano tuvo gran repercusión. Aunque me parece que por elevación, los versos de Fernando Alegría (1918-2005) resultaban más certeros: «¿Es mi país una ilusión que me sigue como la sombra al perro?/ ¿No hay VIVA entre nosotros sin su MIERDA compañeros?/ ¿la una para el esclavo, la otra para el encomendero?…» (¡Viva Chile Mierda!, 1965).
La palabra mier… o mejor dicho, caca, pertenece a la familia de la que sirve para designar ventosidades ruidosas. Pero un pedo es un pedo y bien lo supo Quevedo al decir «…es tan importante / para la salud / que en soltarle / está en tenerla». Palabras, en fin, que sólo inquietan a quienes creen que ser caballero equivale a ser «…solemne como pedo inglés» (Marechal).
Idem con la expresión «váyase al carajo». En la cumbre de las Américas de Mar del Plata (noviembre de 2005), Chávez mandó el ALCA «al carajo» (al cipote, en venezolano) y ahora acaba de enviar al mismo lugar al gobierno de Estados Unidos que criticó su proyecto de reformar 60 leyes constitucionales.
¿Qué es «carajo»? Antiguamente, el carajo era el canasto de madera adherido al mástil que los marineros usaban para divisar grandes distancias, obstáculos o barcos enemigos. El carajo era un lugar poco deseado o apetecido. Los hombres enviados al carajo se ca… de frío, vientos, mareos y aburrimiento.
Para ilustrar la fuerza del vocablo, el poeta peruano Jorge Cumpa Donayre (1921-87) afiló el lápiz y escribió: «Bueno, ha llegado el momento / el momento esperado más de siglo y medio / para que desde la antigua vasija de mi canto / extraiga este grito de barro estremecido: ¡VIVA EL PERU, CARAJO!»
Las «malas» palabras bien usadas son el picante y la sal del lenguaje. Y sólo el genio de Francis Picabia supo pintarlas con rigor: «A los que hablan a mis espaldas, mi culo los contempla».
Sean «buenas» o «malas», las palabras mal usadas son basura. Y es por esto que los contenidos de cualquier noticiero o programa de «opinión» de Televisa o Tv Azteca suelen ser más groseros que sus programas de «humor» y reality shows que encienden hipócritas bip-bip cuando alguien dice palabras que no por malas, sino por mal usadas, pierden fuerza, sentido y decoro.
Nuevamente… seamos honestos: ¿por qué los periodistas se sienten pudorosamente llamados a subrayar la «proverbial estridencia» de Chávez en tanto eliminan los calificativos que ameritan los exabruptos de los dirigentes políticos realmente peligrosos? ¿No se refirió Bush a «esa mierda» de Hezbollah cuando Israel invadió el Líbano?
En diciembre pasado, Ileana Ros-Lehtinen, vicepresidenta del Comité de Relaciones Internacionales de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, dijo: «Apruebo la posibilidad de ver a alguien asesinar a Fidel Castro… Hace años que digo esto y no tengo ninguna vergüenza de mis palabras… siempre he dicho lo mismo… me sale del corazón…si alguien lo hiciera… estaría feliz por su muerte».
Ningún sabio de nuestras letras y ningún gobierno latinoamericano o europeo (que son los más «cultos») condenó las malas palabras de la señora, así como ninguno de los cruzados de la «cultura» condenó el llamado al magnicidio de Chávez que hizo el televangelista Pat Robertson en agosto de 2005. ¿Quien calla otorga?