Hace ya un siglo, entre los días 24 y 31 de Agosto de 1907, se realizó el famoso Congreso Anarquista de Ámsterdam, el cual se dio en un momento en el cual el movimiento libertario europeo, de la mano de la febril actividad sindical y antimilitarista que recorría Europa, gozaba de nuevos bríos. Desde la […]
Hace ya un siglo, entre los días 24 y 31 de Agosto de 1907, se realizó el famoso Congreso Anarquista de Ámsterdam, el cual se dio en un momento en el cual el movimiento libertario europeo, de la mano de la febril actividad sindical y antimilitarista que recorría Europa, gozaba de nuevos bríos. Desde la década de 1890, particularmente en Francia- con las Bolsas de Trabajo y posteriormente la Confederación General de Trabajadores (CGT)-, el movimiento obrero venía poniendo en práctica las ideas libertarias de la acción directa y de la lucha obrera al margen de la institucionalidad burguesa. El antiparlamentarismo que se respiraba en los locales sindicales alejaba al movimiento obrero de la hegemonía absoluta que durante unos veinte años ejerció la socialdemocracia, a la vez, que les impulsaba naturalmente hacia el campo de batalla.
En los años inmediatamente precedentes al Congreso de Ámsterdam, tres sucesos vinieron a marcar verdaderos hitos en este proceso de radicalización del movimiento obrero: Por una parte, la revolución rusa de 1905 envió poderosos remezones revolucionarios a una Europa que creía sepultado el espectro de la Comuna de París; por otra, se realizó en los EEUU en 1905 el Congreso fundacional de la Industrial Workers of the World (IWW), el cual había planteado un claro quiebre con el sindicalismo norteamericano oficialista e institucionalizado, marcando un camino independiente afín al sindicalismo revolucionario francés expresado en la CGT (aunque no fuera sino hasta 1908 cuando se plantearán claramente las posturas anti-parlamentaristas, momento en el que la sección de Deleonista se aleja[1]). El Congreso de la CGT celebrado en Amiens, por último, había planteado en 1906 claramente su finalidad sindicalista revolucionaria, definiéndose decididamente por la acción directa, por la desaparición del Estado y su reemplazo por las organizaciones proletarias, por la huelga general como principal herramienta de transformación revolucionaria, definiendo al sindicalismo como el único mecanismo emancipador de la clase obrera, una decidida lucha contra el capitalismo y planteando a los sindicatos como bases orgánicas de la nueva sociedad.
Es en este contexto, de creciente radicalización del movimiento obrero, aglutinado principalmente en organizaciones sindicales de gran combatividad, que entendemos mejor, tanto la urgencia del encuentro, así como la discusión que en él se dio. Muchos de los asistentes eran prominentes en los movimientos sindicales de Francia, Holanda y Bélgica y entendían la necesidad de la organización a nivel internacional para hacer más poderosa su influencia y su presencia en el movimiento obrero. La elección de Holanda, como lugar de realización del encuentro, no fue casual: desde 1905 que ese país contaba con una organización libertaria de carácter nacional, mientras que en la mayoría de los países europeos aún reinaba la desorganización y la existencia de pequeños grupos conspirativos.
Este Congreso es hoy en día más que nada conocido por el debate planteado entre Pierre Monatte, un obrero francés de 25 años y ya prominente figura de la CGT, y Errico Malatesta, sobre la cuestión de los anarquistas y el sindicalismo. Este debate ha sido parcialmente reproducido en numerosas ocasiones, pero más nos interesa llamar la atención sobre otras cuestiones discutidas en el Congreso y que, cien años después, siguen teniendo actualidad y validez. La discusión arroja bastantes luces respecto a cuestiones como la naturaleza del anarquismo, la organización anarquista, ésta y el trabajo de masas, etc. Resulta lamentable que el debate que en esa ocasión se dio sea hoy escasamente conocido entre los círculos anarquistas. Y más lamentable resulta el hecho de que algunos de los planteos simplistas, prejuicios y lugares comunes que emergieron en este Congreso sean repetidos un siglo más tarde sin mayores alteraciones en el movimiento, como si el siglo XX hubiese pasado en vano. Duele comprobar que se ha avanzado muy poco en la discusión desde entonces.
Por ello creemos importantísimo conocer hoy las actas de este Congreso, sus discusiones y aprender lecciones de ellas que pueden ser de gran importancia para su aplicación práctica en el presente. Desde nuestra tribuna, intentamos pues aportar a tal tarea con algunas opiniones e ideas que se desprenden de este crucial momento en el desarrollo del anarquismo.
Dos concepciones del Anarquismo enfrentadas
Como decíamos, el Congreso de Ámsterdam aparece hoy como el momento en el cual se dio una decisiva discusión, de cara y abiertamente, entre los anarquistas mal llamados «tradicionales» y la nueva generación de militantes fraguados en los combates sindicales[2]. El sindicalismo revolucionario (y posteriormente su derivación anarcosindicalista) se perfilaron, así, como las nuevas fuerzas que desde el terreno de la práctica infundieron nuevo vigor al pensamiento libertario. Esta discusión, que se ha entendido frecuentemente como una discusión de asuntos meramente tácticos, no puede ser reducida a una sencilla cuestión de métodos o de énfasis por parte de los diversos asistentes. Esta discusión encerraba, en sí, una profunda divergencia respecto a la concepción que del mismo anarquismo tenían las distintas partes en la discusión.
Esta discusión ponía de un lado a los que entendían el anarquismo como un movimiento fundamentalmente de luchas de clases y quienes se contentaban con una visión puramente filosófica, que Antonioli (1979) describe como la visión malatestiana de entender el anarquismo como la suprema disputa entre la libertad y la autoridad, al margen de cualquier consideración contextual. Tenemos, nuevamente, la vieja discusión entre la concepción materialista e idealista del anarquismo como el telón de fondo de toda la discusión que se celebró en Ámsterdam.
El anarquismo materialista
Dije anteriormente que el grupo de los anarquistas filosóficos ha sido mal llamado el sector de los «anarquistas tradicionales» en virtud de que las conclusiones del sector de los anarquistas sindicalistas no tenían nada de nuevo, sino que eran sencillamente el rescate de la tradición anarquista iniciada por Bakunin en la Primera Internacional, y posteriormente olvidada durante las décadas de la represión, de la acción clandestina y de los grupos conspirativos. Esta tradición se definía como materialista y profundamente arraigada en la lucha de clases e indisociable del proletariado como agente de cambio revolucionario fundamental. El humanismo bakuninista jamás habla de un ser humano trascendente, eterno, abstruso, sino que habla del ser humano enclavado en las contradicciones sociales de su tiempo, enclavado en las relaciones sociales de producción, enclavado en el conflicto de clases. Es el mismo Amédée Dunois, uno de los conferencistas[3], quien se encarga de dejar esto en claro, sentando la continuidad de esta tradición con la labor emprendida por las nuevas generaciones militantes en el seno del movimiento obrero:
«En contra de los primeros (ed. los individualistas), basta recurrir a la historia del anarquismo. Éste ha salido, por vía de desarrollo, del colectivismo de la Internacional, es decir, en último análisis, del movimiento obrero.» (cuarta sesión, 27 de Agosto)[4]
Dunois en una sola sentencia, sitúa al anarquismo nuevamente en el terreno de la historia y por fuera de las especulaciones eternas. Pero Dunois no se detiene ahí. En la misma sesión nos dice también que:
«El anarquismo nos aparece mucho menos bajo el aspecto de una doctrina filosófica y moral que como una teoría revolucionaria, que como un programa concreto de transformación social.»[5]
Este anarquismo, obrero e histórico, no tiene entonces profundos misterios sobre los que lucubrar: su función última es servir de proyecto social de transformación en el aquí y en el ahora. Lo cual, irremediablemente, le ata a su contexto y a la coyuntura social.
El anarquismo idealista
El anarquismo del sector liderado por Malatesta, en cambio, tiene una visión netamente idealista, que se expresa con toda claridad en la undécima sesión (29 de agosto) cuando el propagandista italiano dice: «Antaño deploraba que los compañeros se aislasen del movimiento obrero. Hoy deploro que muchos de nosotros, cayendo en el exceso contrario, se dejan absorber por este mismo movimiento.»[6] Para Malatesta, anarquismo y movimiento obrero existen como dos mundos paralelos, en el cual uno no se explica en función del otro. A lo más, pueden llegar a ser compañeros de viaje. Como el mismo Malatesta aclara más adelante, en la misma sesión,
«Veía yo en él (ed. movimiento obrero) un terreno particularmente propicio para nuestra propaganda revolucionaria, al mismo tiempo que un punto de contacto entre las masas y nosotros (…) Ahora bien, corresponde a los anarquistas despertar en los sindicatos el ideal, orientándoles poco a poco hacia la revolución social».[7]
El movimiento obrero, entonces, es sencillamente un terreno propicio para la propaganda, pero no el elemento fundamental de transformación social, rol que pareciera recaer en su visión sobre los sectores «iluminados», infalibles depositarios de la verdad absoluta[8]. Esta visión no puede ser sino calificada de iluminista: los revolucionarios nada tienen que aprender del pueblo, la práctica viva de la clase obrera no nos enseña nada, sino que el ideal, inalterable en el tiempo y en el espacio, tiene sus guardianes encargados de llevar la palabra a los hermanos que aún permanecen en la obscuridad. Sin lugar a dudas, que las más de dos décadas de aislamiento dejaron una fuerte impronta en el movimiento que no sería tan fácil de borrar.
Pero Malatesta, en su visión idealista, va más lejos aún y no solamente niega el origen obrero del anarquismo, sino que niega la existencia misma de las clases sociales[9]. «No hay entonces clases, en el sentido propio del término, puesto que no hay intereses de clase. En el seno de la clase obrera misma, existen, como entre los burgueses, la competencia y la lucha.»[10] Tal definición de las clases sociales demuestra una abismante pobreza teórica y un insufrible desconocimiento conceptual. Las clases se definen, según Malatesta, ya no por la relación que éstas guardan con la propiedad, por la posición específica que tienen dentro de las relaciones sociales de producción, sino que por sus «intereses». Y siendo los intereses individuales tan diversos, ¿cómo entonces poder hablar de clases? Esta visión es idealista, es subjetivista y no guarda relación con el concepto de clase que se maneja tradicionalmente en las doctrinas socialistas[11].
El anarquismo como experiencia práctica y teoría forjada en el combate
Henri Fuss, en la duodécima sesión, el 29 de agosto, replica de la siguiente manera a las tesis de Malatesta: «Luchamos contra la burguesía, es decir contra el capital y contra la autoridad. Ahí está la lucha de clase; pero a diferencia de las luchas políticas, ésta se ejerce esencialmente en el terreno económico, alrededor de estos talleres que se tratará de volver a tomar mañana. Ya pasó el tiempo en que la revolución consistía en hacerse de algunas alcaldías y a decretar, desde lo alto del balcón, la sociedad nueva[12]. La revolución social hacia la que marchamos consistirá en la expropiación de una clase. Desde entonces, la unidad de combate, ya no es, como antaño, el grupo de opinión, sino el grupo profesional, unión obrera o sindicato»[13]. Lo que Fuss hace es volver a situar al anarquismo en la lucha de clases y al potencial revolucionario, de transformación social, en la misma clase obrera de la cual el anarquismo no es sino una parte -que, dicho sea de paso, tiene un rol específico que jugar en el proceso de emancipación.
No nos entretendremos con más ejemplos sacados de la discusión para seguir ilustrando esta cuestión. Creemos que las posiciones ya expuestas representan claramente a las dos concepciones del anarquismo enfrentadas en el Congreso. Los dos sectores enfrentados estaban claramente definidos: uno representado por los anarquistas «puristas», liderados por Errico Malatesta, pero también con gente como Pierre Ramus o Emma Goldman entre ellos; y el sector del anarquismo obrero, nacido y templado en la práctica de la lucha de clases, en las luchas de masas y en las organizaciones obreras, que no contaba con ninguno de los que posteriormente serían considerados, sorprendentemente, «teóricos» del anarquismo -los cuales casi todos provendrían del campo de los puristas. Sorprendentemente, pues el nivel del debate durante el Congreso es frecuentemente rebajado por los «teóricos», los cuales dan constante pruebas de ignorancia y pobreza teórica. Las mociones de Emma Goldman a favor de la iniciativa individual y del derecho a la rebelión son realmente vergonzosas por su vaguedad, su irrelevancia y su rimbombancia abstracta[14]. Las teorías del sector obrero habían sido fogueadas en la misma práctica revolucionaria más que en divagaciones filosóficas. Lastimosamente, sus argumentos hoy han sido casi olvidados y quizás después de un siglo sea necesario sacarles el polvo, pues son ellas las que representaban el movimiento libertario vivo que hiciera temblar a la burguesía en esos años.
Recordemos, después de todo, que el capítulo más glorioso del anarquismo en el siglo XX fue desarrollado por todos esos militantes anónimos, que heroicamente se las jugaron y dieron la vida por la causa de un mundo nuevo, en el seno del movimiento obrero, en las revoluciones rusa, alemana, la huelga general italiana y, por supuesto, la española. Nuestro anarquismo más tiene que ver con los campesinos de Aragón y los obreros de Barcelona, que pusieron en práctica el comunismo libertario, que con los discursos de Federica Montseny o Diego Abad de Santillán. Es a esos militantes a quienes el anarquismo les debe tanto, pues ellos fueron la columna vertebral de ese movimiento de masas que hasta el día de hoy nos inspira; ellos, la clase obrera inspirada en el anarquismo vivo y no unos cuantos filósofos o líderes. Muchos anarquistas hasta el día de hoy, tal vez prisioneros del culto a la autoridad, aceptan como dogma, ciegamente, acríticamente, cualquier postulado de las «vacas sagradas» del anarquismo[15]. Y quizás sea, al contrario, de esa práctica y de las lecciones legadas por todos esos militantes anónimos o malamente reconocidos de donde podemos extraer enormes lecciones para el presente. Creemos que al reconocimiento de este hecho se debe que las investigaciones más interesantes sobre el anarquismo de las últimas décadas sean en el terreno de la historia, y no en el terreno de la filosofía política o siquiera de la sociología.
Los Anarquistas y las Organizaciones de Masas
Otra discusión, la del sindicalismo, tiene repercusiones mayores que lo del ámbito puramente laboral, en nuestra opinión. De ella, creemos, se pueden extraer conclusiones válidas para el trabajo de masas en general. Es Dunois quien, en la cuarta sesión, nos entrega el primer elemento que creemos indispensable para el desarrollo libertario del trabajo de masas:
«Ahora bien, (…) su lugar como anarquistas está en la unión obrera, y ahí nada más. La unión obrera no es solamente una organización de lucha, es ella el germen viviente de la sociedad futura, y ésta será lo que el sindicato nos haya hecho. El error, es quedarse entre iniciados, rumiando siempre los mismos problemas de doctrina, dando vuelta sin fin en el mismo círculo de pensamiento. Por ningún pretexto, hay que separarse del pueblo, pues por muy atrasado, por muy limitado que sea, es él, y no el ideólogo, el motor indispensable de toda revolución. ¿Tienen ustedes entonces, como los socialdemócratas, intereses diferentes de los del proletariado que hacer valer -intereses de partido, de secta o de camarilla? ¿Debe el proletariado acudir a ustedes, o ustedes ir hacia él para vivir de su vida, ganar su confianza e incitarle, por la palabra y el ejemplo, a la resistencia, a la rebeldía, a la revolución?»[16] (27 de Agosto)
Aunque nos parezca abusivo el decir que el anarquista tiene su rol solamente en la unión obrera, y «ahí nada más», creemos que su pueda hacer una lectura alternativa de ese párrafo: lo que realmente quiere decir es que el anarquismo, al margen de las organizaciones populares, significa poco o nada. Y ese es el espíritu del anarquismo que hoy creemos imprescindible recuperar: el de un anarquismo en el seno del pueblo, el de un anarquismo por fuera de la secta, el de un anarquismo para el pueblo y desde el pueblo. Esto es una cosa y no podemos sino estar en el más pleno acuerdo con tal aseveración. Pero constituiría un error el suponer en base a la argumentación de Dunois de que el proletariado constituiría una clase homogénea -cosa que podría desprenderse de su declaración respecto a que los anarquistas no deban tener intereses diferentes del proletariado.
La Autonomía de las Organizaciones Populares y su Relación con las Organizaciones Políticas
El anarquismo es una fracción del proletariado, y en el seno del proletariado, como en el seno de cualquier clase, hay sectores con diversas visiones políticas y es un error suponer que una fracción o partido pueda convertirse en única representante de los «intereses» del proletariado. Esto es lo que constituye la razón de ser de la organización política; y es acá donde se dio también el punto de partida entre los anarcosindicalistas y el anarco-comunismo que luego encontraría su expresión en las tesis de la Plataforma. «Los partidos nos dividen, el sindicato nos une» fue un axioma usado por la CGT en Chile en la década de los ’30, que es representativo del ideario anarcosindicalista tradicional, el cual contiene una verdad relativa, que es que las organizaciones de masas han de ser el espacio de confluencia del conjunto del pueblo y no una mera caja de resonancia para las discusiones partidistas.
A tono con esta opinión, favorable a la organización popular como un espacio no partidista, autónomo y de confluencia del conjunto del pueblo, se expresaron tanto Pierre Monatte como Malatesta que, aunque discutían en la mayor parte de los asuntos, estuvieron en pleno acuerdo a este particular respecto. Nos dice Monatte en la novena sesión: «ni la realización de la unidad obrera, ni la coalición de los revolucionarios hubieran podido, ellas solas, llevar a la C.G.T. a su grado actual de properidad y de influencia, si no hubiésemos seguido fieles, en la práctica sindical, a este fundamental principio que excluye de hecho a los sindicatos de opinión: un solo sindicato por oficio y por ciudad. La consecuencia de este principio es la neutralización política del sindicato, el cual no puede y no debe ser ni anarquista, ni guesdista, ni allemanista, ni blanquista, sino simplemente obrero. En el sindicato, las divergencias de opinión, a menudo tan sutiles, tan artificiales, pasan a segundo término; por lo que el entendimiento es posible.»[17] (28 de agosto)
Malatesta, haciéndose eco de las opiniones vertidas por los sindicalistas dice[18]: «No estoy pidiendo sindicatos anarquistas que legitimarían, de inmediato sindicatos social democráticos, republicanos, realistas u otros y podrían servir, a lo sumo, para dividir más que nunca a la clase obrera contra sí misma. Ni siquiera quiero sindicatos llamados rojos, porque no quiero sindicatos amarillos.» (Undécima sesión, 29 de agosto)[19]
Por tanto, partimos de la base de que es la organización popular la cual ha de servir como espacio de confluencia para la clase obrera en su conjunto. Eso es lo que hay de justo en el axioma de que «los partidos nos dividen y el sindicato nos une». Pero muchas veces esta verdad relativa ha servido para sembrar, injustificadamente, la hostilidad hacia el concepto mismo de la organización política, cuando no ha sido interpretada como que el sindicato o la organización popular basta para las tareas revolucionarias y que las organizaciones políticas solamente cumplen una función divisionista cuando la realidad es muy otra: las organizaciones políticas y los partidos existen precisamente porque reflejan opiniones divergentes existentes en el seno de la(s) misma(s) clase(s).
El problema no es, por tanto, la existencia o no de las organizaciones políticas, sino que de qué manera éstas se relacionan con las organizaciones sociales. Dicho de otro modo, el problema es mantener las organizaciones sociales como espacios abiertos y autónomos de toda organización política -incluso de la de los anarquistas. Lo que no significa renunciar a la labor proselitista o a la lucha por lograr los mayores niveles de influencia posibles, labores que consideramos de la mayor relevancia. Fue, de hecho, alrededor de esos años que un escritor marxista revolucionario, Georges Sorel, escribía en Francia en la introducción a su famoso tratado «Reflexiones Sobre la violencia» (1908) que, sin lugar a dudas, uno de los hechos más notables de nuestra época era el ingreso de los anarquistas en los sindicatos. Esto nos da buena cuenta de la importancia capital que la labor anónima de los anarquistas en la CGT de esos años tuvo para convertir a esta organización en una formidable herramienta en la lucha de los explotados.
Es el mismo Dunois quien en su discurso de la cuarta sesión corrobora nuestra interpretación: «Convencidos desde hace mucho tiempo que la emancipación de los trabajadores será obra de los mismos trabajadores o no será, asignamos de buen grado al movimiento obrero el primer lugar en el orden de la acción. Es decir que, para nosotros, el sindicato no tiene que jugar sólo un papel puramente corporativo, llanamente profesional, como lo entienden los guesdistas y, con ellos, algunos anarquistas rezagados en fórmulas obsoletas… el papel nuestro como anarquistas, es decir quienes pensamos ser la más avanzada, audaz y libre fracción de este proletariado militante organizado en los sindicatos, es estar siempre a su lado y combatir las mismas batallas, confundidos con él. Lejos de nosotros está el pensamiento de aislarnos en nuestros grupos de estudio»[20].
En breve, Dunois entrega la visión de un anarquismo obrero, organizado como una fracción del proletariado en derecho propio, luchando codo a codo con el conjunto del pueblo y así ejercer también su influencia.
Las Organizaciones de Masas y el Poder Popular
Por otra parte, del discurso de Dunois («La unión obrera… es… el germen viviente de la sociedad futura») se desprende una concepción profundamente arraigada en el ideario anárquico: que, en lugar de buscar la conquista de la institucionalidad existente, sea en el propio movimiento popular donde se sienten las bases de la sociedad futura. Es a esto a lo que los anarco-comunistas nos referimos, en Sudamérica, como la construcción de poder popular: que sean las propias organizaciones nacidas desde las bases, desde los explotados y oprimidos, las que desplacen a la institucionalidad de la burguesía y marquen la pauta sobre el nuevo mundo que queremos construir. Ahí tenemos la experiencia de la CNT en España, cuya experiencia orgánica y su prédica autogestionaria sirvieron como un molde para las comunidades construidas por las manos de la clase trabajadora desde el mismo inicio de la revolución. Pero también vemos que en todas las experiencias revolucionarias, hayan tenido un movimiento anarquista significativo o no, se dan tendencias espontáneas en el seno del pueblo tendientes a la autogestión, bajo diversos nombres. Está en el mismo pueblo esa tendencia, adquirida mediante su propia experiencia de lucha, a convertirse en el dueño de su destino, directamente y sin intermediarios. Es esta tendencia popular de la cual el anarquismo no es más que la expresión en el plano político.
Esta concepción quedó plasmada finalmente en la moción de Dunois sobre «Sindicalismo y Anarquismo», suscrita por Monatte, Fuss, Siegfried Nacht, Sra. Ziélinska, Luigi Fabbri y Karl Walter, presentada a la decimotercera sesión, del 30 de agosto, es la que representa plenamente nuestro pensamiento, por tanto creemos pertinente reproducirla íntegramente:
«Considerando que el régimen económico y jurídico actual está caracterizado por la explotación y el sojuzgamiento de la masa de los productores, y determina, entre éstos y los beneficiarios del régimen actual, un antagonismo de intereses absolutamente irreductible que da nacimiento a la lucha de clases;
Que la organización sindical, solidarizando las resistencias y las revueltas sobre el terreno económico, sin preocupaciones doctrinarias, es el órgano específico y fundamental de esta lucha del proletariado contra la burguesía y todas las instituciones burguesas;
Que importa que un espíritu revolucionario siempre más audaz oriente los esfuerzos de la organización sindical en el camino de la expropiación capitalista y de la supresión de todo poder;
Que la expropiación y la toma de posesión colectiva de los instrumentos y de los productos del trabajo no pudiendo ser llevadas a cabo más que por los mismos trabajadores, el sindicato está llamado a transformarse en grupo productor, y resulta ser en la sociedad actual el germen vivo de la sociedad del mañana;
Comprometen a los camaradas de todos los países a participar activamente en el movimiento autónomo de la clase obrera y a desarrollar en las organizaciones sindicales las ideas de rebeldía, de iniciativa individual y de solidaridad que son la esencia del anarquismo, sin perder de vista que la acción anarquista no está contenida en su totalidad en los límites del sindicato.»
El Congreso, si bien votó a favor de esta moción, también votó a favor de otras mociones contradictorias. Hasta en este punto penaba la tradición diletante forjada en los años en que el anarquismo se aisló del movimiento obrero: se consideró, curiosamente, que votar mociones contradictorias era una manera de evitar que la mayoría sofocara a la minoría (!).
El Congreso de Ámsterdam y el Anarco-Comunismo
Un anarquismo fundamentado en la lucha de clases y la experiencia
De una u otra manera, cómo hemos visto, las concepciones de un sector del Congreso delinean de una u otra manera, esa corriente del anarquismo revolucionario que, posteriormente, se expresará en la Plataforma, y a la cual hemos dado en Sudamérica el nombre de anarco-comunismo. Otros aspectos del debate, por ejemplo, la discusión relativa a la organización, exponen aún más claramente las líneas de continuidad entre aquel anarquismo que pretendía recuperar la tradición de los primeros internacionalistas con nuestro anarquismo actual. Quien mejor representa estas posiciones es, en nuestra opinión, Amédée Dunois, quien no solamente defendió esta línea en el mismo Congreso, sino que además lo hizo en una serie de artículos previos a éste, publicados, principalmente, en Les Temps Nouveaux entre diciembre de 1906 y Julio de 1907. Es en estos artículos, que el mismo Dunois distingue dos concepciones anarquistas: una «purista», interesada en las generalizaciones abstractas, y otra «obrerista», dedicada a la organización proletaria bajo la óptica de la lucha de clases. Es él quien plantea que es esta última concepción la que encarna la continuidad con el proyecto de los bakuninistas[21]. En un artículo posterior al Congreso, Dunois plantea nítidamente sus concepciones clasistas y el lugar privilegiado que otorga a la misma experiencia en el desarrollo del anarquismo:
«El sindicalismo revolucionario no es sino anarquismo -pero un anarquismo regenerado, refrescado con las brisas del pensamiento proletario, un anarquismo realista y concreto que ya no se satisface, como el viejo anarquismo, con negaciones abstractas y declaraciones, un anarquismo obrerista[22], que confía en esa clase obrera que se ha fortalecido durante años en la lucha, y ya no solamente en sus iniciados, para la realización de sus sueños (…) Pero el anarquismo tradicional, envuelto en sus mantas idealistas que mañana han de trocarse en sus mortajas, está tan muerto, como el otro (ed. el anarquismo obrero) está vivo» («Le Congrès d’Amsterdam et l’Anarchisme», Pages Libres, no. 360, 23 de Noviembre de 1907)[23]
Y es el sector que representa esta concepción del anarquismo el cual plantea de manera más clara la necesidad vital de la organización: necesidad que plantean en términos bastante claros y despojados de toda vaguedad.
La importancia del rol que los anarquistas y su organización puedan jugar en las organizaciones populares es puesto de manera clara por Pierre Monatte en la novena sesión del Congreso, el 28 de Agosto cuando dice: «El sindicalismo, que es la prueba de un despertar del movimiento obrero, ha encauzado el anarquismo al sentimiento de sus orígenes obreros; por otra parte, los anarquistas no han contribuido poco para llevar al movimiento obrero sobre la vía revolucionaria y para popularizar la idea de la acción directa. Así, sindicalismo y anarquismo han reaccionado el uno sobre el otro, para el mayor bien de uno y de otro.»
Lejos de la concepción de Monatte está la relación unívoca malatestiana entre anarquismo y sindicalismo, en la cual los anarquistas son los encargados de reproducir el ideal en el seno del movimiento obrero, sin tener mucho que aprender de éste. Este es un anarquismo que se nutre de la lucha de clases, que aporta sus herramientas al movimiento popular, pero que tiene la humildad suficiente para aprender de las lecciones que la misma experiencia de los explotados nos entrega. Es un anarquismo que, sin miramientos sectarios, busca aprender de toda experiencia que sea útil, lleve el signo que lleve. Pero para poder ejercer nuestra óptima influencia, así como para ser capaces de absorber óptimamente las lecciones que la lucha concreta nos entrega, la organización político-revolucionaria, que permanezca en el tiempo y que organice diversos sujetos en la lucha, es la herramienta esencial.
La unidad de los anarquistas… ¿Qué unidad?
Los anarco-comunistas hemos entendido la necesidad de que la organización tenga consistencia mediante la unidad teórica y mediante la definición colectiva de una táctica coherente. En ello reside el espíritu esencial de la famosa Plataforma. Y sin embargo, tal cosa no es, como se ha querido hacer creer, un aspecto «original» de la Plataforma, sino que está enraizado en la misma tradición clasista y organizativa del anarquismo, como se aprecia en la misma discusión del Congreso. Es el mismo Dunois quien nos dice que:
«…la organización anarquista no tendría la pretensión de unir a todos los elementos que se reclaman, a veces equivocadamente, de la idea de anarquía. Bastaría que agrupase, alrededor de un programa de acción práctica, a todos los camaradas que acepten nuestros principios y estén deseosos de trabajar con nosotros.» (cuarta sesión, 27 de agosto)[24]
No se podría ser más claro. Y tal fue como comprendió el sentido de estas intervenciones durante el Congreso otra destacadísima y, lamentablemente, olvidada militante anarquista, Lucy Parsons, quien expresó que:
«El reciente Congreso Anarquista, sostenido en Ámsterdam, Holanda, me parece ser un sabio movimiento y un paso en la dirección correcta.
La causa Anárquica (no ha habido un movimiento en los años recientes) ha carecido de un plan de procedimientos u organización. Ciertamente, de alguna manera, por aquí y por allá, se han congregado algunas personas que, de forma laxa, han formado alguna especie de grupo, llamándose a sí Anarquistas, pero estos grupos eran formados, en su mayoría, por gente joven e inexperta, que tenían casi tantas concepciones acerca de los verdaderos objetivos del Anarquismo, como miembros componían el grupo; consecuentemente, el resultado ha sido como podría haberse, razonablemente, esperado. La causa anárquica ha carecido de concentración de esfuerzos, y de una fuerza vitalizante que preste energía y dirección hacia el objetivo común.
(…)Yo, personalmente, siempre he sostenido la idea de la organización, junto a asumir la responsabilidad de sus miembros, tal como pagar cotización mensual y colectar fondos para fines de propaganda. Por sostener estas ideas, he sido llamada Anarquista «a la antigua», etc.» (Carta al Director, The Demonstrator, 6 de Noviembre, 1907)[25]
Es imposible no ver los puntos de encuentro en sus conclusiones respecto al estado de movimiento, con respecto al balance realizado por Dunois y por los autores de la Plataforma. El eco de los conceptos de unidad teórica, unidad táctica, acción colectiva y disciplina es demasiado claro y muestra que, desde la óptica libertaria, diversos militantes llegaron a conclusiones semejantes por caminos diferentes.
Malatesta, en cambio, sigue entendiendo al movimiento anarquista como una gran familia feliz. No es de extrañar, entonces, su oposición al proyecto de la Plataforma veinte años más tarde, la cual no puede ser entendida como un simple problema de comunicación o como los efectos de una mala traducción. Malatesta, a fin de cuentas, reduce las diferencias en el movimiento anarquista a un mero problema semántico: «mi impresión muy clara es que lo que nos divide, son palabras que entendemos de manera diferente. Buscamos querella sobre palabras. Pero en el fondo mismo del asunto, estoy convencido de que todo el mundo está de acuerdo» (sexta sesión, 27 de agosto)[26]
Luigi Fabbri, al contrario, en un informe preparado con antelación al Congreso, se muestra reacio a aceptar que las diferencias entre individualistas y anarquistas pro-organización sean tan sólo de palabras y plantea la imposibilidad de reunir bajo un mismo alero a todos quienes se reclaman del concepto de anarquistas:
«La división que existe sobre este punto entre los anarquistas es mucho más profunda de lo que se cree (…) Yo les digo, como respuesta, a los buenos amigos de la unidad a todo precio que afirman: ‘¡No nos hacemos problemas de método! La idea es una sola, el propósito es el mismo; nosotros, por tanto, nos unimos sin dejarnos dividir por un nimio desacuerdo sobre táctica’ que yo, al contrario, caigo en cuenta después de largo tiempo, que nos dividimos justamente porque estamos demasiado apegados, y porque lo estamos de manera artificial. Sobre el barniz aparente de la comunidad de tres o cuatro ideas -abolición del Estado, abolición de la propiedad privada, revolución, antiparlamentarismo- hay una diferencia enorme (…) La diferencia es tal que no se puede tomar la misma ruta sin querellarse, sin neutralizarse recíprocamente nuestro trabajo, (…) sin renunciar cada cual a lo que cree es la verdad» («L’Organisation Anarchiste», en Volonté Anarchiste, 16-20 de junio de 1907)[27]
Es en esta constatación donde, nuevamente, encontramos el eco de las ideas contenidas en la Plataforma respecto a organización. Podemos considerar tanto al Congreso de Ámsterdam, por la discusión en él y a raíz de él dada, como un importante antecesor de nuestras propias posiciones respecto a la importancia de la organización política y a su carácter coherente.
Los usos de la organización
Respecto a la organización y sus usos, el Congreso también pronunció interesantes ponencias. Nuevamente, es Dunois quien se plantea primero sobre éste particular. Nos dice, cómo ya hemos señalado, que:
«el papel nuestro como anarquistas, es decir quienes pensamos ser la más avanzada, audaz y libre fracción de este proletariado militante organizado en los sindicatos, es estar siempre a su lado y combatir las mismas batallas, confundidos con él»[28]
Aunque el debate se dé solamente en términos sindicales -algo que no es de extrañar y que debe ser entendido según el momento histórico- nuevamente creemos necesario insistir en que se desprende implicancias profundas hacia el conjunto de las organizaciones nacidas en la lucha de los explotados. No solamente sindicales, sino que organizaciones de todo tipo, que desde los liceos hasta las poblaciones, tejen resistencias y esperanzas. Esta vocación de servir al movimiento popular ha de estar libre de todo exclusivismo y sectarismo; frecuentemente, escuchamos a quienes no se mezclan con las organizaciones populares porque estas son «muy burocráticas, muy amarillas, muy reformistas, muy autoritarias, etc.» y parecieran nunca estar «a la altura» de estos iluminados. ¿Es que acaso los anarquistas somos neutrales y no podemos combatir esas deficiencias? Desconozco, y creo que jamás ha existido, la organización perfecta, y por ello la presencia de los anarquistas es necesaria para darles una orientación libertaria. En 1880, el internacionalista Carlo Cafiero, nos decía en este sentido que:
«no esperen para participar en un movimiento que éste lleve el sello del socialismo oficial en él. Todo movimiento popular ya lleva en sí las semillas del socialismo revolucionario: debemos participar en él para asegurar que éstas crezcan. Un ideal revolucionario claro y preciso es solamente formulado por una minoría infinitesimal, y de esperar para participar en las luchas que éstas se aparezcan exactamente a cómo las imaginamos en nuestra mente -entonces esperaremos eternamente. No imiten a los dogmáticos que preguntan por fórmulas antes de cualquier otra cosa: es el pueblo quien lleva la revolución viviente en el corazón, y debemos luchar y morir con ellos»[29].
Monatte, en la duodécima sesión, del 29 de agosto, se declara partidario del mismo espíritu: «Si, en vez de criticar desde arriba los vicios pasados, presentes o incluso futuros del sindicalismo, los anarquistas se mezclasen más íntimamente a su acción, ¡los peligros que el sindicalismo puede encubrir, podrían evitarse para siempre!»[30]
Dunois plantea acertadamente que esta influencia que los anarquistas puedan ejercer en el movimiento de masas, y que muchos creían que podía ser ejercida suficientemente por la iniciativa individual, es óptimamente efectuada sólo mediante la organización: «…si actualmente creemos deber agruparnos entre camaradas, es, entre otras razones, para conferir a nuestra actividad sindical el máximo de fuerza y de continuidad. Más fuertes seamos, y sólo lo seremos agrupándonos, más fuertes también serán las corrientes de ideas que podamos dirigir en el movimiento obrero.»[31]
Dunois describe dos fines para la organización anarquista: el de realizar la propaganda y de convertirse, eventualmente, en organizaciones de combate. Para nosotros, el problema no radica fundamentalmente en ninguno de estos dos aspectos, sino que en los objetivos políticos, radica en la existencia de un programa que enlace las reivindicaciones del presente con los objetivos del mañana que persigue el anarquismo. Es esa la cuestión fundamental a nuestro modo de ver.
La organización: más que métodos y propaganda
El compañero holandés Christian Cornelissen, en una oportuna intervención en medio del debate del sindicalismo (undécima sesión, 29 de agosto), nos recuerda los riesgos inherentes al gremialismo puro y nos da a entender la importancia de la acción de los anarquistas organizados en los sindicatos. Pero su intervención tiene también el mérito de recordarnos que la organización anarquista no tiene por objetivo el solamente llevar los métodos libertarios a las organizaciones populares, sino que también los objetivos libertarios. Nos recuerda que «el sindicalismo, por una parte, la acción directa por otra, no son siempre y forzosamente revolucionarios»[32]. Explica Cornelissen que muchos sindicatos usaron medios extraparlamentarios y de acción directa para asentar sus propios privilegios, a veces a expensas de los derechos de las obreras mujeres y de los inmigrantes. Cita, para ello, numerosos ejemplos de sindicatos de Europa y EEUU (los tipógrafos de Suiza y Francia, los cortadores de diamantes de Ámsterdam, etc.).
Por ello, Cornelissen recomienda que «como anarquistas, es nuestro deber sostener tanto al sindicalismo como a la acción directa, pero bajo una condición: que sean revolucionarios en su finalidad, que no dejen de apuntar hacia la transformación de la sociedad actual en una sociedad comunista y libertaria.»[33] Esta advertencia de Cornelissen es sumamente clara y nosotros no podemos estar en mayor acuerdo con ella: no puede reducirse al anarquismo solamente a una forma, sino que la cuestión de los fines es primordial. Frecuentemente, vemos que el rol de los anarquistas en las luchas o en las organizaciones no va más allá de proponer mecanismos libertarios para tomar decisiones (asambleas, delegados revocables, etc.) pero es en los objetivos donde creemos está nuestra mayor falencia. Puede haber acción directa con fines reaccionarios, puede haber asambleas sumamente participativas, democráticas, de abajo hacia arriba… dominadas por la derecha, o incluso, por los fascistas. En fin, el anarquismo no es solamente una manera de hacer las cosas, sino que además y sobre todo, un proyecto de sociedad. Fines y medios deben ir siempre de la mano, tal es la advertencia de Cornelissen.
Para que la influencia de los anarquistas en los objetivos del movimiento popular pueda ejercerse de manera significativa, es importante el aterrizar los conceptos o grandes principios del anarquismo a propuestas concretas que en el presente puedan entregar una orientación a la acción en lugar de ser puras aspiraciones o declaración de buenas intenciones. El rol, por tanto, de la organización como un sencillo grupo de propaganda es, a todas luces, insuficiente para llevar a cabo tal tarea. La organización política debe hacer más que propaganda. La FdCA italiana plantea en un documento notable que: «el objetivo de la organización política anarquista comunista es, por tanto, el mantenerse como parte integral de la lucha de clases para así radicalizarla y promover la conciencia referente a sus objetivos finales. La organización no puede limitarse a realizar la propaganda (propaganda abstracta, sin miramientos al proletariado), sino que debe descender al nivel de conciencia expresado por el proletariado en cualquier momento dado para buscar subirle. Para hacer esto debe producir análisis, estrategias y propuestas creíbles. Sus miembros deben ganarse la confianza de los trabajadores y distinguirse como claramente de sus por la claridad de sus ideas y por su habilidad para promover luchas convincentes que han de ser, si las condiciones lo permiten, victoriosas»[34].
La organización y el autoritarismo
Una de las críticas que frecuentemente los sectores más individualistas u hostiles a la organización hacen a los anarco-comunistas, es que toda organización con estructuras claras, con cargos y con distinción de responsabilidades, tiende al autoritarismo. Prefieren ellos modelos más informales de organización, como los colectivos. Ya los sindicalistas, con Monatte a la cabeza, insistían en que las organizaciones sindicales en que ellos participaban no tenían nada de autoritarios y que el mandato último recaía siempre sobre la base sindical. Es un error suponer que una organización, solamente porque tenga mecanismos fijos para la toma de decisiones o porque existan cargos con responsabilidades asignadas, está cayendo en el autoritarismo. Lo importante siempre es el examen de las dinámicas internas de las organizaciones, que efectivamente haya participación, que efectivamente los cargos sean mandatados y no estén los representantes actuando de espaldas a sus bases, que haya democracia directa y que el poder último de decisión recaiga colectivamente en las asambleas abiertas en la base.
Pero así como constituye un error el suponer que la organización con estructuras claras sea más autoritaria que, digamos, un colectivo, es un error también el suponer que estas organizaciones informales sean más «libertarias». De hecho, la existencia de reglas, estructuras y cargos definidos limita las posibilidades de cualquier individuo de hacer y deshacer a su antojo, y permite reglamentar los mecanismos para la toma de decisiones para asegurar la máxima participación de todos los miembros afectados. Si algo hacen las estructuras y las normas claras en una organización, es precisamente, evitar los excesos que pudieran darse por parte de miembros puestos en determinada circunstancia, garantizando así la igualdad de derecho de todos los miembros. Se evita así que, por ejemplo, el compañero con más labia o con más tiempo disponible tenga un peso desmesurado en relación a sus otros camaradas, evitando así las autoridades de facto. En muchos colectivos se aprecia que, a falta de mecanismos de decisión claros y reposando puramente en relaciones informales, son unos pocos los que marcan la pauta al resto, lo cual no es necesariamente algo hecho por mala voluntad o siquiera concientemente, sino que es algo inherente a las relaciones humanas.
Un militante sindical, Benoit Broutchoux, en la séptima sesión, el 28 de agosto, plantea acertadamente a este respecto, «Mi experiencia como militante revolucionario me ha convencido fuertemente que la organización sigue siendo el medio más eficaz para impedir este fetichismo (ed. el culto a la personalidad) que se liga demasiado a menudo a la persona de ciertos agitadores y les confiere una autoridad de hecho, no se puede más peligrosa.»[35]
Como para demostrar que todos los caminos llevan a Roma, es importante notar que uno de los mejores tratados sobre esta cuestión en particular y las dinámicas organizativas en general, es un documento que, de hecho, proviene de la teoría feminista -pero el cual ha sido sumamente influyente en el desarrollo del anarco-comunismo moderno. Nos referimos al documento de Jo Freeman «La Tiranía en la Falta de Estructura» («The Tyranny of Structurelessness»), el cual se originó en una charla dictada por ella ante la Unión Austral por los Derechos de las Mujeres, en Beulah, Mississippi, en mayo de 1970. En éste, la compañera plantea que:
«De esta manera, la falta de estructura se convirtió en una manera de enmascarar al poder, y en el movimiento de las mujeres es defendida con mayor frecuencia por quienes tienen más poder (sean o no concientes de su poder) (…) Para que todas tengan igual oportunidad de involucrarse en un grupo dado y participar así en sus actividades, las estructuras deben ser explícitas y no implícitas. Las reglas para la toma de decisiones deben ser abiertas y disponibles para todas, y esto solamente es posible si se han hecho formalmente. Esto no quiere decir que la formalización de la estructura de un grupo destruiría a la estructura informal. Frecuentemente este no es el caso. Pero impide que la estructura informal tenga un control predominante y pone a disposición mecanismos para atacarla si la gente en ella involucrada no son, al menos, responsables con las necesidad de todo el grupo»[36]
Es, por tanto, un error el suponer que mayores niveles de organización aumentan el riesgo del autoritarismo; antes bien, lo contrario es cierto. Menores niveles de organización permiten que tenga un peso mucho mayor el personalismo, el caudillismo y la autoridad de facto. La organización libertaria debe ser entendida, a todo momento, como una manera de evitar que estos problemas emerjan.
La importancia del programa: para que el anarquismo sea proyecto y no solamente crítica
Otro aspecto que hermana a nuestro anarquismo con el de la fracción obrera del Congreso, es el énfasis en mantener los pies firmemente asentados en la realidad -creemos imprescindible el sostener una aproximación programática al anarquismo, que esta vuelva al estudio de la realidad. Por mucho tiempo las revistas anarquistas han estado llenas de artículos filosóficos y han despreciado el análisis político o socio-económico. Es más, en ocasiones, sectores anarquistas utilizan el mote de «marxista» como descalificativo hacia quien se aventura en el campo del análisis político o económico. La falta de conocimiento respecto a la realidad social y el poco énfasis en su estudio redundan en la repetición monótona de lugares comunes y en una práctica que, en ocasiones, más bien se asemeja a dar palos de ciego. La insuficiencia se vuelve la regla y, consecuentemente, los eventos nos hacen el quite sin que el movimiento tenga mucho que decir al respecto. Es Dunois quien critica esta tendencia presente ya hace un siglo:
«Se consideraba que la acción individual, la iniciativa individual bastaba para todo. Se consideraban como desdeñables el estudio de la economía, de los fenómenos de la producción y del intercambio, e incluso algunos de los nuestros negando toda realidad a la lucha de clase, no consentían ver en la sociedad actual más que antagonismos de opiniones a los cuales la propaganda consistía precisamente en preparar al individuo.» (cuarta sesión, 27 de agosto)[37].
Pero no solamente es importante el estudio y el conocimiento de nuestra realidad; es importante que este conocimiento y nuestra experiencia se conviertan en un proyecto social, en un proyecto popular de transformación y no solamente en vagas y retóricas declaraciones sobre la libertad. Como anarquistas, tenemos desde ya que plantearnos cómo solucionar los enormes problemas sociales en libertad. No para producir bonitas descripciones utópicas de la sociedad del mañana, ni para ensayar programas de ingeniería social que imponer al pueblo, sino que para convertir al ideal libertario en un motor, en ideas fuerzas, en apuestas prácticas para la transformación social, de las cuales las masas en lucha puedan extraer lecciones y modelos.
De más está decir que tal programa no se impondrá sobre los programas de los sectores autoritarios sencillamente por un asunto de superioridad intrínseca, sino que en la medida en que una fuerza coherente y sólida de anarquistas sea capaz de defender sus ideas, principios y propuestas en el seno de las organizaciones populares y al calor de la lucha. En la mayor parte de las organizaciones populares, y para ser honestos, a la mayor parte del pueblo, le vale poco o nada si uno es anarquista o cualquier otra cosa. Lo importante es qué es lo que planteamos frente a los problemas y necesidades, tanto físicas como morales, apremiantes. Ahí es donde el anarquismo debe traducirse en propuesta concreta. Tal visión de un anarquismo programático es visualizada también por Dunois en su discurso del 27 de agosto, en que señala la insuficiencia de la pura propaganda o de la pura denuncia sin propuesta concreta de fondo:
«En cuanto protesta abstracta contra las tendencias oportunistas y autoritarias de la socialdemocracia, el anarquismo ha desempeñado desde hace veinticinco años un papel considerable. ¿Por qué, en vez de mantenerse ahí, intentó construir, frente al socialismo parlamentario, una ideología que le pertenezca? En sus audaces despegues, esta ideología ha perdido de vista demasiado a menudo el terreno sólido de la realidad y de la acción práctica y demasiado a menudo también, terminó aterrizando, que lo quiera o no, en las desoladas riberas del individualismo.»[38]
Creemos que de lo que se trata es de insuflar, nuevamente, con ambición a nuestro anarquismo. Que éste no sea un mero satélite de otras organizaciones[39], que critica a tal o cual caudillo de izquierda pero que es incapaz de disputarle influencia en los hechos; que critica a las burocracias pero es impotente para levantar una alternativa a éstas; que no se baste con ser la mala conciencia de la izquierda, el anarquismo de los eternos críticos de la impotencia, de los infalibles, sino un anarquismo que sea capaz de convertirse a sí mismo en proyecto social. El camino no es más que el que entrega el estudio y el debate serio, así como la experiencia práctica y la acumulación de luchas sobre la espalda, las cuales han de servir como la verdadera escuela del anarquista.
Un Proyecto aún en gestación
Esto fue parte de lo discutido en el Congreso de Amsterdam: hubo temas que no se discutieron, como la cuestión de la mujer o el problema de la lucha anticolonial. Ausencias inexcusables ya que el movimiento sufragista estaba en pleno auge y, ciertamente, una mayor atención del movimiento anarquista ahí reunido a las cuestiones feministas hubiera podido tener una influencia positiva sobre el embrionario movimiento de liberación de las mujeres. De igual manera, recordemos que hacía poco, el movimiento anarquista internacional había visto la cuestión planteada durante la revolución cubana de 1898, en que parte del movimiento anarquista se sumó a la lucha anti-colonialista, y parte se mantuvo al margen. Así mismo, muchos delegados venían representando al proletariado de notables países colonialistas como Francia, Bélgica, Italia e Inglaterra, así como representando a los EEUU, quien recién había emprendido sus aventuras neocolonialistas en el Caribe (Cuba, Puerto Rico, República Dominicana) y las Filipinas.
Pero lo que sí se discutió creemos que entrega valiosas lecciones al presente. No para que hoy repitamos las mismas cosas, las mismas verdades eternas, como papagayos. Sino más bien para ayudarnos a definir los elementos fundamentales de una concepción del anarquismo con una vocación efectivamente revolucionaria. Ahí pues habrá cosas que no cambien, habrá elementos que den continuidad al pensamiento y a la acción, pero los cuales deben ser examinados siempre bajo la óptica de nuestra época.
Siendo el primer congreso de esta naturaleza celebrado por los anarquistas tras largos años (desde el Congreso de Londres de 1881), sirvió para dar continuidad a la tradición anarquista legada por la experiencia de los internacionalistas, pero también para evidenciar las posiciones en conflicto dentro del anarquismo. De una u otra manera, este Congreso desplazó a los sectores individualistas y puso al anarquismo social en el tapete, definiendo, de paso, los principios constituyentes del anarquismo clasista y revolucionario. Lamentablemente, este congreso no llegaría a mucho en términos de resultados concretos en lo organizativo, y no será sino hasta 1922 cuando, en Berlín, un nuevo Congreso daría forma a la anarcosindicalista Asociación Internacional de Trabajadores. En esta ocasión, al ser un encuentro de delegaciones puramente sindicales, la cuestión de la organización político-revolucionaria no se tocó, quedando este tema postergado hasta que en 1926 el grupo Dielo Trouda lanzara su polémico documento Plataforma Organizativa para una Unión General de Anarquistas. En esta discusión, vemos que se despertaron muchos de los fantasmas dormidos desde el Congreso de 1907.
Sea como sea, y aunque los resultados prácticos hayan sido, por decir lo menos, pobres, el Congreso de Ámsterdam nos legó algo fundamental, que son las concepciones de ese anarquismo vivo por el cual nosotros siempre tomaremos partido. Las concepciones de un anarquismo que busca hacerse carne en el seno del pueblo, con todos sus aciertos y errores. Pues aún cuando ese anarquismo se equivoque, su error vale más que mil doctrinas de biblioteca.
José Antonio Gutiérrez Danton 29 de Agosto, 2007
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Bibliografía:
Antonioli, Maurizio:
– «Anarchismo e/o Sindacalismo» (CP Editirice, 1979)
– «Errico Malatesta, Le syndicalisme révolutionnaire et le Congrès d’Amsterdam» (en «Anarchisme & Syndicalisme: Le Congrès Anarchiste International d’Amsterdam -1907», Ed. Nautilus/ Ed. Du Monde Libertaire, 1997)
Freeman, Jo:
– «The Tyranny of Structurelessness», en «Quiet Rumours: an Anarcha-Feminist Reader» ed. AK Press/Dark Star, 2002
Maitron, Jean
– «Le Mouvement Anarchist en France: des origines à 1914» Vol. I, col. Tel Gallimard, ed. Maspero, 1975.
Arianne Miéville:
– «Entre Anarchisme et Syndicalisme» (en «Anarchisme & Syndicalisme: Le Congrès Anarchiste International d’Amsterdam -1907», Ed. Nautilus/ Ed. Du Monde Libertaire, 1997)
Skirda, Alexander:
– «Facing the Enemy: A History of Anarchist Organization from Proudhon to May 1968» (AK Press, 2002)
VV.AA. (Actas del Congreso de Ámsterdam)
– «Anarchisme & Syndicalisme: Le Congrès Anarchiste International d’Amsterdam, 1907», Ed. Nautilus/ Ed. Du Monde Libertaire, 1997*
*Las actas del Congreso fueron originalmente publicadas con el nombre de «Congres anarchiste tenu à Amsterdam, août 1907 (Compte rendu analytique des seances et resume des rapports sur l’etat du movement dans le monde entier)», siendo publicadas en París en 1908. La edición citada es una re-edición de las actas, más dos extensas introducciones. Hay disponible una traducción al castellano de este documento en la página www.antorcha.net
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Notas
[1] Hasta entonces, el preámbulo de la IWW planteaba la organización del proletariado para la lucha en el terreno económico, así como en el político -entendido esto como que la acción directa y la participación parlamentarista eran entendidas como tácticas complementarias y no opuestas.
[2] Los individualistas no jugaron, afortunadamente, un rol más que marginal en este Congreso.
[3] Y en nuestra opinión quien mejor refleja las ideas que sostenemos nosotros, anarco-comunistas, sobre las cuestiones en el Congreso tratadas.
[4] VVAA, p.157
[5] VVAA, pp.156-157
[6] VVAA, p.199
[7] VVAA, pp.193-194
[8] De hecho, según Jean Maitron (1975, p.324) Malatesta mismo se aparecía como «el guardián vigilante de la doctrina anarquista pura».
[9] Nuestra visión no es dogmática: no consideramos las clases sociales como un dogma, sino que como un hecho fundamental de nuestra sociedad bien asentado por los hechos. Y si quiere discutirse la existencia o no de clases, esto debe hacerse de manera empírica, con evidencia, y no con un mero plumazo retórico.
[10] VVAA, p.196
[11] No hay asunto aquí en ahondar en todas las posibles implicancias de tal idealismo para definir las clases, pero es interesante hacer notar que esta clase de idealismo se compara en cierto sentido con el leninismo que, durante décadas, ha definido a las diferentes corrientes políticas como proletarias o pequeño burguesas, según su nivel de acuerdo o afinidad con el Partido Comunista, único partido 100% «proletario» (aunque toda su dirigencia fuera, en estricto rigor, pequeño, y no tan pequeño, burguesa). El factor subjetivo, de alguna manera, existiría como determinante del ser social, del factor objetivo. De ahí, toda su mitología política se basó en una definición idealista -en base a cuestiones de carácter subjetivo- de las clases. Malatesta obra con idéntica lógica, pero en sentido diferente: es por la ideología, por las cuestiones puramente subjetivas que niega las clases. Así, con esta lógica, el análisis político y social se convierte en mero travestismo filosófico de espaldas al estudio de los factores objetivos de la realidad social.
[12] Mención a la bochornosa aventura de Benevento, Italia (5 de abril de 1877), en que Malatesta con un puñado de hombres en armas se tomaron un pequeño poblado y decretaron el comunismo anárquico… ¡hasta que llegó la policía y arrestó a los libertadores!
[13] VVAA, pp.200-201
[14] «Yo también, en principio estoy a favor de la organización. Sin embargo, temo que ésta, un día u otro, caiga en el exclusivismo. Dunois habló en contra de los excesos del individualismo. Pero estos excesos no tienen nada que ver con el verdadero individualismo, como tampoco los excesos del comunismo tienen que ver con el verdadero comunismo. Expuse mi manera de ver en un informe cuya conclusión es que la organización tiende siempre, en menor o mayor medida, a absorber la personalidad del individuo. Ahí está el peligro que hay que prever. Así sólo aceptaría la organización anarquista con una única condición: que esté basada en el absoluto respeto de todas las iniciativas individuales y no pueda obstaculizar el juego ni la evolución de éstas.» «El Congreso Anarquista Internacional se declara a favor del derecho de rebeldía tanto del individuo como de la masa entera. El Congreso opina que los actos de rebeldía, sobre todo cuando son dirigidos contra los representantes del Estado y de la plutocracia, deben ser considerados desde un punto de vista psicológico. Son los resultados de la profunda impresión hecha sobre la psicología del individuo por la terrible presión de nuestra injusticia social. Se podría decir, como regla, que solamente la más noble, más sensible y más delicada mente está sujeta a profundas impresiones que se manifiestan por la rebeldía interna y externa. Tomados desde este punto de vista, los actos de rebeldía pueden ser caracterizados como las consecuencias sociopsicológicas de un sistema insoportable; y como tales, estos actos, con sus causas y motivos deben ser entendidos, en lugar de alabarlos o condenarlos. Durante los períodos revolucionarios, como en Rusia, el acto de rebeldía -sin considerar su carácter psicológico- sirve de doble meta: socava la base misma de la tiranía y levanta el entusiasmo de los tímidos. Éste es el caso sobre todo, cuando la actividad terrorista está dirigida contra los más brutales y odiados agentes del despotismo. El Congreso al aceptar esta resolución, expresa su adhesión al acto individual de rebeldía así como su solidaridad con la insurrección colectiva.»
[15] Que muchas veces poco o nada tenían que ver con los postulados de los padres del anarquismo revolucionario agrupados en torno a Bakunin en la Primera Internacional.
[16] VVAA, p.158
[17] VVAA, p.183
[18] VVAA, p.194
[19] La única posición contraria a la pluralidad de las organizaciones populares (término más preciso que el entonces utilizado de «neutralidad», que se presta a toda clase de interpretaciones equívocas), fue la vertida por el delegado argentino Aristide Ceccarelli, quien en la decimotercera sesión, el 30 de agosto, manifestó la posición de la FORA del V congreso que planteaba que el sindicato se pronunciaba a favor del comunismo anárquico. Tal posición, en nuestra opinión, confunde los espacios políticos de los puramente populares y no aporta a la necesaria unidad del proletariado en organizaciones de lucha y construcción amplias.
[28] VVAA, p.159
[29] Carlo Cafiero, «L’Action», publicado originalmente en Le Révolte, 25 de diciembre de 1880. Reimpreso en The Raven, número 6, Octubre de 1988, p.178.
[30] VVAA, p.203
[31] VVAA, p.159
[32] VVAA, p.192
[33] Ibid.
[34] «Anarchist Communists: a Question of Class», 2003.
[35] VVAA, p.170
[36] Jo Freeman, p.55
[37] VVAA, p.156
[38] Ibid
[39] La crítica al resto de la izquierda, si no está acompañada de práctica, significa poco o nada. Si se critica a los autoritarios sin una alternativa libertaria, nuestra crítica pesa tanto como una hoja al viento. Esto es lo que conocemos como la política satelital, aquella que solamente existe en función de lo que otros hacen o dicen, siendo incapaces ellos mismos de plantear su propia agenda. Tal actitud satelital de ciertos anarquistas no solamente gira en torno a otros sectores de izquierda; hay también quienes se desvelan siguiendo inquisitorialmente los pasos a los anarquistas que sí tienen práctica para «denunciar» las desviaciones y traiciones de los «malos anarquistas», sean éstas reales o imaginarias. Tal actitud no es más que fruto del ocio y como tal ha de ser ignorada.