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Historias colectivas de resistencia de los precarios

«Cien días en la isla de los de la caja de compensación»

Fuentes: Tlaxcala

Traducido por Mela Bosch y editado por Javier Fernández Retenaga.

La presentación del libro «100 giorni sull’isola dei cassintegrati» (Cien días en la isla de los de la caja de compensación) (1) -organizada por la editorial Il Maestrale– y por el colectivo Api Operaie («Abejas obreras»), comenzó luego de una espera de 45 minutos que finalizó con las palabras abochornadas de la moderadora: «Susanna Camusso no puede llegar a tiempo». El retraso, según se disculpó en un mensaje de texto la nueva secretaria de la CGIL (Confederación General Italiana del Trabajo) se debía a los preparativos para la gran manifestación del próximo 27 de noviembre, organizada «para los jóvenes y el trabajo».

En el último momento tampoco tuvo lugar la intervención a través de skype de la economista Loretta Napoleoni. Quedan solo los trabajadores para representarse a sí mismos, detrás de la mesa que los separa del resto de la sala en la hermosa aula magna de la Iglesia valdense romana: solos como siempre, al menos en estos meses de negociaciones, de lucha por conservar el puesto de trabajo y de conflictos laborales. Están presentes Pietro Marongiu, obrero de Vinyls, Alessandra Carnicella, ex trabajadora de Eutelia, Claudia Bernardi, doctoranda precaria de Universidad de La Sapienza de Roma. También está Rossella Muroni, directora general de Legambiente; todos ellos, claro está, junto a la autora, Silvia Sanna, originaria de Sassari. Están allí para contar una historia colectiva acerca de la «Caja de compensación». Y también acerca del malestar psicológico y material, que encuentra nuevas formas de comunicarse. Como en el caso de los trabajadores de la Vinyls (ex Enichem, de Porto Torres), que se autorrecluyeron por 268 días en la que fuera super cárcel de Asinara. Se trata del mismo edificio carcelario donde estuvo detenido el jefe mafioso Totò Riina y donde los jueces Falcone y Borsellino prepararon el macroproceso de la Cosa Nostra. Una especie de aislamiento voluntario que se inició el pasado 24 de febrero, en una parodia -contrapunto crítico y amargo- del famoso reality televisivo, «L’isola dei famosi» («La isla de los famosos»): trabajadores como nosotros que eligieron dormir 268 noches en celdas heladas, para reclamar una respuesta de la clase política, para llamar la atención de los que en este momento sólo conocen el lenguaje de la pornografía mediática del dolor, como denuncia Silvia Sanna, «celda número cuatro». Ella dice que ha escrito «un libro colectivo, un diario íntimo» en el que «el aspecto humano prevalece sobre el conflicto en curso», y en el cual esta ex maestra «ex a causa de la reforma educativa Gelmini(2)» intenta responder a la pregunta: «¿quién es Pietro Marongiu?», «el trabajadorucho», como se define a sí mismo el obrero de Vinyls cuando le pasan el micrófono. «Debería haber sido un libro de corte periodístico», explica Sanna, que vivió todo ese tiempo entre su casa en Sassari y la celda número 4 de Asinara, «pero estoy demasiado comprometida, vivo en carne propia lo que viven todos los trabajadores de Vinyls». «Y, con ellos, todos los trabajadores en crisis», subraya. Autorrecluirse voluntariamente es así, paradójicamente, la «decisión más natural que podíamos tomar, ya que sin trabajo no hay libertad».

Las palabras de Marongiu, que se expresa risueño y con calma, hacen notar que en la casa de esos trabajadores, desde hace ya mucho tiempo, aparece «la ausencia como invitada a la cena», en una espera que debería tener la fuerza de la esperanza (en las instituciones, en la empresa, en el país). Pero habla en cambio del conflicto laboral: la elección de no manifestarse «contra»; las «plantas cerradas»; «el miedo de que sean compradas por un fondo del exterior», detrás del cual no se sabe muy bien quiénes están; el Eni (Ente de energía italiano) «que rema en la dirección opuesta» (la Vinyls necesita para su funcionamiento etileno, producido en Porto Torres por la empresa Polimeri Europa, que pertenece al grupo Eni: según parece, el perro de seis patas(3), para dedicarse al lucrativo negocio de la venta de energía y carburantes, tendría como objetivo -no explícito- desembarazarse de la planta química, tratando de diferentes maneras de llevar a la Vinyls a una crisis irreversible. Sin embargo, cuenta Pietro y lo confirmará Rossella Muroni, la Asociación ambientalista Legambiente, de Asinara, llevó allí ingenieros de la Universidad de Cagliari, expertos que confirmaron que la Vinyls es un ejemplo de cómo la industria química puede ser respetuosa con el medio ambiente. Todo ello en el sentido de lo que Muroni define como un «nuevo desarrollo industrial sostenible». Es una promesa para el futuro: si se le da la oportunidad.

Pero la fuerza de esta especialísima y valiente experiencia en Asinara, por desgracia aún en curso, es la de haber trazado nuevos perímetros en un espacio donde hoy está todo por inventar. Espacio cada vez más reducido por la ausencia de interlocutores políticos y sociales, donde los trabajadores, a menudo sin representación, deben lograr solos defender su derecho al trabajo, a una casa, a un sueldo, y sobre todo el derecho sagrado e inviolable a la dignidad de los seres humanos. También la presentación de un libro polifónico, como el que ha escrito Silvia Sanna, se transforma en un lugar para enfrentar otras crisis, para dar cobijo a otras realidades. Como el de las trabajadoras de la Golden lady o de Eutelia. Incluso ellas presentan nuevos «lenguajes» de protesta. Las mujeres que producían hasta ayer las medias más famosas de Italia organizaron un flash mob realmente insólito contra la decisión de la empresa, aunque no estaba sufriendo ninguna crisis, de trasladarse a Serbia. El vídeo proyectado en la sala ha dejado a todos los presentes visiblemente conmocionados: las trabajadoras marchaban con un uniforme rojo, marcando el paso, mientras un voz al megáfono las llamaba una a una profiriendo el terrible: «¡Despedida!» Luego le tocó el turno a Alessandra, antigua trabajadora de Eutelia, la empresa de telecomunicaciones que, a pesar del buen volumen de ventas y sus numerosos clientes, aplicó una suspensión de empleo a miles de trabajadores, argumentando que no tenía dinero para pagar los sueldos. Alessandra dijo que se «sentía una privilegiada» en comparación con los «compañeros sardos»: ¡al menos ellos tenían «agua caliente y calefacción» durante la ocupación de los edificios en la capital! Contó la historia de la toma de la sede romana de Eutelia, en la calle Tiburtina, y cómo fueron sorprendidos al amanecer por supuestos policías. En realidad se trataba de vigilantes privados «acompañados» por el director en persona.

Después, Claudia, de la red de doctorandos precarios, trata de recapitular y llegar así a alguna conclusión: ¿cómo hacer para «unir todas las movilizaciones»?, ¿cómo lograr hacer «única» la lucha de todos los trabajadores que quieren ver defendido su derecho al trabajo, por el cual tantos sacrificios han sufrido ellos y sus familias y con el que han construido su competencia y profesionalidad? No es suficiente, según Claudia, una jornada de huelga general, «es necesario buscar y encontrar una forma de ligar todos los conflictos». Los doctorandos, esas figuras invisibles que aguardan en un limbo (en el cual se quedan un tiempo indefinido que amenaza con llegar a ser infinito) han elegido una acción reivindicativa original: se introdujeron en el acto de apertura del curso académico con una soga, para denunciar que la investigación «pende de un hilo». Al escuchar hablar de trabajo a estas personas que lo han perdido o están próximas a perderlo, parece que de la crisis (real o presunta) han aprendido una lección fundamental: la lucha de los trabajadores debe buscar nuevas formas y lenguajes originales para encontrar canales de comunicación con el mundo. Pero no se trata solo de la forma. No se trata únicamente de utilizar códigos diferentes, sino del contenido, que se hace voz para romper el silencio de quien se descubre de golpe «sin derechos».

Notas:

(1) La caja de compensación (Cassa Integrazione Guadagni, CIG) es uno de los «mecanismos de amortización social» de Italia. Esta caja compensa el ingreso de los empleados de la industria y el comercio durante el período de suspensión del empleo y la remuneración. Fue instituido por decreto luego de la segunda guerra mundial y ha sufrido desde entonces numerosas modificaciones. Permite a los empleadores de las empresas industriales de más de 15 empleados y a los comercios de más de 50 suspender temporariamente el pago de los salarios de los trabajadores, los cuales quedan en una situación técnica de desempleo.

Se distinguen dos tipos de intervenciones: la caja de compensación ordinaria (Cassa Integrazione Ordinaria, CIG), que se aplica en situaciones de problemas económicos temporarios, y la caja de compensación extraordinaria (Cassa Integrazione Straordinaria, CIGS), reservada para las crisis estructurales así como para los procesos de reestructuración y reconversión. La caja de compensación ordinaria tiene una duración máxima de 13 semanas (eventualmente prorrogables); en tanto la caja extraordinaria puede ser aplicada durante 12 meses como consecuencia de una situación de crisis, y durante 24 meses en los casos de reestructuración y de reconversión. Se habla de caja de compensación extraordinaria «a cero horas» cuando el contrato de trabajo queda enteramente suspendido. La indemnización compensatoria corresponde al 80% del salario normalmente percibido por las horas no trabajadas. Pero la caja de compensación no puede exceder, en 2010, de 892,96 euros para los asalariados que tengan un salario mensual inferior a 1.931,86 euros, y de 1.073,25 euros para aquellos que perciben ganan un sueldo más elevado (estos techos son fijados anualmente por el Instituto Nacional de Previsión Social (INPS).

(2) Reforma educativa en curso en Italia promovida por la ministra Mariestella Gelmini, perteneciente al grupo político de Berlusconi.

(3) Alusión al logotipo de la Eni.

 

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