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Un libro delimita las barreras que distinguen la investigación rigurosa de la pseudociencia

¿Ciencia o paparruchas?

Fuentes: Público

En la filosofía de la ciencia, el llamado «problema de la demarcación» explica cómo y dónde establecer unos límites claros que permitan determinar de forma efectiva a qué se puede llamar ciencia y a qué no. Varios intentos por resolver esta cuestión se han aproximado a una solución que, en todo caso, es incompleta. Posiblemente, […]

En la filosofía de la ciencia, el llamado «problema de la demarcación» explica cómo y dónde establecer unos límites claros que permitan determinar de forma efectiva a qué se puede llamar ciencia y a qué no. Varios intentos por resolver esta cuestión se han aproximado a una solución que, en todo caso, es incompleta. Posiblemente, la del filósofo Karl Popper sea la más conocida. El filósofo austriaco argumentaba que una teoría será científica siempre y cuando se pueda plantear un experimento que la falsee; es decir, que demuestre que la teoría no es cierta.

Con una breve introducción al falsacionismo de Popper da comienzo Nonsense on stils. How to tell science from bunk (Sinsentidos sobre zancos, cómo distinguir la ciencia del disparate, The University of Chicago Press, 2010), escrito por Massimo Pigliucci, biólogo y profesor de Filosofía en la Universidad de Nueva York, con el propósito de estudiar por qué el falsacionismo de Popper es quizá demasiado simple y de proporcionar, si fuese posible, una serie de pautas que permitan establecer de forma sencilla por qué en el LHC se hace ciencia mientras que en una clínica en la que se trate a los pacientes con flores de Bach, no. Aunque la idea de tener entre manos un libro de filosofía puede echar atrás a más de un lector, el estilo ameno y divulgativo de Pigliucci, cuajado de ejemplos, hace que eso no tenga necesariamente que ser un obstáculo para el disfrute del texto.

«En general, no puedo evitar escribir, así que, cuando tengo algo que decir, lo apunto en un blog, una columna o un libro», comenta el autor a Público. «En este caso particular, quería cristalizar mis pensamientos sobre un asunto en el que he estado interesado durante años: el paisaje salvaje que separa la ciencia, la casi-ciencia y la pseudociencia».

La distinción no es un problema puramente filosófico: «Nos jugamos mucho en estas distinciones, desde los millones de dólares invertidos en investigación científica hasta los millones de vidas afectadas o perdidas porque la gente cree en pseudociencias».

Si estas afirmaciones parecen una exageración, no hay más que recordar las universidades españolas que están dedicando recursos públicos a la promoción de las pseudociencias bien sea celebrando cursos de astrología o albergando cátedras de homeopatía, las asociaciones de padres que creen erróneamente que las vacunas pueden provocarle autismo a sus hijos o las al menos 86 muertes atribuibles a tratamientos con acupuntura que se tornaron trágicos, de las que se informó este mismo año en una revisión realizada en la revista The International Journal of Risk and Safety in Medicine.

Política y medios

«El llamado problema de la demarcación no tiene una solución sencilla, lo que no significa que no podamos articular algunas reflexiones interesantes sobre ello», explica Pigliucci. No es sencillo distinguir la ciencia de lo que parece ser ciencia pero no lo es. Esto ha permitido que la confusión se entremezcle con la política, los juzgados, los medios de comunicación y con prácticamente cualquier aspecto de la vida cotidiana, como se pone de manifiesto en los capítulos dedicados a cada uno de estos apartados. «En el libro exploro las distintas formas en las que la ciencia puede descender al nivel de la pseudociencia, como en el famoso caso de la fusión fría prosigue y las muchas caras de la pseudociencia: la astrología es muy diferente al negacionismo del VIH, por ejemplo».

Un ejemplo de la importancia de este asunto pudo verse en el juicio que se celebró en Dover, Pennsylvania, en 2005. Allí, el juez John E. Jones III tuvo que comprobar si el diseño inteligente (el último disfraz con el que el creacionismo bíblico intenta colarse en las escuelas estadounidenses) era ciencia o no. La parte central de su sentencia, titulada Sobre si el diseño inteligente es ciencia, «debería ser de lectura obligatoria en toda discusión sobre religión y ciencia», escribe Pigliucci.

En la política está el asunto del cambio climático: si el famoso libro del escéptico Bjorn Lomborg, El ecologista escéptico, recibió críticas positivas por parte de la prensa conservadora pero fue vapuleado por publicaciones como Scientific American o Nature, esto debería hacer recapacitar al potencial lector acerca del contenido científico del libro. Estos dos casos constituyen sendos capítulos del libro de Pigliucci, de entre otros ejemplos en distintos ámbitos.

En todo caso, y aunque no existe una norma general para separar la ciencia de lo absurdo, Pigliucci cita la lista publicada por el matemático John Casti en su obra Paradigmas perdidos como un punto de partida para enumerar las características propias del sinsentido. Destacan el pensamiento anacrónico, la glorificación de los misterios, la apelación a los mitos y a las hipótesis irrefutables, una resistencia extrema a revisar los puntos de vista propios y la tendencia a cambiar continuamente la carga de la prueba, entre otras.

Pigliucci cree que nadie está a salvo no ya del patinazo ocasional, sino de mantener creencias completamente absurdas. «Gente muy inteligente puede acabar diciendo cosas muy estúpidas», comenta Pigliucci. «Pero, para mí, eso es más razón todavía para prestar más atención y utilizar el detector de chorradas. Cualquiera con un cerebro que funciona y un poco de paciencia puede empezar a comprender el mundo tal como es, en lugar de cómo nos gustaría que fuese», sentencia.

 

Nota edición:

Comentarios lector 1:

No creo que sea posible un criterio de demarcación único. Aquí más que de credulidad, o equivocaciones (aunque también) debemos hablar sobre todo de engaño. De gente que tiene intereses económicos en cuestionar los descubrimientos científicos (negacionismos varios), o tiene en ello su forma de vida para vivir cómodamente del cuento (terapias pseudomédicas, mágicas, e incluso religiones). No hablamos de errores de científicos poco cuidadosos, sino de gente racional y capacitada que tiene interés en hacer pasar sus afirmaciones falsamente por científicas, y que pone todo su esfuerzo intelectual en superar los criterios de demarcación que se hayan enunciado hasta entonces, readaptando su discurso según sea necesario. Por eso llevamos un siglo hablando en filosofía de esto, sin encontrar la solución, porque las formas que puede tomar la pseudociencia para cumplir su objetivo varían, haciendo imposible en la práctica encontrar un único argumento que permita decir en un test sencillo y fácil qué es ciencia y qué no. Nos damos cuenta de lo ingenuo que es querer encontrar ese criterio si lo vemos en su complejo contexto social, si no vemos el criterio como un test a posteriori sobre lo que la gente hizo en el pasado, sino como un test que deba servir incluso después de enunciado para impedir cualquier engaño futuro. Encontrar una sola ‘frase’ que permita dejar KO a cualquier aspirante a timador en nombre de la ciencia, se nos revela como algo tan ingenuo como imposible.

Es por eso que el criterio de demarcación ha evolucionado desde la simplicidad del falsacionismo de Popper, al análisis de toda la estructura social que se crea en torno a la pseudociencia. Se pasa del criterio único que ‘define’ a la pseudociencia a una serie de características típicas empleadas por los defensores de la pseudociencia para conseguir su engaño. Se pasa del criterio a LOS criterios de demarcación. Estos no son definitorios de qué es ciencia y qué no, sino descriptivos de la actividad social científica y que permiten identificar el engaño.

Los más célebres desde hace unos años son los criterios de Bunge:

-Invocación a entes inmateriales de imposible verificación empírica.

-Credulidad: no tener internamente estudios que intenten refutar las tesis sostenidas dentro de la propia (pseudo)ciencia. Lo que cualquier ‘experto’ de la ciencia dice, se acepta de forma general y sin más.

-Dogmatismo: no hay evolución de las creencias más básicas a lo largo del tiempo, a la luz de nuevos descubrimientos. Si algún descubrimiento los pone en duda, se dudará del descubrimiento en cuestión.

-Acrítico: no acepta la crítica argumentada a sus tesis. Achaca cualquier crítica externa con argumentos ad hominem (la ceguera de la sociedad en general para entender sus tesis, o incluso darle la vuelta a la tortilla y acusar a la sociedad de tener intereses económicos ocultos que le impidan reconocer la verdad).

-Ausencia de leyes generales. Las leyes (sobre todo las matematizables) son contrastables empíricamente, refutables sencillamente con un único contraejemplo que se encuentre, y las ciencias aspiran todas a enunciar leyes como forma ideal de ciencia. La pseudociencia rehuye por tanto esto, haciendo interpretaciones propias para cada caso.

-Incompatibilidad con el resto de ciencias. Los postulados chocan abiertamente con el corpus científico de todo el resto del conjunto de ciencias, generalmente con las ciencias mejor asentadas. No parece ser importante para los adeptos, que encontrarán explicaciones imaginativas para ello.

-Independencia del resto de ciencias. La ausencia de descubrimientos ‘reales’ implica que ninguna otra ciencia se apoya sobre los resultados de la pseudociencia, ni hay una colaboración interdisciplinar en los contextos que sean de interés para varias ciencias. Sólo los ‘iniciados’ en la pseudociencia parecen legitimados para hablar del tema.

-Sencillez. Dado que no hay avance científico acumulado, rectificaciones y matizaciones complejas fruto de su desarrollo histórico, sino que su finalidad es la credulidad inmediata del público, son sencillas de entender, y cualquiera puede ser un ‘experto’ en meses o muy pocos años.

-Practicidad. Van siempre ligados a una actividad práctica inmediata. No buscan el conocimiento por el conocimiento, sino que siempre tienen un componente inmediato de retribución económica (terapia, etc.).

Las pseudociencias no tienen por qué cumplir todos estos criterios. Algunas ciencias bien fundadas por motivos concretos pueden incluso incurrir en alguna de estas características. Pero se ha de sospechar de toda pretendida ciencia a la que le sean de aplicación al menos dos de estos criterios, y más, cuantos más número de estos criterios cumpla.

La idea de que un único criterio pueda resguardarnos de todo engaño (pasado y futuro) sinceramente la encuentro demasiado ingenua.

 

Lector 2:

10 razones para no creer en la homeopatía

* 1.- En los preparados homeopáticos no existe principio activo. Las diluciones empleadas son cercanas a una dilución al infito. Eso implica que en la disolución no queda ni siquiera traza del compuesto empleado. ¿Cómo se puede producir curación si no hay medicina?. Un simple cálculo, empleando las masas moleculares y el número de Avogadro, muestran que los preparados homeopáticos son simplemente agua.

* 2.- La supuesta «memoria del agua» no está apoyada por ninguna evidencia lógica, experimental ni teórica. La «teoría» de que aunque no haya principio activo el agua recuerda de alguna manera haber estado en contacto con él (memoria del agua) no ha sido jamás comprobada experimentalmente. El único estudio publicado (el famoso caso del Dr. Benveniste) resultó ser un fraude. De hecho, si los efectos curativos del agua se potencian cuanto más diluido esté el principio activo, ¿por qué podemos elegir el principio activo que nosotros queremos que recuerde? Las misma moléculas de agua durante unos millones de años atrás han estado en contacto con cientos de sustancias, y si tenemos en cuenta las que sólo han entrado en contacto como trazas, pueden ser cientos de millones.

* 3.- El principio de similitud carece de base teórica y experimental. El principio de «lo similar cura lo similar» no tiene base alguna, ni se explica de ninguna manera como lo hace. ¿Un esquince se cura golpeando la zona afectada?¿La diabetes se cura ingiriendo azúcar?. No hay ningún estudio que avale este principio de la homeopatía, ni justificación teórica alguna del mismo.

* 4.- No existe comparación contrastada sobre la efectividad de un tratamiento homeopático. No hay ningún estudio estadístico publicado que muestre el efecto de un medicamento homeopático comparado con uno de la llamada medicina tradicional.

* 5.- No hay relación causa-efecto entre las supuestas mejorías producidas por un tratamiento homeopático. Hay personas que mejoran, pero no hay estudios que muestren estadísticas acerca de qué mejorías se deben a remisiones espontáneas (ocurren con frecuencia) o a efecto placebo.

* 6.- No hay nada que permita diferenciar los efectos de un tratamiento homeopático del efecto placebo. Los únicos estudios estadísticos publicados sobre tratamientos homeopáticos no muestran resultados que difieran significativamente del efecto placebo.

* 7.- La validez y aplicación de la homeopatía es muy limitada por sus propios seguidores. Una técnica que sólo cura enfermedades leves pero se muestra incapaz ante las enfermedades importantes ya de por sí es altamente sospechosa.

* 8.- La homeopatía contradice los conocimientos biológicos actuales. La homeopatía afirma que es imposible conocer los procesos internos de una enfermedad, por tanto, rechaza conocer el origen de las enfermedades, ergo rechaza la existencia de patógenos (virus y bacterias). Por lo tanto, contradice todos nuestros conocimientos sobre enfermedades.

* 9.- Se trata de una medicina «facilita», para la que no hace falta mucho conocimiento. Cualquier persona sin ningún tipo de conocimiento médico puede ser homeópata ya que el diagnóstico se basa simplemente en una serie de preguntas y en utilizar una lista de posibles tratamientos que llaman «repertorio».¿que lo que tienes es rojo y duele? pues te toca belladona, da igual que sea una faringitis aguda o un bebe al que le estan saliendo los dientes.

* 10.- Es incongruente con sus principios «teóricos». Actualmente, la homeopatía mezcla conceptos totalmente diferentes, como la ley de infinitesimales y el principio de similitud (planteamiento original) que se conjugan con energías vitales, herboristería e incluso compuestos farmacológicos «tradicionales». Muchos de estos métodos son incompatibles con la teoría original homeopática.

 

Fuente: http://www.publico.es/ciencias/347864/ciencia-o-paparruchas