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Ciencia y religión

Fuentes: Rebelión

La ciencia y la religión deberían coincidir en la tarea común de servir a la verdad y, por lo tanto, al ser humano, porque la religión complementa a la ciencia que no satisface las necesidades espirituales del hombre ni le da una respuesta valedera a cuestiones tan importantes como cuál es el propósito de la […]

La ciencia y la religión deberían coincidir en la tarea común de servir a la verdad y, por lo tanto, al ser humano, porque la religión complementa a la ciencia que no satisface las necesidades espirituales del hombre ni le da una respuesta valedera a cuestiones tan importantes como cuál es el propósito de la vida y el sentido de la muerte, ya que lo esencial no ha sido descubierto todavía y es de sabios ignorar la verdad.

No existe contradicción entre ciencia y fe ni tampoco un conflicto antagónico entre ambas ideas. La ciencia debe aceptar que la fe es fundamental en el hombre y, a su vez, la fe debe aprovechar la racionalidad intrínseca de la ciencia. Se hace evidente la necesidad de un diálogo entre la fe y la razón, más que nada por la responsabilidad de ambas en la supervivencia de la especie.

El científico está obligado a respetar la verdad, igual que el creyente, y el conocimiento se debe basar en los valores morales, para que se lo emplee considerando la dignidad del hombre, de no ser así, de nada va a servir al desarrollo a las generaciones venideras. En cualquier caso, la fe debe dar la luz que permita distinguir el bien del mal, para que la ciencia no sirva al poder que puede exterminar finalmente a la naturaleza y al hombre.

Dios puede ser definido como la razón evolutiva del universo, aquello que nos dio talento para que colaborásemos en conservarlo y actuásemos sin temor en esta empresa; para ello se debe comprender sus leyes, que son la huella de su inteligencia.

Si se estudia la matemática con profundidad, se concluye que muchos científicos ignoran sobre lo que hablan o callan lo que saben o temen tratar seriamente los misterios del universo, entre otros, la aparición del mundo. La cosmovisión de la ciencia se empobrece por no aceptar al demonio de Maxwell, lo único que podría explicar racionalmente ese fenómeno, ya que el crecimiento de la entropía, la formación del universo, la aparición de la vida, el desarrollo de las especies, incluida la nuestra, tienen muy poco en común y, más bien, se contradicen.

No existiríamos de no haberse producido el Big Bang, pero esta explosión tampoco puede explicar nuestra existencia. El Big Bang señala que el universo se expande, y eso nos impide especular más allá de lo que este hecho implica. Pero se sostiene que el universo se expande porque eso es lo que muestran las observaciones actuales. Sin embargo, se observa lo que pasó hace miles de millones de años y se ignora lo que sucede en este instante; pues si se mira la foto de alguien haciendo algo, eso no significa que lo continúe haciendo en este instante, a menos que todo permanezca inalterable.

Por otra parte, el Big Bang y la existencia humana son mutuamente incompatibles, puesto que el tiempo los vuelve contradictorios. El lapso transcurrido desde el Big Bang es un instante muy pequeño de la Eternidad, en cuyo decurso es imposible que se dé por casualidad nuestra existencia. Si los quince mil millones de años, que hay desde el inicio del Big Bang, fuesen el equivalente a la billonésima parte de un segundo, el tiempo transcurrido desde entonces, medido con esta pequeñísima escala, sería insignificante en comparación con la inimaginable magnitud necesaria para que por el simple y puro azar se formase el universo.

Pero el universo y la vida se formaron, prueba de ello es nuestra existencia, aunque eso no explique nada, porque su formación y evolución no pueden ser medidas con ayuda del tiempo, que en este caso es un infinitésimo. No se trata de especular respecto a la eternidad del tiempo sino que la vida del universo es demasiado corta para que en ella quepan las condiciones que permitieron que ahora existamos. Es imposible imaginar cómo se concatenan el Big Bang y la formación del mundo, y no porque todavía no haya quien lo entienda ni porque sobre eso se investigue sin resultados, lo que sucede es que se ignora la ley que los vincula.

El azar es la constatación de nuestra ignorancia y por sí mismo no puede explicar nada; pero como existimos, y no por casualidad, la desconocida ley que lo causa todo y lo regula tiene un contenido que se discutirá sin fin y sin que se pongan de acuerdo los científicos, que rechazan cualquier explicación que contenga visos de esoterismo. Es que debemos ver con la imaginación si pretende mos acercarnos al conocimiento profundo del todo, pues lo que nuestros sentidos perciben es insignificante y no se lo comprende porque no se conoce la interioridad de las cosas. O bien, el azar rige la formación del universo y todo lo que es no pudo ser o el azar no lo rige o, mejor todavía, no existe; entonces, alguna ley o alguien debe regular su evolución para que pudiéramos llegar a ser. Para ello es necesario eliminar la incompatibilidad de lo que existe con el azar puro. No con lo poco probable, sino más bien, con lo absurdo, porque, si se toma en cuenta exclusivamente el azar, es mucho más probable que un bacalao seco nade por los océanos a que se mantenga este diálogo, a menos que todo esté orientado desde el mismo inicio y lo existente sea la manifestación suprema de una evolución orientada.

Ahora veamos ¿qué demonios es el demonio de Maxwell? Imagínense que juegan una partida de dados cuyo ganador es el que en cien lanzadas obtenga la mayor cantidad de veces el número seis. Cada vez que se tira el dado y no va marcar seis interviene el diablo y con su tridente lo voltea para que caiga seis; supongamos que se repite lo mismo las cien veces que se juega, ahí está la respuesta de lo que es ese demonio. Lo que se dice equivale a sostener que todo está predeterminado desde su mismo origen.

¿Pero por quién? Tal vez por lo que llamamos Dios, aunque eso no s ea realmente lo importante sino que ese alguien se encuentra en el centro del universo, en la Razón profunda de nuestra Mente; lo único importante es que haya lugar para el demonio de Maxwell, la fuerza vital que da ánima a la naturaleza y que bien pudiera ser llamado el ú nico mito científico de Occidente.

Los mitos ayudan a conocer el mundo que se da en infinitos planos convergentes, pero como es imposible abordarlos a todos, únicamente nos queda fascinarnos por la belleza de su sencillez intrínseca, lo que nos convierte en científicos o en artistas, pues el real camino para comprender el mundo es empobrecer la realidad mediante su simplificación. Eso es lo que pasa en la matemática, en la música y en todas las ramas del conocimiento humano.

Ahora bien, ¿dónde queda la teoría del Big Bang, por la cual las galaxias se separan con velocidades crecientes, lo que conlleva a que algún día nuestro sistema planetario solar termine flotando solitario en un espacio completamente vacío? La respuesta es simple: así miente la gente docta. Esta peregrina idea es parte de la estupidez humana, alguien la formuló y los demás la repiten sin pensar, por absurda que sea. Si se preguntan si ¿no es acaso eso lo que nos muestran las observaciones? se responde que lo observado no debe tener una sola explicación. Si mañana se alinearan todos los planetas, ¿qué se observaría posteriormente? Que se alejarían mutuamente. O sea que las galaxias se alejan sólo en apariencia, pero en realidad giran alrededor del centro del universo con diferentes velocidades tangenciales. Como se ve, hay otras explicaciones para un mismo fenómeno.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.