En el cierre del 2011, en el día internacional de los derechos humanos (10 de diciembre), en este momento de quiebre figurado que suele hacerse y que en esta ocasión cobra más sentido, debe trazarse una visión crítica que nos recomponga la sustancia de esos derechos como herramientas de confrontación, es decir para recuentos de […]
En el cierre del 2011, en el día internacional de los derechos humanos (10 de diciembre), en este momento de quiebre figurado que suele hacerse y que en esta ocasión cobra más sentido, debe trazarse una visión crítica que nos recomponga la sustancia de esos derechos como herramientas de confrontación, es decir para recuentos de ruptura y no para reflexiones contemplativas, así como para posibilidades de tensión y no para apaciguamientos, a quienes creemos desde la Izquierda un deber luchar en su defensa real contra el orden establecido, pese a los augurios de fracaso o aislamiento.
Desde ese sentimiento llamado indignación que no es slogan para nosotros, que bien puede reconocerse suscitado en la reacción hasta fisiológica ante las injusticias, debe procurarse cuidar la raíz de un alegato emancipatorio, en el espacio tumultuoso, alienante y alienado, vacío y congestionado, de una era global en la que quien mata se autoproclama como titular del derecho a proteger y para ello interviene con su derecho y por la fuerza, arruinando pueblos, territorios, naciones, regiones y culturas. Época en la que sistemáticamente se (des)informa y se (de)forman conceptos concernientes a los derechos humanos, siendo éstos despojados y necesitada su razón de ser reasumidos más allá de su enunciación lineal y de su formalismo.
Si un pensamiento de liberación los ha incorporado como medios por la lucha y para su despliegue creativo mirando a la dignidad y dignificación del ser humano, es decir hacia la búsqueda de garantías efectivas de cumplimiento material que configuran el bien estar y el buen vivir colectivo, tales derechos humanos se nos tergiversan si no los vinculamos o enmarcamos en los procesos reales y no artificiosos que este año 2011 se nos han revelado o plasmado, y que continuarán pronunciados muy seguramente en los escenarios del 2012.
Se trata de al menos cinco dinámicas y tendencias mundiales que se han superpuesto o intrincado recientemente, que no sólo condicionan a futuro la formulación de los derechos humanos sino que determinan radical y aceleradamente su exposición. Son estas cinco marchas: 1) la crisis económica mundial, principalmente la maniobra financiera; 2) las revueltas políticas, básicamente las signadas en 2011 en una parte del denominado mundo árabe; 3) las contradicciones de la respuestas de la Izquierda a esas convulsiones sociales; 4) el nuevo ciclo fascista de regulación global; y 5) el exhorto de un nuevo idealismo y su carga material activa en el balance de poder.
1) La crisis económica que nos revenden desde hace ya cuatro años es la superficie de la crisis de civilización que nos ocupa; la celeridad y extensión rapaz de un modelo de mercantilización que es depredador de la vida humana y del planeta, devastador de las relaciones sociales y su mantenimiento con el compromiso de valores de convivencia y cuidado. Es la destrucción de cánones relativos al derecho de intervención social-estatal para la preeminencia del bien público. Ya deshecho de su promesa de igualdad, el liberalismo baja la cabeza tras el derecho de pernada financiera. Un único poder de núcleos de ricos y cínicos, articulados en la lógica de su hegemonía, que subordinan de manera manifiesta y explícita las sucesiones y las formas de la política. Adoptan las decisiones verdaderas en un estado mundial de excepción. Es decir, retomando a Carl Schmitt, se plantan y expresan como auténticos soberanos. Soberano es quien decide en los momentos de excepción, por fuera de la retórica legal. La mano (in)visible que estrangula países y que trunca la vida de seres humanos, ha demostrado que es la soberana fidedigna. En cambio no la democracia, ni la constitución política, ni la juridicidad. Para la civilización y la ilustración que sembró esas nociones al lado de los derechos humanos, resultando éstos superiores en aquellas guillotinas, contra la absolución de los tiranos de entonces, es fundamental tomar nota de la necesidad de rebelarse contra este nuevo absolutismo, contra los mercados ab-sueltos de la ley con la que sí se nos somete. La disyuntiva probada: o los derechos del mercado a todo, o los derechos de todos los humanos como límites a esa racionalidad de la compra-venta y el pillaje.
2) No lejos de la primera marcha. Son las llamadas revueltas de la primavera árabe. Sin lugar a dudas es la respuesta en forma de tempestad a viejos vientos y regímenes. Aquella y éstos anticipan, en cada extremo, la actual configuración déspota, neo-señorial y neo-liberal del mundo, y la probable contestación desde abajo. A la opresión del antes y del ahora, surge la rebelión del mañana. Protestas, conatos, concentraciones de multitudes, indignación en el grito y en el puño, masas interpuestas, cuerpo tejido que certeramente está en la mira, contra lo que no se puede apoderar de todo, todo el tiempo. Interfiere como límite. Se hace límite e impone un giro, otro horizonte y en consecuencia abre un camino. Los derechos humanos de esa ideología liberal trasvasada en parte con el colonialismo, y en confluencia, se reivindicaron entonces como base de la democracia que debía explicarse en la modernidad al satisfacerlos. La lección es más clara: en el siglo XXI también los derechos humanos se ganan, surgen de batallas sociales y políticas, y por supuesto también del desarrollo y el equilibrio de la colisión, incluso militar, de fuerzas. Deben verse en ese laberinto. Como hijos promisorios nacidos con apellido hace menos de 250 años, ofertados para distintas castas en la metrópoli y subastados sólo para una en la colonia. Por lo tanto: un privilegio para pocos. Contra ese estado de cosas se rebeló e inmoló el vendedor de frutas Mohamed Bouazizi el 17 de diciembre de 2010 en Sidi Bouzid.
3) Surgidas como legítimas rebeldías ante estructuras conservadoras o retrógradas, es decir la explosión del inconformismo de abajo frente a un poder no representativo, ni popular, y mucho menos revolucionario, aunque en el pasado en algún momento se haya revestido de disidente, como fue el caso de Libia, lo cierto es que en la práctica de esa oleada de insurrecciones, se inscribió la incapacidad de una gran parte de la Izquierda, para conectar eficazmente con esa lucha defensiva que se elevaba contra autocracias aliadas de Occidente. Las contradicciones en las respuestas de la Izquierda a esas convulsiones sociales, se simbolizan en absurdos apoyos a dictadores, mientras tales revueltas fueron y son todavía instrumentalizadas y proyectadas por un poder más asesino y expoliador, como es el que se registra bajo la patente de la OTAN. La lección está a la vista: la denuncia de la violación masiva y sistemática de los derechos humanos no es ni puede parecer un patrimonio moral de la Derecha y del Imperio y sus agencias. Por congruencia y definición, es sólo una labor ética y política de la Izquierda, que debe no sólo saber reconocer la falsedad o simulación de sus colaboradores, como Gadafi se presentaba ganando el respeto de una Venezuela Bolivariana, por ejemplo, sino que debe, esa Izquierda, saber cómo acompaña y articula en una especie de Internacional de las Resistencias, los brotes de rebelión no falsaria sino genuina y justificada, es decir el fantasma de esas alteridades rebeldes que nos recorre y que fomentan las alternativas.
4) El nuevo ciclo fascista de regulación global, que obra con la tenaza de las pacificaciones o sumisiones, ya por la férula del garrote o por la aprobación de la rendición, tras la cual desde un país entero hasta colectivos reivindicativos, deben aceptar su ruina y su dependencia, quedar hipotecados y en franco vasallaje, refrendando las nuevas reglas de la exclusión dominante del capital con las que se explica el mundo o cómo sobrevivir en él a partir de una nueva segregación que impone escoger sólo una de dos palabras: paz o justicia, pero no paz con justicia. Para la primera, la paz fascista, el recorte de derechos y la asunción de la desigualdad manifiesta, certifican la cohesión; que éstos han quedado reservados como integridad sólo para una plutocracia y sus cortes. Para quienes aspiran a la justicia, existen formas de disuasión. Sus gestores identifican y se adelantan a los movimientos rebeldes, los neutralizan y los cooptan, disponiendo contra ellos medios de distracción, desgaste y enfrentamiento infructuoso y ficticio, tanto selectivo como indiscriminado. Hace entonces funcional distintas guerras y diversos caos, del mismo modo que las paces y su orden, para reforzar el estado de excepción en el que se salva el que puede decidir no con el derecho sino con la fuerza, o sea la ley del más fuerte para el más fuerte. Una servidumbre es servida así al paso de la mercantilización y la ganancia, que la recompensa por la obediencia, por el acatamiento del suicidio. Concurre en forma de linchamiento de los que piden justicia y perturban la paz de los cementerios; nos visita en la exaltación diaria del que argumenta y banaliza el genocidio y el ecocidio, mientras unas élites se lucran. Se basa en su negación del cambio y en el negacionismo de su causa, en la malograda refundación del capitalismo, instaurado como único y universal destino, como fin de la historia y confín del ser humano. Los derechos humanos, si no han sido enajenados y vaciados como institución, deben ser armas que apunten contra esa resolución totalitaria.
5) Aunque aniden en experiencias y paradigmas realistas que portan tal ideología neofascista, los derechos humanos como discurso de apelación internacional deben ser recobrados y tratados por la Izquierda como recursos de contraste, en cuyo mismo texto y contexto se declaran los derechos de los pueblos, el derecho a la rebelión, al fin de las ocupaciones, a la independencia y a la resistencia, así como la perspectiva de las luchas de las mujeres y el derecho a la afirmación de los bienes comunes de la humanidad, en el marco de los derechos para rehacer un habitar sostenible en el planeta. Recuperados, más allá, y en oposición, de ser vistos como un producto pragmático en los cuadros y cálculos de los intereses geoestratégicos o geopolíticos en juego, en cuya telaraña pueden quedar atrapados forzosamente, pero no de manera ineludible e irremediable, algunos brazos y cadenas de gobiernos de Izquierda y parte de las plataformas o redes con tal identidad. Que pueden y deben esbozar proposiciones idealistas, de construcción de imaginarios que las encarnen, de métodos y procesos de salida ante la confusión o falsa ininteligibilidad del mundo. Podemos defender y cimentar las condiciones de garantía de los denominados convencionalmente derechos humanos sin dejar de ser anti-imperialistas, conscientes que el Imperio manipula su enunciado y lo plasma en su soflama contra la rebelión que no puede usar. Lo que pasa en Siria hoy lo demuestra. Podemos repudiar la violencia contra el pueblo y a los centros de poder internacional que la rentabilizan. No hay incoherencia. Tal conjunción de derechos es la base ética irrenunciable en la que las fuerzas de Izquierda construirán en inteligente armonía el anti-imperialismo absolutamente necesario, y sobre la que se impulsará esta etapa de tránsito post neoliberal hacia un socialismo global que no puede ser indolente. Así, los derechos humanos, aquello a salvaguardar por encima de cualquier situación, como no morir de hambre ni ser torturado, no son ni una dádiva del poder, sino nuestro fruto: para la lucha contra el sistema que los niega o los sacrifica para afianzar la concentración del capital y para blindar a los amos.
Recapitulando: los derechos y las rebeliones que los sustentan se explican en el mismo grito de la humanidad que se impone como límite fáctico y no meramente formal o normativo frente al mercado global, ante su soberanía desbocada y su compulsión neofascista. Los derechos humanos están en la cantera de la reconstrucción y creación de las alternativas de Izquierda, no son bienes gratuitos sino que (in)surgen de batallas a dar y ganar contra el capitalismo, interponiendo el cuerpo y su fuerza, por lo tanto no son sólo el fin ni son sólo el medio. Son un demanda de auto-constitución en el camino del buen vivir acá y ahora, en la historia. Entre dos años vistos, apenas el espacio de una milésima de segundo en nuestra consciencia, que rubrican nuestra debilidad, nuestro relativo e individual abatimiento, pero también nuestras luces, nuestras certezas y el asomo de una potencia de dignidad posible de la especie en su morada degradada por un sistema ciego. Todavía generosa, en esa caverna han sido inscritas las cruces y runas de los derechos humanos y a su lado superiores y preferibles grafías de las utopías de luchas por el bien común.
*(*) Carlos Alberto Ruiz es Doctor en Derecho, autor de «La rebelión de los límites. Quimeras y porvenir de derechos y resistencias ante la opresión» (Ediciones Desde Abajo, Bogotá, 2008).
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