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Una visión desde Chile

Cincuenta aniversario de la revolución cubana

Fuentes: Rebelión

«Cuba enseña a América Latina y al mundo su clara concepción del internacionalismo proletario. Y porque hay esa nueva moral, porque hay esa nueva conciencia, está aquí latiendo la voluntad revolucionaria ejemplar de un pueblo» Salvador Allende Discurso en La Habana     La Revolución cubana es a América Latina lo que la revolución bolchevique […]

«Cuba enseña a América Latina y al mundo su clara concepción

del internacionalismo proletario.

Y porque hay esa nueva moral, porque hay esa nueva conciencia,

está aquí latiendo la voluntad revolucionaria ejemplar de un pueblo»

Salvador Allende

Discurso en La Habana

 

 

La Revolución cubana es a América Latina lo que la revolución bolchevique a las luchas sociales de 1917.

La Revolución cubana demostró con el ejemplo, que era posible que en América Latina se diera una revolución anti-oligarquía, anti-imperialista y de carácter socialista. Demostró que se podía triunfar por la vía armada, y demostró que la fortaleza moral de los dirigentes movilizaba a todo un pueblo y hacía inútiles los esfuerzos del imperialismo yanqui por acabar con ella.

Esta enorme fuerza telúrica provocó en Chile, al igual que el resto de los países latinoamericanos, una nueva oleada de reivindicaciones revolucionarias del pueblo y un análisis profundo de las tesis hasta ese momento vigentes en la izquierda.

Cuba no sólo demostró que la revolución era posible y entregó instrumentos teóricos y prácticos para que la izquierda chilena rediseñara las modalidades y los métodos de su propia revolución, sino que reivindicó los componentes éticos y morales como elementos fundamentales de la conducta de la izquierda.

Hasta entonces, la izquierda histórica chilena de los años sesenta/setenta convivía en paz con el resto del abanico del sistema político chileno. Muchos militantes de la izquierda se plantearon ante este ejemplo la necesidad de elaborar una nueva estrategia y nuevas tácticas e incluso – algunos de ellos – la formación de un nuevo partido que diera pasos inéditos hacia la revolución en Chile.

La pregunta que la historia nos hace, y que debemos responder es: ¿qué factores hicieron que esa generación de los sesenta estuviera dispuesta a elaborar una nueva estrategia revolucionaria, luchar por ella y, llegado el caso, dar la vida por la revolución chilena?

Sin duda uno de estos factores es el ejemplo cubano que contribuyó a extender, entre miles de jóvenes, estudiantes, pobladores, mapuches, campesinos, obreros, soldados e intelectuales, la noción subjetiva de que la revolución era posible, que había que hacerla y que el primer paso era proponérselo.

¿Qué explica ese sentido de la Historia tan radical y tan distante de nuestros días, en que el orden se nos presenta como natural e inamovible y en consecuencia, proponerse su transformación resulta como una empresa descabellada?

Algunos estudiosos han planteado que en el período de la Unidad Popular convivieron en Chile dos revoluciones: Una, desde arriba, la planificada por la UP, sus técnicos y dirigentes de los partidos de la izquierda; y otra, la revolución que se generó «desde abajo», que en unas fases se complementó con la de arriba, pero en otras se tensó y divergió con ella.

En mi opinión, el movimiento de transformaciones sociales en Chile se había iniciado desde antes de 1970 y tanto la victoria electoral de Salvador Allende como las diversas aspiraciones de cambios surgidas en lucha popular se potenciaron y multiplicaron durante la Unidad Popular en un solo e indivisible movimiento revolucionario, compuesto de diversas propuestas que convergían y discrepaban en diversos momentos. 

Los enemigos de la revolución socialista chilena

Ante la influencia de la Revolución cubana, el régimen de turno de los Estados Unidos, viendo en peligro su hegemonía en América Latina amplió sus tentáculos más allá de sus socios tradicionales, la oligarquía y los militares, y buscó el apoyo de la burguesía no monopólica.

Este intento de contrarrestar la influencia de Cuba y su revolución se encubrió bajo el nombre de «La alianza para el progreso», que tenia como finalidad atenuar y enmascarar las grandes diferencias sociales existentes entre los sectores oligárquicos y el pueblo, buscando con esto oponerse al despertar revolucionario de las masas explotadas latinoamericanas.

En Chile las elecciones presidenciales de 1958, habían mostrado ya la disposición del proletariado y los trabajadores en general de luchar por un gobierno anti-oligárquico y anti-imperialista. Esto se potencia aún más después de la Revolución cubana iniciándose en Chile un ascenso cualitativo de las reivindicaciones de los trabajadores.

Este salto en las luchas y en la combatividad del proletariado, lleva a que otros sectores de trabajadores adopten sus formas de movilización. La oligarquía chilena, atemorizada, respalda la candidatura de Eduardo Freí, que triunfó en las elecciones presidenciales de 1964, evitando con esto que el gobierno pasara a manos de las fuerzas de izquierda encabezadas por Salvador Allende. 

En el gobierno de la Democracia Cristiana, con su «Revolución en Libertad», se llevan adelante, con cierto retardo, los planes de la «Alianza para el progreso» dándose inicio a un periodo de reformas tendientes a aminorar las grandes diferencias existentes en la distribución del ingreso nacional y a darle una salida al estancamiento del desarrollo del país, principalmente a la industria nacional y la Reforma Agraria. Se aprobó la Ley de Sindicalización campesina y se realizan la Reforma Tributaria y la llamada «chilenización» del cobre que consistió en la asociación del Estado chileno con las transnacionales norteamericanas para explotarlo. La aplicación de la reforma Agraria, así como la ley de sindicalización campesina, incorporan rápidamente al proletariado agrícola a la lucha de clases.

La izquierda chilena sostiene sus posiciones que proponían una estrategia de desarrollo pacifico hacia el Socialismo a través de la conquista del gobierno y de la mayoría parlamentaria, para darle al Estado una mayor ingerencia en la gestión de la economía nacional. La tesis consistía en que, al estatizar las grandes empresas monopólicas y los bancos, así como profundizando la Reforma Agraria, se terminaría con el poder económico de la oligarquía y su influencia política. Con la recuperación de las riquezas básicas, como el cobre, en manos del imperialismo yanqui, se terminaría con la ingerencia de éste en la economía nacional.

Como hemos señalado, a raíz de la influencia de la Revolución Cubana surgen sectores que sostienen la imposibilidad de construir el socialismo en Chile por la vía pacifica y la transformación paulatina del carácter de clase del Estado burgués, postulando que esto requería nuevas formas de acumulación de fuerzas, que incluía la vía armada, para tomar posesión del Estado.

Son estas posiciones revolucionarias las que llegan a los sectores mas avanzados del proletariado urbano como al agrícola, y le dan un alto grado de combatividad a sus luchas reivindicativas durante el gobierno de Freí.

Del gobierno de Allende hay que hacer el inventario tanto de los éxitos como de las derrotas

La propuesta de que no era posible transitar por vía pacífica al socialismo, pareciera encontrar razón en el colapso de la «vía chilena al socialismo», por lo menos en el ámbito de la teoría, pero no necesariamente en la razón histórico-política puesto que como parte del proceso chileno también la propuesta armada resultó derrotada.

El golpe de estado fue una derrota de Allende, del movimiento popular, y fue una derrota de todas las variantes de la izquierda chilena, más allá de sus concepciones estratégicas.

Los defensores de la lucha armada adolecieron, a mi juicio, de una sobredeterminación conceptual, es decir, del deseo de cambiar la realidad a partir de los presupuestos teóricos. Pero, cuando la realidad sigue un camino distinto, se abrían dos posibilidades: o modificar esos presupuestos teóricos y adaptarlos a lo que se vivía en Chile o insistir porfiadamente en la voluntad para producir el cambio.

¿La lección? Tanto en Chile, como en cualquier proceso revolucionario, la inflexibilidad lleva a reforzar una cultura organizacional autoritaria en los estilos, las formas, los valores, las actitudes, etc., que en el mediando o largo plazo complotan en contra del propio proyecto revolucionario. La revolución no puede detenerse y menos aún retroceder, pero al modificarse de fondo las condiciones sociales los revolucionarios deben tener la capacidad autocrítica y la flexibilidad política de adaptarse a las nuevas circunstancias.

Acción y ética revolucionarias hoy.

Toda esta recapitulación histórica carecería de valor si no tuviera una finalidad concreta. Quiero reiterar que su valor reside en que las actuales generaciones de izquierda chilenas, y latinoamericanas, encuentran sentido a sus acciones políticas contemporáneas en base a estas mismas raíces y antecedentes históricos.

El epíteto de «castrista» con que se fustigaba a la izquierda revolucionaria de los años setenta, lejos de convertirse en anatema, fue motivo de orgullo y se transformó en energía revolucionaria, en solidaridad humana, en inspiración y guía fecunda.

Ninguna de las experiencias posteriores en América Latina, fracasadas o exitosas, puede negar en mayor o menor grado su componente cubano, su ADN castrista – guevarista, que se debe portar como un estandarte de orgullo si es que el proyecto que defiende es humano, universal y latinoamericano.

En el caso de Chile es indudable que la lucha antidictatorial y la reconstrucción de la democracia en el país requirieron de la participación de los más amplios sectores. Hoy, las nuevas lecciones de Chile reclaman una revisión profunda de esta democracia acotada y convocan a redimensionar el socialismo chileno, que no por más moderno debe ser menos revolucionario. Esto reclama un fuerte debate ideológico al seno de las diversas fuerzas de la izquierda, que no puede ser más que benéfico para el futuro de las luchas populares de los chilenos.

Salvador Allende y las miles de víctimas de la dictadura merecen un homenaje de ese tipo. El de la confrontación de las ideas progresistas por el socialismo en Chile.

En los casos de Bolivia y Venezuela de hoy esto también es particularmente importante, ya que allí se procura redimensionar el socialismo de nuestros días. Hace más de una década, los autodesignados sepultureros de la Historia se apresuraban a invitarnos al funeral de un socialismo que no era el nuestro y la extensión global de una propuesta neoliberal se levantaba como verdad absoluta. Más allá de aciertos y errores, el movimiento social que nutre las luchas en Bolivia y Venezuela demuestra lo contrario.

El caso de Nicaragua merece un análisis específico, pero en la coyuntura actual y vista la conducta errática de sus dirigentes, resulta difícil asimilarlo a los ejemplos anteriores. Justamente porque el Socialismo que la Revolución cubana enseñó no ha dejado ni un instante de convocarnos a ser respetuosos de la voluntad popular, más humanos, más dignos, más éticos.

La experiencia cubana no transitó por el «realismo socialista» sino por el socialismo verdadero. La experiencia cubana fue y sigue siendo ejemplo de lucha antiimperialista contra un bloqueo infame y anacrónico, pero sobre todo demuestra que el Socialismo que sus enemigos dieron por muerto goza de buena salud.

Cuba vive en el internacionalismo, en su ética humanista y revolucionaria y en el ejemplo de precursores como Fidel y el Che que se reproduce en las luchas sociales en todos los rincones del planeta.

Fidel y el Che

Fidel y el Che fueron dos hombres de personalidades opuestas pero complementarias, un ejemplo de dialéctica revolucionaria de la cual tal vez nosotros no siempre somos buenos herederos. Por cierto que aún es buen momento para entender que la dimensión ética de la Revolución Cubana consiste – entre otras muchas otras cosas – en asumirlos a ambos en su condición de hombres. Hombres superlativos, pero de carne y hueso. Hombres ejemplares por sus atributos y por sus errores.

El Che Guevara, el precursor del «hombre nuevo», nos dejó un cúmulo de ejemplos de coherencia, antes de emigrar a la mitología en la plenitud de su vida. El mayor problema para sus detractores es que los fundamentos del mito guevarista siguen vivos en la historia de África, América Latina y el Caribe y su ejemplo renace, con la terquedad que lo caracterizaba. No hay motivo alguno para que sus herederos renieguen del Che, por la simple razón de que además de mito es realidad.

¿Fidel? Pues Fidel sigue haciendo historia y se ha mantenido inamovible, durante todas estas décadas de lucha, como un referente ético de la izquierda en todo el mundo, a pesar de las rabiosas campañas en su contra. La belicosidad de la propaganda enemiga contra Fidel se explica como una reacción enfermiza contra un líder mundial que siempre cumplió su palabra y nunca ocultó al pueblo las verdades esenciales. Otras verdades, pues «en silencio tuvieron que ser» y es seguro que poco a poco la historia las recogerá.

La trayectoria del Comandante es de una coherencia inconmensurable y reconocerlo es la acción elemental de quienes se consideren revolucionarios.

A manera de conclusión.

Con su ejemplo, la Revolución Cubana y sus líderes nos convocaron a los latinoamericanos a redefinir y actualizar estrategias, a estar dispuestos a darlo todo en cada combate táctico y, sobre todo, a mantener siempre en alto las banderas de la honestidad y la ética de los revolucionarios.

Hoy, a cincuenta años de su inicio y en un nuevo contexto mundial, todos estos valores de la Revolución Cubana conservan su absoluta vigencia y la única manera de rendirles homenaje es ser consecuentes con ellos.