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Cincuenta y dos semanas

Fuentes: La Estrella Digital

Las cincuenta y dos semanas que en estos días concluyen han configurado un año 2005 muy conflictivo, que el próximo sábado se cierra con pocos indicios de positiva esperanza. Documentalistas competentes y bien preparados hay en este diario y en otros medios de comunicación que elaborarán cronologías exactas y detalladas de los principales acontecimientos del […]

Las cincuenta y dos semanas que en estos días concluyen han configurado un año 2005 muy conflictivo, que el próximo sábado se cierra con pocos indicios de positiva esperanza. Documentalistas competentes y bien preparados hay en este diario y en otros medios de comunicación que elaborarán cronologías exactas y detalladas de los principales acontecimientos del año; no se les va a hacer aquí la competencia.

No obstante, un número igual de semanas asomado al escenario donde se desarrolla la actividad política, social y cultural, española e internacional, y el proceso de elaboración intelectual que implica redactar un comentario de actualidad para cada una de ellas, sí proporcionan ciertos elementos de juicio para opinar en conjunto sobre lo sucedido en los últimos 365 días.

Utilizando términos náuticos, se puede afirmar que sobre el agitado y variable oleaje de ritmo diario o semanal que sacude al mundo informativo, se observa -cuando se analiza con más detenimiento- la presencia de un áspero y sostenido mar de fondo, causado por dos temporales de larga duración y distinta localización.

En el ámbito nacional, la honda borrasca que provoca a diario olas de mar muy gruesa a arbolada se inició en marzo del 2004, cuando el partido en el poder perdió unas elecciones que daba por ganadas y su presidente tuvo que abandonar el Palacio de la Moncloa por una puerta desprovista de arcos de triunfo y de la que colgaban, sucios y desaliñados, los pálidos gallardetes de la mentira oficial. A la vez, el principal partido en la oposición, con sólo limitadas esperanzas de triunfo, se encontró de sopetón con el poder.

La derecha histórica cerró filas con la extrema derecha que alberga en su seno, en un intento desesperado por abortar lo que las urnas habían libremente decidido. Desde entonces, una crispación incesante y un bronco enfrentamiento parlamentario y mediático sacuden las aguas españolas, con la negativa consecuencia de hacer imposible un diálogo razonado y bien argumentado, que permitiera soñar con una España mejor articulada y más bien avenida que la que, mal que bien, se configuró en la transición. No la que condenó Antonio Machado, partida en dos y heladora de los corazones de los españolitos que nacieran en la otra mitad.

Cambiando de dirección la mirada hacia el panorama internacional, el fuerte temporal con vientos huracanados que recorre el planeta y que golpea indistintamente, hoy aquí y mañana allí, se originó en septiembre del 2001, cuando un presidente de EEUU, que había alcanzado la Casa Blanca por tortuosos caminos que no contribuían a su enaltecimiento personal, decidió responder a una agresión terrorista desencadenando por su cuenta y riesgo lo que llamó guerra preventiva antiterrorista, omnipresente y perdurable, en vez de recurrir a los instrumentos habituales, justos y legales, para enfrentarse a ese tipo de amenaza. También allí la mentira y el engaño oficiales se enseñorearon de gran parte de los entresijos del poder político.

En España, además, el pronóstico de temporales era ya alarmante a causa del efecto de las Azores, no las del famoso anticiclón sino las de aquella nefasta reunión de alto nivel en la que, violando toda norma de derecho internacional, Aznar y Blair apoyaron sin reservas el aciago ultimátum de Bush al Gobierno de Bagdad. Fue lo que desencadenó el caos, hasta hoy incontrolado, y desacreditó a los gobernantes que basaron sus decisiones en patrañas y falsedades que luego acabaron siendo desveladas, muy a pesar suyo.

Así pues, estimados lectores, habrá que aceptar que el año 2006 nace sembrado de conflictos, no solamente difíciles de resolver sino, en muchos casos, en vías de agravación. Ciudadanos manipuladamente amedrentados por el fantasma del terrorismo (como antes lo fueron por el comunismo) aceptan perder derechos y libertades a cambio de una imaginaria e inalcanzable seguridad. Incontables puntos incandescentes, capaces de provocar un incendio o de propagar el que ya padecen, cubren nuestro planeta: Iraq, Afganistán, Chechenia, Palestina, Pakistán, etc. En otros casos, son países enteros que sufren los efectos de las epidemias, el hambre, la miseria y el deterioro medioambiental, y donde conviven, en íntima relación con la corrupción, gobiernos despóticos que violan los más elementales derechos humanos.

Todo ello con el beneplácito, apenas disimulado, de los que, desde el mundo que se tiene a sí mismo por civilizado y desarrollado y en el que se toman las decisiones esenciales que afectan a la mayor parte de la humanidad, anteponen sus propios intereses y egoísmos a cualquier anhelo de solidaridad y ayuda real a los que más la necesitan.

No es una perspectiva alentadora. Pero los seres humanos han conocido en el pasado situaciones peores y más sombrías, bien descritas en los tratados de Historia, de las que han sabido emerger para avanzar hacia horizontes más brillantes y esperanzadores. ¡Que el año 2006 sea un escalón más en la misma dirección!


* General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)