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Cocaína al paredón, sicofármacos al poder

Fuentes: La Jornada

Junto con el petróleo y el turismo de cinco estrellas, la liquidez relativa de América Latina fluye del torrente de divisas que mueve el narcotráfico, y de las ingentes remesas giradas por los emigrantes. Otros ingresos sostienen el cash de la caja chica. Entreguismo y mentalidad servil (que no de servicio) menudean en el primer […]

Junto con el petróleo y el turismo de cinco estrellas, la liquidez relativa de América Latina fluye del torrente de divisas que mueve el narcotráfico, y de las ingentes remesas giradas por los emigrantes. Otros ingresos sostienen el cash de la caja chica.

Entreguismo y mentalidad servil (que no de servicio) menudean en el primer par de actividades. En cuanto a las otras dos, corroboramos que el trabajador latinoamericano es de primera, y que los narcos son tan eficientes como los piratas y negreros que en el siglo xvi inventaron la «globalización».

¿Dinero «sucio»? Vamos… Creativos, inescrupulosos, disciplinados, de bajo perfil, innovadores, los narcos latinoamericanos son paradigma del empresario «global». Ellos sí manejan plata de verdad, y no monedas para «mirar hacia adelante», ayudar a los niños pobres, o celebrar misas negras contra el «flagelo de la humanidad».

¿Qué pensar cuando en Washington los entendidos reconocen el fracaso de la «guerra antinarcóticos»? ¿Será que ignoran las reglas básicas del capitalismo, o estarán poseídos por demonios que se ríen de esta «guerra»?

A primera vista, parecería que no entienden. Sin embargo, la segunda mirada permite confirmar que tales reglas son aplicadas como Dios manda: de 500 mil millones de dólares anuales que se lavan en el mundo (monto equivalente al presupuesto de defensa), la banca estadunidense mueve 300 mil millones, y América Latina 150 mil millones.

En el capitalismo la demanda es buey y la oferta, carreta. Y si millones de bueyes desean alternar con la «diosa blanca», la mano invisible del mercado cortará cartucho, sin que los rezos de George W. Bush puedan más que bombardear ciudades abiertas, torturar a civiles inocentes y hablar de «libertad».

De capitalismo auténtico los narcos saben mucho. Estados Unidos encabeza la producción mundial de mariguana y desde 1984, cuando la Casa Negra declaró la «guerra contra las drogas», los precios empezaron a bajar, conforme aumentaban la producción y el consumo.

Los genios del bien creyeron que la guerra reduciría la oferta de drogas y con ello se elevarían los precios, tornándose difícil la compra de estupefacientes. Fue al revés. En Nueva York, el precio al mayoreo de 50 gramos de cocaína era de 180 dólares en 1981, y hoy cuesta menos de 40 dólares.

Oferta, demanda y curiosa racionalidad de funcionarios seudohigiénicos de discurso moral-sanitarista. ¿Por qué los países ricos, intoxicados de sicofármacos, califican de ilegal el consumo de otras drogas?; ¿la lucha antinarcóticos se libra sólo entre héroes y villanos, o bajo cuerda participan consorcios químicos y farmacéuticos?

La «guerra antinarcóticos» tendría lógica si se considerasen las causas de la demanda. Pero admitir que la juventud primermundista necesita consumir narcóticos (las «garantías individuales», cómo no), choca con los mitos de la «democracia ejemplar» y la inconfesa política de contener su potencial de rebeldía.

Las guerras se ganan cuando hay causas altruistas que las fundamentan: las guerras anticoloniales o contra la ocupación extranjera. Y se pierden cuando se niegan los epifenómenos sociales de un sistema ética y moralmente putrefacto.

La «guerra antinarcóticos» se perdió desde el arranque. ¿La intención era ganarla o buscar pretextos intervencionistas para someter a gobernantes como el narcoterrorista Alvaro Uribe, quien ha recrudecido la guerra real contra los pueblos de Colombia y la subregión andina?

Invasión de Panamá, destrucción de Yugoslavia, Irak y Afganistán, Plan Colombia, chantajes financieros, certificados de «honorabilidad»… Todos estos desangres han forrado de billetes a reducidos grupos del narcopoder, y forjan la hoja de servicios de los burócratas imperiales de las agencias Central de Inteligencia y antidrogas (CIA y DEA) y la Casa Negra.

Que lo digan Elliot Abrams o John Negroponte, figuras clave del caso Irán-contra en el decenio de 1980, cuando la CIA financiaba la contrarrevolución de Nicaragua con ayuda del narcotráfico y la venta ilegal de armas a sus «enemigos», los ayatolas de Teherán.

Organizador de los escuadrones de la muerte en El Salvador, embajador y coordinador en Honduras de las bandas antisandinistas, ex embajador en México y Naciones Unidas, virrey en Irak, Negroponte conduce hoy las 42 agencias de inteligencia y seguridad de Estados Unidos. Y Abrams, indultado por papá Bush en 1992, acaba de ser designado jefe de «Estrategia Mundial para la Democracia».

He borroneado estos apuntes motivado por un libro extraordinario, escrito por Adalberto Santana: El narcotráfico en América Latina (Siglo XXI, 2004), mención del Premio Casa de las Américas 2003.

Profesor del Centro Coordinador y Difusor de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional Autónoma de México, Santana sorprende por el ágil, ordenado y conciso tratamiento de un asunto complejo y polifacético, a más del notable acopio bibliográfico y hemerográfico de las fuentes consultadas. Obra de lectura y consulta ineludible.