Una persona sospechosa de actividades con inconfundible aroma delictivo, que reside en un palacio-basílica llamado El Vaticano (los dictadores suelen elegir ese tipo de viviendas elefantiásicas, como El Pardo, El Eliseo, La Zarzuela), se dispone a viajar a Colonia, Alemania, para empaparse de lozanía entre una multitud de jóvenes fans católicos, apostólicos y romanos, aunque […]
Una persona sospechosa de actividades con inconfundible aroma delictivo, que reside en un palacio-basílica llamado El Vaticano (los dictadores suelen elegir ese tipo de viviendas elefantiásicas, como El Pardo, El Eliseo, La Zarzuela), se dispone a viajar a Colonia, Alemania, para empaparse de lozanía entre una multitud de jóvenes fans católicos, apostólicos y romanos, aunque sean de Sevilla, México o La Habana.
Ese personaje, aludido indirectamente en la tercera parte de «El Padrino» como uno de los brazos ejecutores del Papa Juan Pablo I*, es hoy el Vicario de Jesucristo en el planeta Tierra. El día de su elección, al ver la fumata blanca y escuchar el nombre del Cardenal escogido por el Espíritu Santo, se me erizó todo lo capilar. Desde la cabeza a las piernas.
Muchos no católicos, pero otra ingente cantidad de fieles pertenecientes a esa confesión, aguardaban que el sustituto del «bondadoso» Juan Pablo II no fuera precisamente el que salió. Ignoraban que Sus Eminencias Reverendísimas, tan democráticas ellas, estaban cumpliendo una parte importante del mandato de Bush. Hacía falta un Papa de esa calaña para meter a los católicos en una vereda estrecha y maloliente, para que no salieran a la calle a protestar por los vandálicos actos del asesino George W. de Washington, para que arriaran velas y se mantuvieran al pairo contemplando las guerras y bombardeos contra los infieles sin decir ni mú.*
El pasado del Cardenal saltó a los medios de inmediato para poner los pelos de punta a quienes ya los tenían erizados. El saludo a la romana del entonces simple sacerdote Ratzinger, fue disculpado por algunos argumentando la estupidez de que «era obligatorio en la Alemania nazi» alzar el brazo ante el César Hitler si no querías meterte en problemas.
Que me perdonen los católicos, pero con estas líneas no considero que ataco y desprecio sus creencias, sino que estoy advirtiéndoles del muladar donde se están metiendo por culpa de pecadores de primer orden como Bush, Berlusconi, Blair, Lech Walesa, Aznar, Juan Carlos de Borbón, Pinochet, Fox, etc. Seamos serios, señores. Crean ustedes en una vida eterna, en esa «otra vida» llena de salas inmensas como el Paraíso, el Infierno, el Purgatorio y el Limbo, que es donde normalmente se hallan la mayor parte de los humanos que sufren y disfrutan esta existencia, mucho más real que aquella. Pero lean, entérense de aquellas verdades contrastadas e investigadas que se han publicado en decenas de idiomas, sepan también que un sospechoso de asesinato, tráfico de influencias, corrupción, delitos financieros*, que blasona de sus ideales antidemocráticos, represor de aquellos que «siguen la doctrina de Cristo al pie de la letra», es hoy, porque les dio la bendita gana a sus eminencias, el representante de aquel profeta que murió en la cruz por decir, entre otras cosas, «Amaos los unos a los otros». Alguien como Ratzinger permaneció mudo cuando el mandato se trocó por «Mataos los unos a los otros».
Se dice entre lamentos, se pronuncia incluso por muchos sacerdotes, se afirma en las iglesias que no comulgan con ruedas de molino: «Si Cristo regresara a la tierra en este momento…», saben bien, ustedes, millones de creyentes, que tomaría el látigo en sus manos y se lanzaría hacia el tal Benedicto para propinarle una buena tunda, como hacen todavía algunos catedráticos de la Universidad de Oxford con los alumnos desviados.
Mefisto se dispone a recibir un baño de multitudes, va a Colonia a reunirse con miles de jóvenes católicos de todo el mundo. Pero no les hablará de arrepentimiento, ni de los crímenes cometidos durante los veinte siglos de papado, ni de las ejecuciones, quemas y palizas a creyentes de otras religiones, ni de las masacres de indígenas en medio mundo en nombre de Dios, ni de democracia, ni de la pedofilia en seminarios, obispados, colegios, monasterios e iglesias, ni de los hijos ilegítimos de muchos Vicarios, ni de los silencios cómplices cuando el mundo se vuelve fascista (Alemania, España, Italia, EEUU, Polonia, Francia). Como en el castillo del Rey Lear «algo huele a podrido en el Vaticano».
La historia de los Papas es todo, menos un tratado sobre la bondad, el heroísmo, la defensa de los débiles, del amor al prójimo, etc. Más bien es una retahíla inmensa de crímenes, venganzas, chantajes, mentiras y falsedades. No me extraña nada que Mefisto se vaya a Colonia a empaparse con ese agua. Lo precisa con urgencia.
*Nota bibliográfica:
En nombre de Dios. Autor: David A. Yallop. Editorial: Planeta.
Marcinkus, «el banquero de Dios». Autor: Leonardo Cohen & Leo Sist.. Editorial: Grijalbo.
El mito de Jesús. Autor: Arthur Drews. Ediciones Tántalo.
El discurso verdadero contra los cristianos. Autor: Celso. Editorial: Alianza Bolsillo.
Historia criminal del cristianismo y La política de los papas en el siglo XX. Autor: Karlheinz Deschner. Ediciones Martínez Roca. Del mismo autor: Historia sexual del cristianismo. Ediciones Yalde.
2000 años de tortura en nombre de Dios. Autor: Horst Herrmann. Ediciones Flor de Viento.
Elogio del ateísmo. Reflexiones sobre un debate. Autor: Gonzalo Puente Ojea. Ediciones Siglo XXI.
Los papas pecadores. Autor: Antón Casariego. Ediciones Celeste.
Vicarios de Cristo, la cara oculta del papado. Autor: Peter da Rosa. Ediciones Martínez Roca.
Mentiras y crímenes en el Vaticano. Editorial: Ediciones B.