La publicación socialista mensual Kaldiraç, me han planteado dos preguntas: primera, ¿cómo caracterizar la actual crisis del sistema capitalista?, y segunda, ¿cómo luchar contra ella? PRIMERA RESPUESTA: ¿QUÉ ES LA CRISIS? 1. CINCO CARACTERÍSTICAS 2. TEORIA MARXISTA DE LA CRISIS 3. INTERACCIÓN, COMPLEJIDAD Y «NUEVA» CRISIS: SEGUNDA RESPUESTA: ¿CÓMO LUCHAR CONTRA LA CRISIS? 4. PREPARARSE […]
La publicación socialista mensual Kaldiraç, me han planteado dos preguntas: primera, ¿cómo caracterizar la actual crisis del sistema capitalista?, y segunda, ¿cómo luchar contra ella?
PRIMERA RESPUESTA: ¿QUÉ ES LA CRISIS?
1. CINCO CARACTERÍSTICAS
2. TEORIA MARXISTA DE LA CRISIS
3. INTERACCIÓN, COMPLEJIDAD Y «NUEVA» CRISIS:
SEGUNDA RESPUESTA: ¿CÓMO LUCHAR CONTRA LA CRISIS?
4. PREPARARSE PARA LAS CRISIS INEVITABLES
5. LA ACTUALIDAD DE LA REVOLUCION COMO HORIZONTE PRESENTE
6. CONTRAPODER, DOBLE PODER Y PODER POPULAR
7. SOCIALISMO O BARBARIE, COMUNISMO O CAOS
1.- CINCO CARACTERÍSTICAS
Para comprender la actual crisis del capitalismo debemos recurrir al método dialéctico. Volver a Hegel es lo que hizo Marx cuando necesitó penetrar en los secretos más profundos de la explotación asalariada, y nada de la crítica marxista de la economía política se entiende si no es utilizando la dialéctica. Teniendo esto en cuenta debemos considerar cuatro cuestiones: una, el modo de producción capitalista funciona en base a leyes tendenciales movidas por el choque de contradicciones irreconciliables, de modo que la naturaleza, la esencia, del capitalismo está siempre agitándose, bullendo y en tensión interna causada por el choque imparable entre, por un lado, su ciega necesidad de acumulación ampliada en manos de la minoría propietaria de las fuerzas productivas, y por otro lado, el carácter social de la producción realizada por la mayoría trabajadora que carece de todo excepto de su fuerza de trabajo.
A esta contradicción hay que unir otra, la que existe entre los propios burgueses, la competencia interna por enriquecerse unos a costa de los otros, lo que por un lado impulsa la tecnificación de cada empresa pero, por otro lado y a escala total, determina el irracionalismo del conjunto del sistema capitalista. Esta contradicción interna refleja la lucha cainita entre burgueses enfrentados a muerte por quitarse los negocios los unos a los otros, o sea al canibalismo burgués que se expresa en la competencia. Todo esto hace que la evolución del capitalismo sea siempre inestable y desequilibrada, logrando fugaces momentos de estabilidad y equilibrio muy transitorio que desaparecen en poco tiempo.
Dos, ésta y otras contradicciones inherentes al capitalismo son esenciales, forman su identidad básica y obligatoria, su contenido genético-estructural obligado en este modo de producción, mientras que las formas concretas, superficiales y externas, con las que aparecen tales constantes internas, es decir su continente histórico-genético, adquieren expresiones muy diferentes en su apariencia, expresiones que dependen de las historias particulares de cada sociedad, de cada pueblo, de cada formación económico-social.
Podemos decir a modo de símil que las corrientes subterráneas que recorren las profundidades del capitalismo nunca se detienen, siempre están moviéndose, aunque en la superficie oceánica reine una calma transitoria, una quietud mortecina que, sin embargo, tarde o temprano termina agitándose y luego, si confluyen determinadas dinámicas, concluye en un ciclón o huracán devastador. Podemos recurrir también al símil de la deriva de los continentes y de los flujos inmensos del magma en el interior de la Tierra, bajo su corteza externa que parece ser eternamente inmóvil, pero que se mueve en todo momento aunque de forma imperceptible, y que estalla abruptamente en corrimientos de tierra, géiseres, volcanes, terremotos y otros cataclismos.
Tres, volviendo al capitalismo, las crisis no son meramente posibles, sino que son necesarias e inevitables. Como veremos al contestar a la segunda pregunta, esta tesis marxista confirmada por toda la experiencia histórica, es decisiva para entender la absoluta oposición entre la práctica reformista y la revolucionaria. Las crisis son necesarias porque responden a las leyes tendenciales, a las contradicciones internas, a la esencia del capitalismo, aunque existen varias formas básicas de crisis parciales, muchas interrelaciones entre esas crisis parciales y, sobre todo, diferentes temporalidades, fases u ondas de gestación, estallido y duración de las crisis, en especial de las estructurales, las que afectan a la totalidad del sistema y a sus capacidades de recuperación.
La posibilidad objetiva de la crisis está dada en las propias dificultades del sistema económico en su forma más simple y básica para transformar el producto del trabajo social en beneficio privado, y conforme la economía se complejiza y avanza el peso decisivo de la esfera de la producción de medios de producción, es decir, la producción industrial, según avanza esta dinámica la posibilidad se transforma en probabilidad y ésta, finalmente, en necesidad, en ineluctabilidad.
Cuatro, la razón que explica el ascenso imparable del Estado y de sus burocracias en el desarrollo del capitalismo, como se ha vuelto a demostrar ahora mismo, en la actual crisis mundial, es precisamente la creciente necesidad que atosiga a la burguesía para contrarrestar los obstáculos, frenos y limitaciones siempre en aumento que ralentizan la obtención de beneficios y que impulsan el surgimiento de las crisis, su tendencia a confluir en una crisis única, total y sistémica, como los riachuelos confluyen en el río hasta hacer que este desborde todas las presas y canalizaciones, arrasándolo todo a su paso. La función básica del Estado y de la política burguesa, que es la economía concentrada, no es otra que la de impedir el estallido de la revolución, o en caso extremo ahogarla en un baño de sangre.
Mientras que las crisis del capital son necesarias e inevitables, la revolución social es necesaria pero no es inevitable, puede ser abortada o exterminada, y el Estado es el encargado de lograr que la necesidad de la revolución no se realice, fracase antes incluso de que las masas explotadas tomen conciencia de su necesidad. La diferencia radica, como veremos en la segunda respuesta, en que la crisis estalla por razones objetivas, por contradicciones internas insalvables, mientras que la revolución exige imperiosamente la acción de la conciencia política, teórica y éticamente formada y que ha prendido en el seno de la humanidad trabajadora, llegando a ser por ello una fuerza material. El Estado burgués tiene el objetivo prioritario de impedir que surja, crezca y actué la conciencia revolucionaria como fuerza material.
Y cinco, la razón última de la crisis en su expresión más aguda es la acción histórica de la ley tendencial de caída de la tasa media de ganancia. Esta ley sostiene que la tasa media de ganancia tiende a descender a largo plazo porque cada vez hay que invertir más capital por cada unidad de ganancia obtenida, es decir, si hace veinte años, por ejemplo, para obtener una tasa de ganancia de 10 euros había que invertir otros 10 euros en máquinas, materias primas y salarios, ahora, veinte años después, para obtener esos mismos 10 euros hay que invertir 15 ó 20 euros en máquinas y salarios, es decir, que la rentabilidad media decrece ya que para cada euro de ganancia hay que gastar cada vez más capital en todo el proceso. Dicho en otras palabras, con el tiempo cada euro de ganancia cuesta más caro, es más costoso de obtener y por ello mismo se reduce la tasa media de beneficio.
El concepto de rentabilidad lo usan los burgueses pero ahora nos puede servir, sobre todo si ponemos el símil de la rentabilidad agrícola: para que un campo produzca 10 toneladas de trigo hace dos décadas había que gastar 10 euros en abonos, máquinas, salarios, etc., pero ahora para obtener esa misma cantidad de trigo, 10 toneladas, hay que gastar 15 ó 20 euros por que la tierra se ha empobrecido, los tractores son más caros, etc., por lo tanto, el precio de la tonelada sube con los años y si los precios de mercado se mantienen igual, las ganancias descienden. Volviendo a la producción industrial sucede lo mismo pero a otra escala más decisiva porque para producir una unidad de ganancia cada vez se ha de adelantar más cantidad de capital en forma de máquinas, instalaciones, salarios, etc., lo que hace descender la tasa media de beneficios.
2.- TEORIA MARXISTA DE LA CRISIS
La ley tendencial de la caída de la tasa o cuota media de ganancia puede ser y de hecho es contrarrestada por la deliberada intervención burguesa que, con la ayuda de su Estado, logra detener sus efectos y hasta revertirlos, logrando incluso períodos de subida de la tasa de ganancia. Las medidas que contrarrestan la tendencia descendente nos remiten al papel de la lucha de clases, a la lucha de emancipación de los pueblos oprimidos y a la intervención de los poderes estatales, sean los imperialistas o de las naciones que se resisten al imperialismo. Pero a la larga, y como ha demostrado la historia una y otra vez, pierden efectividad las medidas impuestas por la burguesía para contrarrestar esta ley tendencial de caída, que empieza de nuevo a minar los pilares del capitalismo en lo decisivo para su supervivencia: la acumulación ampliada de capital.
Conforme se acelera el descenso de los beneficios en ramas productivas y económicas enteras, los capitales que además luchan entre ellos por robarse los unos a los otros, también huyen de las ramas improductivas y se vuelcan en las ramas que todavía rinden más beneficios, hasta que saltando de quiebra en quiebra se lanzan masivamente a la especulación financiera, a la ingeniería bursátil de alto riesgo, a la corrupción generalizada y a la economía sumergida, alegal e ilegal. Se forman las burbujas financieras, inmobiliarias, especulativas, y el capitalismo real, el productivo, se ahoga en un mar de deudas impagables. Las masas de capital ficticio, de economía de papel, de dinero electrónico, de bonos basura y de negocios envenenados llegan a ser astronómicas en comparación a la economía real, a las reservas fungibles almacenadas en los bancos centrales y privados. Al final se desploma el montaje tramposo y aparece la realidad trágica de la crisis sistémica.
Marx explicó la ley tendencial de la caída de la tasa media de ganancia en el tercer libro de El Capital, y en los dos libros anteriores fue sentando las bases teóricas explicativas necesarias para comprender plenamente la vigencia histórica de dicha ley tendencial, como ha quedado demostrado por la historia. Esta metodología dialéctica que exige tener en cuenta la totalidad del problema, no ha sido respetada por muchos investigadores que se han limitado a repetir frases o párrafos sueltos, aislados de la totalidad de la investigación. Incluso hay quienes se limitan a obras muy anteriores a El Capital, por ejemplo al Manifiesto Comunista. Olvidando el método dialéctico y cayendo en la parcialidad de las citas aisladas y estáticas, se pueden encontrar en Marx varias «teorías» de la crisis: la de la desproporción entre los sectores primero y segundo, la de la sobreproducción, y la del subconsumo, básicamente.
Todas ellas son ciertas siempre y cuando se apliquen estrictamente en sus muy concretos límites, pero son inservibles cuando se las extrapola, se las estira más allá de su realidad puntual, y cuando se pretende explicar la crisis sistémica en su totalidad, que es mucho más que la simple suma de sus crisis particulares, con esas teorías parcialmente válidas en aislado. Para estudiar la crisis del capital es su plena destructividad global hay que llegar al libro tercero de El Capital, es decir, a la tendencia a la caída de la tasa de beneficios y desde aquí comprender cómo funcionan cada una de las teorías parciales, de las crisis particulares o subcrisis, pero siempre como partes insertas en una teoría más amplia.
Lo que ahora mismo sucede es que, como veremos más adelante, el capitalismo impuso desde los ’80 del siglo pasado una política salvaje de liberalización financiera inseparable de la política neoliberal, destinada a extraer enormes sobreganancias mediante la especulación financiera más suicida. Y lo hizo creyendo que así podría salir por fin de la prolongada crisis de acumulación que el sistema del capital arrastra con altibajos desde finales de los ’60, y agudizada desde 1973. Todavía más, la razón de esta crisis de acumulación sostenida con altibajos no es otra que la lenta acción de la tendencia a la caída de la tasa de ganancia.
Desde los ’80 ha habido repuntes puntuales en determinados Estados que han hecho creer a algunos que la crisis estaba definitivamente superada y que el capitalismo iniciaba de nuevo una larga y sostenida onda larga de expansión con superiores tasas de ganancia. Pero no ha sucedido así, como lo demuestran todos los estudios serios y rigurosos. Desde verano de 2007 y más crudamente desde el de 2008, el sistema del capital se está precipitando en el fango de una realidad de estancamiento o de crecimiento tan débil que no puede dar el salto a la recuperación sostenida en el tiempo, y esto porque asistimos a la subsunción de las crisis parciales en una crisis total «nueva», según la categoría dialéctica de la totalidad en movimiento.
Dicho de otro modo, sobre el fondo histórico de una real y perdurable crisis de acumulación de capital en los sectores industrial y comercial debido a la impresionante sobreproducción excedentaria que muy difícilmente encuentra salida en los mercados mundiales, o no los encuentra para cada vez más capitales sobrantes, y su consiguiente efecto negativo sobre la demostrada declinación del PIB mundial, desde entonces hasta ahora, sobre este fondo histórico innegable de caída tendencial de la tasa de beneficios, han ido estallando sucesivas crisis parciales y específicas, que han terminado por confluir, fusionarse, sintetizarse como totalidad sistémica en una crisis «nueva» que, empero, se sustenta en la prolongada crisis de sobreacumulación excedentaria en el sector industrial, el decisivo porque es el que produce bienes de producción, crea valor y por el tanto el grueso del plusvalor y de la plusvalía.
Las «teorías» parciales dan cuenta de los problemas y de las crisis igualmente parciales, pero no dan una explicación completa de la crisis en su esencia profunda, como período prolongado de desvalorización extremadamente violenta, brutal, de las enormes masas de capitales sobrantes, improductivos, que pesan como plomo en el interior del capitalismo agudizando al máximo todas sus contradicciones irreconciliables.
Sin embargo y a pesar de sus limitaciones cuando se las extrapola, estas «teorías» parciales explican mejor la actual crisis que las tonterías dichas por los intelectuales burgueses en su afán por exculpar al capital del desastre. Cronológicamente expuesto, han surgido hasta ahora tres grandes excusas burguesas sobre la crisis. La primera ha sostenido que la causa ha sido el egoísmo y la avaricia de los «jugadores en bolsa», que se han lanzado sin freno a la especulación abusiva sin reparar en los efectos posteriores.
La segunda ha sostenido que el «egoísmo innato» e «instintivo» había sido controlado mal que bien hasta mediados de los ’80 por los sistemas de regulación bancaria y financiera, pero que la liberalización y la desregulación absoluta potenciada desde finales de los ’80 ha permitido que la «avaricia humana» se desbocara cayendo en la absoluta locura, en la corrupción generalizada, lo que ha impactado demoledoramente sobre la «psicología» y la «confianza» del inversor que movido por el pánico ha retirado sus ahorros del mercado de dinero.
La tercera, más reciente, sostiene que la persistencia de la crisis a pesar de los llamados «brotes verdes» es debida ahora no al egoísmo humano en general, sino en particular al egoísmo, por un lado, de la clase trabajadora que con sus exigencias de mayores sueldos, pensiones y prestaciones sociales retrasan la recuperación, y por otro lado, de los pueblos «atrasados y pobres» que se obstinan por no colaborar con las propuestas «más sensatas» de los países del «centro» y del «norte», y un ejemplo al respecto lo tenemos en las excusas dadas por el imperialismo para justificar el resultado de la Cumbre de Copenhague sobre el cambio climático, cumbre boicoteada por las grandes transnacionales apoyadas por sus Estados imperialistas.
Como se aprecia, el fondo argumental de las tres excusas es el mismo: los «bajos instintos» de la especie humana, aunque al final descargando toda la responsabilidad sobre las clases y naciones explotadas, de la misma forma en que los hombres echan la culpa de sus desgracias a la «maldad congénita» de las mujeres. Frente al marxismo que sostiene las razones objetivas y materiales, históricas, de las crisis, la propaganda burguesa ha retrocedido al idealismo en sus dos versiones, el subjetivo y el objetivo. El idealismo subjetivo aparece en el «argumento» de la avaricia individual, del egoísmo humano, de modo que desaparece la realidad mensurable, cognoscible y transformable y retrocedemos a las viejas creencias en las fuerzas subjetivas de las personas consideradas individualmente. El idealismo subjetivo, ya latente en la escuela clásica de la economía política burguesa desde finales del siglo XVIII, fue reforzado y elevado a tesis central con la escuela neoclásica o marginalista un siglo más tarde, y reactulizado con la ideología neoliberal para las necesidades del imperialismo desde la segunda mitad del siglo XX.
El idealismo objetivo estaba explícitamente defendido en la escuela clásica con la tesis de «la mano invisible del mercado» en cuanto fuerza objetiva incomprensible en última instancia, y que se regula a sí misma al margen de la voluntad humana. El idealismo objetivo reaparece cuando la burguesía culpa a la clase trabajadora, a una realidad social objetiva e innegable, de ser ya de facto la que prolonga la crisis. Hace unos años esta misma intelectualidad afirmaba que el proletariado ya no existía, que las clases sociales habían desaparecido para dejar el espacio al «ciudadano», pero ahora resucita de la nada al proletariado para culpabilizarle de todo. Son las maravillas mistéricas y esotéricas de la sociología, «ciencia social» que vale para justificar cualquier necesidad del capitalismo.
3.- INTERACCIÓN, COMPLEJIDAD Y «NUEVA» CRISIS:
La teoría marxista afirma que la lucha de clases y de liberación nacional, las resistencias y reivindicaciones de las personas oprimidas, agudizan las crisis del capitalismo, reducen los beneficios de la burguesía, generan intranquilidad en el capital en su conjunto y especialmente en el capital financiero, disminuyendo préstamos e inversiones no rentables a corto plazo, lo que acelera las burbujas especulativas y los riesgos de crisis financieras. Pero sostiene, a la vez, que las causas de las crisis sistémicas son más profundas y complejas, y que al final de su estudio aparece siempre la acción lenta de la ley tendencial de caída de la tasa media de beneficios. De hecho ésta también es la razón de la crisis actual y de su «novedad» si la comparamos con las anteriores. Entrecomillamos lo de la «nueva» crisis para remarcar la vigencia de las categorías dialécticas de lo «nuevo» y lo «viejo» dentro de lo permanente, de lo esencial y constante de un proceso largo, en este caso del capitalismo.
De hecho, todos los aspectos «nuevos» de la actual crisis, como los efectos del calentamiento global, los costos de las hambrunas y de las pandemias, la «independencia» del capital financiero con respecto al capital industrial, el agotamiento de los recursos energéticos, las caídas y los auges en la jerarquía imperialista, las fases de victorias y derrotas militares de los imperialismos hegemónicos, los agotamientos de los sistemas de legitimidad burguesa establecidos y la tardanza en la reelaboración de otros nuevos, etc.; estas realidades que ahora sorprenden a los ignorantes son en realidad «viejas», pudiendo rastrearlas algunas de ellas en el siglo XIX, y otras incluso antes. Lo que ocurre ahora es que están, por un lado, mucho más agravadas y extendidas que hace siglo y medio, y que, por otro lado, ahora interactúan entre ellas más intensa y rápidamente debido a la total mundialización de la ley del valor-trabajo, lo que hace que el resultante definitivo de la confluencia de tantas crisis parciales, o de subcrisis concretas, como queramos definirlas, sea una crisis global superior a las anteriores, una crisis sistémica, o de civilización, más grave que las anteriores.
Independientemente del adjetivo que cada autor marxista quiera poner al sustantivo «crisis» –«crisis sistémica», de «acumulación», de «civilización», «global», «estructural», etc.,–, lo decisivo es que el sistema capitalista se encuentra sumido en un marasmo grave que revela con formas «nuevas», mucho más agravadas, todas las «viejas» contradicciones de este modo de producción. La dialéctica nos explica que en un proceso de complejidad creciente existe una interacción entre las causas y los efectos, de modo que unas y otros se mutan, se transforman unas en otros y viceversa según la dinámica de la unidad y lucha de los contrarios. Por ejemplo, las crisis específicas del capital industrial, comercial y financiero existen como tales y tienen fases propias de gestación, estallido y solución, pero en ciertas condiciones y debido a la tendencia a la totalidad e interacción sistémica de los diversos procesos del capital, las diferentes crisis industriales, comerciales y financieras pueden terminan y terminan dando cuerpo a una crisis general aunque el detonante, la chipa que prende el incendio del proceso definitivo de crisis estructural haya sido el capital financiero, como es el caso de la crisis presente total.
Más aún, esta dinámica tendencial a la integración de las crisis industriales, comerciales y financieras es ya una realidad permanente en el actual capitalismo, de modo que hace falta mucho menos tiempo que antes para que cualquier pequeño problemita en cualquier esfera económica, social, política, cultural, militar, etc., en cualquier parte del mundo, se fusione rápidamente con otros problemas aparentemente aislados acelerando así el tránsito de los desórdenes y dificultades parciales al caos general.
Desde la segunda mitad de los ’80 del siglo XX y por decisión primera del imperialismo yanqui y casi simultáneamente del británico, los Estados burgueses y la gran banca, en alianza dirigida por una decisión estratégica tomada por el capital financiero-industrial, empezaron a liberalizar y a desregular los movimientos de capital, dándoles cada vez más libertades para superar no sólo los controles internos a los Estados de modo que el capital financiero adquiriera más libertad de movimiento en su interior, sino también y sobre todo para, por un lado, romper sus controles externos, es decir que los Estados no tuvieran más remedio que dejarse invadir por el capital financiero yanqui y británico en una primera y decisiva oleada; y por otro lado, destruir los controles internacionales para permitir la impunidad absoluta a escala mundial a los negocios financieros y bursátiles, cerrando los ojos a la definitiva fusión entre la economía legal, alegal e ilegal en todo lo relacionado con los movimientos de capitales mediante la ampliación de los denominados «espacios grises», los «paraísos fiscales», la «ingeniería financiera», etc.
La corrupción parasitaria y criminal, que en absoluto es «nueva» sino tan «vieja» como el mismo capital-dinero, incluso en el precapitalismo, adquirió desde entonces carácter de naturaleza interna al capitalismo actual, como queda demostrado a diario. Uno de los objetivos más codiciados por esta desregulación suicida a medio plazo era y es el de absorber, privatizar y lanzar al mercado enloquecido de la especulación los fondos públicos, los fondos de pensiones y de jubilaciones, de la seguridad social, de las mutuas y de las asociaciones sin afán de lucro privado como las cajas de ahorro, las cooperativas y un largo etc., que han acumulado grandes capitales que, por ley, no pueden ser lanzados indefensos, atados de pies y manos, al océano de los tiburones especuladores.
Superficialmente, a simple vista, detrás de la liberalización financiera parecía que sólo actuaba la ciega codicia de los inversores norteamericanos y británicos, cosa que era y sigue siendo cierta en parte, ya que en realidad y sin negar la responsabilidad que corresponde a semejantes bandoleros y saqueadores, este salto al abismo, como ha resultado ser, era la opción falsa y desesperada para salir del largo estancamiento y hasta retroceso del PIB mundial desde finales de los ’60 del siglo XX, del que hemos hablado arriba. Cuando el tiempo transcurrido entre 2007 y 2009 demostró que la excusa de la avaricia, a la «falta de confianza» y hasta a la supuesta «crisis psicológica» del inversionista, se fue creando la excusa de los fallos del mercado financiero y de la necesidad de regularlo, surgiendo así la propuesta tramposa de una supuesta «refundación del capitalismo». Por último, cuando nada de esto sirve, o cuando sólo sirve para generar unos muy pequeños «brotes verdes», el capital arremete directamente contra las clases y naciones explotadas, acusándoles de todos los males, según hemos visto. Pero el problema real es otro muy diferente al presentado por las excusas burguesas: se trata de que han fracasado las medidas tomadas desde finales de los ’60 y de que, a la vez, se han agudizado otros problemas que repercuten negativamente sobre la tasa media de beneficios.
La «nueva» crisis es así la «vieja» crisis de sobreacumulación excedentaria que persiste desde aquellos años pero exacerbada al máximo tanto por el empeoramiento de la crisis ecológica y medioambiental, que está a punto de dar el salto cualitativo a la catástrofe, la crisis del agotamiento inexorable de los recursos básicos, etc., como por el fracaso de las medidas sucesivamente aplicadas por los Estados. Por ejemplo, desde una perspectiva histórica, que es como hay que estudiar el desarrollo de las crisis del capital, han terminado fracasando el neokeynesianismo militar aplicado masivamente desde los ’80, el neoliberalismo salvaje, la financierización extrema, la pomposa «nueva economía de lo inmaterial y de la inteligencia», la industria de la alimentación transgénica que debería haber acabado con el hambre mundial tras el anterior fracaso de la «revolución verde», las invasiones militares del imperialismo contra los pueblos poseedores de los por ahora insustituibles recursos energéticos, y por no extendernos, está fracasando la contraofensiva estratégica a escala mundial lanzada por los EEUU desde comienzos de los ’80 para contener y revertir su declive como superpotencia mundial parasitaria que compensa con el saqueo exterior el deterioro de su capacidad productiva interna.
La «nueva» crisis está actualizando las «viejas» soluciones burguesas a las crisis anteriores. La crisis de mediados del siglo XIX, que cerraba la larga fase iniciada a finales del siglo XVIII, fue resuelta por la burguesía con el exterminio militar de la oleada revolucionaria de 1848, con una guerra contrarrevolucionaria implacable, y con otras medidas anexas que sería prolijo relatar. La crisis de finales del siglo XIX fue resuelta mediante la multiplicación exponencial de las agresiones a los pueblos no eurocéntricos, las negociaciones europeas para repartirse África, el endurecimiento del militarismo yanqui, el control represivo del movimiento obrero y especialmente, dando el paso al imperialismo lo que terminó causando la terrible masacre de la guerra mundial de 1914-18. La crisis de los años ’30 fue resuelta con el inhumano exterminio de la guerra mundial de 1939-45, que superó a la anterior guerra.
No hace falta decir que aparte de estos conflictos hubo decenas de otras guerras brutales y sanguinarias en extremo, genocidios silenciados y hasta negados por la historiografía burguesa, así como medidas sociales, políticas, económicas e ideológicas caracterizadas por su autoritarismo reaccionario incluso en las aplicadas por burguesías «democráticas». La «nueva» crisis lleva al paroxismo las «viejas» reflexiones ultra reaccionarias y pesimistas de la derecha más fanática: los peligrosos enemigos internos y externos que desean destruir la civilización occidental, debilitada por su decadencia moral y costumbrista, por la pérdida de sus valores eternos, de su cristianismo y de su sentido de la propiedad.
La «nueva» crisis reaviva la doble «vieja» opción capitalista pero adaptada a las necesidades actuales: una, recurrir a regímenes bonapartistas, militaristas, neofascistas y dictatoriales allí en donde su dominación corra el inminente riesgo de ser derrotada por las clases y naciones explotadas; y otra, recurrir a regímenes presidencialistas de «democracia dura», de Estado fuerte, con capacidad para realizar un control de masas basado en un sistema contrainsurgente omnilateral sustentado a su vez en una capacidad relativa de integración social mediante concesiones secundarias pero manipuladas propagandísticamente, es decir, Estados burgueses que gracias a su alta productividad interna como al masivo saqueo imperialista externo pueden mantener cierto consenso y alienación integradora que capas sociales que sirvan de colchón amortiguador de las tensiones y de las represiones de la disidencia. Naturalmente, existen tantas variantes de cada opción como combinaciones entre ellas. Por último, estas opciones y las alternativas burguesas a la crisis dependerán del desarrollo de la lucha de clases por lo que nos extenderemos sobre ellas en la respuesta a la segunda pregunta.
SEGUNDA RESPUESTA: ¿CÓMO LUCHAR CONTRA LA CRISIS?
4.- PREPARARSE PARA LAS CRISIS INEVITABLES:
Cuanto más grave y extensa es una crisis, cuantos más sectores sociales son afectados por ella y cuanto más debilita la legitimidad burguesa y su capacidad de mantener integrada y pasiva a la población alienada, tanta más importancia adquiere la lucha de clases en su unidad de contrarios antagónicos: por un lado, la lucha revolucionaria que busca ampliar las alianzas con los sectores sociales menos concienciados, y por el opuesto, la decisión de la burguesía no sólo por reprimir a la clase revolucionaria y a sus organizaciones internas, sino también por movilizar las fuerzas irracionales autoritarias y contrarrevolucionarias que dormitan en el seno de la sociedad y que, al ser azuzadas, se expresan con salvajismo fascista, racista y patriarcal. Aunque la lucha de clases en su expresión política revolucionaria va siempre por detrás de la lucha de clases en su forma elemental por las mejoras salariales, y aunque ésta va siempre por detrás del agravamiento de la crisis, siendo cierto esto, no lo es menos que dependiendo de si de dan una serie de circunstancias que analizaremos, tiende a estrecharse una ágil dialéctica entre la crisis económica y la crisis política que se expresa en la crisis revolucionaria.
Una organización ha de actuar siempre teniendo en cuenta, primero, la inevitabilidad de las crisis; segundo, que durante ellas y aprovechando las nuevas condiciones objetivas puede acelerarse la marcha histórica orientándola hacia la revolución en cuanto posibilidad inserta en la crisis que deviene en probabilidad y por fin en realidad durante la misma lucha de clases; y, tercero y sobre todo, que esta dinámica que avanza de la posibilidad a la realidad, a los hechos, como expresión de que las contradicciones han llegado a un punto crítico de no retorno, al salto cualitativo que abre el camino de la toma del poder político o de la derrota a manos de la contrarrevolución, de que este dinámica expresa el muy poco tiempo decenios de historia.
Es decir, de que se produce una aceleración súbita del tiempo histórico en la que se concentran todas las fuerzas antagónicas enfrentadas mortalmente y de que, por tanto, una derrota en ese momento crucial supone un retroceso que necesitará un trabajo heroico de varias generaciones para recuperarse y llegar a una situación semejante a la anterior, en la que la posibilidad latente vuelva a materializarse en necesidad realizada. Pues bien, esta triple consideración es lo que el bolchevismo, en palabra de Lukács al hablar sobre Lenin, definió como «actualidad de la revolución».
Prepararse para las inevitables crisis futuras significa que la organización revolucionaria orienta todas sus fuerzas hacia una única dirección: la toma del poder político por la clase trabajadora. Conectar ese objetivo tan lejano con el presente y argumentarlo mediante una teoría que demuestre que es posible hacerlo, más todavía, que demuestre que es necesario, que es la única alternativa posible para, primero, combatir en el presente los efectos devastadores de las crisis y, en el futuro, acabar con sus causas reales, con el capitalismo, mediante la instauración de un Estado obrero basado en la democracia socialista, realizar esta tarea exige que la organización revolucionaria disponga de cuadros militantes muy formados y experimentados en la explicación pedagógica de la teoría marxista en el interior del pueblo trabajador, en las fábricas, talleres, campos, escuelas, universidades, ciudades, pueblos, etc.
Sin un conocimiento práctico de la teoría marxista es imposible realizar lo aquí dicho. Por conocimiento práctico hay que entender lo opuesto a la memorización dogmática de un manual carente de vivacidad dialéctica, sino una autocrítica colectiva y permanente entre una práctica basada en la teoría y una teoría que se contrastada en todo momento por la práctica.
5.- LA ACTUALIDAD DE LA REVOLUCION COMO HORIZONTE PRESENTE:
La lucha básica y esencial contra cualquier crisis no se altera, no cambia en su contenido y finalidad histórica dependiendo de cómo sea ésta, de su gravedad, extensión y duración, de que sea una crisis transitoria, parcial y corta, que afecta solamente a un área de la realidad capitalista, o de que sea una crisis como la actual, síntesis superior de todas las pequeñas al subsumirlas en ella, prolongada y que afecta a la totalidad del sistema porque es una crisis de acumulación, estructural, de civilización, sistémica, o como queramos denominarla, sin entrar ahora en precisiones que nos exigirían más espacio del disponible.
Al margen de su alcance y gravedad, todas las crisis muestran las limitaciones insalvables del capitalismo, unas más que otras y en formas externas diferentes, pero todas sacan a relucir las contradicciones básicas de la explotación capitalista. Es por esto que todas ellas son necesarias e inevitables, aunque sus tiempos de incubación, estallido y resolución sean diferentes dependiendo de su naturaleza secundaria o estructural. Las crisis financieras, comerciales e industriales aisladas y cortas, pueden ser incluso retrasadas y suavizadas por las medidas preventivas tomadas por el Estado y otras instituciones burguesas, pero resurgen tarde o temprano y tienden a confluir en crisis más grandes porque responden a las mismas contradicciones irresolubles.
La actualidad de la revolución encuentra en esta teoría su incuestionable argumento: dado que en toda pequeña crisis anida siquiera embrionariamente una gran crisis del capital, por ello mismo en toda pequeña crisis late un germen de conciencia socialista que puede llegar a ser un incontenible movimiento revolucionario. La teoría marxista de la actualidad de la revolución es la que explica por qué y cómo se puede lograr que esa posibilidad latente se transforme en una creciente probabilidad y, después, en una necesidad imparable que de paso a una realidad victoriosa. El marxismo expone esta dinámica en forma de teoría positiva, pero la burguesía no tiene más remedio que aceptarla y lo hace en forma de teoría negativa, o dicho por boca del ministro de orden público del canciller alemán Bismarck a finales del siglo XIX: en toda pequeña huelga late la revolución socialista.
En realidad, los poderes opresores de todas las épocas, desde que existe la explotación, han sabido de la veracidad de esta tesis y aunque no la racionalizaran en forma de teoría sí la asumían empíricamente. La censura y persecución de las herejías y heterodoxias, de las utopías, de los milenarismos y de los mitos justicialistas, así como la represión preventiva o directa e inmediata de las protestas sociales por pequeñas e incipientes que fueran, esta inhumana y sangrienta experiencia histórica confirma la validez de la teoría marxista de la actualidad de la revolución.
La diferencia que separa al socialismo utópico y al reformismo, por un lado, del marxismo por el otro, es que los primeros ni pueden ni quieren aceptar la necesidad de las crisis y por tanto el hecho de que, vista en perspectiva histórica, la revolución sea una actualidad presente en todo momento, aunque en forma embrionaria según el antagonismo alcanzado por el choque de las contradicciones. El socialismo utópico no podía comprender esta realidad porque se movía dentro de la restringida visión de la «justicia social», del «salario justo», de que las causas de las crisis radican en una «injusta distribución de la riqueza» y no en la existencia de la propiedad privada, de la explotación y de la dictadura del salario, en la realidad objetiva de la plusvalía y de la ganancia, etc., y por ello, por esta limitación, no podían dar el salto a lo que Engels denominó muy correctamente como socialismo científico.
El reformismo tiene todavía más responsabilidad que el socialismo utópico porque, a diferencia de éste, que desconoció la aplastante experiencia histórica posterior, el reformismo sí la ha conocido, y la conoce ahora mismo, en la crisis actual, y por el contrario ha tomado y toma conscientemente medidas destinadas a encadenar al movimiento obrero a las tonterías sin futuro alguno de las simples reformas salariales no insertas en la práctica de acumulación de fuerzas revolucionarias. Un ejemplo de las impotencias del socialismo utópico y de la responsabilidad del reformismo, lo tenemos en el anarquismo, que sigue atado a la ideología del socialismo utópico pese a toda la experiencia acumulada, y que a la vez es el «hermano gemelo del reformismo» pese a su fraseología aparentemente radical, como muy bien ha sido denominado.
Estas corrientes tienen el común varios errores estratégicos de los que ahora sólo podemos criticar el que concierne a su incapacidad para entender la dialéctica del poder, es decir, el hecho demostrado de que si bien las crisis estructurales responden en su origen a razones económicas, sus salidas en uno u otro sentido, el burgués o el proletario, sólo son posibles mediante victorias político-económicas, victorias en la que el factor decisivo es el poder político y después el conjunto de medidas económicas que se imponen gracias a la fuerza política conquistada. Por esto, una vez más, el Estado es un instrumento clave. Naturalmente, cuando hablamos de poder político lo hacemos desde el marxismo, desde el poder político como quintaesencia de la economía, como su concentrado, y a la vez, como poder teórico, ético y conscientemente asentado en la democracia socialista, en la democracia de los consejos y de los soviets del pueblo en armas.
El socialismo utópico, el anarquismo y el reformismo especialmente, no pueden y no quieren comprender la dialéctica del poder como única alternativa a la crisis del capital. Una dialéctica que integra simultáneamente a la dialéctica entre reforma y revolución, mostrando que no son dos cosmos irreconciliables y aislados absolutamente entre ellos, sino la unidad de dos polos que interactúan a lo largo del proceso histórico. Centrándonos en el reformismo, no sólo sobrevalora la reforma y la mitifica hasta elevarla al único método posible, sino que a la vez actúa directa o indirectamente contra la revolución.
El marxismo sostiene que existe una dialéctica entre reforma y revolución; entre la lucha inmediata y acorto plazo por victorias tácticas, puntuales y pequeñas, y la lucha mediata y a largo plazo por la toma del poder; entre el programa mínimo que debe aplicarse en el presente, en las reivindicaciones menores, pero importantísimas para que las masas explotadas aprendan, pierdan el miedo y tomen conciencia histórica, y el programa máximo que debe conquistarse y aplicarse en el futuro mediante los instrumentos de poder del Estado obrero; entre las tácticas, los medios y las formas de lucha actuales, y las estrategias, los fines y los objetivos históricos irrenunciables.
Esta dialéctica entre el presente y el futuro, que se sustenta en el conocimiento teórico elaboración a raíz del estudio crítico del pasado, se desarrolla materialmente en cualquier lucha concreta que se está realizando ahora mismo por cualquier reivindicación y en contra de cualquier explotación, y se desarrolla precisamente actualizando en el ahora mismo, en el presente, los objetivos últimos de la revolución, del socialismo como fase de tránsito al comunismo. Los objetivos últimos se materializan en el presente al llenar de contenido de futuro a las reivindicaciones tácticas, al mostrar que las luchas por las reformas están llenas de contenido revolucionario inaceptable por la burguesía a medio y largo plazo porque superan y desbordan la capacidad de absorción, paralización y desunión que busca la burguesía con sus concesiones oportunistas y/o miedosas en respuesta a las luchas obreras y populares.
Por no retroceder mucho en el pasado, hemos de saber que, con sus inevitables limitaciones históricas, la cuestión de la dialéctica del poder y de la reforma y revolución ya aparece imprecisa y borrosa en las primeras movilizaciones de las masas trabajadoras urbanas y campesinas contra la ascendente burguesía comercial y sus aliados nobles allá por los siglos XIII y XIV en las durísimas luchas de clases en las ciudades del norte de Italia. Luego, una y otra vez, la misma pregunta crucial –¿cómo tomar, mantener y utilizar el poder?– reaparece una y otra vez y de forma más precisa y teorizada conforme aumenta la experiencia empírica acumulada. Desde esta visión histórica, Maquiavelo es solamente un hito más aunque valioso e importante, de una reflexión vital para las clases enemigas en lucha. La denominada «teoría del Estado moderno», es decir, las reflexiones burguesas sobre cómo vencer a la Iglesia y al feudalismo, y después sobre cómo aplastar al proletariado, son las piedras basales y angulares de su «ciencia social», de la sociología, obsesionada por perfeccionar esta «teoría».
De hecho, la intelectualidad burguesa reformista empieza a crear la sociología cuando las luchas obreras y populares certifican las limitaciones insolubles de las primeras ideologías burguesas sobre el Estado, sobre el «contrato social», etc., y cuando, por tanto, se hace urgente una «ciencia social» capaz de aportar al capitalismo el método que garantice una explotación lo más tranquila posible porque, además, ya para entonces se había constatado la incapacidad del socialismo utópico para lograr la armonía social. El anarquismo no logró tampoco superar aquellos límites pese a actos heroicos y algunas aportaciones válidas; y el reformismo, que tiene sus raíces directas en la sopa ecléctica cocinada con trozos de sociología, economía burguesa, neokantismo y socialismo utópico, se ofrece voluntariamente para dar con la solución mágica al problema esencial planteado por la dialéctica del poder y de la reforma y revolución, mediante la hábil pero inútil trampa de negar el contenido de dictadura burguesa del poder establecido y de colaborar por acción u omisión en la lucha antirrevolucionaria.
En los primeros textos marxistas de la década de 1840, estas cuestiones empiezan a ser resueltas de forma totalmente diferente porque el marxismo, en contra de lo que se cree, no se limita a dar respuestas diferentes a las mismas preguntas, sino que en realidad lo que hace es plantear otras preguntas diferentes, afirmar y demostrar que existe otra realidad social que no ha sido descubierta por el socialismo utópico, por la economía política burguesa y por la sociología. El marxismo rompe con la ideología burguesa en cualquiera de sus formas y la supera cualitativamente al centrar su atención no en la esfera de la circulación de las mercancías, sino en el proceso de su producción, en la explotación asalariada y en su dictadura de clase. Desde esta realidad sustantiva y estructural, aunque invisible para la ideología burguesa, la cuestión del poder y de la dialéctica entre reforma y revolución adquiere un contenido nuevo, opuesto totalmente a las recetas superficiales al uso que se limitan a la esfera de la circulación sin querer ni poder tocar las estructuras productivas y la propiedad privada burguesa.
El Manifiesto Comunista, escrito en 1848, demuestra claramente la centralidad del poder de clase y la necesidad de readecuar cada determinado tiempo la dialéctica entre reforma y revolución a las nuevas necesidades. Cada vez que el Manifiesto se reeditaba en contextos sociales y temporales diferentes, sus autores hacían un especial esfuerzo de concreción de su mensaje central a las nuevas situaciones, adaptando el programa mínimo que aparece al final del texto a las nuevas situaciones sin renunciar a la valía estratégica del Manifiesto. Después, el mismo método fue utilizado una y otra vez.
La lucha contra las crisis, sean grandes o pequeñas, la dialéctica entre reforma y revolución, el problema del poder, cualquier cuestión práctica que se plantee ha de partir de este método que une lo general y lo particular, los objetivos y los medios, la estrategia y la táctica siempre insistiendo en la cuestión del poder tal cual se expresa en cada proceso revolucionario. Teniendo esto en cuenta, ahora y con respecto a los compañeros y compañeras turcas, desde Euskal Herria no podemos ni debemos dictarles un programa de lucha contra la crisis de obligado cumplimiento, sino a lo sumo, ofrecer algunas reflexiones generales que pueden servir a su emancipación siempre y cuando sean criticadas y adaptadas a sus necesidades.
6.- CONTRAPODER, DOBLE PODER Y PODER POPULAR:
¿Cómo se puede luchar contra los efectos de la crisis, contra la crisis en sí misma y contra las causas profundas de las crisis si no se tiene el poder político-económico? El reformismo responde que con la acción parlamentaria y sindical, y en caso extremo, cuando no hay otra opción, con movilizaciones de masas en pos de reformas imprescindibles, pero siempre dentro del «juego democrático». Semejante «alternativa» nunca ha logrado acabar con las crisis y solamente en muy contadas situaciones ha logrado estabilizar durante algunas décadas un sistema de explotación que repartiese los beneficios menos injustamente y que mantuviera ciertas libertades democráticas, excepcionales por otra parte a nivel del capitalismo mundial, más dado a las dictaduras y a los regímenes autoritarios que a la democracia burguesa.
Pero si, como hemos dicho, tal logro ha sido excepcional y está siendo rápidamente desmantelado en medio de la pasividad del reformismo, su estrategia ha vuelto a sufrir otra derrota aplastante con las recientes medidas estatales de entregar sumas ingentes de dinero público al corrupto e irracional capital financiero, responsable de que la crisis de fondo, de sobre acumulación excedentaria y de superproducción, que se arrastra desde finales de los ’60 del siglo XX se haya agudizado, extendido y descontrolado hasta hundirse en el caos actual.
Las democráticas burguesías de los Estados imperialistas no han consultado a sus respectivos pueblos, no han realizado ningún debate parlamentario, no han preguntado siquiera, en la mayoría inmensa de los casos, a las fracciones comercial e industrial, y a otros poderes burgueses menores, si estaban de acuerdo o no en dilapidar masas casi inconmensurables de dinero público solamente en el salvamento del capital financiero. Los pueblos trabajadores, la pequeña y mediana burguesía, y hasta sectores viejos de la burguesía han visto cómo de la noche a la mañana desaparecían de las «arcas públicas» buena parte de sus ahorros y de sus enanos capitales.
Y los sindicatos oficiales, reformistas, corporativos, burocráticos y amarillos no han hecho nada para contener el vaciamiento de las arcas, el atraco realizado por la mano armada y visible del Estado, verdadero poder que avasalla cuando la «mano invisible del mercado» fracasa en todas las crisis. Lo mismo ha hecho el reformismo precisamente cuando desde hace años las clases trabajadoras y la pequeña burguesía están sufriendo un continuado retroceso en su calidad de vida y trabajo, en sus salarios directos e indirectos, en sus derechos laborales, sociales y políticos bajo la creciente ofensiva del capital.
¿Entonces? Las izquierdas han de popularizar la clásica consigna del contrapoder que consiste en crear organizaciones populares y obreras que sean capaces de parar los pies a la burguesía en las luchas reivindicativas inmediatas, a pie de calle, en las fábricas y campos. Las personas afectadas por ataques burgueses en cualquier circunstancia han de organizarse para resistir y vencer. Semejante afirmación no dice nada nuevo porque es la esencia de la resistencia a la opresión e injusticia, pero lo que tiene de bueno la consigna del contrapoder es que saca a la luz el objetivo básico: si el opresor tiene su poder, los y las oprimidas han de construir el suyo. Aquí radica el enorme valor de esta consigna revolucionaria, el de mostrar teórica y prácticamente que hasta en las luchas más pequeñas y sin trascendencia aparente es necesario avanzar al objetivo del poder, que en una primera fase tendrá la forma de contrapoder.
Los trabajadores de una empresa, por ejemplo, han de crear sus propias organizaciones que superen al sindicalismo reformista, que planteen la consigna del control obrero sobre las finanzas y los ritmos, que digan claramente a la patronal que no tendrá más remedio que negociar con ellos en vez de con los burócratas sindicales, que se coordine con otras empresas, etc. El contrapoder es esta capacidad de ponerse a la misma altura que el patrón, de tú a tú, de contrarrestar su poder empresarial con el poder obrero. Es un contrapoder porque, en esa fase, todavía se mueve en el plano de la relativa igualdad de fuerzas frente al poder opresor, no le supera todavía y actúa más a la contra, resistiendo y negándose a claudicar, a la defensiva, que atacando, avanzando, proponiendo objetivos y alternativas, suplantando y hasta superando al poder opresor.
En realidad, el contrapoder se activa con más frecuencia de lo que creemos porque muchos colectivos en lucha se cercioran de que al no tener fuerza alguna, o al tenerla muy débil, no pueden presionar lo suficiente al opresor y a sus instituciones. El reformismo hace mucho daño en esos momentos porque en vez de mostrar que debe avanzarse en el poder propio, en el poder de los explotados, desactiva las luchas encadenándolas dentro de los muy estrechos marcos tolerados e impuestos por el poder estatal, o sea, obliga a las y los oprimidos a aceptar el poder del opresor, sus leyes, sus tribunales, su prensa, etc., y lo que empezó siendo una esperanza termina en derrota y desánimo, o en una muy pequeña concesión otorgada por el explotador que desune y divide a los explotados.
Frente a esto, la consigna del contrapoder busca, por un lado, concienciar de la necesidad del poder propio, aunque sea inicialmente pequeño y a la defensiva, aunque se muestre sólo en las victorias de impedir al explotador hacer todo lo que le venga en gana, obligándole a respetar las formas organizativas y las decisiones democráticas de los oprimidos; y, por otro lado, busca crear un medio de debate colectivo independiente del reformismo político-sindical mediante el cual desarrollar la dialéctica entre la lucha por las reformas y la lucha por la revolución.
La independencia política de clase, la no dependencia del reformismo, es decisiva para llenar de sentido revolucionario a las reformas conquistadas. Dado que el contrapoder supone la independencia política de clase, y dado que por tanto el reformismo no puede ahogar esa independencia en los pantanos de la política burguesa, por eso mismo el contrapoder es el único medio que permite llenar de contenido revolucionario la lucha por las reformas, y orientar ésta hacia la revolución. Para que esta dinámica avance con los mínimos errores posibles, es imprescindible que las organizaciones revolucionarias formen teóricamente a sus militantes para actuar con iniciativa propia, para adelantarse a los acontecimientos, para prever las crisis y organizar a la clase en la medida de lo posible.
Es mucho más fácil avanzar en el contrapoder cuando se ha advertido de la necesidad de la crisis, en que ésta llegará antes o después y de que hay que prepararse para resistir los ataques que se endurecerán entonces, de que no hay que creer en la propaganda sino que hay que mantener encendida la llama revolucionaria en los tiempos de aparente paz y armonía entre las clases. Parece que se trata de un esfuerzo ingrato, que no rinde efectos a simple vista, baldío incluso, pero no es cierto. La historia de la lucha de clases demuestra aplastantemente que toda pequeña concienciación deja su poso, su semillita, y que dependiendo de las circunstancias y sobre todo de que existan organizaciones revolucionarias que defiendan la independencia política de clase, esa semillita muy probablemente germinará cuando llegue la primavera revolucionaria. La práctica del contrapoder en las pequeñas luchas sociales es imprescindible.
Una de las condiciones que facilitan la germinación de la semilla plantada en época de «paz social» es la tajante y pública decisión de avanzar del contrapoder al doble poder. Una vez más, la explicación teórica de por qué es necesario construir un poder igual de fuerte pero de sentido contrario al poder burgués aparece ante la conciencia de las masas como el cemento que cohesiona toda su práctica anterior de contrapoder, que explica los objetivos inmediatos, del presente mismo, y que los inserta en la dirección estratégica hacia la conquista del poder político, hacia la construcción del poder popular. Esta explicación ha de insistir en que las reformas conquistada y defendidas mediante el contrapoder apenas valen para nada si no son trampolines para nuevos saltos, para coger impulso para nuevos avances que conquisten reformas más radicales y progresivamente inaceptables por el capital, y que es en esos momentos de tensión social máxima porque la burguesía ya no quiere ceder más ante la fuerza obrera y popular, es en esos momentos cuando el doble poder adquiere su pleno sentido.
En el contexto de una severa crisis y cuando las luchas empieza a aparecer y a expresarse en contrapoderes que tienden a coordinarse, en este contexto la duda e indefinición, la tardanza en plantear públicamente los objetivos a conquistar, semejante pérdida de tiempo solamente beneficia a la clase dominante. Según se agudiza la crisis socioeconómica y va adquiriendo más contenido político, las medidas burguesas son también más y más políticas, por lo que la clase trabajadora no tiene otra alternativa que seguir avanzando en su propia independencia política. Dudar es retroceder.
Los procesos revolucionarios se caracterizan por determinadas constantes básicas que se expresan en lo esencial por debajo de sus diferencias formales, superficiales. La del doble poder es una de ellas y se produce en todos los avances de las masas explotadas. Negarlo es negar la historia. Las organizaciones revolucionarias han de popularizar la necesidad de avanzar en el doble poder, es decir, en lograr la mayor fuerza de masas posible en el momento de empate político fugaz y siempre inestable, de modo que la burguesía no pueda aplicar sus medidas reaccionarias pasa salir de la crisis descargándola sobre las espaldas del pueblo trabajador. En situaciones así, que suelen ser cortas en el tiempo porque el Estado ya está preparando sus fuerzas represivas para que golpeen masivamente, es imprescindible que las izquierdas popularicen una alternativa global contra la crisis socioeconómica y política, una alternativa que insista en la urgencia de cambios profundos en las estructuras económicas y de propiedad, en la misma naturaleza del Estado y de sus fuerzas represivas.
La importancia clave de la teoría y de la conciencia política aparece aquí de forma meridiana. Estudiar la aceleración de las contradicciones irreconciliables, sinterizarlo teóricamente en su forma política para que sea debatida por los sectores más activos y militantes, es una tarea imprescindible de las organizaciones revolucionarias. Otra tarea y no menos importante, es la de concentrar esas lecciones en consignas y objetivos inmediatamente asumibles por las masas menos concienciadas, de modo que comprendan con pocas pero esenciales palabras los objetivos urgentes que han de conquistar.
En una situación de doble poder, las organizaciones revolucionarias tienen poco tiempo para resolver estas necesidades, lo que demuestra la importancia de la teoría de la ineluctabilidad de las crisis y de las tareas que necesariamente surgirán con ella. Prepararse con antelación es imprescindible porque, como hemos dicho, dudar es retroceder ya que la burguesía usa ese tiempo regalado por las fuerzas revolucionarias con su inactividad para reorganizarse y contraatacar, y los sectores menos concienciados de las masas tienden a girar hacia la derecha en busca de las respuestas que la izquierda no ha dado a sus preguntas y ansiedades.
La suerte de las revoluciones se decide, en la mayoría de los casos, en los momentos de doble poder porque es en ellos cuando emergen las fuerzas y las debilidades de los contendientes que se disponen a dar el último golpe de gracia a su enemigo. Son muchas las formas en las que el doble poder transita al desenlace de la victoria o derrota de uno de los bandos, pero también aquí existen determinadas constantes básicas que se repiten en lo esencial en todos los casos. En una sociedad basada en la explotación no pueden coexistir dos poderes antagónicos, el del explotador y el del explotado. Más temprano que tarde uno aplasta al otro, y en buena medida la victoria de uno se cimentará en los errores del vencido durante el corto momento del anterior doble poder.
Al margen de que la victoria se logre mediante la violencia o mediante las urnas, o mediante una mezcla de ambos métodos, lo fundamental es que el salto al poder está condicionado por la iniciativa demostrada en el anterior período de doble poder. Sin embargo, una vez tomado el poder, o mejor dicho en lo que se refiere al poder obrero y popular, una vez que el pueblo trabajador construye su poder de clase, el futuro no depende tanto de los aciertos anteriores, que también, cuanto fundamentalmente de la clara iniciativa política mirando al futuro.
En las crisis estructurales, sistémicas, de civilización, de acumulación, etc., la burguesía utiliza su victoria política tras la derrota de la clase trabajadora para imponer muy severas, cuando no atroces, medidas socioeconómicas en medio de un recorte sustancial de las libertades democráticas, cuando no en medio de una implacable dictadura. Todo ello precedido, acompañado o seguidos de guerras exteriores que pueden impulsar la resolución de la lucha de clases en un sentido o en el contrario, dependiendo de las circunstancias.
Pero a diferencia de la ferocidad asesina burguesa, el poder proletario se ha caracterizado por mucha mayor tolerancia y respeto a los derechos de la clase burguesa vencida. Solamente tras las intentonas contrarrevolucionarias de la burguesía para reconquistar el poder perdido, sin reparar en violencias, sólo entonces el poder popular ha recurrido a la violencia defensiva política a la vez que ha endurecido las medidas socioeconómicas para salir de la crisis causada por el capitalismo derrotado políticamente.
7.- SOCIALISMO O BARBARIE, COMUNISMO O CAOS:
El marxismo ha sostenido desde sus orígenes que la lucha de clases puede terminar en la victoria de una de ellas, o en el exterminio mutuo de las clases enfrentadas. Ya desde el inicio del Manifiesto Comunista se sostiene esta tercera alternativa. La posibilidad asumida teóricamente de un mutuo exterminio de las clases en lucha abría en la mitad del siglo XIX una reflexión totalmente innovadora para su época, reflexión que fue posteriormente enriquecida varias veces durante la vida de Marx y Engels en el mismo sentido, y que, ampliando su contenido y alcance histórico, llegó a expresarse también en premonitorias tesis sobre lo que ahora se denomina «crisis ecológica», sobre la «venganza de la naturaleza», sobre los efectos devastadores del capitalismo en el medio ambiente, etc., llegando a formular en el libro III de El Capital un axioma sobre la «propiedad» de la tierra por las generaciones futuras que supera con mucho en consecuente y lúcida radicalidad a la fraseología hueca de tantos ecopacifistas actuales que se han plegado a las exigencias del capitalismo.
En 1915 Rosa Luxemburg, desarrollando una idea anterior de Engels, planteó el dilema de Socialismo o Barbarie como la disyuntiva ante la que se encontraba el movimiento obrero. Como hemos dicho antes, la guerra de 1914-18 fue consecuencia directa del imperialismo, que a su vez había sido la fundamental solución del capitalismo colonialista para salir de su profunda crisis de 1896. Engels también había advertido que el capitalismo estaba desarrollando fuerzas militares que estallarían en una guerra internacional cuya letalidad era inconcebible e impredecible para los esquemas interpretativos de finales del siglo XIX, como terminó ocurriendo.
Rosa Luxemburg profundizo en esta lógica advirtiendo que la irracionalidad del capitalismo enfrentaba a la humanidad al dilema de Socialismo o Barbarie. En 1915 la guerra mundial no había mostrado aún toda su mortandad y con ella, los efectos nefastos que acarrearía al capitalismo, y las tendencias reaccionarias e irracionales que igualmente generaría entre las clases intermedias y en debilitadas burguesías especialmente amenazadas por la revolución proletaria. Pese a esto, el mensaje de Rosa era contundente: si la revolución no vence al capitalismo, el futuro que éste impondrá a la humanidad será la barbarie.
A finales de 1917 estalló la revolución bolchevique y el terrorismo imperialista adquiriría desde entonces una ferocidad inhumana que superaría incluso a la practicada contra la Comuna de París de 1871, por citar un caso. La revolución bolchevique supuso y sigue suponiendo un salto cualitativo en la historia humana, a partir del cual la civilización burguesa empezó a decaer lenta pero irremisiblemente. En 1919, el partido bolchevique aprobó un texto de formación de sus cuadros –«ABC del comunismo»– en el que se dedicaba un apartado al dilema «caos o comunismo», que contiene párrafos que parecen escritos a comienzos del siglo XXI por su actualidad, por su crítica al capitalismo financiero, a la militarización, etc. En 1938 Trotsky, en su «Programa de Transición», plantear el mismo problema aunque con otras palabras, al afirmar que sin una revolución social en aquel contexto , la civilización humana estaba amenazada por la catástrofe.
Con una perspectiva política totalmente diferente a la de Trotsky, después de la guerra mundial de 1939-45 y como respuesta a la política de terror nuclear de los EEUU, la URSS desarrollará una intensa campaña por la paz y contra el peligro cierto de autoexterminio de la especie humana si el imperialismo provocase una guerra total, una guerra convencional, termonuclear y bioquímica. Los informes del Club de Roma de 1972 y de otras investigaciones habían advertido de los riesgos objetivos del calentamiento global, del agotamiento de los recursos planetarios, etc., y desde finales de los ’70 y en los ’80 grupos de científicos críticos demuestran la inevitable catástrofe exterminadora que sucedería si estallase esa guerra total que, además de los centenares de millones de muertos y heridos en una primera fase, la mortandad se multiplicaría exponencialmente por las radiaciones y los venenos bioquímicos, y al muy poco tiempo con los arrasadores incendios gigantescos que provocarían el «invierno nuclear» por los millones de toneladas de cenizas en suspensión congelando al planeta con una miniglaciación.
También por esta época, algunos marxistas planteaban la teoría del «exterminismo» como fase del capitalismo, que va más allá que la tesis de Socialismo o Barbarie. Por último, es en esos años que unos pequeños grupos revolucionarios rescatan del olvido represivo stalinista la consigna bolchevique de «comunismo o caos», mostrando que es más actual y más llena de lecciones históricas que la de Socialismo o Barbarie. Los acontecimientos mundiales acaecidos desde entonces hasta ahora demuestran la corrección de la tesis bolchevique sobre «caos o comunismo» porque el capitalismo ha creado fuerzas destructivas inconcebibles en 1915 incluso para una mente tan creativa como la de Rosa Luxemburg que nos ha legado el mejor estudio sobre la tendencia a la militarización necesaria e inevitable del capitalismo.
A diferencia de 1915, la humanidad se enfrenta hoy a problemas, riesgos y amenazas que entonces no existían, cualitativamente novedosos como la hecatombe nuclear y bioquímica, y a problemas que entonces apenas inquietaban a muy reducidos sectores concienciados, como el de la crisis ecológica. Mientras que otros problemas que ahora empeoran día a día como el hambre, la salud y el empobrecimiento, eran vistos en 1915 y pese a la guerra como solucionables. La consigna Socialismo o Barbarie responde a aquél contexto todavía no puesto al borde del precipicio, del caos y de la catástrofe civilizacional, mientras que sí responde a esta situación la consigna de Comunismo o Caos.
Por razones que todos conocemos como el aumento del reformismo en sus dos vertientes básicas –socialdemocracia y eurocomunismo–, por el desprestigio imparable del «marxismo soviético», por el fracaso del «marxismo estructuralista» y del «marxismo analítico», por la contraofensiva ideológica burguesa –neoliberalismo, teoría de los juegos, postmodernismo, postmarxismo, etc.,–, por estas y otras razones para finales del siglo XX todas estas reflexiones tan valiosas habían quedado sumergidas en el olvido.
Nos hemos alargado un poco en esta necesaria explicación teórica e histórica porque sustenta la razón de las fuerzas revolucionarias cuando advierten de la necesidad de una correcta caracterización de la actual crisis y de las perspectivas que se abren en las tres direcciones anunciadas por el Manifiesto Comunista: victoria burguesa, victoria proletaria o exterminio mutuo, con la gravedad de que ahora existe un capitalismo militarizado al máximo, salvaje y propenso al suicidio al no poder controlar su irracionalismo básico. Desde esta perspectiva, la actualidad de la revolución adquiere si cabe mucha mayor relevancia, al igual que el problema del poder.
Por tanto, como hemos dicho, la lucha contra la crisis no tiene más remedio que ser parte de la lucha general por el socialismo ya que, de lo contrario, o bien el imperialismo vence aumentando la explotación y el padecimiento humano, o bien las contradicciones del capitalismo terminan precipitando a la humanidad al exterminio. Aún así, la lucha por el socialismo no tiene ni automática ni obligatoriamente garantizada su victoria ya que, como venimos insistiendo, las burguesías locales pueden derrotar a sus respectivas clases y pueblos oprimidos logrando así la victoria del capitalismo en su conjunto, o en las decisivas potencias imperialistas dominantes a nivel mundial. El determinismo mecanicista es contrario al marxismo.
Pero a diferencia de las crisis estructurales habidas en la fase expansiva del capitalismo, la actual se produce en su definitiva fase de senilidad, fase larga de agotamiento que si bien puede ser punteado –y lo será– por recuperaciones parciales y transitorias, éstas ya no tendrán, por un lado, la fuerza sostenida suficiente como revitalizar de nuevo al capitalismo en su conjunto, reiniciando una nueva era dorada; y por otro lado, cada nuevo de estos repuntes no hará sino acrecentar a medio plazo sucesivas caídas y crisis parciales que tenderán cada vez con más rapidez a confluir y sistematizarse en aún más demoledoras crisis generales. Si el capitalismo no es sustituido por el socialismo, su vida se irá prolongando en una agonía permanente cada vez más dolorosa e inhumana, sustentada en una feroz explotación. Esta dinámica tendencial inserta en identidad genético-estructural del modo de producción capitalista solamente puede ser detenida por la revolución socialista.
Sin mayores precisiones ahora, la lenta declinación capitalista comenzó a gestarse con diferentes ritmos específicos en sus niveles económico, político, cultural, militar, ecológico, etc., desde 1917 con la revolución bolchevique como detonante. Con altibajos, la declinación llegó a fusionarse sistémicamente en la década de los ’70, con la constatación del agotamiento de los EEUU, y pese a la implosión de la URSS y el giro al capitalismo de la China Popular los ’90, a pesar de estos y otros acontecimientos, el sistema del capital no ha logrado contener su declive, sino que lo ha agudizado aún más. Que el capitalismo esté ya en su fase senil, declinante, no niega la necesidad de recuperaciones socioeconómicas, que ocurrirán; por fase senil entendemos aquella de envejecimiento y decadencia, es decir, que las recuperaciones, aun dándose, no serán tan vigorosas ni prolongadas como las que se produjeron en la fase de crecimiento del sistema, sino que tenderán a ser más corta y limitadas; del mismo modo, las crisis no serán tan cortas y a intervalos tan largos, como las de su juventud, sino más largas y duras en intensidad y con intervalos más cortos; por último, la senilidad determina que todos los mecanismos normales de funcionamiento y que los «extraordinarios» para salir de las crisis, también se ralenticen, pierdan eficacia.
Las burguesías mundiales no tienen más alternativa que, primero, incrementar la explotación asalariada, la opresión política y la dominación ideológica en sus Estados como sobre los pueblos que oprimen, es decir, el saqueo imperialista; segundo, las burguesías más fuertes reforzarán los bloques imperialistas en los que dirigen a burguesías más débiles, lo que aumentará la competencia interimperialista, como ya se aprecia viendo el lento ascenso del denominado bloque-BRIC –Brasil, Rusia, India y China, más otras potencias emergentes aunque de segunda línea–, que también tiene sus contradicciones internas; tercero, la competencia interimperialista se endurecerá en lo relacionado con la obtención de los decrecientes recursos naturales en todos sus aspectos, con la tecnociencia y en especial con la militar y con la manipulación de las conciencias; y cuarto, el imperialismo occidental dirigido por los EEUU y cada vez más fanatizado por el fundamentalismo cristiano será el más peligros y criminal de todos.
En esta fase histórica ya abierta, las fuerzas revolucionarias nos enfrentamos a cinco grandes retos, que son otras tantas necesidades urgentes. El primero es el de adecuar al presente e integrar en nuestras luchas todos los valores progresistas que subsisten mal que bien, tergiversados y reprimidos por siglos de siglos de dominación ideológico-cultural de las sucesivas clases explotadoras. El capitalismo senil no puede tolerar ya la mínima democracia, ni los más pequeños valores humanos, emancipadores, los repele, le dan arcadas y vómitos. Pero todas las clases y pueblos oprimidos, todas las culturas populares que resisten casi en la clandestinidad, conservan más o menos debilitador restos de tales valores, y las izquierdas hemos de recuperarlos, limpiándolos de sus adherencias reaccionarias, y adaptarlos a las necesidades de la liberación humana actual.
Muy especial importancia tienen aquí dos cuestiones vitales: lo relacionado con la emancipación de la mujer, del sexo-género femenino, y lo relacionado con lo comunal, con lo común, tanto en su forma material de tierras comunales, de propiedad comunal precapitalista, de propiedad pública y social que todavía sobrevive en el capitalismo, etc., como en su forma teórica, cultural, referencial, simbólica, como vital esfera de lo humano-genérico y común enfrentado irreconciliablemente al individualismo burgués y a su propiedad privada.
El segundo es una continuación del primero pero remarcando la importancia creciente de las luchas de liberación nacional como los espacios materiales y simbólicos en los que la lucha de clases socialista va a adquirir su máxima radicalidad y poder creativo. La interacción entre lucha nacional y de clase ha existido desde que existe explotación de la fuerza de trabajo e invasiones y ocupaciones de pueblos para expropiarles de sus recursos naturales, de sus capacidades productivas y de sus excedentes sociales colectivos. Con el capitalismo esta interacción dio un salto cualitativo, como lo demostró el marxismo desde la segunda mitad del siglo XIX, y con las sucesivas fases del capital se ha ido estrechando la relación entre lucha de clases y lucha nacional, sobre todo en respuesta al avance imperialista.
La declinación del capitalismo le obliga a multiplicar exponencialmente las agresiones contra los pueblos, contra sus clases trabajadores, contando los atacantes con el apoyo de las burguesías cobarde y colaboracionistas de los pueblos atacados. Uno de los objetivos vitales del imperialismo es el de los recursos energéticos, que forman parte esencial de lo común, de las tierras y propiedades comunales, colectivas, y de los recursos todavía públicos, estatales, en todas sus formas de expresión, desde los bosques y los desiertos, hasta las culturas y las lenguas pasando por los códigos genéticos, las fábricas y campos, los subsuelos y las escuelas y universidades. Frente al capitalismo declinante la defensa de lo colectivo, de lo común en cualquiera de sus expresiones, es la mejor manera de avanzar desde ahora hacia el comunismo.
El tercero es la lucha por la profundización y extensión de la democracia concreta, de los derechos humanos prácticos. El capitalismo tardío repele la democracia práctica y sólo acepta una democracia burguesa restringida como en el pasado a esta clase y expurgada de la ingerencia popular. Otro tanto hay que decir con respecto a los derechos humanos. Ahora más que nunca antes, estos conceptos abstractos –democracia y derecho– han de dejar de ser meros cascarones huecos, vacíos, para llenarse de contenido popular, obrero y campesino. Incluso tópicos ambiguos como «déficit democrático», «democracia participativa», etc., han de ser redefinidos desde y para los intereses de las clases y de los pueblos, de las mujeres, de todos los sectores sociales explotados. Semejante tarea ha de ser parte de una lucha teórica, conceptual y ético-moral implacable contra la ideología burguesa y sus modas pasajeras.
La lucha intelectual contra la dominación cultural burguesa ha de tener a la vez, y como mínimo, otros tres objetivos: uno, luchar contra el consumismo capitalista desarrollando el objetivo marxista de la reunificación de la especie humana con la naturaleza; dos, luchar contra el opio religioso pero no contra los anhelos justos que laten en las religiones, atacando con especial radicalidad tanto al peor y más destructor opio religioso: el fundamentalismo cristiano, como a las nuevas formas de unir opio religioso con esoterismos, sectas mistéricas, fantasías idealistas, oscurantismos anticientíficos y antimaterialistas, etc.; y tres, luchar contra el eurocentrismo, contra los mitos de la superioridad de la civilización occidental, la más terrorista de todas las civilizaciones y defendiendo las aportaciones del resto de culturas no eurocéntricas.
El cuarto es la extensión práctica y teórica del internacionalismo, de la solidaridad entre los pueblos, de sus ayudas y apoyos mutuos. Oponer un pueblo a otro ha sido siempre una eficaz táctica de todos los imperialismos, invasores y ocupantes. Con la mundialización definitiva de la ley del valor-trabajo y del mercado capitalista, cualquier derrota obrera en una parte del planeta repercute más rápido que tarde en la parte opuesta, aunque no viceversa. Y esta diferencia radica en que la burguesía está mucho más informada sobre la lucha de clases mundial que el proletariado, que es sometido a un desconocimiento casi absoluto de lo que hacen sus hermanos y hermanas de clase explotada de otras naciones. La prensa burguesa difunde al instante las derrotas de los oprimidos, pero silencia o tergiversa sus victorias para que no sean conocidas. Crear medios eficaces de comunicación internacionalista es urgente ahora que existe una tendencia al alza de las luchas anticapitalistas.
Pero la mera información, siempre válida e imprescindible tiene sus limitaciones si no va acompañada de un encuadre teórico-político que pueda ser debatido internacionalmente para mejorar la práctica revolucionaria, porque de lo que se trata es de avanzar en el acercamiento de las luchas, en aunar esfuerzos internacionales alrededor de reivindicaciones y consignas básicas anticapitalistas que puedan ser aplicadas contra las mismas explotaciones aunque estén separadas por miles de kilómetros. El internacionalismo ha de ser práctico, lo que exige de un mutuo conocimiento de las necesidades de cada pueblo y, a la vez, de una común visión teórica en lo sustantivo para definir cuales son las prioridades en la práctica internacionalista.
El quinto y último viene a ser la síntesis de lo anterior en su expresión básica: ninguna lucha contra cualquier efecto de la crisis actual tendrá visos de éxito a medio plazo si no va inserta en una estrategia de acumulación de fuerzas revolucionarias tendentes a la toma del poder y a la expropiación de los expropiadores. Esta y no otra es la experiencia de la historia de la lucha de clases, elevada al rango de teoría por el marxismo.
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