La Unidad Popular y la vía chilena al socialismo. En septiembre de 1970 Salvador Allende fue el candidato más votado en las elecciones presidenciales, dos meses más tarde, y tras conseguir el apoyo de la Democracia Cristiana, era investido Presidente de Chile por el Congreso Pleno. Su victoria se apoyaba en la Unidad Popular (UP), […]
La Unidad Popular y la vía chilena al socialismo.
En septiembre de 1970 Salvador Allende fue el candidato más votado en las elecciones presidenciales, dos meses más tarde, y tras conseguir el apoyo de la Democracia Cristiana, era investido Presidente de Chile por el Congreso Pleno.
Su victoria se apoyaba en la Unidad Popular (UP), una alianza de sectores diversos basada en un núcleo formado por el PS y el PC. Se iniciaba así una experiencia insólita de intentar la transformación socialista de una sociedad mediante la utilización de métodos pacíficos y legales, de iniciar la transición al socialismo empleando los mecanismos de la institucionalidad burguesa tanto para cambiar el Estado, sin tener que destruirle previamente, como la sociedad. Mil días después el golpe militar de Pinochet puso un final sangriento a esta experiencia.
Ahora sólo nos vamos a referir a un aspecto de esta experiencia, el relacionado con el instrumento que hizo posible la victoria y sirvió de soporte al gobierno de Salvador Allende: la UP.
La UP respondía a una situación histórica concreta, la del Chile de la época, en la que existían dos organizaciones políticas de izquierda de larga tradición y sólido enraizamiento social, el PC y el PS, y otras organizaciones de izquierda más recientes fruto de un clima de ascenso de las movilizaciones sociales y el impacto producido por la revolución cubana. Clima que también propició el desplazamiento a la izquierda de otras organizaciones no socialistas como el viejo Partido Radical o sectores de la Democracia Cristiana.
En segundo lugar es necesario tener en cuenta una larga tradición de alianzas, salpicada con enfrentamientos, entre socialistas y comunistas como fueron el Frente Popular, el Frente de Acción Popular (FRAP) o el Frente del Pueblo. La UP sería la culminación exitosa de esa trayectoria.
En tercer lugar, la UP no cancelaba las diferencias estratégicas que existían entre las dos principales organizaciones que la componían, las líneas del PC y el PS, plasmadas en las políticas del Frente de Liberación Nacional el primero y el Frente de Trabajadores del segundo, que terminarían derivando en dos políticas que se enfrentarían durante el gobierno popular y que se terminarían conociendo con las consignas de «consolidar para avanzar» del polo gradualista y «avanzar sin transar» del polo rupturista.
Por último, es necesario recordar que no toda la izquierda formó parte de la UP, pues el MIR se mantuvo fuera, estableciendo una relación de apoyo crítico con el gobierno popular basada en la consigna que ellos definían como «marchar separados y golpear juntos».
La UP fue, pues, primero fruto de la trayectoria aliancista de sus principales componentes; segundo, respondió a unas necesidades históricas concretas, ampliar la base de la alianza hacia las clases medias con objeto de alcanzar la victoria presidencial; tercero, fue la única solución posible a la situación organizacional de la clase obrera, fundamentalmente adherida a dos grandes organizaciones con tradiciones y estrategias muy diferentes.
Durante los tres años de gobierno popular la UP fue atravesada por graves enfrentamientos internos, no solamente en el seno de la coalición, sino incluso dentro de los partidos componentes, con escisiones en su seno.
Esta situación interna tuvo importancia en su derrota final pero, evidentemente, las causas fueron más complejas y no vamos a entrar ahora en su discusión. Las divisiones y enfrentamientos internos impidieron hacer realidad el proyecto de crear el Partido Federado de la UP y fueron más fuertes que los intentos del propio Salvador Allende por alcanzar un principio de acuerdo y dirección única.
La UP se articuló en torno a un programa aceptado por todos sus componentes con el que ganó las elecciones, pero después las dos líneas enfrentadas le interpretaron cada una a su manera. Hubo, además de las reuniones normales, dos grandes cónclaves entre sus componentes para alcanzar acuerdos, el de El Arrayán y el de Lo Curro. Pero terminó prevaleciendo la división entre las distintas concepciones estratégicas que sus componentes portaban sobre lo que influyó también la tensión a la que les sometía el desarrollo del proceso.
La existencia de organizaciones diferenciadas producía distorsiones inevitables y perjudiciales para la dirección exitosa de proceso, y dio lugar a lo que se conoció como el «cuoteo», es decir, la repartición de los cargos públicos entre los partidos de la coalición; además, cada organización velaba celosamente por su autonomía; e incluso se producía competencia electoral entre los componentes de la UP. Pero el problema más grave, desde el punto de vista del funcionamiento de la coalición, de la eficacia de la dirección, era la existencia de estrategias diferentes en su seno y la falta de mecanismos para conciliar esas diferencias, para lograr acuerdos respetados por todos.
Cuando, como fue el caso en Chile, una parte tiene una concepción etapista de acumulación paciente de fuerzas y de voluntad de alcanzar acuerdos con la Democracia Cristiana, mientras la otra parte quiere quemar rápidamente etapas y solucionar definitiva e inmediatamente el problema del poder, ¿cómo es posible lograr acuerdos?. La dinámica tiende a buscar la imposición de una líneas sobre otra, y como no se trata de un debate académico, sino de adoptar decisiones en medio de una grave crisis social, los debates arguméntales no son los principales instrumentos de enfrentamiento.
Hay autores que sostienen que el final sangriento de la experiencia del gobierno de la UP fue consecuencia del «empate catastrófico» a nivel social y político entre las fuerzas enfrentadas, pero también se puede hablar de un «empate catastrófico» en el seno de la UP.
El partido bolchevique y la revolución rusa.
Tomemos ahora el ejemplo de la revolución soviética y el tipo de partido que la hizo posible. Ahora estamos en presencia de una experiencia exitosa en un principio, pero que degenera posteriormente dando lugar al estalinismo, y termina con su colapso a finales de los años 80 del siglo pasado.
Es conocida toda la discusión, iniciada ya con la existencia de estas sociedades y el rumbo que iban tomando, y continuada después del derrumbe, sobre si se puede calificar a las formaciones sociales que tienen su origen en la revolución soviética y expansión posterior como socialistas. Pero nosotros vamos a analizar al instrumento que hizo posible la victoria de octubre, el partido bolchevique. Ahora no nos encontramos con una coalición, sino con un partido unificado.
La teoría del partido revolucionario se encuentra recogida fundamentalmente en tres documentos de Lenin: ¿Qué hacer?, Un paso adelante, dos pasos atrás1 y Carta a un camarada, completados con otras intervenciones posteriores. Hay quienes han querido ver una línea evolutiva en su pensamiento relacionado con este tema, pero lo cierto es que a pesar de algunas matizaciones coyunturales, el esquema desarrollado en ¿Qué hacer? es el que prevalecerá definitivamente sin ninguna duda. No se pueden considerar representativas las inclinaciones de Lenin a raíz de la revolución de 1905. La creación espontánea de soviéts, las movilizaciones de masas, le llevan a inclinarse por un partido abierto, de masas, dotado de un carácter obrerista, espontaneísta y antiintelectualista. En esos momentos Lenin se refiere a la toma de conciencia de las masas a través de su propia práctica revolucionaria. Pero se trata de una intervención coyuntural que no invalida su concepción fundamental del partido.
A principios de siglo se inicia una etapa en la que tomando como base la redacción del periódico Iskra en el exilio londinense – que le va a servir a Lenin para elaborar su teoría e impulsar la creación del partido – se caracteriza por la lucha teórica contra el economismo. Lenin enfatiza la organización de revolucionarios profesionales obligado por el trabajo en la clandestinidad, su visión se vuelve vanguardista, concibiendo el partido como una organización separada del medio que la rodea, pero unida a las masas, atenta a sus formas de lucha y a sus innovaciones, en lo que se denomina «relaciones dialécticas con las masas dentro de una praxis revolucionaria»2. La fundamentación teórica de esta concepción del partido se encuentra en la distinción entre dos formas de conciencia de clase en el proletariado. Por un lado se encontraría un tipo de conciencia espontánea que nunca puede elevarse más allá del tradeunionismo, nacida de las propias experiencias del proletariado; se trata de una conciencia reformista que en consecuencia no se plantea la transformación comunista de la sociedad. Por otro lado, se encuentra la conciencia revolucionaria elaborada por los intelectuales socialistas e introducida en el movimiento obrero a través de un combate contra las tendencias espontaneístas y sindicalistas del proletariado.
Este esquema estaba presente en el primer Marx, aunque luego fue abandonado, y pasa a través de Kautsky a Lenin que lo aplica de manera práctica en la construcción del partido bolchevique. En consecuencia, el partido se afirma como la fracción consciente del proletariado, su vanguardia, que aporta la lucidez política frente al simple instinto de clase.
También existen unas bases sociales, más concretas, en la decisión de construir este tipo de partido. Por un lado, las duras condiciones en que debe desarrollarse la lucha contra la autocracia zarista que obliga a una clandestinidad rigurosa frente a la represión e impide un funcionamiento democrático de cualquier organización; por otro el estado desagregado en que se encuentra el movimiento socialdemócrata en Rusia, dividido en círculos marxistas dispersos, poco coordinados entre sí; además, la lucha contra la tendencia economicista por parte del núcleo formado alrededor de Iskra antes de 1903 para evitar la deriva del movimiento socialdemócrata hacia el sindicalismo; y por último, no puede olvidarse que las tradiciones conspirativas rusas provenientes del siglo XIX no dejan de tener su influencia. Partiendo de estas condiciones, Lenin plantea un partido de tipo conspirativo formado por revolucionarios profesionales a través de una estricta selección de sus miembros, donde las necesidades de la lucha clandestina llevan a una estructura jerarquizada y disciplinada con estricto control de la organización por los órganos de dirección. Precisamente y para oponerse a lo que denomina «falso democratismo» de los mencheviques, para combatir tanto el economismo, que identificaba la lucha económica y la política, como el terrorismo, que buscaba «excitar» la conciencia del pueblo con actos de terrorismo individual, Lenin propone su solución de un partido estructurado de arriba abajo.
La lucha en el plano ideológico y político contra el «oportunismo» es a la vez una lucha en el plano organizativo contra lo que Lenin denuncia como «culto a la espontaneidad» que para él supone el sometimiento de la conciencia a la espontaneidad, es decir, que la vanguardia vaya a la zaga del movimiento. Para Lenin el culto a la espontaneidad del movimiento obrero es una manera de dejar a éste desarmado frente a la influencia de la ideología burguesa.
Se trata, en definitiva, de una concepción ultracentralista de organización donde el máximo órgano, el Comité Central, concentra la dirección política e ideológica, se encarga de organizar a los órganos inferiores, de nombrar a los responsables y de «dar trabajo a todos». Como en un «Estado Mayor» o como un «director de orquesta», el Comité Central es el impulsor de la actividad revolucionaria. Construido el partido de arriba hacia abajo, son prescritos en su seno el democratismo y el autonomismo como patrimonio de las corrientes oportunistas. La vida interna del partido debe regirse por una disciplina de hierro para la que los obreros han sido preparados en la escuela de la fábrica. Es desde luego una de las posibles interpretaciones organizativas de la concepción de Marx, pero desde luego no la más fiel al pensamiento que este último tenía sobre la organización, en el que predominaba la idea del partido-clase, la organización de abajo hacia arriba y el papel esclarecedor por parte de los comunistas, no como partido dirigente.
El triunfo de la revolución de octubre y las condiciones en que se desarrollan sus primeros años van a llevar a la cristalización de un sistema de partido único confundido con el Estado y a un modelo de partido monolítico. El proceso primero llevó a la eliminación de los demás partidos y, una vez consolidado el dominio del partido bolchevique, a la supresión de toda discrepancia en su interior. La última discusión abierta en su interior tuvo lugar en 1921 entre tres fracciones, la de la «oposición obrera»; la de Trotsky y Bujarin, opuesta a la anterior, y la de Lenin. El modelo de partido definido en las 21 condiciones aprobadas por la Internacional Comunista en 1920 terminaría convirtiendo en monolítico al Partido Bolchevique, en su X Congreso de 1921, con la prohibición de las fracciones. La justificación utilizada en este golpe definitivo a cualquier libertad de discusión en el Partido Comunista de Rusia fue la reciente sublevación de Cronstand.
En la estela de la corriente interpretativa que diferencia las aportaciones de todo tipo que hizo Lenin a la teoría y práctica marxista de la manipulación degenerativa que conocieron bajo Stalin, Adam Schaff considera que Lenin formuló una serie de tesis, que son la interpretación auténtica del principio del centralismo democrático y que describe de la siguiente manera:
«para que el centralismo sea democrático, es preciso, entre otras cosas, garantizar a la minoría el derecho a defender sus puntos de vista y luchar por hacerlos admitir. El principio de que la minoría tiene que someterse obligatoriamente a las decisiones de la mayoría cuando hay que actuar, representa una de las caras de la cuestión (…) la otra es el derecho de la minoría a proseguir su lucha para defender sus puntos de vista (…) Las consecuencias prácticas son las siguientes: el derecho de las minorías a presentar sus puntos de vista en las asambleas del partido, el derecho a constituir grupos para preparar los documentos precisos e incluso el derecho a proceder a elecciones en el Congreso sobre la base de diferentes plataformas»3.
Sin embargo, el X Congreso del partido bolchevique dio un vuelco a la existencia y actividad de las diferentes corrientes, tendencias y fracciones existentes en su seno, condenándolas oficialmente y prohibiendo su constitución, lo que se insertó dentro del cambio oficial en la interpretación del centralismo democrático, que llevaría a la doctrina stalinista sobre el mismo. La justificación de esta decisiva transformación de la vida interna del partido vendría dada por la amenaza que la existencia de corrientes y fracciones suponía para la unidad del partido en una situación posrevolucionaria muy difícil. El papel jugado por Lenin en este cambio fue contradictorio, pues su intervención fue decisiva para suprimirlas a pesar de seguir manteniendo las mismas posiciones sobre le centralismo democrático. En definitiva, reconoce Schaff:
«Las condiciones concretas hicieron, tanto antes de la revolución como durante la guerra civil y, posteriormente, dadas sus consecuencias, que los postulados democráticos se viesen ‘suspendidos’. Sea como fuere, Lenin no los elaboró como hizo con el centralismo, lo cual es comprensible, pero desafortunadamente fue fatal en sus consecuencias. Esta realidad hizo posteriormente posible la codificación estaliniana de las normas de la organización de los partidos comunistas, transformando el centralismo democrático en centralismo, rechazando de hecho el elemento democrático»4.
Los rasgos definitivos de los partidos comunistas fueron establecidos por Lenin, y Stalin solo llevó estos rasgos a sus últimas consecuencias. Así, en Cuestiones de leninismo, y apoyándose profusamente en citas de Lenin, define al partido como el destacamento de vanguardia de la clase obrera, pertrechado con la teoría revolucionaria que conduce tras de sí al proletariado y no va a la zaga de la espontaneidad. Dirigido desde el centro, el partido reúne a los mejores elementos y se vincula a las masas, convirtiendo a cada organización de la clase obrera en correa de transmisión que une al Partido con la clase. El Partido es concebido el instrumento de la dictadura del proletariado para lo que se hace necesario una férrea disciplina y cohesión que suprima cualquier fracción en su seno, fraccionalismo que proviene de los elementos oportunistas que se introducen en su interior y a los que es preciso descubrir y eliminar. El Partido, en definitiva, se fortalece depurándose de sus elementos oportunistas5.
Fruto de unas circunstancias excepcionales – la lucha contra la autocracia zarista, la revolución de octubre y la posterior guerra civil – y pensado para unas circunstancias excepcionales – la extensión de la revolución a los países imperialistas – el tipo de partido cristalizado en 1920-1 devino finalmente modelo obligatorio para todos los partidos comunistas a partir de ese momento.
¿Qué articulación de fuerzas revolucionarias para la revolución bolivariana?
Finalmente nos encontramos con un tercer ejemplo histórico, cuyas características se asemejan en muchos aspectos clave a la experiencia chilena. La revolución bolivariana busca el camino para el «socialismo del siglo XXI» utilizando también la institucionalidad burguesa para su transformación.
Pero también son conocidas las diferencias entre ambas experiencias. En Chile existía un potente movimiento popular organizado fundamentalmente alrededor de dos grandes partidos marxistas y una central unitaria de trabajadores. Sus fuerzas armadas tenían en 1970 la imagen de ser respetuosas con el ordenamiento constitucional y poco proclives a la intervención en política, y el gobierno popular ni llegó a contar con un apoyo significativo a su proyecto dentro de las fuerzas armadas, ni articuló una política que evitase que se volviesen contra el proceso. Su principal riqueza económica, el cobre, estaba en manos de empresas norteamericanas y el gobierno procedió a su nacionalización utilizando la doctrina Allende para calcular las indemnizaciones, lo cual fue utilizado de pretexto por el gobierno norteamericano, decidido desde el principio a impedir la consolidación de la victoria popular. La experiencia tiene lugar en un mundo bipolar, donde el imperialismo encontraba un freno en el denominado campo socialista y, además, existía la convicción en la izquierda de estar viviendo un momento histórico caracterizado por el avance de las fuerzas socialistas a nivel mundial. Por último, la revolución chilena centró sus esfuerzos transformadores iniciales en el terreno de las estructuras económicas antes que en las institucionales.
En Venezuela, por el contrario, las fuerzas auténticamente socialistas estaban fragmentadas y Chávez tuvo que apoyarse desde el inicio en un conglomerado de organizaciones diversas. La revolución bolivariana ha contado con apoyos importantes en las fuerzas armadas, de donde ha salido el propio Presidente, jugando un papel fundamental para revertir el golpe de Estado de abril de 2002 . Venezuela también ha sufrido la agresión imperialista, pero en condiciones menos dramáticas que el gobierno Allende. Hoy no existe un campo socialista que haga de contrapeso al imperialismo, pero Chávez ha sabido encontrar aliados más o menos cercanos frente a aquél. Por último, aunque en ambos casos el acontecimiento que desencadena el proceso transformador es una victoria electoral en elecciones presidenciales, en Venezuela los cambios se iniciaron en el campo institucional para acabar con las prácticas de una democracia representativa corrupta, y aún no se ha procedido a transformar las estructuras económicas.
Esta nueva experiencia se encuentra ahora justamente en el momento de ensayar una respuesta al problema de construir el instrumento organizativo adecuado para alcanzar el «socialismo del siglo XXI».
Dos datos parecen confluir en esta coyuntura, de un lado existe una opinión extendida que acusa a la mayoría de los partidos que apoyan a Chávez de prácticas burocráticas y clientelistícas, incluso de corrupción; de otro, parece abrirse una nueva etapa en la revolución bolivariana que debería llevar a un modelo de socialismo de perfiles aún por definir. La iniciativa, que es impulsada por el Presidente Chávez, va en el sentido de crear un partido unificado de toda la izquierda que le apoya. La forma y el fondo de la iniciativa ha levantado la polémica entre los partidos que le vienen apoyando y preocupación entre ciertos sectores. En tanto el MVR y otras organizaciones menores expresaron rápidamente su adhesión a la iniciativa, otros tres partidos (PPT, PCV y Podemos) expresaron reticencias ante ella.
Edgardo Lander6 se refería a la preocupación de fondo cuando apuntaba que no era posible plantearse ninguna idea sobre el socialismo del siglo XXI sin antes realizar una crítica profunda del modelo de socialismo real del siglo XX, y una de las críticas fundamentales a ese modelo de socialismo fracasado es la referida al papel del Estado y del partido.
El modelo bolchevique de partido fue exitoso para realizar la revolución y consolidarla. Como ocurrió otras veces en la historia este éxito le catapultó como modelo a seguir (antes ocurrió con el modelo socialdemócrata alemán en la época de la II Internacional) y se impuso a todos los PPCC del mundo.
El modelo político y económico soviético también se imitó, con variaciones, donde los PPCC accedieron al poder. El resultado final hoy está a la vista con el fracaso de esas experiencias. Es evidente que este modelo de partido no es el único responsable de la situación final, donde intervinieron un complejo de factores cuya discusión aun se prolongara en el tiempo, pero es uno de ellos.
En el caso chileno no se puede hablar de modelo porque al ser derrotada la experiencia nadie pretendió imitarla, pero también aquí las características de la articulación de las fuerzas revolucionarias fueron responsables en parte de su derrota.
Hemos hecho alusión a dos factores que están íntimamente relacionados con la forma histórica concreta que toma la articulación de las fuerzas revolucionarias, el primero es la tradición organizativa de las clases populares, el segundo son las características de la sociedad y el Estado donde opera. Pero hay un tercer factor importante a tener en cuenta, el modelo de sociedad socialista que se pretende construir. Ese factor no es un dato dado históricamente como los dos anteriores, primero porque se trata de proyectos que, como tales, están sometidos a la prueba de la realidad y deben optar entre diferentes alternativas en los momentos claves que les plantea un desarrollo no controlado de antemano; en segundo lugar porque no suele existir consenso entre todos los componentes de las fuerzas revolucionarias sobre el modelo de socialismo a construir.
El modelo de socialismo que originariamente servía de guía a los bolcheviques, aquél representado por la imagen de la Comuna de París, no se plasmó en la práctica, que, por el contrario, dio lugar a un resultado muy diferente.
En Chile, Cancino7 distingue dos modelos fundamentales entre los actores de la izquierda chilena, el que sostendría Salvador Allende y los sectores que le apoyaban dentro de la UP, cuyo objetivo sería en palabras del Presidente chileno construir «la primera sociedad socialista edificada según un modelo democrático, pluralista y libertario»; y otro diferente sostenido por los sectores mayoritarios de la UP, pues pese a las divergencias profundas existentes en las estrategias de estos actores, todos participan en una matriz teórica común, el marxismo de la III Internacional y los modelos de revolución, de Estado, partido y democracia que esta organización instituyó, codificando la experiencia de la revolución de octubre de 1917 en Rusia.
En Venezuela, el modelo de socialismo, el denominado «socialismo del siglo XXI» está aún por definir.
Si nos hemos fijado en estas dos experiencias anteriores es porque ni los revolucionarios rusos ni los chilenos tenían modelos exitosos de organizaciones y sociedades en los que fijarse, recorrían caminos nuevos (Allende denominó a la vía chilena como el segundo modelo de transición al socialismo8). Enfrentadas a coyunturas históricas muy diferentes también fueron muy distintas la articulación de las fuerzas revolucionarias que levantaron. Hoy Venezuela se encuentra en una situación similar, en una coyuntura histórica inédita tiene que encontrar su camino. No tiene modelos exitosos a los que imitar, pero sí experiencias históricas de las que extraer lecciones.
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1 Lenin, V.I., ¿Qué hacer? y Un paso adelante, dos pasos atrás, en Obras escogidas Tomo II, Editorial Progreso, Moscú, 1975
2 Fages, J.B., Introducción a las diferentes interpretaciones del marxismo, Ed. Oikos-tau, Barcelona, 1976, pág. 28
3 Schaff, Adam, «Burocracia del partido y democracia socialista», en Varios, Vías democráticas al socialismo, Editorial Ayuso, Madrid, 1981 ., págs. 280-1
4 Schaff, Adam, «Centralismo democrático, si, ¿pero como entenderlo? (y 2)», en Problemas del partido. El centralismo democrático, Ed. Revista Ahora. Partido de los Trabajadores de España-Unidad Comunista, Madrid, 1988 , págs. 78-9
5 En realidad esta consigna, recogida por Stalin y llevada a la práctica con métodos expeditivos, es original de Lasalle en una carta a Marx, y es recogida por Lenin en el prologo de ¿Qué hacer?
6 Lander, Edgardo, Creación del partido único, ¿aborto del debate sobre el Socialismo del Siglo XXI?, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=45975, (03-02-2007)
7 Cancino Troncoso, Hugo, La problemática del poder popular en el proceso de la vía chilena al socialismo. 1970-1973, Ed. Aurhus University Press, 1988, págs. 25-6
8 Allende, Salvador, La «vía chilena al socialismo». Discurso ante el Congreso de la República 21 de mayo de 1971, pág. 3, http://www.marxists.org/espanol/allende/21-5-71.htm, (27 Agosto 2003)