En su investigación moral sobre la naturaleza de la sociedad y de los hombres, Mandeville (1670-1733) asume la tesis de Hobbes (1588-1679) de que el hombre es un lobo para el hombre, y sus conclusiones, son recogidas y desarrolladas ampliamente después por Adam Smith (1723-1790), ideólogo del liberalismo e inspirador del sistema económico que impera […]
En su investigación moral sobre la naturaleza de la sociedad y de los hombres, Mandeville (1670-1733) asume la tesis de Hobbes (1588-1679) de que el hombre es un lobo para el hombre, y sus conclusiones, son recogidas y desarrolladas ampliamente después por Adam Smith (1723-1790), ideólogo del liberalismo e inspirador del sistema económico que impera actualmente en el mundo.
Como médico importante, amigo y protegido del canciller de la corte inglesa, Mandeville había recibido una sólida formación científica y una educación pragmática, que hacía de la experiencia la fuente de todo conocimiento
Hechos que demuestran de manera incontestable, que los vicios privados de los individuos, constituyen la principal fuente de riqueza de la sociedad:
No hay escapatoria. El hombre es un ser corrupto por naturaleza, y sus vicios son el maná de donde brota toda riqueza. El Mercado (entendido como negocio) se impone, las leyes sustituyen la falta de moralidad, y es la habilidad de los gobernantes (los buenos políticos son para el cuerpo social, lo que los buenos médicos para el cuerpo humano), la encargada de convertir esos defectos en prosperidad.
Mandeville reduce al individuo a un conjunto de egoísmos, pasiones y apetitos, que hacen imposible la virtud, ya que cualquier acto que realice, lo hará impulsado por su propio interés, placer y conveniencia, dado que
Y puestos a ser malos, mejor viciosos y gozando de opulencia, que no llenos de bondad y nadando en la miseria. Ser prácticos, no hace falta decirlo, constituye para Mandeville la virtud suprema, por no decir la única. Mandeville defiende los vicios que considera útiles, los que mueven la economía, crean trabajo y hacen florecer los negocios, y no los lesivos, como destruir propiedades, asesinar o robar, precisando que
El mal es todo aquello que atenta contra el orden social. Lo bueno coincide con lo útil, y se cuantifica en términos económicos. Si a mayor vicio, corresponde mayor bienestar, la sociedad más viciosa, será la mejor; aunque como acertadamente le respondió Hume (1711-1776):
Aunque Mandeville sostiene que cada persona es para sí misma el bien más grande, no por eso deja de reconocer que, en un momento dado, puede haber otros bienes que le interesen más que su propia vida; como sucedió con su compatriota Tomás Moro (1478-1535), que llevó su amor a la verdad y a la libertad de conciencia hasta sus últimas consecuencias, perdiendo su cabeza en el patíbulo.
",1] ); //--> Los vicios son la condición de la prosperidad y riqueza de una nación. Las virtudes pueden hacer buena a una nación, pero nunca grande. El bien emerge del mal, como los polluelos de los huevos. Querer grandes beneficios sin grandes vicios, es vana utopía. No se puede gozar de lo bueno, sin participar de lo malo>.
No hay escapatoria. El hombre es un ser corrupto por naturaleza, y sus vicios son el maná de donde brota toda riqueza. El Mercado (entendido como negocio) se impone, las leyes sustituyen la falta de moralidad, y es la habilidad de los gobernantes (los buenos políticos son para el cuerpo social, lo que los buenos médicos para el cuerpo humano), la encargada de convertir esos defectos en prosperidad.
Mandeville reduce al individuo a un conjunto de egoísmos, pasiones y apetitos, que hacen imposible la virtud, ya que cualquier acto que realice, lo hará impulsado por su propio interés, placer y conveniencia, dado que
Y puestos a ser malos, mejor viciosos y gozando de opulencia, que no llenos de bondad y nadando en la miseria. Ser prácticos, no hace falta decirlo, constituye para Mandeville la virtud suprema, por no decir la única. Mandeville defiende los vicios que considera útiles, los que mueven la economía, crean trabajo y hacen florecer los negocios, y no los lesivos, como destruir propiedades, asesinar o robar, precisando que
El mal es todo aquello que atenta contra el orden social. Lo bueno coincide con lo útil, y se cuantifica en términos económicos. Si a mayor vicio, corresponde mayor bienestar, la sociedad más viciosa, será la mejor; aunque como acertadamente le respondió Hume (1711-1776):
Aunque Mandeville sostiene que cada persona es para sí misma el bien más grande, no por eso deja de reconocer que, en un momento dado, puede haber otros bienes que le interesen más que su propia vida; como sucedió con su compatriota Tomás Moro (1478-1535), que llevó su amor a la verdad y a la libertad de conciencia hasta sus últimas consecuencias, perdiendo su cabeza en el patíbulo. Ni todos los actos buenos se cometen por malas razones, ni todo lo que le favorece a uno, tiene porque repercutir de forma negativa sobre los demás. El bien y el mal no son categorías absolutas, y hasta el mismo Mandeville admite que
Luego si no todo es bueno, tampoco todo será malo en el hombre. El hombre forma parte de la naturaleza, y preguntarse si es bueno o malo, equivale a preguntarse si la naturaleza lo es. Una cosa es que la naturaleza no sea un hada bienhechora, y otra muy diferente que sea una madrastra, aunque seamos los seres humanos los que atribuimos significados a acciones para ella indiferentes. Vida y muerte tienen el mismo valor para la naturaleza y se equilibran mutuamente entre sí, haciendo del universo un juego de suma cero; realidad que confirma Mandeville:
Pero con eso se queda, si luego resulta que no sirve para nada. Mandeville no se priva de proclamar que la práctica de la virtud, no es posible en lo personal, ni conveniente en lo social; que la sencillez y moderación no solo no nos aportan ninguna de las cosas buenas de este mundo: comodidades, riqueza, poder, éxito y honores, sino que al contrario, nos impiden disfrutar de ellas. La virtud tiene para él una connotación negativa
La virtud sería la autopelota que el hombre se hace a sí mismo. Más no conforme con denunciar toda virtud como una impostura, Mandeville equipara a la auténtica virtud con la renuncia. La virtud según él, consistiría en desprenderse de lo que uno más aprecia o necesita, y sería algo así como el estrellato, una meta difícil, por no decir imposible de alcanzar. Cuando realmente la virtud no puede basarse en la negación de la naturaleza humana, al igual que no debe hacerse de la represión o de la necesidad, virtud.
Es obvio que dormir en un mal colchón, no lo vuelve a uno mejor que dormir en uno bueno, y que ser virtuosos no consiste en sustituir el sexo por la devoción. Como tampoco la honradez se debe interpretar como la autocontención de las ganas de robar, o el ser pacíficos, como la capacidad de sobreponerse a las tentaciones de asesinar al prójimo. Tanto el egoísmo como el sexo o el orgullo, constituyen tendencias naturales totalmente legítimas, ni buenas ni malas, que cumplen su función, y que en su justa medida resultan útiles, pero que exacerbadas, se vuelven patógenas y peligrosas. Nadie en su sano juicio se atrevería a decir que los conejos son malos, pero introducidos por el hombre en Australia, se convirtieron en una plaga. El problema no radica en que el ser humano posea orgullo, sino en como se manipula éste, volviéndolo como un arma contra sí mismo y sus semejantes. Mandeville facilita al respecto, unas cuantas recetas de probada eficacia:
El amor de las madres a los hijos es una pasión, pero como toda pasión puede ser superada por otra pasión que satisfaga el amor propio más que el amor a la descendencia. La misma mujer que destruye a su hijo de soltera, si se casa, cuidará tiernamente de sus retoños. Las prostitutas casi nunca los destruyen, porque han perdido el pudor, y la condena pública no les hace efecto>.
Falla la virtud, falla el hombre y falla su naturaleza. Lo que triunfa es el vicio; a falta de virtud, la voluptuosidad es la que manda
¿Que individuo no ha encubierto alguna vez sus flaquezas? Todas las excelencias de los hombres son adquiridas. La educación es la forma de disimular las imperfecciones humanas y ocultar nuestros apetitos. Las buenas cualidades del hombre son el resultado del arte y la educación; nada civiliza más a los hombres que sus temores. Son malos quienes no han sido adiestrados, como son ingobernables todos los caballos que no han sido domados.
La amabilidad, la cortesía y los buenos modales sirven para ocultar el orgullo. La modestia permite hacer creer a los demás, que el aprecio que sentimos por ellos, excede al que nos profesamos a nosotros mismos, y por eso, cualquier manifestación de orgullo resulta ofensiva e inconveniente para los demás.
Cualidades como la benevolencia, la amabilidad, o la simpatía, el individuo las pone en juego tan solo para ganarse el favor de sus semejantes. Un hombre comienza a ser una persona tolerable, cuando para satisfacer su pasión, se conforma con algún mezquino equivalente, pero el hombre jamás rompe con sus vicios, excepto los que se oponen a su propia naturaleza>.
",1] ); //--> Un hombre puede creerse virtuoso porque sus pasiones están adormecidas, pero las pasiones solo pueden vencerse con otras de mayor fuerza. Nada hay de lo que un hombre no pueda ser enseñado a avergonzarse. La vergüenza, el temor al rechazo y desprecio de la sociedad, se utilizan para sofocar sus apetitos. La recompensa por reprimirlos, en vez de dejarse dominar por ellos, es la aprobación de los demás.
El amor de las madres a los hijos es una pasión, pero como toda pasión puede ser superada por otra pasión que satisfaga el amor propio más que el amor a la descendencia. La misma mujer que destruye a su hijo de soltera, si se casa, cuidará tiernamente de sus retoños. Las prostitutas casi nunca los destruyen, porque han perdido el pudor, y la condena pública no les hace efecto>.
Falla la virtud, falla el hombre y falla su naturaleza. Lo que triunfa es el vicio; a falta de virtud, la voluptuosidad es la que manda
¿Que individuo no ha encubierto alguna vez sus flaquezas? Todas las excelencias de los hombres son adquiridas. La educación es la forma de disimular las imperfecciones humanas y ocultar nuestros apetitos. Las buenas cualidades del hombre son el resultado del arte y la educación; nada civiliza más a los hombres que sus temores. Son malos quienes no han sido adiestrados, como son ingobernables todos los caballos que no han sido domados.
La amabilidad, la cortesía y los buenos modales sirven para ocultar el orgullo. La modestia permite hacer creer a los demás, que el aprecio que sentimos por ellos, excede al que nos profesamos a nosotros mismos, y por eso, cualquier manifestación de orgullo resulta ofensiva e inconveniente para los demás.
Cualidades como la benevolencia, la amabilidad, o la simpatía, el individuo las pone en juego tan solo para ganarse el favor de sus semejantes. Un hombre comienza a ser una persona tolerable, cuando para satisfacer su pasión, se conforma con algún mezquino equivalente, pero el hombre jamás rompe con sus vicios, excepto los que se oponen a su propia naturaleza>. Mandeville asume que la codicia abunda más que la generosidad; que la rivalidad predomina sobre la cooperación. Por supuesto, que lo que cada persona haga es cosa suya, aunque si los materiales son defectuosos, difícilmente la obra será buena. Mandeville considera que el hombre es un animal sociable, solo porque está domesticado, entendiendo por sociabilidad, gobierno, temor y disciplina, puesto que
Lo más valioso del hombre son sus logros y conquistas materiales, de ahí que para Mandeville la mayor felicidad posible, si no toda, resida en las cosas mundanas:
El bienestar material es lo que más se aproxima la felicidad. La felicidad la proporciona la riqueza y gratificación de los instintos, más que la satisfacción de estar en paz con los demás y de acuerdo consigo mismo. El problema del género de felicidad propuesto por Mandeville, es que no puede alcanzarse sin un monstruoso coste humano. Argumenta el ensayista inglés lúcidamente, y no se equivoca, que el sacrificio de los pobres, constituye la condición indispensable para la prosperidad y grandeza de la nación, o lo que es lo mismo, para el disfrute de los ricos. El que los organismos superiores se nutran de los inferiores, forma parte del orden inmutable de la existencia:
Menuda sorpresa, descubrir que todo lo bueno procede del trabajo y no de los vicios, y que todos los lujos, caprichos y vanidades mundanas, que tanto parecen complacer a Mandeville, se quedarían en nada sin el concurso de los más desfavorecidos. Mandeville menciona a los pobres como el mayor bien de la nación… ¿pero de cual de ellas, la de los terratenientes o la de los jornaleros?… ¿acaso es la misma?… ¿a quién si no están destinados sus frutos?…
No puede existir mayor vicio en el mundo, que pretender tener una masa de pobres a su disposición, algo que hasta el propio Mandeville reconoce implícitamente al confesar que
La cantidad de trabajadores, ajenos a todo lo que no sea su labor, es demasiado pequeña; pero lo importante es que los inferiores, lo sean no solamente en riqueza, sino también en conocimientos. Cuantas menos nociones tengan de una existencia mejor, más contentos se sentirán con la suya. Es necesario que sus saberes se limiten a sus ocupaciones. Los hombres que han de permanecer hasta el fin de sus días en condiciones de vida duras, aburridas y penosas, cuanto antes empiecen a practicarlas, más pacientemente se someterán y acostumbrarán a ellas. Las penalidades no son tales para los que se han criado entre ellas.
No es posible que muchos miembros de la sociedad vivan en la ociosidad, disfrutando de todas las comodidades y placeres que puedan inventarse, sin que haya al mismo tiempo multitud de gentes que trabajen duramente para ellos.
Aborrezco la inhumanidad y no quisiera que me creyeran cruel, pero ser excesivamente compasivo, sería una debilidad imperdonable. Se dirá en mi contra, que es bárbaro negar a los hijos de los pobres la oportunidad de desarrollar sus facultades, puesto que Dios los dotó de iguales talentos que los ricos, pero no creo que esto sea más penoso que su falta de dinero, cuando tienen las mismas necesidades que los demás.
Incluso entre las gentes más bajas, a pesar de su humilde origen, hay personas bien dotadas, que logran elevarse de la nada. Pero hay gran diferencia entre impedir a los hijos de los pobres que mejoren su condición, o negarse a darles una educación que no necesitan, cuando pueden ser empleados más útilmente en otros menesteres>.
Como trabajar en provecho de los Mandeville de turno y compañía, se entiende. Para que alguien sea más, otro tiene que ser menos. Lo característico del vicio es que o bien los medios, o bien los fines, fallan; mientras que la virtud se basa en la perfecta sintonía entre ambos.
«,1] ); //–> Incluso hay criados que se han constituido en sociedad, quedando obligados entre ellos a no servir a amo alguno por menos de una suma determinada, de forma que si alguno pierde su trabajo por seguir los estatutos de su honorable corporación, sea atendido por los demás hasta que pueda encontrar otro empleo.
La cantidad de trabajadores, ajenos a todo lo que no sea su labor, es demasiado pequeña; pero lo importante es que los inferiores, lo sean no solamente en riqueza, sino también en conocimientos. Cuantas menos nociones tengan de una existencia mejor, más contentos se sentirán con la suya. Es necesario que sus saberes se limiten a sus ocupaciones. Los hombres que han de permanecer hasta el fin de sus días en condiciones de vida duras, aburridas y penosas, cuanto antes empiecen a practicarlas, más pacientemente se someterán y acostumbrarán a ellas. Las penalidades no son tales para los que se han criado entre ellas.
No es posible que muchos miembros de la sociedad vivan en la ociosidad, disfrutando de todas las comodidades y placeres que puedan inventarse, sin que haya al mismo tiempo multitud de gentes que trabajen duramente para ellos.
Aborrezco la inhumanidad y no quisiera que me creyeran cruel, pero ser excesivamente compasivo, sería una debilidad imperdonable. Se dirá en mi contra, que es bárbaro negar a los hijos de los pobres la oportunidad de desarrollar sus facultades, puesto que Dios los dotó de iguales talentos que los ricos, pero no creo que esto sea más penoso que su falta de dinero, cuando tienen las mismas necesidades que los demás.
Incluso entre las gentes más bajas, a pesar de su humilde origen, hay personas bien dotadas, que logran elevarse de la nada. Pero hay gran diferencia entre impedir a los hijos de los pobres que mejoren su condición, o negarse a darles una educación que no necesitan, cuando pueden ser empleados más útilmente en otros menesteres>.
Como trabajar en provecho de los Mandeville de turno y compañía, se entiende. Para que alguien sea más, otro tiene que ser menos. Lo característico del vicio es que o bien los medios, o bien los fines, fallan; mientras que la virtud se basa en la perfecta sintonía entre ambos. En su afán de situar la utilidad por encima de cualquier consideración ética o humana, Mandeville no vacila en proclamar que
Quizá por eso, Mandeville hace de la desigualdad humana el factor decisivo del éxito material en la sociedad:
El pobre es ganado humano, al que el rico debe atender y cuidar como su posesión más valiosa. Y del mismo modo que cuanto más grande es el rebaño, mayor su rendimiento, cuanto más aumenta la cabaña humana, más rentable resulta para sus propietarios los ricos, razón que explica el crecimiento continuo e imparable de la población del planeta.
Sin embargo, hasta un utilitarista puro y duro como Mandeville, se rebela en ocasiones, contra su propia doctrina de obtener la eficacia a cualquier precio:
Cuestión interesante que Mandeville solo se plantea, cuando su subconsciente, o tal vez su conciencia, le traiciona. Porque enseguida, Mandeville vuelve a contradecirse cuando sostiene que al hombre hay que atarle corto para que se comporte adecuadamente, al tiempo que apuesta por el laissez faire y el liberalismo a ultranza, como la panacea mágica para el funcionamiento óptimo de la sociedad:
Se enuncia aquí por primera vez la famosa «mano invisible» de Adam Smith; esa bella fábula del Mercado libre, justo y equitativo, que reparte y dá a cada cual lo que se merece. Deidad soberana e inocente, situada por encima del bien y del mal, capaz de reciclar los trapos sucios del hombre y transmutarlos por arte de magia en trajes de seda.
Sin embargo, Mandeville y Adam Smith olvidan el pequeño detalle de que, en su sistema, todo lo que existe bajo la capa del cielo tiene dueño, sean tierras, justicia, democracia o alimentos. Y que el Mercado no podía ser una excepción, cuando hasta en la Luna se están vendiendo parcelas. Mercado, por supuesto anónimo, pero al que habría que tomar las huellas dactilares, para saber a quien pertenece y quien instiga sus delitos.
Mandeville se vale del egoísmo como argumento para invalidar y descalificar globalmente al ser humano y justificar la imposición de una sociedad de clases como la mejor de todas. La suya es una concepción mercenaria y mercantilista de la vida, que ha triunfado y se ha extendido de punta a punta del planeta, y que se corresponde milimétricamente con su negativa visión del ser humano.
La una no podría existir sin la otra.
Lo único que ha cambiado en los tres siglos transcurridos desde entonces, es que la noción del ser humano de Mandeville, se mantiene activa, aunque disimulada eso sí, bajo el paraguas de los derechos humanos, la democracia y la civilización, mientras la explotación crece sin cesar, los ricos se vuelven cada vez más ricos, y el número de pobres se multiplica sin cesar, tal y como él propugnaba. Ya falta menos para que toquemos a pobre por ONG.
Pero mientras la humanidad «progresa» por el camino que él proyectó, la gran honestidad intelectual de Mandeville hace que éste se revele inconscientemente como su peor crítico
Sentencia inapelable, de la que no escapa el ganado humano, ni por supuesto los ricos, y que indica que la solución, hoy como hace veinte mil años, se sigue llamando igualdad, no competitividad, y cooperación en vez de pillaje.