Desesperados, coleteando como peces en anzuelo, los Estados Unidos reinciden en la táctica de ubicar en el poder político de otro país, toca el turno a Brasil, a un partido de derecha controlable, entre otros motivos -uno muy poderoso- para poner fin a la creciente relación de esa nación latinoamericana con China y Rusia. El […]
Desesperados, coleteando como peces en anzuelo, los Estados Unidos reinciden en la táctica de ubicar en el poder político de otro país, toca el turno a Brasil, a un partido de derecha controlable, entre otros motivos -uno muy poderoso- para poner fin a la creciente relación de esa nación latinoamericana con China y Rusia.
El reputado analista Paul Craig Roberts ha llamado la atención sobre el hecho, y en uno de sus habituales textos, que tomamos de lahaine.org, explica que, en un ataque de Washington contra los Brics, primero aquel eliminó a la presidenta reformista de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, para luego centrarse en la caída de Dilma Rousseff.
Contra la última se han empleado, no evidencias, sino apenas sugerencias de corrupción, con vistas a conseguir que sea acusada por la cámara baja. Para los incrédulos, agreguemos con nuestra fuente que «todo esto no guarda ninguna diferencia con las ´armas nucleares iraníes´, ´las armas de destrucción masiva´ de Saddam Hussein, el empleo de ´armamento químico´ por parte del presidente Assad o, como en el caso de la presidenta Rousseff, meras insinuaciones […]. Las oligarquías apoyadas por EE.UU. están sencillamente utilizando el juicio político para sacar a una presidenta que no pueden derrotar electoralmente».
Y como si no bastara, el Tío Sam aspira a colocar a Venezuela «de nuevo bajo el control de su oligarquía criolla, que es su aliada. Los presidentes de Ecuador y Bolivia también están en la mira. Una de las razones por qué Washington no permitirá a su perrito faldero británico honrar el asilo que Ecuador concedió a Julián Assange, es porque Washington tiene la esperanza de tener a su propio agente como presidente de Ecuador, en cuya eventualidad el asilo otorgado a Assange será revocado».
Paul Craig se encrespa: «Washington siempre ha bloqueado las reformas en América Latina. Los pueblos latinoamericanos continuarán siendo siervos de EE.UU. hasta tanto no elijan gobiernos con tan abrumadoras mayorías que estos puedan enviar al exilio a las traidoras oligarquías, cerrar las embajadas norteamericanas y expulsar a todas las corporaciones estadounidenses. Cada país latinoamericano que soporte la presencia norteamericana en su territorio no tiene otro futuro que la servidumbre».
Ahora, ¿por qué esa ojeriza gringa contra los Brics, variable de tan compleja ecuación? Elemental. Sus miembros -Brasil, Rusia, la India, China, Sudáfrica- y su cercana Argentina han venido resistiendo a pie firme la desaceleración de la economía mundial, en sí causada por algo que hace tiempo descubrió un barbado pensador alemán y en lo que hoy repara Fred Goldstein, en el sitio web mencionado arriba: la sobreproducción capitalista global puede llevar (lleva) a una disminución de las ganancias, reducciones en la producción, menores salarios y más despidos. Lo que está ocurriendo en el planeta, incluida la bajada de los precios del petróleo crudo y la gasolina.
El futuro no está escrito
Pero no intentaremos que llueva sobre mojado. Por eso, en vez de enzarzarnos en la intríngulis de la crisis, nos asistiremos del socorrido pensador Emir Sader, quien, en Página 12, asevera que nunca como hogaño el futuro de América Latina ha estado abierto. Conforme al destacado intelectual, hemos pasado por un momento, especialmente en los años noventa del siglo anterior, en que la historia del continente parecía congelada.
«Se imponía un modelo de forma avasalladora, que pretendía invertir y cerrar ciclos históricos que apuntaban en otra dirección. Ya no más desarrollo económico, sino equilibrio fiscal. Ya no más distribución de renta, sino concentración en manos de los más competentes. Ya no más derecho, sino concurrencia en el mercado. Nunca más Estado, sino empresas.
«Se arriesgarán, en medio de consensos que creían definitivos, a anunciar el fin de la Historia, que reposaría eternamente en los brazos de la democracia liberal y de la economía capitalista de mercado. Enterradas las alternativas, el capitalismo y el imperialismo podrían rediseñar el poder en el mundo».
De pronto, como en un mentís a los agoreros, la zona se tornó la única del orbe con ejecutivos antineoliberales, con procesos de integración regional, «con capacidad para revertir las fuertes tendencias a la desigualdad social y al aumento de la pobreza y la miseria…»
Según Sader, el subcontinente ganó el derecho a definirse a partir de su capacidad para reaccionar frente al modelo de marras y a la consiguiente globalización. «Gracias al liderazgo de dirigentes como Hugo Chávez, Lula, Néstor y Cristina Kirchner, Pepe Mujica, Evo Morales, Rafael Correa, entre otros, ahora América Latina se enfrenta a los efectos duraderos de la recesión internacional y a articulaciones derechistas internas, generando crisis en varios de nuestros países».
De ahí los esfuerzos provenientes de Norteamérica, donde se conciben, apoyan, sufragan y conducen contra líneas empecinadas en el bien. Y en este maremagno algo que salta a la vista es que, si «nadie puede garantizar que los gobiernos antineoliberales se van a consolidar definitivamente, menos aún que los intentos de restauración conservadora se van a imponer».
Así que las dos vías están franqueadas. Lo que se puede decir es que el escenario político será nuevo a partir del presente. Ya no se contará con precios altos de los productos de exportación; al contrario: la recesión internacional tiende a extenderse. Tampoco devendrá posible que cada país reaccione aisladamente.
«La vía de la restauración está siendo puesta en práctica en Argentina y rápidamente demuestra cómo sus planteamientos profundizan la recesión, el desempleo, el endeudamiento y hasta la misma inflación. Es una vía que recorta los derechos sociales, concentra renta, subordina los intereses del país a los grandes capitales internacionales y derechamente a Estados Unidos […]. La otra es la vía de consolidar los extraordinarios avances logrados y avanzar hacia una América Latina todavía más integrada, por el Mercosur, por Unasur, por Celac, más vinculada al destino del Sur del mundo, a los Brics, a su Banco de Desarrollo. Con gobiernos antineoliberales articulando y poniendo en práctica un modelo integrado de desarrollo con distribución de renta, profundizando incesantemente sus mercados internos de consumo de masas, fortaleciendo y democratizando más a sus Estados, con procesos de formación democrática de sus opiniones públicas, construyendo modelos de superación del neoliberalismo y de construcción de sociedades basadas en el derecho de todos».
La pregunta resultaría: cuál de las dos opciones va a imponerse a la postre. Conforme a Sader -opinión a la que nos sumamos- es lo que se está decidiendo en este instante. Para él, las fuerzas democráticas y populares no deberán seguir cometiendo los mismos descuidos. En un estilo que destila pasión, el ensayista afirma que es el destino de nuestros países en toda la primera mitad del siglo XXI lo que se halla en juego. «Conciencia real de los problemas que estamos enfrentando, de las fuerzas con que contamos y con las que podemos contar, de los errores cometidos, capacidad de renovación hacia las nuevas generaciones, hacia las mujeres, hacia las capas populares todavía postergadas, hacia el espíritu democrático y la capacidad teórica creativa, nos pueden llevar, por la vía democrática y popular a superar la crisis actual».
No todo proviene del Norte
Empero, de ingenuo pecaría quien, al sacar lecciones de la estratagema legislativa (dizque «golpe blando») en Brasil, por ejemplo, quedara en los factores externos -EE.UU.- que lo han propiciado, y al menos rechazara escuchar los argumentos de no pocos izquierdistas, tales como Gerardo Szalkowicz, quien en el citado sitio digital tacha de incómodas algunas de estas conclusiones. El comentarista alimenta con otros elementos el debate sobre la etapa, caracterizada por el «marcado retroceso de los gobiernos progresistas y populares», luego de considerar que, al margen de las valoraciones de cada quien sobre la estrategia de Dilma, queda claro que la coyuntura impone aunar en un solo grito el contundente repudio a tan evidente arremetida destituyente, que sin duda acarreará graves consecuencias a nivel continental.
Rememora que, tal sucedió en Honduras en 2009 y en Paraguay en 2012 -y como intentaron en Venezuela en 2002 y otras tantas veces-, las fuerzas conservadoras de la región vuelven a demostrar en Brasil su multiplicidad de tácticas para «reapropiarse de la torta completa», incluyendo la burla al orden democrático que esas mismas clases cimentaron, por intermedio de una conspiración político-judicial-mediática a la que le cabe un solo calificativo: «golpe institucional».
En un epígrafe titulado «gobernando con el enemigo», Szalkowicz evoca que para su arribo al Palacio de Planalto y durante sus 13 años de gobierno, el PT tejió un marco de alianzas con sectores ideológicamente distantes. «Durante los tiempos de bonanza, la coalición oficialista convivió sin mayores sobresaltos, pero al desatarse una de las peores crisis económicas de la historia brasileña el fino hilo que la ataba se cortó.
«La salida del gobierno del PMDB (partido de centro, club de caudillos regionales y principal bancada parlamentaria) fue el factor clave para el desplome de Dilma, quien hace unos días denunciaba: ´Los golpistas tienen un jefe y un vicejefe´. Se refería a Eduardo Cunha, presidente de la Cámara de Diputados -juzgado por diversos casos de corrupción y principal promotor del impeachment– y Michel Temer, el vicepresidente que hace rato sonríe frente al espejo probándose la banda presidencial. Ambos son líderes del otrora aliado PMDB. Una vez más queda al desnudo el fracaso de la fórmula de conciliación de clases».
Y en este contexto se dejó de librar una batalla sui géneris. Las grandes corporaciones mediáticas autóctonas, encabezadas por la Red Globo, decidieron no disimular ni un poco su apuesta por la destitución de la presidenta, no sólo en sus cotidianos editoriales, sino en llamados explícitos a las movilizaciones contra su administración. No pocos meditadores califican duramente el que los gabinetes de Lula y Dilma «nunca tuvieron la valentía de combatir el monopolizado terrorismo mediático». Y acotan que otra de las grandes deudas pendientes en Brasil sigue siendo la construcción de una normativa que democratice la comunicación.
Mas para la fuente recién citada, quizá la principal lección que arroja el sórdido suceso ha de ver con los límites propios de la democracia liberal. «El gobierno petista termina siendo víctima de su propia incapacidad por escuchar el clamor de la reforma al sistema político. El entramado de negociados empresario-evangélico que determina la composición del Congreso brasileño aparece ahora como la cara más visible de una gran maquinaria de poder que sigue controlada por una pequeña elite. Surge entonces un dilema que podría extenderse a otros gobiernos de la región: ¿se puede avanzar en procesos de cambio sin modificar la institucionalidad burguesa y sometiéndose a jugar únicamente con sus reglas? Y más: ¿se puede seguir creyendo en la viabilidad de proyectos de corte reformista?».
Para muchos, entre ellos el entendido aludido, tal vez haya que animarse a asumir que si no se impulsan transformaciones de fondo, si se apela a políticas económicas ortodoxas y no se apuesta al protagonismo popular, el progresismo podrá generar importantes mejoras sociales, pero tarde o temprano creará las condiciones para el regreso de las derechas.
Como ha empezado a ocurrir actualmente, cuando los Estados Unidos andan como peces en anzuelo, coleteando.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.