Las contradicciones profundas, cultivadas en la sociedad hondureña durante más de un siglo de capitalismo, se exacerban ahora en un complejo conjunto de relaciones sin paralelo en la historia el país. Debemos convenir que la situación es novedosa, y que las formas de analizarla varían tanto en certeza como en conveniencia; el escenario al que […]
Las contradicciones profundas, cultivadas en la sociedad hondureña durante más de un siglo de capitalismo, se exacerban ahora en un complejo conjunto de relaciones sin paralelo en la historia el país. Debemos convenir que la situación es novedosa, y que las formas de analizarla varían tanto en certeza como en conveniencia; el escenario al que llegamos en septiembre 2010 desborda por mucho las capacidades de entendimiento que hasta la fecha hemos demostrado.
Es difícil esclarecer porque la visión sobre el proceso hondureño es tan desigual, o porque el desarrollo del pensamiento revolucionario a lo largo de la lucha no ha evolucionado de manera paralela a la misma, pero si sentimos una especie de conformismo dentro del amplio sector intelectual, que parece acostumbrarse bien a las circunstancias y prefiere elaborar complicados esquemas teóricos lejos del pueblo, dejando huérfana la praxis de una correcta valoración filosófica.
Hemos criticado mucho la falta de espacios para la intelectualidad, y seguimos convencidos de que el divorcio entre teoría y pr á ctica constituye una ventaja decisiva para la lo enemigos del pueblo, pues estos cuentan con laboratorios de pensamiento, incluso más allá de las fronteras patrias. En ese sentido, deber í amos pedir a los intelectuales que retomen su papel, y definan, si es que son revolucionarios o no, los principios fundamentales que alimentaran nuestra discusión permanente sobre los temas centrales de la vida del país.
Es muy distinto que nos marginen a declararnos marginados sin hacer nada; que nos quiten los derechos a dejárnoslos quitar. Entonces no podemos hoy presumir que el país cambiara solo; o que solo un sector podrá hacer frente al formidable reto que tenemos por delante. ¿Cuánto hace falta para refundar la patria?, ¿Qué hace falta?, ¿Cómo enfrentamos al adversario? , ¿Va a llegar por si sola la constituyente?; ¿y si nos la «regalan» que hacemos con ella?; ¿Cómo puede el pueblo elaborar con sentido crítico sus juicios sobre la refundación?; ¿Cómo es la sociedad que quiere María en Atlántida, Juan en Choluteca, Martha en Lempira? Hay muchas maneras d ver el camino, emprenderlo es otro asunto, y la construcción de relaciones sólidas en el pueblo, desde abajo es un paso fundamental para alcanzar esta meta.
En este sentido nos encontramos aun en un letargo peligroso, del que muy poco parecemos avanzar. La resistencia es indudablemente un gigantesco movimiento de masas que se mantienen firmes; pero ¿ante que resisten?; ¿Por qué resisten?; ¿Dónde esperan llegar con su resistencia? Imaginemos por un momento a una persona cualquiera en un departamento muy pobre de la región fronteriza en el sur del país, donde se come algunas veces a la semana, cuando hay suerte, ¿Qué es una nueva sociedad para esta persona?; ¿serán las expectativas similares a las de alguien que vive en pleno coloniaje de las plantaciones de frutas para exportación? (que por cierto llegan en forma de ayuda social).
Hablamos mucho de formación política, sin mucha autocrítica, y sin mucho alcance. En cualquier caso, poco efecto ha de tener un proceso en el que los que enseñan no pretenden aprender. El conocimiento mismo, en su condición dialéctica, permanece moviéndose e innovándose, las verdades absolutas y relativas cambian de categoría constantemente en tanto son reflejo de la realidad objetiva; realidad que involucra necesariamente las condiciones específicas e inherentes a cada sector de la sociedad, y que, en consecuencia requieren de una práctica revolucionaria permanente en el campo este de intercambio crítico con el pueblo.
Es tan sencillo como nosotros enseñamos lo que pretendemos transmitir mientras nos enriquecemos de lo que nuestros compatriotas nos quieren dar. Los partidos políticos tradicionales han desarrollado formas de acercamiento muy cercanas a esto, aunque su propósito es temporal, y no conlleva la intención de posibilitar un intercambio de conocimiento: En ello radica la práctica constante de promesas relacionadas con el desarrollo infraestructural, sin ningún avance real para los pueblos. Esto ha generado una expectativa que roza la tradición; cada cuatro años va a aparecer alguien que le va a dar a la gente muchas promesas, y, con suerte, unos pesos o un refrigerio.
Si nosotros hemos de mostrarnos diferentes a las prácticas burguesas de hacer política, entonces tendremos que convivir de otra forma con nuestro pueblo, y responder respetuosamente a sus inquietudes y necesidades. No es fácil construir poder popular desde la persecución y represión implacable de los asesinos de la oligarquía, pero solo por este camino de construcción podremos aspirar a una sociedad más ajustada a las exigencias históricas presentes.
Detrás de todas estas cosas, a simple se necesita una construcción real de conocimiento; no podemos inventar, esto le toca hacerlo a un grupo específico en resistencia; que debería ser más grande en creatividad y desarrollo de pensamiento. La orfandad de este pensamiento pesa mucho, y se abren discusiones estériles, sin salida; esta etapa debe solventarse de inmediato, sin demorarnos en los detalles dogmáticos que nos retienen anclados en conceptos equivocados sobre el pueblo.
Es fácil ver como la derecha aprovecha estas contradicciones y nos cuestiona moralmente, cuando ellos son dueños, por definición, de la inmoralidad. Nos hemos desgastado demoliendo «traidores» que aparecen hasta debajo de las piedras, dándole la espalda al enemigo, que no cesa en su implacable acoso. Parece que nuestra miopía es agudizada por lo que sabemos, y no nos deja entrar en un proceso nuevo de aprehensión de la realidad.
Infinitas tareas se presentan todos los días, pero algunas personas incluso expresan desprecio por la capacidad del pueblo. «Es que la gente aquí esta derechizada y no se puede hacer nada con ella…», una afirmación inexacta y simplista que refleja más nuestra falta de voluntad por hacer más que nuestra vocación revolucionaria. Si asumimos axiomáticamente que el pueblo es ignorante y no hay nada que hacer, ya perdimos, y perdieron las generaciones que nos siguen, simplemente porque nosotros no somos capaces de dar más.
El futuro debe ser socialista, pero no sucederá por clonación. Por eso es fundamental abordar la tarea de pensar, y de repensar muchos de los argumentos que nos trajeron a estas condiciones. El pueblo necesita una organización suya, pero si no la misma no está organizada, el pueblo no tiene nada. Es difícil ver a un pueblo siguiendo el camino de la incertidumbre. Mucha gente valiente que conozco asevera que los reglamentos y estatutos solo destruirían al frente y a la resistencia, y que es mejor funcionar en base a la ética. Posiblemente un mundo en el que todos actuáramos bajo solidos principios humanos y éticos, podríamos luchar sin ningún tipo de estructura; pero el nuestro no es el caso.
El asunto del poder esta siempre en la mesa de discusión, aunque pretendamos esconderlo. El Frente Nacional de Resistencia Popular es una entidad esencialmente política, y su objetivo fundamental es el poder, de otra manera no entendemos esta organización. ¿Para movilizar al pueblo?; ya existen organizaciones que movilizan al pueblo. ¿Para aglutinar a las organizaciones populares?; ya existían antes del golpe tales instancias. Para alcanzar la Asamblea Nacional Constituyente; ¿y la ANC no es en sí un órgano de poder por definición? O es que jugamos al Derecho Burgués queriendo ignorar sus prolegómenos.
Aquí se presenta un agudo problema, pues muchas organizaciones de base, con cuyos dirigentes he podido hablar, manifiestan inconformidad porque se mantienen estáticos, y no parecen estar orientados a objetivos concretos. ¿Cómo les explicamos a estas comunidades que no avanzamos porque no tenemos aún definido el siguiente paso?; ¿Cómo les decimos que aún no sabemos si queremos tener estructura o no?; ¿Cómo les compartimos que no hemos renunciado la lucha electoral, solo que no sabemos cómo la vamos a hacer?
Ante un pueblo que pasado los últimos 100 años entre politiqueros y golpistas, ¿Cómo argumentamos lo que queremos hacer?; ¿hemos hecho análisis serios sobre el nivel de entendimiento que tiene el pueblo sobre el tema de la constituyente a la que algunos portavoces de la derecha ya le dicen «falacia» o «fantasía». ¿Qué producen los intelectuales hondureños?
Es tan intrincado el medio de conducción de las cuarenta y seis organizaciones que forman el frente que aún no hemos pasado de vivir en una telaraña que afloja por un lado pero soca por varios. Los niveles de trabajo, y la calidad del mismo varían notablemente en diferentes puntos del país; pero esa variación sirve como punto de discordia, y algunos hasta la utilizan como argumento para aislar las luchas y el liderazgo de organizaciones con mejores niveles de desarrollo y mayor claridad política.
Es cierto que cada quien es libre decir lo que quiera, incluso caer en un escrito caótico como este, pero eso no quiere decir que no esté censurado el pensamiento. Cuando se ignora, o se erigen instancias para juzgar las ideas, se establece un «cerco» que aleja los dirigentes, y los intelectuales del pueblo, en ese momento se divorcian la teoría y la praxis, y el pueblo se desilusiona.
Es impostergable que el pueblo resistente alcance más y mejores niveles organizativos, se deben activar asambleas populares en todo el país; hay tareas más allá de la exitosa campaña de recolección de firmas, la cual sería muy bueno continuar para que no se quede nadie sin auto convocarse. El pueblo debe trabajar organizadamente en el retorno de Manuel Zelaya Rosales y los compañeros en el exilio; también debe librarse una lucha intensa por reconstruir el sistema judicial hondureño; tenemos mil razones para estar en movilización permanente. Cada acto, cada movimiento cada señal de que nos movemos nos indican que estamos más cerca.
Debemos presionar por el desmantelamiento inmediato de la estructura golpista y el retorno al orden democrático; no es cierto que las cosas son normales en Honduras o que Manuel Zelaya puede regresar cuando le plazca. Ya el año anterior, el presidente, fue sometido a indecibles torturas por los mismos que aún siguen dirigiendo la «justicia» en este país; venir ahora mismo sería un acto tanto bravo como suicida; su retorno solo es posible con un pueblo movilizado, en verdadera insurrección .
Las razones que llevaron al pueblo a resistir, siguen vigentes, la lucha no debe ser menos.
Hasta la victoria siempre
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