¿De dónde viene la vida humana? El libro del Génesis, que significa «libro de los orígenes» o «libro de la evolución», narra que Dios creó el mundo en siete días. Siete, en la tradición hebraica, representa «muchos». Nuestros pecados serán perdonados, no sólo siete, sino setenta veces siete (Mateo 18,21-22). Es una manera de darnos […]
¿De dónde viene la vida humana? El libro del Génesis, que significa «libro de los orígenes» o «libro de la evolución», narra que Dios creó el mundo en siete días. Siete, en la tradición hebraica, representa «muchos». Nuestros pecados serán perdonados, no sólo siete, sino setenta veces siete (Mateo 18,21-22). Es una manera de darnos a entender que la misericordia de Dios es infinita.
La Creación, por lo tanto, fue un proceso, así como el surgimiento de un árbol de mango. La semilla contiene el árbol, como el árbol contiene la semilla. De una pequeña semilla de manga brota un árbol fuerte, alto y frondoso. De igual manera, Dios creó el Universo. De un «huevo» primordial, que se quebró hace 15 000 millones de años -provocando el Big Bang o la Gran Explosión- surgieron todos los elementos que forman la materia del Universo, inclusive nosotros, seres humanos.
Observe su cuerpo. ¿De que está hecho?* *De células. De millones de millones de células. De la fusión de dos células -el espermatozoide y el óvulo- nace el ser humano, hombre o mujer. Así como la semilla contiene en potencia el árbol de mango y el huevo, la gallina, inclusive con su cacarear, el feto concluye en un ser humano completo: miembros y órganos, inteligencia y aptitudes. A medida que las células se desarrollan, el cuerpo crece y se forma el cerebro, despertando la conciencia.
¿De que están hechas nuestras células? De moléculas. Todo ser vivo -gente, animales, plantas- está hecho de células. Todo ser no-vivo -arena, agua, tierra, piedra- está hecho de moléculas. La célula precisa de oxígeno para vivir. En la Luna, hay piedras, pero no hay vida, porque el oxígeno es insuficiente.
¿De que están hechas las moléculas? De átomos. Todo que existe en el Universo -de las estrellas a nuestro cuerpo, de los colibríes a las montañas- está hecho de átomos. Átomos son los ladrillos de la Creación. En la naturaleza hay 92 átomos. Se pueden comparar con las 28 letras del alfabeto. Con esas 28 letras, la palabra de Dios puede ser leída en la Biblia, los periódicos divulgan todo tipo de informaciones, Guimarães Rosa retrató el espíritu de Minas en su obra. De igual manera, con 92 átomos se hace toda la escritura de la naturaleza, de los peces a los monos, de la lluvia a las piedras preciosas.
Por lo tanto, nuestro cuerpo esté hecho de células, que están hechas de moléculas, que están hechas de átomos. ¿Y donde se hacen los átomos? En un único horno: el calor de las estrellas. Explico: imagínese una panadería: casi todo allí está hecho de una única materia-prima: la harina de trigo. Con ella se hacen panes y biznagas, bizcochos y tartas, galletas y dulces. De igual manera, la harina de trigo del Universo es el átomo de hidrógeno, el número 1. A medida que se cocina en el calor de las estrellas, muda de «punto» (si no sabe lo que es el «punto» de una salsa o dulce, pregunte a una cocinera) y así adquiere nueva calidad: el átomo de hidrógeno se transforma en átomo de helio, el helio en litio, el litio en oxígeno etc.
Eso significa que todos nosotros somos hechos de materia estelar. Traemos en nuestro cuerpo 15 000 millones de años de la historia o evolución del Universo. Los átomos de nuestro cuerpo ya fueron mares y volcanes, águilas y serpientes, robles y rosas (pruebe a mirar a un niño de la calle, a un gamín, consciente de que él trae en sí 15 000 millones de años). Toda la Creación está, pues, entrelazada, formando una única malla. Todo que existe, pre-existe y subsiste. De ahí que hablemos de Universo, y no de Pluriverso. Esa unidad hace el Cosmos, término griego que significa «bello» y está en la raíz de la palabra cosmético, aquello que trae belleza.
En cierto modo, nuestro cuerpo reproduce la geografía del Universo, o por lo menos del planeta Tierra. Los mismos elementos químicos que se encuentran en la Tierra se hallan también en nuestro cuerpo. Nuestro cuerpo y la Tierra tienen la misma proporción de agua: un 70%. Como la Tierra, nuestro cuerpo posee protuberancias y cuevas, ondulaciones y sistemas de irrigación, y hasta matas en forma de vellos que protegen la fuente de la vida.
Somos hijos de la Tierra. Ella es nuestra matria. Tiene 4 500 millones de años. La vida surgió en ella hace 3 500 millones de años, y la vida humana, hace casi 2 000 millones de años. ¿Has notado que nuestra vida es una respiración boca-la-boca con la naturaleza? Del nacimiento a la muerte, jamás dejamos de respirar. Moriríamos si no absorbiéramos el oxígeno que nos suministran las plantas y algas de los océanos. Si se destruyesen las selvas y se contaminasen los océanos, la vida en la Tierra desaparecería. Y cuando expiramos, soltamos aire por las narinas y por la boca devolviendo gas carbónico a la naturaleza. Las plantas y el pláncton se nutren de gas carbónico. He ahí la respiración boca-la-boca.
Veamos otra dimensión eucarística de nuestra relación con la naturaleza. Imposible vivir sin comida y bebida. Toda la comida es una vida que murió para darnos vida. El arroz que comemos en el almuerzo es un cereal que murió para darnos vida. La carne, un animal que murió para darnos vida. El vino, una fruta que fue pisada para alegrar nuestro corazón. En el acto de nutrición hay un carácter eucarístico. Comer es comulgar. Lo que murió «resucita» en una nueva calidad de vida. Ahora, la patata es carbohidrato en mi organismo, y la carne, proteína. Vivo porque algo murió para darme vida. En suma, vivir es un movimiento eucarístico.
Nada peor que comer solo. Es mejor cuando hay más de una persona a la mesa (misa rima con mesa; voy a misa, voy a la mesa). Pues, al alimentarme, comulgo con otro que también se alimenta. Doy a él un poco de mi ser, de mi amistad, de mis ideas, así como acojo y me nutro de lo que él tiene para darme. Pues el ser humano no se alimenta sólo de bienes materiales (verdura, cereal, máquinas, equipos), se alimenta también de bienes simbólicos (religión, arte, amor etc.). Los bienes materiales hacen la vida posible como fenómeno biológico. Los bienes simbólicos la hacen bella, llena de sentido. Decía el escritor cubano Onelio Cardoso que el ser humano tiene dos grandes hambres: hambre de pan y hambre de belleza. La primera es saciable; la segunda, infinita.
Tradução: Maria José Gavito