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Conciencia social cultural: El cine entre los desperfectos de la realidad.

Fuentes: Cine Sin Autor

Uno puede darle muchas vueltas al tema de la cultura en relación con la sociedad, el arte y la política, tanto haciendo diagnósticos exhaustivos como imaginando y ensayando todo tipo de prácticas de creación pero nos da la impresión que siempre llegamos al mismo hueso duro que sostiene y condiciona todo: la estructuración de la […]

Uno puede darle muchas vueltas al tema de la cultura en relación con la sociedad, el arte y la política, tanto haciendo diagnósticos exhaustivos como imaginando y ensayando todo tipo de prácticas de creación pero nos da la impresión que siempre llegamos al mismo hueso duro que sostiene y condiciona todo: la estructuración de la sociedad que produce esa cultura, su ordenamiento social.

Siendo autocríticos con nuestro trabajo, que ha sido el de generar procesos de películas con grupos y personas ajenas al ámbito de lo cultural en los últimos años, notamos en todos esos procesos una cadena de dificultades y bloqueos que nos mantiene en la superficie de las cosas.

Por citar un ejemplo de esta semana, en que nos disponíamos a tener la segunda sesión del segundo año con jóvenes del instituto de adultos con el que trabajamos. Por primera vez el grupo en pleno, salvo uno de los jóvenes, no acudió a la cita. Algún problema había pasado en la mañana según nos contaba la directora, que les hizo ausentarse en masa. Este tipo de episodio nos abre, como casi siempre, a la incertidumbre de si continuará o no la experiencia. Los motivos de ausentarse a una actividad que hasta el año pasado les había atrapado, viene, cada tanto tiempo, a evidenciarnos el terreno pantanoso, el abismo social, podríamos decir, en que se mueve nuestro dispositivo de producción: el de la vida plagada de desperfectos.

La cultura, o mejor, esas representaciones, obras, acciones con que identificamos lo cultural, no son más que un reflejo de la sociedad que la produce, está atravesada por ella y por sus dinámicas internas.

¿Y qué tipo de sociedad produce nuestra cultura?

Una en que la población general se mueve a la deriva y por los intereses de diferentes minorías. Si aquí en España asistimos pasmados a la entrega del servicio sanitario o educativo al negocio privado de la especulación, ¿qué vamos a esperar de la producción cultural?

La sociedad, ahí abajo, se revuelve en el terreno pantanoso de la vida agredida, perturbada, explotada, manoseada por los traficantes de lo común.

Pero la cultura no ha corrido esa suerte de la sanidad o la educación. Jamás se ha planteado como un servicio sino como el resultado de las actividades de un sector dedicado a ello, minoritario y elitista.

Así que cuando uno se mete en ese pantano subterráneo de la vida para crear, para hacer cine, para hacer emerger «lo cultural», utilizando los procedimientos de participación que con el Cine sin Autor ofrecemos, las prácticas, los métodos, se resienten y sufren la agresividad, la alta temperatura de conflicto que tensa la vida en el pantano, al mismo tiempo que sirven como test.

Nos preguntamos, ¿hay más conciencia sobre el valor de lo cultural en las elites que lo producen y gestionan que en el resto de la población? ¿ El verle valor a hacer creaciones culturales, del tipo que sean, es una cuestión de status social y posibilidades solamente?

Quizá esa gente de abajo se ha formado como población sabiendo que lo cultural es algo que no les pertenece, algo de lo que participan como perceptores, consumidores, espectadores, como público y que en muy raras excepciones o ninguna se vinculan con sus procesos de producción. La cultura siempre aparece terminada ante sus ojos.

¿Cómo se llega a tener responsabilidad sobre producir una obra, una película en nuestro caso, si eso que ofrecemos como campo de experiencia es pura excepción y si la relación con lo cultural está contaminado de pasividad, tiene poco valor o sencillamente ni es importante?

Leíamos hace poco el libro de Néstor García Canclini, «La Sociedad sin Relato» donde intenta analizar los grados de autonomía del Arte con respecto a otras prácticas sociales y sus puntos de fuga. Para ilustrar el comportamiento de los visitantes a los museos traía algunas conclusiones de los trabajos de investigación que hiciera Bordieu con Alain Darbel y Dominique Schnapper desarrollados luego en su obra personal La distinción de 1979 donde extraía dos de sus conclusiones que nos sirven para relacionar, aunque el tiempo haya pasado:

«a) la concurrencia a museos está estratificada según la desigualdad de ingresos y el nivel de estudio: la rotunda distancia entre la presencia de agricultores u obreros (menos del 1%), cuadros directivos y gerenciales (43,3%) y profesores o especialistas de arte (51%), así como la formación familiar y social de «disposiciones ocultas», evidencian que las prácticas estéticas no surgen de gustos desinteresados sino de la acumulación combinada de capital económico y capital cultural.

b) la asistencia a museos y los criterios de apreciación no son arbitrarios. Su regularidad estadísitica, organizada por sectores, muestra que la posición social y el itinerario de aprendizajes culturales se manifiesta en los sujetos como disposiciones incorporadas para gustar o rechazar el arte. Los condicionamientos sociales capacitan para orientarse en un museo y valorar las obras.»

Imaginemos que estos datos esconden verdad y posiblemente con variaciones aún se mantengan en cuánto a las diferencias. Si aún tratándose del comportamiento de visitantes a los recintos culturales (ese perceptor pasivo) nos encontramos con tal estratificación y condicionamiento social como obstáculo para una fluida relación con lo cultural, ¿cuántos mayores impedimentos es lógico encontrar cuando lo que acercamos no es «la cultura hecha de los artistas», sino la propia producción de la cultura como posibilidad, la «cultura por hacer». La problematización para nosotros es otra. En otros ámbitos institucionales escuchamos decir cosas como: «es que la gente no acude, no viene, no participa de nuestra programación», «es que a la gente no le interesa», «es que no llegamos con nuestras creaciones a la gente»…»y la gente y la gente y la gente…» En nuestro caso, nos es más útil arriesgar algunas problematizaciones que nos permitan ordenar la acción, avanzar en el trabajo en concreto:

1)La parálisis y el condicionamiento social.

«Sí, la gente común no se plantea habitualmente producir obra artística y menos de manera colectiva» . Pero ¿es un problema de la gente o de la deseducación diseñada para impedirles pensarse como posibles productores de obra? La idea de hacer películas está lejos de ser un pensamiento naturalizado en la conciencia social. Estas pertenecen al hermético mundo oculto del cine y la televisión profesional. Y entonces ¿qué hacer? ¿Nos paralizamos y no hacemos nada frente al problema o seguimos buscando estrategias para avanzar en otras formas de producción? Concentrándonos en nuestra situación concreta y no el limbo de las abstracciones, claro, parece obvio que debemos avanzar por afirmar prácticas, hacerlas durar, buscar apoyos, ofrecer una alternativa diferente basada en facilitar la relación de la gente con la producción de lo cultural y no con la cultura ya acabada.

2) La espectacularización de la relación con la cultura.

Tenemos claro que otros procesos se desencadenarían si quien ofreciese participar en un proceso de cine estuviera mediado por la información espectacular, «si viniera un famoso a hacerla», por ejemplo. Habría asistencia asegurada. Todavía hay gente que nos recuerda que participó o estuvo cerca de tal o cual película que se rodó en la zona. Son los mecanismos habituales del cine y la cultura. Es entendible. De pronto, un bunker cultural se aproxima a la población y la población goza entusiasmadamente de poder acercarse al misterio de esos misteriosos profesionales. ¿Por qué? Porque sería una aproximación de espectador al que se le ofrecería una migaja más: «el rodaje cercano». Rodaje del que no podrán participar activamente aunque esté ocurriendo delante de su casa y su portal sea el escenario de la acción filmada. Aún así, acudirían porque se le ofrece la posibilidad de presenciar dicho rodaje en la lejanía, como espectadores privilegiados y por un corto tiempo. Eso reafirma más su histórica condición de simple voyeur del cine. Sin la carga espectacular, el cine entre vecinos, amigos, iguales, pues está desnudo de glamour y excitación. Nuestro proyecto no ofrece la misma carga hipnótica de las producciones. El camino es largo. Si nos interesa hacer una experiencia profunda de producción, debemos pensar con una mirada más compleja las relaciones sociales que establecemos en el campo de experiencia creativa común, acompasar mejor las vidas de quienes participan.

3) El trabajo cultural.

En el cine siempre ha habido dinero. En el nuestro aún no. Quienes participamos deberíamos ganar por hacerlo. Pero todos y todas y no solo los profesionales. Y ahí volvemos al hueso de la estructuración social. Aún así, cuando tengamos dinero estaremos abriendo un camino de incertidumbres: ¿cómo pagar?¿qué cosas? ¿se debe pagar? Nos viene a la cabeza aquel comentario de Gilles Deleuze cuando analizaba el concepto de fuerza de trabajo vinculados a ciertos trabajos de televisión de Godard: «Un joven soldador está dispuesto a vender su trabajo de soldador, pero no su potencia sexual para convertirse en amante de una mujer mayor. Una asistenta consiente en vender sus horas de limpieza, pero, ¿por qué no quiere vender el momento en el que canta un fragmento de ‘La Internacional’? ¿Porque no sabe cantar?…

«¿Por qué no habrán de cobrar aquellos que miran la televisión, en lugar de pagar? » dirá Godard, «ya que ellos ofrecen un gran servicio público…»

Producir la propia cultura desde la base social, con las personas, debería ser una tarea sustentatada por políticas de planificación e inversión serias. Cualquiera que emplee su tiempo para una producción, utiliza tiempo de actividad y debería ser tomado como un servicio: el de crear representación, ficciones, documentación audiovisual, retratos de la vida, opiniones, voces, imágenes que servirán para conocernos, para que otros nos conozcan, para que las siguientes generaciones puedan explorar su pasado, para conservar en imágenes y sonidos aquellas cosas que siempre desaparecerán de la realidad. A lo mejor la gente se tomaría más en serio la producción de cultura. Seguramente no estaríamos en el aleatorio pantano del hoy sí y mañana no sé. A lo mejor se trata de pensar en «políticas de profesionalización de la vida común» y no de que solo se sostenga la actividad de profesionales del sector, que en nuestra realidad, ya ni siquiera eso es tan seguro. Infraestructuras e inversiones darían posiblemente mayor continuidad a una cultura creada desde la base social.

Pero en esto volvemos a darnos contra el hueso duro de la estructuración de la sociedad con sus políticas y sus inversiones. No hay que cansarse de buscar quebrar ese esqueleto que nos estructura de manera deforme e injusta.

Fuente: http://cinesinautor.blogspot.com/2011/12/conciencia-social-cultural-el-cine.html