Las secuelas de quinientos años de brutalidad colonialista no son fáciles de superar. La política sistemática de sometimiento, explotación y exterminio de nuestros pueblos, la expulsión y apropiación arbitraria de nuestros territorios y el expolio rapaz de nuestros recursos naturales, así como el desprecio a la vida y los derechos humanos de las sociedades originarias […]
Las secuelas de quinientos años de brutalidad colonialista no son fáciles de superar. La política sistemática de sometimiento, explotación y exterminio de nuestros pueblos, la expulsión y apropiación arbitraria de nuestros territorios y el expolio rapaz de nuestros recursos naturales, así como el desprecio a la vida y los derechos humanos de las sociedades originarias ha causado daños irreparables en la identidad, cultura, cosmovisión, desarrollo y convivencia pacífica en nuestros países.
Las oligarquías latinoamericanas, herederas directas de los beneficiosos métodos esclavistas y fieles continuadoras de las políticas de exclusión, acomplejamiento y desnaturalización cultural de la colonia, han defendido a sangre y fuego ese sistema de prácticas inhumanas que les ha propiciado poder absoluto, privilegios y riquezas ilimitadas durante siglos. Por eso no es extraño que, para esos grupos tradicionales de poder, se haya vuelto práctica común considerar subversiva a cualquier persona, movimiento político o idea que promueva la educación, la sanidad, la vivienda digna, la justa redistribución de las riquezas, la protección del medio ambiente, o al que defienda la verdadera construcción de una democracia con derechos y deberes para todos por igual. Durante siglos han convertido en objetivo de persecución, cruel y revanchista, a todo aquél que se ha atrevido a exigir respeto, progreso y libertades.
La historia de nuestros países está plagada de ejemplos que revelan el brutal accionar vengativo de esos oscuros grupos de poder en contra de la vida de ciudadanos nobles que han intentado defender los derechos básicos de los pueblos o, simplemente, por reivindicar y promover la protección de nuestra naturaleza y sus recursos o el derecho de los campesinos a la tierra y sus beneficios. Emiliano Zapata (México), Augusto C. Sandino (Nicaragua), Chico Mendes (Brasil), Berta Cáceres (Honduras), Bernardino Díaz Ochoa (Nicaragua), Camilo Catrillanca (Chile), Yolanda Maturana (Colombia), son solo algunos nombres de ciudadanos que engrosan la extensa lista de mártires masacrados por tan solo intentar hacer uso de su derecho a exigir derechos.
Jamás pudieron imaginar nuestros Dioses cuando bendijeron con abundante riqueza natural nuestras tierras que, el colonialismo y el capitalismo, terminarían convirtiendo esos generosos dones en la peor pesadilla para nuestra gente, nuestras culturas, nuestra sobrevivencia y convivencia.
Para explotar y robar a su antojo los recursos, durante siglos usaron métodos de terror y humillación. Nos acomplejaron y dividieron, promovieron la desconfianza entre nosotros y nos pusieron a pelear, a desangrarnos entre nosotros y a sentir agradecimiento hacia el poderoso que nos contaminaba de odios y nos dotaba de un arma con la que destruir al hermano, al vecino, al pobre y excluido como nosotros, mientras ellos, los poderosos, aumentaban sus beneficios y privilegios, dejando para los pobres nuevos ciclos de carencias, enemistades, heridas y penurias que hacían difícil levantar la cabeza, unirnos e intentar liberarnos.
La ira con la que estos días se están ensañando contra Evo Morales y su pueblo no es nueva, es resultado de una política sistemática de genocidio y violencia que siguen padeciendo, casi en silencio, nuestros pueblos originarios. El pueblo yanomami de la amazonía en Brasil, el pueblo mapuche en Chile o el maya-quiché de Guatemala, por ejemplo, llevan años siendo perseguidos, acosados y expulsados de sus territorios por agentes de las grandes industrias madereras, auríferas, petrolíferas o agrícolas que buscan explotar las riquezas que esas tierras albergan encima y debajo de su superficie.
Durante cinco siglos, primero los colonizadores y después sus herederos, lograron crear un efectivo entramado de instituciones y leyes destinadas a criminalizar a las víctimas y proteger a los victimarios y sus fechorías. Un sistema institucional para dar cobertura legal al expolio, la explotación y el esclavismo. Un sistema estructurado para defender y mantener el estatu quo colonial. Todo eso se refleja muy bien en el caso de Bolivia, cuando hoy sabemos que algunos sectores de las fuerzas armadas han estado conspirando durante años con grupos del poder económico y con sectores ultrareligiosos, esperando la mínima oportunidad para actuar y asumir su papel histórico de guardianes de los intereses del capital explotador excluyente y, muy solícitamente, lanzarse contra el pueblo para masacrarlo y tratar de destruir el espíritu libertario y los logros sociales alcanzados bajo la administración de Evo Morales, el gobierno más progresista y redistributivo que ha tenido Bolivia en toda su historia como país.
Tenía toda la razón Carlos Fonseca Amador cuando expresó: » Se trata, no de lograr un simple cambio de hombres en el poder, sino un cambio de sistema…» Si esa máxima no la hubieran tenido muy clara los pueblos de Cuba, Venezuela o Nicaragua, posiblemente los violentos reaccionarios aliados naturales del imperialismo y el neocolonialismo, hace mucho que habrían logrado revertir los procesos liberadores, anticolonialistas, democráticos y progresistas impulsados en estas dignas naciones.
Por suerte, en Cuba, Venezuela y Nicaragua hubo un verdadero cambio no sólo del sistema institucional dominante, si no también y muy importante, un profundo cambio en la conciencia de los pueblos que han asumido con decisión el camino de su verdadera liberación y por la defensa de los derechos conquistados a fuerza de luchas, sacrificios y vidas generosas de hombres y mujeres que, como escribiera el poeta Leonel Rugama asumieron su compromiso, «en el mes más duro de la siembra/ sin más alternativa que la lucha/ muy cerca de la muerte/ pero no del final…» Todavía en nuestro tiempo quedan hermanos que no han despertado y siguen creyendo que los poderosos impulsan revueltas, caos y violencia en nuestros países, pensando en reivindicar los derechos del pueblo y no en recuperar los privilegios de las elites. Hay que hacer mucha pedagogía política, recuperar la historia y hacerles conciencia.
Hoy Bolivia es el mejor llamado a la unidad en la lucha por la defensa de los derechos y libertades conquistados por los pueblos y gobiernos progresistas en el mundo, en específico, Nuestramérica . Los explotadores de siempre quieren que nuestros pueblos sigan divididos y con la mente colonizada, incautos y dóciles, fáciles de manipular, dividir y confrontar, para que sigamos asumiendo las desgracias con la resignación de siempre, mientras las elites neocolonialistas se quedan con las riquezas y aumentan sus privilegios.
La lucha es permanente y nuestras armas han de ser la conciencia y la unidad. Conciencia y unidad para demandar derechos, para avanzar, para defendernos, para resistir, para sobrevivir…Conciencia y unidad para construir la paz, el progreso y los derechos para todos.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.