Soy un conductor pasivo desde mi más tierna infancia. En mi casa conducían mis padres y luego mis dos hermanos, que seguramente empezaron a conducir debido al mal ejemplo de mis progenitores. Mi hermano mayor conduce todos los días. Trató de dejarlo en una de las subidas de la gasolina, «voy a vender el coche», […]
Soy un conductor pasivo desde mi más tierna infancia. En mi casa conducían mis padres y luego mis dos hermanos, que seguramente empezaron a conducir debido al mal ejemplo de mis progenitores.
Mi hermano mayor conduce todos los días. Trató de dejarlo en una de las subidas de la gasolina, «voy a vender el coche», pero no pudo. Tan sólo fue capaz de aguantar tres semanas sin conducir. Cuando volvió a coger el volante lo hacía en secreto, como avergonzado de que viésemos rota su promesa de no volver a conducir. Un día llegó a casa oliéndole la ropa a dióxido de carbono y mi hermana le preguntó si lo había vuelto a coger, que olía a coche, y él le dijo que había ido de copiloto en el coche de una amiga, pero el tizne del volante en sus dedos lo delataba.
Mi hermana, cuatro años menor que yo, empezó a conducir con diecinueve. Desde entonces no la recuerdo ningún día sin llevar en alguna ocasión el coche. También ha querido dejarlo, aunque sólo de palabra. Empezó conduciendo con diesel, que es más flojito, pero enseguida se pasó a la súper, no recuerdo por qué. Yo fui tentado numerosas veces, sobre todo en la facultad. Todos mis amigos se sacaban el carnet y me animaban a que yo también me lo sacase. Me decían que sin coche no se liga. Me decían que no tuviese miedo, mientras los veía conducir en los lavabos de la facultad, expulsando dióxido de carbono por los tubos de escape.
En mi faceta de conductor pasivo me parece muy bien que no se permita conducir en los edificios públicos y tampoco en el trabajo, exceptuando el caso de los taxistas y conductores de autobús y camión, amén de los pilotos de fórmula 1 y rally, que pueden conducir en el trabajo, aunque no en los edificios públicos. Pero como conductor pasivo que soy le rogaría a las Autoridades una menor tolerancia en la libertad de conducción en espacios abiertos.
Sé que puedo resultar ofensivo con esta propuesta, ya que el conductor me dirá que tiene todo el derecho del mundo a conducir en lugares abiertos o en su casa, ya que no molesta a nadie, pero en los últimos años estamos viendo cómo por culpa de los conductores el efecto invernadero se agrava, provocando la fundición de los polos -alrededor del 20 % del hielo del Ártico se ha fundido desde 1979- con la inevitable subida del nivel del mar y la futura inundacuión de innumerables ciudades costeras.
Sé que algunos conductores me dirán: «ese no es mi problema, yo vivo en una zona de interior», y quizá tengan razón en ello -pasando por alto el tema de los huracanes-, por lo que este artículo quizá vaya más bien dirigido al conductor de costa, de periferia, exceptuando al de lancha motora o yate, que podrá apañárselas perfectamente con la subida del nivel del mar.
Hace una semana le regalé a mi hermana unos parches de conducción. Son del tamaño de una tarjeta de crédito y en su parte delantera pone escrito «bonobús» o «bonometro». Me sentiría feliz si mi hermana los usase, y si consiguiese que otros los usasen también.
Mi consuelo por el momento, en mi faceta de conductor pasivo, es que en los edificios públicos no se permita conducir, ni en el trabajo -ni en los bares y discotecas dicen que pronto-. Algo es algo.
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