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Por qué se equivocan Huntington y Beck

Conflicto o alianza de civilizaciones contra la lucha tácita de clases en el mundo

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

En años recientes, ha comenzado un debate público en el mundo occidental, tanto en las publicaciones académicas como en la prensa dominante, entre Samuel Huntington, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Harvard y Ulrich Beck, profesor de sociología en la Universidad de Munich, Alemania. El tópico es la relación histórica entre las civilizaciones cristiana y musulmana. Aunque están en desacuerdo en algunos componentes de esta relación – Huntington subraya la territorialidad del conflicto, pero Beck cuestiona este aspecto – están de acuerdo en que existe un conflicto continuo entre las dos civilizaciones. Huntington lo atribuye a un conflicto de valores y a un deseo de expansión territorial y demográfica de ambas civilizaciones; Beck lo atribuye a la frecuente humillación de los países musulmanes causada por las civilizaciones cristianas. Este debate ha logrado una enorme visibilidad en la prensa popular.

El problema con las interpretaciones de Huntington y Beck es que ambas presuponen que las dos civilizaciones han estado en conflicto durante los últimos 50 años. Pero esta suposición es errónea. Un análisis histórico y político de las civilizaciones cristiana y musulmana y sus interacciones muestra que los dirigentes políticos, intelectuales, religiosos, y culturales de ambas civilizaciones han colaborado extensivamente, forjando una alianza de civilizaciones contra un enemigo común: fuerzas progresistas laicas, sean socialistas, comunistas, o nacionalistas árabes laicos, que amenazan los intereses de clase de esta alianza. Por lo tanto, la alianza entre las civilizaciones cristiana y musulmana fue en realidad una alianza entre las clases dominantes (de ambas civilizaciones) que se veían amenazadas por movimientos progresistas.

La alianza de las civilizaciones cristiana y musulmana

Un análisis de nuestro pasado reciente – la segunda mitad del Siglo XX – muestra que no ha habido conflicto alguno, sino más bien una alianza entre las civilizaciones cristiana y musulmana. Un indicador de esta alianza es que la vasta mayoría de las organizaciones radicales islámicas fundamentalistas, ahora consideradas terroristas, fueron otrora apoyadas activamente por los dirigentes de civilizaciones cristianas. Aunque los medios dominantes de Occidente no han informado a sus lectores al respecto, existe evidencia empírica de un tal apoyo. En su libro «Devil’s Game: How the United States Helped Unleash Fundamentalist Islam,» Robert Dreyfus documenta extensivamente como los gobiernos de USA y del Reino Unido apoyaron a la mayoría de las asociaciones musulmanas fundamentalistas (una vez más: definidas ahora como terroristas), y en realidad jugaron un papel crucial en el establecimiento y desarrollo de estos grupos. Dreyfus muestra, por ejemplo, como ambos gobiernos apoyaron activamente el establecimiento de la Hermandad Musulmana en los años cincuenta. Este grupo extremadamente violento fue iniciado en Egipto y, con el apoyo de Arabia Saudí, se expandió por todo el mundo árabe. En los años ochenta, la Hermandad Musulmana ayudó a establecer el Movimiento de Resistencia Islámica, conocido como Hamas, el grupo radical musulmán palestino que actualmente gobierna al pueblo palestino. De nuevo, en los años cincuenta, los gobiernos de USA y del Reino Unido también apoyaron a los mullahs (clérigos musulmanes fundamentalistas) en Irán, dirigidos por Jomeini, que posteriormente se convirtieron en los líderes de ese país. Y los gobiernos de USA y del Reino Unido también apoyaron activamente (con la ayuda de Arabia Saudí y de Pakistán) a los talibanes en Afganistán.

En todos estos esfuerzos de apoyo de los gobiernos de USA y del Reino Unido, los valores religiosos y culturales de los fundamentalistas islámicos no fueron considerados como obstáculo; al contrario. El fundamentalismo religioso en las civilizaciones cristiana y musulmana fue crucial para el desarrollo de la alianza entre civilizaciones. Como declarara un documento oficial del Departamento de Estado de USA: «El atractivo de tales movimientos musulmanes es su carácter mesiánico, similar a los cristianos vueltos a nacer del sur de USA. Además, son profundamente anticomunistas.» («The World Situation,» 1978). Por lo tanto, no existía conflicto alguno sino más bien una afinidad religiosa y cultural entre los dirigentes de las civilizaciones cristiana y musulmana. La afinidad de valores, sin embargo, no fue suficiente para establecer una alianza. ¿Por qué iban a apoyar los dirigentes de las civilizaciones cristianas a fundamentalistas islámicos claramente orientados hacia el uso de la violencia en el logro de sus objetivos? La pregunta formulada por Huntington y Beck debería haber sido, no tanto qué divide, sino lo que une a las dos civilizaciones. La respuesta es obvia: Lo que unió a los dirigentes de las dos civilizaciones fueron los intereses de clase. Esos intereses determinaron sus objetivos, sus alianzas, y sus enemigos. Es la realidad tras la consigna errónea de «un conflicto de civilizaciones.» La alianza fue forjada sobre la base no sólo de una comunidad de valores religiosos, sino también – y sobre todo – de una comunidad de intereses de clase.

La alianza fue establecida para derrotar y eliminar a movimientos progresistas laicos dirigidos por socialistas, comunistas, o árabes nacionalistas que movilizaban con éxito a las masas musulmanas (clases trabajadoras, campesinado, y sectores de las clases medias profesionales) contra las clases dominantes de los países musulmanas que gozaban del apoyo de los gobiernos de las civilizaciones cristianas. La alianza entre las elites gobernantes de las civilizaciones cristiana y musulmana se basaron en amenazas a sus intereses económicos comunes (primordialmente, pero no exclusivamente, el petróleo) por las ascendentes fuerzas progresistas. Dada la extrema pobreza de la vasta mayoría de la gente en medio de la enorme riqueza en muchos de los países musulmanes, una erupción era inevitable. Para proteger sus propios intereses, las clases dominantes de las civilizaciones cristiana y musulmana tenían que canalizar las frustraciones de las masas del pueblo a fin de alejarlas de los movimientos progresistas. El gran desafío para las clases dominantes era eliminar la amenaza de una movilización de clase en su contra, y el método disponible era desmovilizar los impulsos políticos y reemplazarlos por una movilización multi-clasista basada en el fervor religioso. Un fundamentalista multi-clase religioso podía canalizar la energía de una movilización de masas, no contra las clases dominantes, sino en apoyo a una identidad religiosa – una comunidad de intereses e identidad entre clases dominadas y dominantes. Esta estrategia no es nueva. En Europa del sur, los terratenientes y la oligarquía dominantes, en colaboración con la Iglesia Católica, establecieron el Partido Demócrata Cristiano como reacción ante los partidos de campesinos y trabajadores que amenazaban sus intereses. La lucha de clases fue reemplazada por la cohesión social, con el cristianismo como el cemento multi-clasista que mantendría unidas a las clases – bajo, desde luego, el dominio y hegemonía de las clases dominantes. La intención de este proyecto, basado en un fundamentalismo religioso, era canalizar la energía y la frustración de las clases populares hacia un agente externo: promover una defensa de la religión amenazada por fuerzas progresistas no-cristianas. La misma dinámica operó en los países musulmanes, donde las clases dominantes promovieron el fundamentalismo islámico entre las mayorías desposeídas. Consideremos algunos detalles históricos, caso por caso.

Apoyo al fundamentalismo islámico por las elites gobernantes de las civilizaciones cristianas.

El apoyo dado por los gobiernos de USA y del Reino Unido (considerados como defensores de la civilización cristiana) a la Hermandad Musulmana fue una reacción por parte de las clases dominantes de Egipto (en aquel entonces el país árabe más importante), de USA y del Reino Unido, ante la pérdida de poder del rey Faruk, obligado a abdicar en 1952 bajo presión de un movimiento árabe nacionalista, de orientación socialista (aliado a partidos de izquierda en el mundo árabe). El atractivo de la Hermandad Musulmana para la alianza de las clases dominantes era su fundamentalismo religioso (que podía movilizar a las masas árabes) y su profundo anticomunismo y antilaicismo. Documentos secretos preparados por los servicios secretos de USA y del Reino Unido (citados por Dreyfus en su libro) registran la ayuda suministrada a la Hermandad Musulmana por estos gobiernos.

El programa socialista del presidente Nasser en Egipto amenazaba a las clases dominantes de todo el mundo árabe. Bajo la dirección de la Casa de Saúd, la familia real de Arabia Saudí, se estableció en 1962 una asociación internacional: la Liga Internacional Islámica – que financió y apoyó a fundamentalistas islámicos en todo el mundo. La Liga sigue muy activa, apoyando a estos grupos fundamentalistas en todas partes del mundo, incluyendo a Europa. La central europea de la Liga está en Bruselas. Su objetivo primordial es declarado de modo bastante claro en su carta principal: «eliminar y erradicar del mundo a las fuerzas ateas y laicas bien representadas por el comunismo, que niega la existencia de Dios y distancia a los hombres del Islam.» Con «comunismo» quieren decir toda fuerza que cuestione las relaciones de poder de clase en el mundo musulmán. Como reacción ante este llamado, las fuerzas fundamentalistas han asesinado a dirigentes de izquierda en todos los países musulmanes y árabes, incluyendo al secretario general del partido socialista de Marruecos, a dirigentes de la izquierda en Líbano (asesinados por el grupo fundamentalista musulmán Hezbolá), y una larga lista de otras personalidades progresistas.

Una situación similar ha ocurrido en Sudán, donde el gobernante Frente Nacional Islámico (una rama de la Hermandad Musulmana) asesinó a dirigentes de la izquierda sudanesa. Y en Indonesia, la represión más brutal jamás realizada en Asia contra fuerzas progresistas (dirigidas en Indonesia por el mayor Partido Comunista no-gobernante del mundo) ocurrió en 1965, realizada por una dictadura militar, con el apoyo activo de fundamentalistas islámicos. Cerca de un millón de personas fueron asesinadas, con la bendición de los dirigentes de los gobiernos cristianos en USA y en Reino Unido [y la connivencia y aliento de la CIA. Editores.]

En Palestina, Arabia Saudí y la Liga Islámica Internacional (y los gobiernos de USA y el Reino Unido) apoyaron en su época a Hamas contra las fuerzas palestinas progresistas. En Irán, el enemigo de las clases dominantes (y de los gobiernos de USA y del Reino Unido) era el gobierno de Mossadegh – apoyado por el Partido Comunista – cuyas reformas afectaron adversamente los intereses de la clase dominante. Jomeini dirigió el movimiento contra Mossadegh que culminó en el coup de 1953. La tan odiada dictadura del Shah, establecida por el golpe, resultó ser muy inestable (y se derrumbó posteriormente), lo que explica por qué los gobiernos de las civilizaciones cristianas apoyaron el establecimiento de la República Islámica en Irán – como una alternativa a una república laica, una república progresista, dirigida por el Partido Comunista. Y, una vez más, algo similar ocurrió en Afganistán, donde los talibanes y al-Qaeda fueron activamente apoyados con fondos y armas por los dirigentes cristianos de los gobiernos de USA y del Reino Unido para detener las reformas dirigidas por el Partido Comunista Afgano. Otros partidarios de los talibanes fueron Arabia Saudí, el Vaticano del mundo musulmán, y el régimen militar de Pakistán, que en 1979 había asesinado al presidente socialista Bhutto, jefe de un gobierno socialista democráticamente elegido.

En todos estos casos, el apoyo de dirigentes políticos de las civilizaciones cristianas a fundamentalistas islámicos ha sido explicado y justificado con argumentos geopolíticos – es decir, por la necesidad de oponerse a la expansión de la Unión Soviética, y presentando a las fuerzas progresistas en todas partes como simples títeres de la Unión Soviética. Este argumento es fácilmente descartado: el apoyo de los dirigentes cristianos para los fundamentalistas islámicos continuó después del colapso de la Unión Soviética. Los argumentos geopolíticos para la alianza de clase entre las civilizaciones cristianas y los fundamentalistas islámicos son simplemente insostenibles.

Es interesante que el único país en el que los fundamentalistas islámicos no fueron instrumentos de las clases dominantes haya sido Iraq. En ese país, las clases dominantes vieron el colapso de la monarquía como consecuencia de movilizaciones populares dirigidas por el Partido Comunista Iraquí, aliado con sectores de nacionalistas árabes laicos, antiimperialistas, en el ejército iraquí. La oposición a esos movimientos progresistas provino del propio ejército, dirigida por Sadam Husein, Apoyado por los gobiernos de USA y del Reino Unido, Sadam Husein estableció una dictadura extremadamente represiva, y esta dictadura siguió recibiendo el apoyo de esos gobiernos, durante la mayor parte de su mandato, hasta sus últimos años.

Observaciones finales

Todos estos hechos documentados muestran una realidad de la que no hablan los medios dominantes: tras un supuesto «conflicto» entre las civilizaciones cristiana y musulmana ha habido una alianza de clases. Una alianza de este tipo existió por primera vez en España en los años treinta. Tropas musulmanas marroquíes combatieron junto a fascistas apoyados por los católicos en el golpe militar de 1936 encabezado por el general Franco, contra un gobierno progresista democráticamente elegido – en lo que la Iglesia Católica definió como una Cruzada. Las tropas musulmanas apoyaron una Cruzada contra los fieles que negaban a Dios. Y tal como la Guerra Civil Española fue un prólogo de la Segunda Guerra Mundial, introduciendo un reparto de personajes que entraría en escena en esa guerra, la Guerra Afgana en los años ochenta – con tropas cristianas apoyando a fundamentalistas musulmanes – prefiguró la Tercera Guerra Mundial, en la que estamos sumidos en la actualidad. Todas las fuerzas que participan en este nuevo conflicto ya estaban presentes allí, en Afganistán en los años ochenta. Fuerzas progresistas laicas (dirigidas por un Partido Comunista), con el apoyo de la Unión Soviética, realizaron una serie de reformas en Afganistán – introduciendo la reforma agraria, un sistema de escuelas públicas laico, y la igualdad de género, con amplia participación de mujeres en las escuelas y universidades. A todas estas acciones se opusieron las clases dominantes de Afganistán, que apoyaron a grupos fundamentalistas islámicos financiados por Arabia Saudí (uno de los regímenes más opresivos del mundo árabe), el gobierno de Pakistán, y el gobierno de USA (dirigido por el presidente Carter, quien, paradójicamente se presentó como el gran defensor de los derechos humanos). Fue la época en la que el gobierno de USA apoyó a Osama bin Laden en una guerra santa contra el comunismo, que en realidad fue una burda defensa de los intereses de clase de grupos dominantes cuyos privilegios estaban amenazados por las reformas sociales. Finalmente, las fuerzas fundamentalistas islámicas, armadas por USA y otros gobiernos, desarrollaron una dinámica propia que el gobierno de USA no pudo controlar. Pero el conflicto que existe actualmente entre los gobiernos de USA, el Reino Unido y otros y los grupos islámicos fundamentalistas terroristas no debe ocultarnos los orígenes de esos movimientos terroristas y los intereses de clase que han servido y siguen sirviendo.

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Vicente Navarro es profesor de Política Pública en la Universidad Johns Hopkins University, USA y de Ciencias Políticas en la Universidad Pompeu Fabra, España. Su aclamado ensayo sobre Salvador Dalí y la España de Franco está incluido en «Serpents in the Garden» editado por Alexander Cockburn y Jeffrey St. Clair.

http://www.counterpunch.org/navarro04072007.html