Traducido del francés para Rebelión por Susana Merino
¿Y si los conflictos de Medio Oriente no fueran de carácter religioso? Para el historiador y economista libanés Georges Corm, esta mirada reduccionista de la geopolítica solo sirve para legitimar la tesis del «choque de civilizaciones». En su libro Para una lectura profana de los conflictos*, el académico muestra la cantidad de mecanismos que han permitido legitimar guerras injustas desde el final de la Guerra Fría. Una política que se basa en la instrumentalización de lo religioso.
Haciendo una lectura profana de los conflictos, ¿se opone usted a la teoría del «choque de las civilizaciones»?
Se trata de un regreso a la politología clásica, una aproximación a las situaciones bélicas mediante un análisis multifactorial y no por una única causalidad, religiosa, étnica o pretendidamente moral. La tesis del choque de civilizaciones, según mi criterio, es una visión posmoderna de la división del mundo entre semitas y arios que provocó un antisemitismo espantoso que derivó en el genocidio de las comunidades judías europeas. Esta tesis perversa impide reflexionar sobre las causas de los conflictos. Cegada por la teoría del choque de las civilizaciones, la opinión pública puede apoyar empresas bélicas como la invasión de Irak y Afganistán y hasta las intervenciones en Libia, Siria y más recientemente en el Yemen.
En Medio Oriente se antepone con frecuencia el conflicto entre sunitas y chiitas. ¿No es la religión un vector conflictivo en esa región del mundo?
Cuando reinaba el sah de Irán (1941-1979) su política no era nada diferente de la del régimen actual. Sin embargo nadie hablaba entonces de enfrentamientos entre sunitas y chiitas. Hoy son intereses políticos los que se ocultan detrás de lo religioso. Algunas encuestas publicadas especialmente por The New Yorker, debido al fracaso de la invasión de Irak, los EE.UU. han decidido provocar conflictos entre los chiitas y los sunitas. Creando especialmente la idea del triángulo chiita Irán/Siria/Hizbulá libanés considerado equivalente a un «eje del mal» Todo eso está muy ajeno a la complejidad de las realidades territoriales que implican los regímenes turco, catarí, saudí e israelí. La política occidental mantiene un eje en la visión interna «sunitas contra chiitas» y una externa «mundo islámico contra mundo occidental» en un plano más amplio. Se trata de un enfoque fantasioso, todos los gobiernos de los países musulmanes están dentro de la órbita de las potencias occidentales a excepción de Irán que está intentando normalizar sus relaciones con los EE.UU.
¿Por qué se invocan tan a menudo los problemas religiosos, culturales o de civilización para justificar los conflictos?
Medio Oriente es una de las encrucijadas políticas más importantes del mundo. Es el principal reservorio energético. Es también el lugar de nacimiento de las tres religiones monoteístas. Es muy fácil, entonces, utilizar los símbolos religiosos para ocultar una serie de desafíos profanos puramente políticos, militares, económicos y otros deseos de poder y de hegemonía. El Medio Oriente está formado por tres grandes grupos étnicos nacionales: los persas iraníes, los turcos y los árabes. Iraníes y turcos han heredado estructuras imperiales con siglos de antigüedad. En cambio los árabes han sido balcanizados dentro de otras identidades por los colonialismos francés e inglés.
En tiempos del nacionalismo árabe del presidente egipcio Nasser (1956-1970) la región era el escenario de atmósferas revolucionarias que amenazaban los intereses occidentales. La organización de los Hermanos Musulmanes fue bien instrumentada para oponerse a un panarabismo antiimperialista y tercermundista que mantenía crecientes relaciones con el bloque soviético. Además, la instrumentación de lo religioso se convirtió casi en la política oficial estadounidense durante la Guerra Fría. Zbigniew Brzezinski, asesor del presidente estadounidense James Carter entre 1971 y 1981, decidió organizar la movilización religiosa contra la URSS. Durante la aberrante guerra de Afganistán de 1979, Arabia Saudí recibió la ayuda de los EE.UU. para entrenar a millares de jóvenes árabes que inmediatamente después iban a combatir a Afganistán. Fue entonces cuando nació al-Qaeda. Esos mismos combatientes fueron luego enviados a Bosnia, a Chechenia, a las Filipinas y hoy al Xinjiang chino… La instrumentalización de estos grupos condujo a la formación de organizaciones como el Estado Islámico.
Usted se refiere más bien a un recurso a lo religioso más que a un «retorno a lo religioso», una expresión que usted denuncia, ¿por qué?
Nunca se abandonó lo religioso en la historia del mundo. Hablar de vuelta a la religiosidad es un etnocentrismo europeo llevado a los extremos. Es cierto que la pequeña Europa está relativamente descristianizada. Pero el resto del mundo ha mantenido vínculos importantes con la religión. Comenzando por los EE.UU., país fundado por colonos británicos puritanos. La «vuelta a lo religioso» se ha invocado reiteradamente para denunciar a las dictaduras «marxiszantes». El filósofo alemán Leo Strauss (1899/1973) se preguntaba si no sería necesario volver a las legislaciones de tipo religioso, debido a las desgracias que atribuía exclusivamente al laicismo de la Revolución Francesa, que según él habría provocado las dos guerras mundiales. Acusar a la Revolución Francesa o a los filósofos ilustrados de todos los males del mundo es una tesis totalmente exagerada. Para mí el arquetipo de las guerras de exterminación, el gulag y el nazismo se hallan en las guerras de religión.
¿El endurecimiento de los dogmas refleja hoy una nueva crisis religiosa?
No se debe caer en la trampa de los actuales movimientos terroristas apadrinados por tres teológicos políticos musulmanes: Ibn Taymiyya (1263-1328), encarcelado por el sultán por su extremismo religioso; el pakistaní Abul a’la-Maududi (1903-1979) que justificó la sangrienta secesión de los indios de confesión musulmana que dio origen a la creación del «Estado de los puros» (Pakistán) y el Hermano Musulmán egipcio Sayyid Qutb (1906-1966) que ha consideró «herejes» a todos los regímenes políticos árabes porque no respetaban el principio de la soberanía absoluta de Dios sobre los hombres. Pero la teología musulmana, de 13 siglos de antigüedad, está mucho más allá de estos tres nombres y hay muchos teólogos «liberales». Pienso que hoy existe una crisis en los monoteísmos a causa de la manipulación de lo religioso. En lo referente al islam, la creencia wahabita ha sido condenada por la mayor parte de los teólogos musulmanes, que la consideran demasiado extremista. Esta doctrina tuvo sus orígenes en el siglo XVIII, a raíz de una simple alianza entre el predicador Abd al-Eahhab y la familia Saud, de grandes ambiciones políticas. Cuando en la segunda mitad del siglo XX, Arabia saudí alcanzó una importante potencialidad petrolera y financiera el wahabismo se exportó a todas partes.
¿Qué papel desempeña la instrumentación de la memoria en la gestión de los conflictos?
Los musulmanes que se mantienen fieles al concepto de «religión moderada» son marginados. Actualmente los medios y los investigadores no se interesan por la sociología de la sociedades árabes, turcas, persas… se dedican al estudio de las redes islámicas. Se trata de un islam abstracto, una megaidentidad que no dice nada pero que sirve para estimular la ideología del conflicto de civilizaciones. Encontramos el mismo tipo de crispación en lo que se refiere al judaísmo. Muchos ciudadanos europeos y estadounidenses de confesión judía no aprueban la política de Israel. Algunos grupos religiosos, como Neturei Karta, ni siquiera reconocen la legitimidad del Estado israelí. Pero se hallan totalmente marginados en los medios y en la investigación académica. Otra manipulación de la memoria es la transición entre la noción de Occidente grecorromano y la noción de Occidente judeocristiano. Este golpe de Estado cultural no tiene demasiado sentido porque el cristianismo se construyó contra el judaísmo. Este operativo se ha destinado a reparar el trauma causado por el Holocausto.
¿Cómo es posible que en el siglo XX, en el que triunfó durante un lapso una visión laica del orden internacional, la religión haya podido regresar con tal fuerza?
Hasta los años 70 la vida internacional era laica. Los países no alineados basaban sus discursos en sus relaciones con las dos grandes potencias. La preocupación se centraba en el desarrollo económico y social, la apropiación de la ciencia y de las tecnologías. Con la Guerra Fría todo se desequilibró. La difusión del marxismo entre la juventud árabe en los años 50 y 60 era impresionante. Tanto como para inquietar a los medios militares y políticos occidentales. Tratando de «reislamizar» a las sociedades musulmanas, la doctrina Brzezinski alentó que sus preocupaciones ya no fueran económicas o sociales, sino teológicas.
¿Por qué ha fracasado el laicismo en el mundo árabe y musulmán?
Yo no haría un juicio tan tajante. Aún subsisten amplias franjas de laicismo en países como Turquía o Túnez. Siria e Irak también son ampliamente laicas. Tanto como Egipto entre 1940 y 1950. No existe ningún retroceso en absoluto. Afortunadamente todavía existen millones de árabes musulmanes sin ostensibles comportamientos religiosos. Pero el completo fracaso de la industrialización se asocia a una espantosa expansión demográfica. Ante la imposibilidad de conseguir empleo, la mezquita se vuelve atractiva. Todas las ONG islámicas han florecido con el financiamiento de las monarquías y de los emiratos del Golfo. Han distribuido ayuda social condicionándola a la adopción de un modo de vida religioso.
¿Han jugado algún papel en la «reislamización» los medios y los intelectuales occidentales?
Los politólogos occidentales han otorgado credibilidad islámica a personas como Ibn Taymiyya, Sayyid Qutb, así como a Bin Laden y al denominado Estado islámico. Pretender explicar fenómenos como los atentados del 11-S o el de Charlie Hebdo por la religión musulmana no hace más que aumentar el malestar. Las organizaciones terroristas deben considerarse como tales. Si se usan los conocimientos académicos para justificar los actos a través de la teología musulmana, es trabajar en su campo y reforzar su credibilidad. ¿Alguien se ha basado en los textos marxistas para explicar los crímenes de acción directa, de la banda Baader o el Gulag? ¿Buscaríamos nosotros en los evangelios una justificación de las Cruzadas o del genocidio de los indios en América? No.
¿Cree que es posible salir de este círculo vicioso?
No soy muy optimista. Desde el momento en que los medios estadounidenses y europeos llaman «Daesh» (Califato, N. de T.) al Estado Islámico, el terrorismo crece. Luchando contra Bin Laden, durante mucho tiempo aliado de los EE.UU., lo han convertido en un gran héroe, con una repercusión mediática sin parangón. Dos países soberanos fueron invadidos desplegando absurdos medios militares. Tanto más que Irak había sido considerado por Bin Laden como un estado infiel que había que destruir. Continuando con el drama sirio. Se ha decidido demonizar a Bachar el-Assad con el pretexto de hacer desaparecer un dictador que no va a remolque de Occidente. Afirmando al mismo tiempo que organizaciones como el Frente al-Nusra, calificado de terrorista, está haciendo un buen trabajo en Siria. En Yemen se vuelve a bombardear a los hutíes, con el pretexto de que son apoyados por Irán y que pertenecen a una de las numerosas ramas del chiismo. Estas locuras cuestan millones de dólares a los contribuyentes europeos y estadounidenses. ¿Cómo detener esta máquina? Desde 2001, no hay ningún pedido de rendición de cuentas en los países occidentales. Es hora de que los demócratas despierten y exijan que esto cese.
* Georges Corm, Pour une lecture profane des conflits: sur le » retour du religieux» dans les conflits contemporains du Moyen-Orient, París, La Découverte, 2015. Del mismo autor: Pensée et politique dans le monde arabe: contextes historiques et problématiques, XIXe-XXIe siècles, París, La Découverte, 2015