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El sindicalismo en el tablero

Confluencias, aprendizaje e internacionalismo

Fuentes: Revista Pueblos

Vivimos tiempos de cambio, instalados sobre unas posibilidades tecnológicas nuevas, sobre un agresivo discurso que procede de quienes tienen el poder, el dinero y la capacidad de decisión, sobre una pasividad preocupante por parte del sindicalismo oficial y sobre una resignación que se extiende por el conjunto social. Vivimos en una sociedad cada día más […]

Vivimos tiempos de cambio, instalados sobre unas posibilidades tecnológicas nuevas, sobre un agresivo discurso que procede de quienes tienen el poder, el dinero y la capacidad de decisión, sobre una pasividad preocupante por parte del sindicalismo oficial y sobre una resignación que se extiende por el conjunto social. Vivimos en una sociedad cada día más rica y cada día con un mayor número de pobres. Una sociedad desigual, injusta, autoritaria y, la mayoría de las veces, irracional.

Cada día tenemos más posibilidades materiales de mejorar la vida de la mayoría, pero la realidad amenaza cada día más esas condiciones de vida. Se ha impuesto un discurso (ese que llamamos neoliberal) que establece la productividad y la ganancia como únicas razones, despreciando las conquistas sociales o la necesidad de proporcionar unos mínimos vitales para la gente. La fría lógica económica se ha comido lo social. Ahí tenemos la política de privatización de empresas y servicios públicos, los recortes sucesivos a las prestaciones por desempleo, la disminución y privatización del sistema de pensiones o el retroceso y depreciación de la sanidad y escuela públicas.

Por desgracia, el sindicalismo no es ajeno a todo ello. El anuncio de la enésima reforma laboral o del acuerdo para la modificación del sistema de pensiones dejan bien a las claras cómo nuestro sindicalismo oficial, el de Comisiones Obreras (CC OO) y la Unión General de Trabajadores (UGT), está dispuesto a aceptar todo lo que le pongan delante y a tener por único horizonte el gestionar las migajas que le deja Don Dinero. Nada de movilizar a los trabajadores, nada de hacer valer su fuerza social. Y si acaso se les moviliza, ahí tenemos el ejemplo de los trabajadores de la función pública hace pocos meses: unos fuegos artificiales para justificarse y aquí paz y después… rebaja y congelación salarial.

Hay que responder a la política neoliberal que nos domina. Pero hay que hacerlo no en los discursos ni en las fotos, sino en la movilización, con fuerza que nos disponga en mejores condiciones ante la negociación. Hay que recuperar la solidaridad social, esa voz que siempre nos ha dicho que tenemos que ver en todos aquellos asuntos donde se litiga el bienestar de la mayoría. Que no hay pleitos propios y ajenos, que lo mío no acaba en las cuatro paredes de mi empresa. Que la lucha de allí es mi lucha, que las pensiones son la lucha también de los jóvenes, que la lucha contra el paro lo es también de los trabajadores más o menos estables.

En ésas estamos. Un sindicato no debe proponer la comodidad de tener la vida arreglada a cambio de una cuota y un carné. Debe limitarse a presentar un espacio sindical y social desde el que defender nuestros derechos en compañía y apoyo de otros y otras. Nada más que eso, y nada menos.

Confluencia de Acción Sindical y Social

El anarcosindicalismo, en su desarrollo histórico, siempre se ha caracterizado por su resistencia, tanto en el orden de la ideas como de la acción revolucionaria, a aceptar que la vida de las personas fuera un conjunto inconexo de compartimentos estancos: por un lado el mundo del trabajo, por otro el mundo de la cultura, por otro el de las relaciones sociales, personales, etc.

El planteamiento de una supuesta, pero falsa, dicotomía entre lo social y lo sindical, ha degenerado siempre en conflictos de prioridades, como si un ámbito u otro de acción fuera más «revolucionario» frente al contrario. La realidad es que no hay acción sindical sin consecuencias en la sociedad y en la vida de las personas, como no hay acción social que no tenga nada que ver con los espacios laborales y de producción. La acción sindical no es más que nuestra acción social en el mundo del trabajo, al igual que la acción social es nuestra intervención sindical en la sociedad y en las relaciones sociales.

Apostar por la confluencia de la acción sindical y social es dotarnos de la mejor herramienta para abordar nuestro crecimiento y consolidación, y poder solventar de manera adecuada y con autocrítica los muchos riesgos de este proceso. Sólo en la medida en que introduzcamos los problemas sociales cotidianos en las empresas, que involucremos críticamente a las personas trabajadoras en los problemas sociales, y que insertemos en la realidad social las luchas sindicales, podremos hacer organizaciones capaces de combatir y alterar el actual orden de las cosas.

En este sentido, desarrollar una cultura sindical, en la que lo social y lo laboral se interrelacionan y se influencian mutuamente, es elevar nuestro nivel de incidencia, de respuesta y de intervención transformadora. Es necesario dejar de lado los modelos de los sindicatos institucionales y colaboracionistas, así como mantener la coherencia entre lo que se firma en manifiestos y lo que se acepta después en los espacios de trabajo, pues en todo momento la lucha debe ser transformadora y no aceptar la lógica de la competitividad de las empresas.

El internacionalismo como seña de identidad

Todo lo expuesto hasta ahora tiene un desarrollo internacional, que consiste básicamente en sacar fuera de nuestro ámbito de actuación más cercano geográficamente, la actividad sindical y social descrita anteriormente. La idea es relacionarse internacionalmente con sindicatos, pero también con organizaciones y colectivos sociales. Para alcanzar el objetivo de transformación social, la estrategia debe pasar por unificar todas las realidades de lucha: movimiento obrero, indígena, emigrante, sin tierra, social, ecologista, feminista y antimilitarista. El capitalismo arremete contra los y las trabajadoras, contra el medio ambiente, contra los pueblos originarios… Es decir: si su ataque es global, la respuesta debe ser también global.

Es necesario ir descubriendo constantemente conexiones y complicidades, coordinándose a nivel internacional con otros colectivos que luchan por lo mismo que nosotros y nosotras: justicia y libertad, reparto del trabajo y democracia directa. La lucha internacional contribuye a avanzar más allá de los muros de las empresas: los movimientos de personas en paro y en situación precaria en toda Europa son nuestros mejores testigos.

La Confederación General del Trabajo (CGT) tiene en estos momentos varias líneas de actuación abiertas en este ámbito, siempre buscando coincidir con organizaciones y colectivos con prácticas anticapitalistas y antiautoritarias. Tanto en Europa como en el Magreb mantenemos relaciones bilaterales con diferentes organizaciones, a la vez que trabajamos en buscar espacios de coordinación conjuntos. Entre estos últimos destaca la Coordinadora Roja y Negra (que aglutina a organizaciones anarcosindicalistas que buscan desarrollar y potenciar un tipo de sindicalismo desvinculado de partidos e instituciones) y la Coordinadora Sindical Euromagrebí (cuyo objetivo es crear un espacio reivindicativo y de lucha al margen de la Confederación Europea de Sindicatos, CES).

Algo más lejanas geográficamente pero igual de próximas en lo combativo y reivindicativo se sitúan nuestras relaciones al otro lado del Atlántico. Coincidimos con varios grupos libertarios, movimientos sociales y sindicales que en diferentes países del continente americano mantienen fuertes luchas populares. La relación con el zapatismo es de gran importancia para nosotros1, debido al encomiable trabajo que estas comunidades están realizando en el desarrollo de la autonomía en el más amplio sentido de la palabra.

Autonomía y voluntad

Autonomía significa estar al margen de partidos, poderes y doctrinas distintas de las que el colectivo ha decidido y se ha dotado, así como no depender de mandatos, imperativos o estrategias ajenas. Significa también pensar y actuar conforme al criterio de que sólo actuando todas las personas juntas y con independencia absoluta podremos lograr algo. La emancipación de los trabajadores y trabajadoras será obra de ellos mismos o no sera.

Pero sin la voluntad de hacer las cosas por nosotros mismos no puede existir autonomía. Vivimos un mundo cada vez más organizado y cuadriculado, donde las posibilidades reales del individuo de hacer cuanto le pide una voluntad respetuosa con los derechos de los demás es cada vez menor. Es por esto que una organización que fomente la autonomía debe facilitar la participación de todas las personas en la vida interna y externa de la misma: asambleas en centros de trabajo, intervención en los barrios y pueblos, en las luchas sindicales y en las calles… También, en la responsabilidad a la hora de asumir tareas o cargos. El objetivo es que cada cual se implique en la medida de su disponibilidad, voluntad y entusiasmo, pues una organización que dependa de las personas más listas o con más tiempo, o de quienes trabajan a su servicio, es una organización muerta, sin posibilidades.

Camino abierto al aprendizaje colectivo

CGT se ha ido formando y desarrollando a lo largo de dos décadas, desde el deseo de crear una organización sindical continuadora del proyecto anarcosindicalista y, por lo tanto, orientada a la transformación de la sociedad. A partir de ahí se ha ido configurando una práctica sindical propia, identificable.

El aprendizaje al caminar mejora la capacidad de acción y contribuye a superarnos una y otra vez, cada vez con más fuerza y efectividad. El comienzo son esas victorias cotidianas en el día a día, en cada centro de trabajo; tras las que vienen otras mayores, como la readmisión de compañeros y compañeras, la implantación de las mejoras reivindicadas o la capacidad para coordinarse para afrontar conflictos que parecía iban a superarnos. De ahí, en mente el empeño para poner en marcha huelgas generales, tranformar la sociedad… Aunque el lograr un cambio radical es difícil, es posible aprestarse a ello en la confianza en lo inmediato.

Más allá de palabras y de voluntades, el «aquí estamos» debe ser fortalecido acercando nuestra práctica a esa revolución social que pretendemos vivir. A ella llegaremos tarde o temprano a base de luchar, introduciendo en nuestro caminar los elementos básicos de esa sociedad libre, igualitaria y solidaria. En esa confluencia entre el hoy y el mañana, entre el espacio laboral y el social, entre el aquí y el allá, entre lo que decimos y lo que hacemos, entre los deseos y la realidad, están ya las bases de lo que algún día será la nueva sociedad. Que la consigamos antes de que el capital acabe con el planeta es cuestión nuestra.


Ángel Luis García Fernández es teleoperador y secretario de Acción Sindical de la Confederación General del Trabajo (CGT).

Este artículo ha sido publicado en el nº 42 de la Revista Pueblos, junio 2010.