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Consecuencias de la mentira

Fuentes: Cubaperiodistas

Acabo de leer a un airado periodista de origen inglés llamado Christopher Hitchens quien publicó en Slate una arenga, que por momentos me hizo recordar a ese profesional de lo incendiario que fue el monje Savonarola. Lo que ha provocado la santa cólera del Sr Hitchens, poniéndolo al borde del soponcio, ha sido constatar lo […]

Acabo de leer a un airado periodista de origen inglés llamado Christopher Hitchens quien publicó en Slate una arenga, que por momentos me hizo recordar a ese profesional de lo incendiario que fue el monje Savonarola. Lo que ha provocado la santa cólera del Sr Hitchens, poniéndolo al borde del soponcio, ha sido constatar lo que califica como «la cobardía del establishment de la cultura estadounidense», más o menos, la autocensura que muestra la prensa de aquel país, y especialmente sus editores, ante ciertos temas difíciles o que impliquen una toma de partido. Es importante decir que al Sr Hitchens le pica lo que sucede en Washington porque reside allí.

Al parecer el Sr Hitchens acaba de desembarcar en la Tierra, junto a Flash Gordon, tras hacer un viaje interestelar que debió iniciarse cuando aún la perrita Laika no había sido puesta en órbita por los soviéticos, o se estrenaba «Lo que el viento se llevó». Solo tan prolongada ausencia de los escenarios terrestres disculparía en algo la sorpresa de campeonato que muestra un periodista que viva en los Estados Unidos, dizque honesto y objetivo, ante algo tan pedestre y cotidiano en aquel país, y en muchos otros países del mundo, como la existencia de la más férrea e hipócrita censura de la prensa contra ciertos temas y ciertas noticias.

Yo pensaba, al comenzar a leer el artículo en cuestión, titulado «La verdad y sus consecuencias», que el Sr Hitchens bramaba al leer la lista de los 25 temas más censurados en la prensa de ese país, que cada año compila el proyecto Censored, de la Universidad de Pomona. Tuve, incluso, la ingenua esperanza de que un profesional de la noticia de una nación tan poderosa como los Estados Unidos, y que tanto alardea de las amplias libertades de prensa, palabra e información, que supuestamente se garantiza a sus ciudadanos, hubiese quebrado lanzas porque se respetase, al menos un poco, la inteligencia de ese pueblo cuando se le presentan informaciones sobre el desastre iraquí, las bajas mortales de ambos bandos en conflicto, quién es Luis Posada Carriles o el origen y el sentido de los cambios sociales en América Latina. Era esperar demasiado. El Sr Hitchens está rabioso por encargo, y como suele hacer todo transformista de alquiler, alardea de lo que carece para encubrir lo que le sobra.

Según las doctas palabras del Sr Hitchens, «el enemigo más grande de la libertad de prensa… no es un Estado que censura, un propietario monopólico, el anunciante que quiere una cobertura favorable o al menos la ausencia de una cobertura desfavorable, sino… un periodista o editor cobarde que no necesita que le digan lo que debe hacer, pues ha internalizado(sic) la necesidad de agradar o al menos de no ofender a la pero tiranía de todas, la de cierta opinión pública que considera que su logro más alto es saberse cubrir las espaldas». Hermosos retruécanos verbales estos del Sr Hitchens, concedamos, lo suficientemente explícitos como para poder descubrir que se especializa en esa difícil variedad circense que es la neolengua, atribuida por muchos a su admirado George Orwell.

Porque, en rigor, por ejemplo, cuando el periodista neoconservador afronorteamericano Armstrong William fue hallado culpable de cobrar cifras de cientos de miles de dólares del gobierno de George W. Bush, por defender en sus columnas de opinión, oblicuamente, y como el que no quiere la cosa, el programa gubernamental «No Children Left Behind», ¿a qué dictadura obedecía y qué espaldas cuidaba? Y tras Armstrong comenzaron a destaparse payolas canallescas y rumbosas en toda la Unión, surtidores de aguas fétidas que regaban las verdes lechugas que con esmero cultivaban todo tipo de periodistas venales del país que da cátedras de periodismo pulcro al resto del universo. ¿Sabrá el Sr Hitchens, melancólico héroe intergaláctico que se ha quedado en la era Eisenhower, que el escándalo salpicó también a casi una decena de esforzados paladines del «Nuevo Herald», empeñados con denuedo en enseñar objetividad a los periodistas cubanos?

Lo que le pidieron decir al Sr Hitchens los mismos neoconservadores fulleros que pagaban al Sr Williams es que las autoridades de Dinamarca detuvieron a tres personas que se proponían atentar contra la vida del caricaturista Kurt Westergard, uno de los autores de las caricaturas que ridiculizaban a Mahoma, y que provocaron revueltas y protestas en todo el mundo, especialmente entre los musulmanes. Y lo que, además, le encargaron especialmente decir los adoradores de Leo Strauss y Albert Wolhstetter es que la inmensa mayoría de los periódicos ingleses y norteamericanos, con excepción de Free Inquiry y del Weekly Standard, vocero neoconservador del ya fenecido Proyecto para un Nuevo Siglo Americano, dirigido por William Kristol, ninguna publicación seria cayó en la burda trampa de dar aire a una no menos burda operación de guerra cultural y psicológica de los servicios de inteligencia norteamericanos enfilada a la satanización de los musulmanes, y en consecuencia, en apoyo a la guerra infinita contra ellos que ya ha causado, solo en Iraq, más de un millón de muertos.

De esta manera, por la boca del Sr Hitchens salían las neopalabras precisas para convertir a las victimas en verdugos y a estos últimos en héroes de las libertades y los derechos, en caballerosos paladines del honor y la modernidad, en heraldos impolutos de un nuevo Camelot. Lo importante no era condenar a los que quemaron la Biblioteca Nacional de Iraq, y propiciaron el saqueo de cientos de archivos y museos, y de miles de sitios arqueológicos de la región donde surgió la escritura humana, sino a los editores de periódicos que no se compraron el fiambre que parece haber sido traído en las alacenas de la nave de Flash Gordon, desde la época en que al destaparse la operación Mockingbird de la CIA, los Estados Unidos descubrían horrorizados que sus más reputados periodistas, ganadores de premios Pulitzer, habían estado publicando historias y noticias por indicaciones expresas de los chicos creativos de la Agencia, entonces empeñados en la sacrosanta cruzada contra la URSS y el comunismo. Por dinero, claro está.

Nacido en 1949 en Portsmouth, Reino Unido, y graduado en Ciencias Políticas, Filosofía y Economía en el Balliol College, de Oxford, el Sr Hitchens no es un ignorante, sino un cínico. El hombre que declaró en agosto del 2006, en Brasil, al periodista Miguel Otero que Chávez era como Perón, que los chinos eran muy peligrosos «por su complejo de inferioridad y su complejo de superioridad», y que «los intelectuales de izquierda admiran a Bin Laden, que este se ha convertido en el nuevo Che Guevara», y que eso lo declaraba como «marxista», no es un despistado sino un canalla, tanto como lo es por afirmar que «el desastre de Iraq es un trago amargo, pero yo sigo defendiendo la invasión, porque solo así ganaremos esta guerra».

Pero, al final, nada nuevo bajo el sol, y las aguas siempre recobran su nivel. «Christopher Hitchens es un provocador-nos lo anunciaba honestamente Otero en la entrevista ya citada-.Siempre le ha gustado ir en contra de la corriente mayoritaria, y quizás por eso (¡oh, qué extraordinaria sorpresa!) es que ha dejado de ser un intelectual de izquierdas… Como todo el mundo critica ahora a Bush, él por llevar la contraria, lo defiende»

El Sr Hitchens es un portento de buen humor. Dice que deja la izquierda, porque esta es mayoritaria en el mundo. ¿No es esto acaso una joya de la guazonería británica de Beny Hill mezclada con un toque esencial de Woody Allen?

El Sr Hitchens es un esforzado continuador de la flor y nata de la andante caballería. ¿No lo demuestra al sacar la cara por el presidente de la superpotencia más poderosa del planeta, como si se tratase de una desvalida doncella raptada por feroces bandoleros?

El Sr Hitchens debe estar cobrando bien por sus servicios inquietantes, «después de abandonar la izquierda». Precisamente para eso se suele abandonar la izquierda, sobre todo cuando el puerto de destino es el neoconservatismo norteamericano, ducho en reciclar conversos desde los tiempos precursores de Irving Kristol, Lionel Thrilling y Norman Podhoretz. Solo que ahora estar tan cerca de un cadáver político insepulto podría acarrearle problemas de futura adaptación.

Imaginamos que el Sr Hitchens pronto colgará los guantes del buen humor y la caballerosidad a destajo para aplicarse al estudio de cómo abandonar el neoconservatismo, lavarse las manos manchadas de sangre iraquí y ponerse al servicio del Senador Barack Obama, porque, lo escucharemos decir en algún, que «no cuenta con suficiente apoyo electoral y es un seguro perdedor en las elecciones de noviembre»

Claro que primero alguien deberá cerrar cierto trato y poner por adelantado el combustible verde, bien ecológico, que impulse el motor de este moderno y desvergonzado Savonarola de la ultraderecha norteamericana.

Vivir para ver.