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Consensos problemáticos

Fuentes: Visão

Traducido para Rebelión por Antoni Jesús Aguiló

Desde hace años me intriga la facilidad con la que en las sociedades europeas y de América del Norte se crean consensos. Me refiero a consensos dominantes, perfilados por los principales partidos políticos y por la gran mayoría de los editorialistas y comentaristas de los grandes medios de comunicación social. Resultan más intrigantes cuando se dan sobre todo en las sociedades donde supuestamente la democracia está más consolidada y, en virtud de ello, la competencia entre ideas e ideologías se esperaría más libre e intensa. Por ejemplo, en los últimos treinta años cobró fuerza el consenso de que el Estado es el problema, y el mercado, la solución; el consenso de que la actividad económica es más eficiente cuanto más desregulada; el consenso de que los mercados libres y globales son siempre preferibles al proteccionismo y el consenso según el cual nacionalizar es un anatema, mientras que privatizar y liberalizar son la norma.

Más intrigante es la facilidad con la que, de un momento a otro, se modifica el contenido del consenso y se pasa del dominio de una idea al de otra totalmente opuesta. En los últimos meses hemos asistido a uno de estos cambios. De repente, el Estado volvió a ser la solución, y el mercado, el problema; la globalización fue cuestionada; la nacionalización de importantes unidades económicas, de anatema pasó a ser la salvación. Sin embargo, aún más intrigante es el hecho de que son las mismas personas e instituciones las que hoy defienden lo contrario de lo que defendían ayer, y lo hacen aparentemente sin la mínima conciencia de contradicción. Esto resulta evidente con respecto a los principales consejeros económicos del presidente Obama, respecto al presidente de la Comisión de la Unión Europea o de los actuales gobernantes de los países europeos. Siendo así, parece ser irrelevante la sospecha de que estamos ante un mero cambio de táctica y no ante un cambio de filosofía política y económica, cambio que sería necesario para enfrentar con éxito la crisis.

Hubo, a lo largo de estos años, voces disonantes. El consenso que ganó fuerza en el Norte global estuvo lejos de hacerlo en el Sur global. Pero la disensión o no fue escuchada, o fue castigada. Es sabido, por ejemplo, que desde 2001 el Foro Social Mundial (FSM) ha venido haciendo una crítica sistemática al consenso dominante, simbolizado en el momento por el Foro Económico Mundial (FEM). La perplejidad con la que leímos el último informe del FEM y verificamos alguna convergencia con el diagnóstico hecho por el FSM nos hace pensar que, o el FSM tuvo razón antes de tiempo, o el FEM tiene razón demasiado tarde. La verdad es que, una vez más, el consenso es traicionero. Puede haber alguna convergencia entre el FEM y el FSM en cuanto al diagnóstico, pero ciertamente no en cuanto a la terapéutica. Para el FEM y, por lo tanto, para el nuevo consenso dominante, rápidamente instalado, es crucial que la crisis sea definida como una crisis del neoliberalismo, y no como una crisis del capitalismo, es decir, como la crisis de un cierto tipo de capitalismo, y no como la crisis de un modelo de desarrollo social que, en sus fundamentos, genera crisis regulares, el empobrecimiento de la mayoría de las poblaciones que dependen de él y la destrucción del medio ambiente. Es igualmente importante que las soluciones vengan de la iniciativa de las élites políticas y económicas, tengan un marcado carácter tecnoburocrático, y no político, y sobre todo que los ciudadanos sean apartados de cualquier participación efectiva en las decisiones que les afectan y se resignen a «compartir el sacrificio» que cabe a todos, tanto a los detentores de las grandes fortunas como a los desempleados o jubilados con la pensión mínima.

La terapéutica propuesta por el FSM, y por tantos millones de personas cuya voz seguirá sin ser escuchada, impone que la solución de la crisis sea política y civilizacional, y no confiada a los que, habiéndola producido, pretenden continuar beneficiándose de la falsa solución que para ella proponen. El Estado deberá ciertamente ser parte de la solución, pero sólo después de ser profundamente democratizado y libre de los lobbies y la corrupción que hoy lo controlan. Urge una revolución ciudadana que, basada en una sabia combinación entre democracia representativa y democracia participativa, permita crear mecanismos efectivos de control democrático, tanto de la política como de la economía. Es necesario un nuevo orden global solidario que cree las condiciones para una reducción sostenible de las emisiones de carbono hasta 2016, fecha en que, según los estudios de la ONU, el calentamiento global, al ritmo actual, será irreversible y se transformará en una amenaza para la especie humana. La existencia de la Organización Mundial del Comercio (OMC) es incompatible con ese nuevo orden. Es necesario que la lucha por la igualdad entre países y en el interior de cada uno de ellos sea, por último, una prioridad absoluta. Para ello es necesario que el mercado vuelva a ser siervo, ya que, como señor, se reveló terrible.

Fuente:

Boaventura de Sousa Santos es sociólogo y profesor catedrático de la Facultad de Economía de la Universidad de Coimbra (Portugal).

Antoni Jesús Aguiló es miembro de Rebelión y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente, a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.