¿Cuántas palabras cargamos al día con el arma de la vanidad, el cinismo o la violencia, cuántos heridas hacemos por el mal uso de las palabras? No hace falta ser lingüista para percatarse de que la relación que las personas entablan con las palabras, en muchas ocasiones transcurre paralela a la que mantienen con el […]
¿Cuántas palabras cargamos al día con el arma de la vanidad, el cinismo o la violencia, cuántos heridas hacemos por el mal uso de las palabras?
No hace falta ser lingüista para percatarse de que la relación que las personas entablan con las palabras, en muchas ocasiones transcurre paralela a la que mantienen con el mundo en general. Pese a quien le pese, palabras como protesta, manifestación o justicia social se encuentran arraigadas y construidas en lo político, en lo más sentido y cercano, en lo cotidiano del día a día, donde se organiza la vida social. El término protestar, del latín protestari, es igual en euskera, gallego, catalán, aragonés, portugués (protestar) y mantiene una marcada similitud en inglés (to protest), francés (protester), italiano (protestare). En rumano la raíz semántica del latín se mantiene, si bien, como los verbos en infinitivo llevan una «a» delante deviene en «a protesta». Como se sabe, en Rumanía a principios de este año la sociedad salió a la calle para protestar en contra del polémico decreto ley que pretendía despenalizar casos de sobornos, cohechos o conflictos de intereses cuyos daños fuesen inferiores a 44.000 euros. Tras haberlo logrado, la sociedad seguía manifestándose, exigiendo las evidentes responsabilidades políticas que el Ejecutivo del Partido Socialdemócrata (PSD) tiene.
Indignada, escandalizada y exasperada eran algunas de las palabras que mejor reflejaban el estado de ánimo de gran parte de la ciudadanía rumana. Realidad que en esencia, tanto en cuanto supone mantener una actitud crítica y autocrítica, suponía un síntoma de salud moral. Desde una perspectiva sociológica, la corrupción política genera un efecto devastador en las relaciones sociales y económicas y tiende a «justificar» patrones de comportamiento inmorales, centrados en el beneficio individual en perjuicio del social, que terminan por expandirse entre la ciudadanía. Sin embargo, cuando la sociedad protesta y reacciona exigiendo claridad, transparencia y justicia, nos recuerda que, por mucho que se empeñe la clase dirigente aferrada a un sistema del «Homo homini lupus» (el hombre es un lobo para el hombre) la corrupción no es obligatoria. En este sentido, al salir a la calle, la sociedad no privatiza sus intereses, desentendiéndose de la vida pública, sino que se arma de la voz, para protestar de manera colectiva, conscientes de que la unidad no es una quimera.
Las inflexiones y dilemas ético-políticos que trae el individualismo atroz se expanden en todas las sociedades como escenario del capitalismo global y en esencia, desde una perspectiva ética, se basan en premisas tan simples como perversas: «todos quieren tener por lo que el que más tiene es el mejor» y de ahí al «todo vale» cabe un pequeño paso. Pero no todos los caminos, por mucho que estos se quieran reducir, llegan al individualismo. A través de la protesta no solo se puede innovar y renovar la política, sino introducir discursos, ideas y mensajes, que permitan visibilizar los conflictos existentes desde valores que no son reconocidos de forma práctica por el orden social. Como decía Oscar Wilde, «el descontento puede ser el primer paso en el progreso de un hombre o una nación». Conforme a esta premisa podemos decir que en Rumanía la sociedad está progresando. Un largo recorrido tiene siempre su origen en un primer paso, la cuestión es no parar y dar un segundo, tercero, cuarto… Pero el poder no solo corrompe, sino que desenmascara. Basta observar como los medios internacionales tienden a obviar que en Rumanía han sido los partidos neoliberales los que han intentado capitalizar las movilizaciones. El interés habla todas las lenguas y desempeña todos los papeles, incluso el del desinteresado…y si el neoliberalismo sabe de algo es de su propio interés.
Parece evidente la tendencia de los partidos políticos y el Gobierno a situarse en una posición puente en la que primen sus intereses y los de los poderes fácticos (económicos y mediáticos) más que su función de representación y defensa de la población que los ha elegido. Las movilizaciones sociales pueden permitir canalizar los descontentos para deslegitimar ciertas dinámicas de poder. Mediante las mismas, la sociedad puede apropiarse de su discurso, rehaciendo el significado de las palabras, porque en esencia, somos hacedores de palabras, construidos y «deconstruidos» con ellas. Una realidad que contrasta con la devaluación de las mismas, algunas de las cuales como amor, solidaridad, libertad, verdad, valentía, lealtad, ética y derechos humanos … han sido vaciadas de contenido. Pierre Bourdieu advertía del «mercado lingüístico» a través del modelo «habito lingüístico + mercado lingüístico = expresión lingüística, discurso». En ese mercado hay que abastecerse de las palabras con las que uno quiere construirse y reconstruirse y saber rehuir de los eufemismos que más que reemplazar a un término ofensivo, vulgar o hasta tabú, sirven para maquillar aspectos conflictivos pero esenciales. Es el caso del uso político de ciertas expresiones como «ajuste impositivo», por «incremento de impuestos», «daños colaterales» por «asesinato de inocentes» u «operación» en lugar de «invasión», con el fin de enmascarar la realidad.
Todo comportamiento lingüístico supone una actuación y responde a un tipo de intereses. Desde la manifestación del 28 de agosto del 1963 por los Derechos Civiles en Estados Unidos en Washington con el lema «Trabajo, Justicia y Paz» hasta el «No a la guerra» proclamado un 15 de abril de 2003 en diversas ciudades del mundo o este año las grandes manifestaciones llevadas a cabo en contra de Trump o la más reciente ocurrida en Barcelona a favor de los refugiados, bajo el lema «clama por desmontar piedra a piedra las murallas y construir entre todos una casa común». Las palabras son a menudo más poderosas que las cosas y los hechos, por eso, aunque su uso y abuso permite muchas veces manipular la historia, a modo del maquillaje lingüístico sobre el que esconder la realidad, su correcta reutilización nos permiten reencontrarnos con nosotros mismos y con la otredad. Por todo ello se hace imprescindible analizar los mecanismos básicos de dominación discursiva y así crear las condiciones para un cambio político y social que beneficie a todos. Cuando una sociedad no manipulada, libremente, sale a la calle, reformula la voz, la propia y la comunitaria, haciéndose eco de la aprehensión del mundo y a modo de una expresión de lo preverbal, clama, exorciza, protesta y evoca un aullido interno en contra de la concepción sistemática y normativa de los discursos oficiales, que desvela la mentira y la manipulación los verdaderos parásitos del lenguaje instaurados desde el poder. Ante la fuerza de la corrección política en el ámbito de la comunicación, tan sólo cabe el apoderamiento de la palabra, el diálogo y la escucha crítica, el verdadero fin último del análisis crítico del discurso, sin olvidar que todo lenguaje implica a dos sujetos: el que habla y el que oye… el que escribe y el que lee. Y es que en definitiva, tal y como nos recordaba Kafka, jugar con las palabras no es más que jugar con la vida, la propia y la ajena.
José Antonio Mérida Donoso, profesor asociado en la Universidad de Zaragoza y profesor de secundaria.
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