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Reseña de Gabriel Andrade, "Las razas humanas", ¡vaya timo!

¿Contra el racismo desde un muy estrecho cientificismo?

Fuentes: El Viejo Topo

Reseña de Gabriel Andrade, Las razas humanas, ¡vaya timo! Laetoli, Pamplona, 2015, 283 páginas.

Es el cuarto o quinto libro que este joven filósofo venezolano publica en la colección que dirige Javier Armentia y que cada vez, en mi opinión, deriva peligrosamente hacia un mayor cientificismo. En esta ocasión, el tema es la existencia de razas humanas. Abre un volumen una significativa cita de Michael Blakey: «La idea de que la gente puede ser agrupada en distintas razas resulta tan obvia como que el Sol se levanta por el este todas las mañanas». Es decir, un enorme prejuicio que podamos pensar y vivir como natural.

El estilo del autor es inconfundible. Ya en la primera página, tras un breve paseo por Borges y una lectura más que sesgada de un fragmento de Las palabras y las cosas, señala: francamente, el argumento de Foucault (no se atreve a meterse con Borges) sobre nuestra excesiva confianza en determinados nudos de la racionalidad científica en temas taxonómicos y la necesidad o conveniencia de abrirse a otras aproximaciones clasificatorias, a otras racionalidades, le parece basura posmoderna relativista, «un ataque barato y sin fundamento contra la ciencia». Vale, de entrada.

Más allá del estilo, el objetivo de su nuevo libro lo expone GA con claridad en la página 15: «En este libro argumentaré, a partir de esta definición, que las razas humanas no existen. No tiene sentido debatir sobre la existencia de poblaciones con piel más oscura que otras. Si la raza fuera sólo una división a partir del color de la piel, estaría muchísimo más dispuesto a aceptar la existencias de las razas humanas. Pero insisto, el concepto de raza no procede sólo del color de la piel sino, por así decirlo, de un «paquete entero» de características a partir del cual, supuestamente, es posible segregar nítidamente a la humanidad». No existen las razas, por lo tanto, el racismo no tiene justificación alguna… si bien, como apunta, él mismo estaría más dispuesto a aceptar no sólo una clasificación racial de la humanidad que tuviera su eje puesto en el color de la piel sino la misma realidad óntica de las razas humanas. El problema está en el paquete, en todo lo que se junta.

Sea así pues, si el propio GA lo señala, y veamos algunas de sus reflexiones. Me limito a reproducirlo, apenas comento:

«En el capítulo dedicaré atención a los argumentos a favor de la existencia de las razas humanas y trataré de refutarlos, pero siempre admitiendo que el asunto de las razas humanas, a diferencia de la homeopatía o la acupuntura, no debe ser sin más un tema que consideremos superado» (p. 18). No lo está, cuando tampoco lo están los otros ejemplos citados (fuertemente distanciados, años-luz alejados, del tema tratado).

La afirmación parece contradecirse 10 párrafos más adelante. Aquí, después de meterse con los progresistas (es marca de la casa GA, entendiendo por tales probablemente todo lo que huela a izquierda aunque sea remotamente), señala: «Lamentablemente, aunque con la intención de combatir estos estereotipos, muchos progresistas se han cerrado dogmáticamente a la posibilidad de que haya una base genética en la actividad criminal [¿de dónde habrá sacado GA esta afirmación que, por supuesto, debería estar muy matizada?]. Desde hace varias décadas hay pruebas de que, aunque los factores culturales ejercen una gran influencia a la hora de formar a un criminal, la disposición al crimen reposa también sobre una base genética. Pero, al igual que ocurre con la inteligencia, es muy cuestionable que podamos atribuir a esta o a aquella raza una mayor propensión biológica al crimen» (p. 20). ¿A esta o aquella raza? ¿Pero no habíamos quedado que, en principio, las razas no existían?

El ataque, sin fundamento, a los grupos progresistas no acaba aquí por supuesto. Sigue un poco más adelante. Esta vez la aproximación de GA (que curiosamente apela a la lucha contra los prejuicios estando él mismo inundado por algunos de ellos) se desarrolla en estos términos

«Hay otras formas de racismo que también pasan muy desapercibidas, especialmente entre algunos grupos progresistas bien intencionados pero torpes». ¿Algunos? ¿Qué grupos son esos? ¿No tienen nombre ni apellidos ni señas concretas de identidad? Prosigue: «Los promotores del multiculturalismo se empeñan muchas veces en preservar las antiguas costumbres de los pueblos no occidentales, como una forma de reivindicación frente a los abusos de los poderes coloniales y, en particular, el imperialismo cultural que destruyó tantas culturas locales en su expansión». Pero este razonamiento (que no es propiamente un razonamiento sino una posición), prosigue GA, «opera a modo del mismo modo en que operaban los racistas pseudocientíficos del siglo XIX». ¿Del mismo modo? «Así como los racistas decimonónicos asumían que lo rasgos biológicos debían tener una correspondencia con los conductuales, y que las características culturales heredaban biológicamente, hoy los multiculturalistas asumen que una persona de piel oscura que asimila la cultura occidental atenta de alguna forma contra su propia esencia cultural, con lo cual, implícitamente, aseguran que la cultura se lleva en los genes y se hereda biológicamente». ¿Quién asegura eso explícita o implícitamente? ¿Cómo se puede hablar de culturas en bloque como lo hace GA? ¿Qué problema plantea algún multiculturalista en aceptar la demostración de la conjetura de Fermat, por ejemplo? ¿Algún multiculturalista rechaza que un ciudadano de China, Japón, Venezuela o Santa Coloma de Gramenet escuche «La flauta mágica» o «El barbero de Sevilla» porque eso es música occidental e imperialista? ¿No será más bien que lo se rechaza, lo que debe rechazarse, es el menosprecio global, sin apenas matices de las aportaciones culturales de pueblos, colectivos o individuos por el mero hecho de no ser «occidentales»?

Por cierto, de la hondura y finura epistemológica de GA dice mucho un paso como el siguiente: «Con todo, hay algo sobre lo cual sí tengo una postura bastante firme y espero guiar este libro con ella. Esta postura es: la verdad es la verdad, nos guste o no. La ciencia no debe guiarse por posturas ideológicas. No podemos cerrar un debate por el mero hecho de que tal o cual tesis puede ser peligrosa y corre el riesgo de llevarnos a la discriminación, la esclavitud o el genocidio. Lamentablemente, en torno a la discusión sobre las razas humanas la ideologización política ha contaminado a ambos bandos, y es necesario hacer una purga ideológica en el asunto» (pp. 23-24). ¿A ambos bandos? ¿A qué bandos? ¿Quién va a hacer esa purga? ¿Gabriel Andrade? ¿Desde qué limpieza y pureza ideológicas? ¿Desde una ciencia inmaculada, habitante de un algún cielo platónico, que no se guía por posturas ideológicas? ¿Las denominadas ciencias económicas no tienen ninguna perspectiva ideológica? ¿No hay formas mucho más sutiles e interesantes de aproximarse a la relación entre ciencia, verdad e ideología? ¿No es normal que la ideologización política haya planeado sobre un debate de estas características sabiendo lo mucho que hay en juego? ¿No hubiera sido mejor expresar algunas de esas ideas al modo machadiano por ejemplo? «¿Tu verdad? No, la Verdad/ y ven conmigo a buscarla. /La tuya, guárdatela». El punto: el ven conmigo a buscarla.

Hay alguna aproximación que hubiera exigido mayor estudio y tal vez mejor exposición. Esta por ejemplo: «En cambio, Bartolomé de Las Casas afirmaba la humanidad de los indígenas y creía posible predicarles el evangelio. Por ello censuraba con vehemencia la esclavitud de los indígenas. No obstante, Bartolomé de Las Casas opinaba, de forma insólita que los africanos si podían ser esclavizados, y pensaba que la importación de esclavos africanos sería la mejor manera de proteger a los indígenas frente a los esclavistas». Para disolver su sorpresa valdría la pena que el autor leyera La gran perturbación de Francisco Fernández Buey.

No les canso más aunque admito que no todo tiene siempre el mismo tono y melodía. Por ejemplo, GA admite en la obertura del primer capítulo que Foucault, en ocasiones, era capaz de afirmar y argumentar alguna cosa razonable. O incluso, milagro de milagros, es capaz de escribir un brevísimo elogio del marxismo: «Así comenzó la esclavitud racial y aquí cabe perfectamente una explicación marxista: las condiciones económicas de la esclavitud condicionaron l auge de la ideología racista, no a la inversa. Europa [por clases dominantes europeas] tenía aspiraciones de crecimiento económico y para ello requería el empleo de la fuerza laboral esclava. El racismo surgió como legitimación ideológica de ese ímpetu económico» (p. 41). No es propiamente asunto de «ímpetu económico» (capitalismo es palabra prohibida para GA), pero no es este ahora el punto.

El tema es importante. Exige documentadas y no sectarias aproximaciones científicas, filosóficas y éticas. Si quieren una buena aproximación científica y filosófica al tema de las razas humanas y a las derivadas poliéticas asociadas del racismo y sus hermanados y antihumanistas ismos y leen este nuevo libro de Gabriel Andrade, háganlo con la máxima mirada crítica.

Por cierto: ¿cuándo los jóvenes filósofos analíticos tomaran nota de la existencia en su propia tradición de grandes pensadores como Bertrand Russell, Otto Neurath o Michael Dummett por ejemplo? ¿Hubieran escrito ellos cosas como las siguientes (que no son las únicas)?

1.»Pero no sólo la productividad general de la sociedad [¿conoce bien el concepto?] se va afectada por estas políticas de inclusión. En principios lo mismos negros se ven afectados por ellas. Si el estudiante negro viene de una educación escolar defectuosa, al llegar a la universidad desperdiciará su tiempo pues la exigencia será demasiado alta. El porcentaje de deserción universitaria entre negros podría ser alo. Quizá sea preferible que el negro con pobre expediente académico acuda a un instituto o se dedique a un oficio que o exija tanto y le permita desarrollar sus talentos. Un muchacho que es un futbolista mediocre desperdicia su tiempo si lo admiten como jugador en el Real Madrid; tendrá muchas más oportunidades de desarrollar sus talentos futbolísticos si se dedica a jugar en la liga de su barrio» (p. 264).

2.»La lucha contra el racismo lleva también otro peligro frente al cual debemos estar atentos: la industria del victimismo» (p. 265). ¡La industria del victimismo. «En Europa esto aún no es muy frecuente pero en países con un lamentable pasado de opresión raical empieza a ser preocupante». ¿Pasado, lamentable pasado? «En EEUU, por ejemplo, cada vez hay más indicios de que ciertos líderes negros alientan a sus seguidores a denunciar racismo donde no lo hay con el objetivo de sacar algún provecho». ¿Ciertos líderes negros? ¿Qué lideres?

3. «Lo que si podemos hacer es tratar de corregir las desigualdades que proceden claramente de injusticias humanas ocurridas hace un tiempo relativamente corto. Por ejemplo, la población negra norteamericana está empobrecida pues la esclavitud y las leyes de segregación racial así lo han propiciado. No obstante, cabe sospechar que, aun en el caso de los negros norteamericanos, estas condiciones de opresión están quedando atrás (sic) y al final los programas de discriminación positiva terminan favoreciendo muchas veces a ciudadanos negros que ya tienen cómodas posiciones socioeconómicas. En situaciones como estas, el criterio de justicia también puede erosionarse» (p. 263). ¡El criterio de justicia, este es el gran peligro del criterio de justicia en su concreción norteamericana!

Lo dejo, mejor dejarlo. Cuando tenga tiempo, antes de su próximo libro, sería bueno que GA leyera las reflexiones político-morales de un gran científico y filósofo: Albert Einstein. Igual toma alguna nota.